Fue fundador, compositor y guitarrista de La Trampa, pero ese pasado ya está muy pisado. Ahora, Garo Arakelian recorre sus terrenos artísticos junto con El Astillero –trío acústico que completan Gonzalo Deniz y Diego Presa– y también como solista. En 2012 editó su primer disco, Un mundo sin gloria, en el que se probó el traje de cantautor, el mismo que se pondrá hoy a las 22.00, acompañado por el guitarrista Santiago Peralta, en Clandestino bar (Eduardo Víctor Haedo y República).

Empezaste en plan cantautor después de los 45 años, algo poco frecuente. ¿Qué ganaste artísticamente?

El devenir me enfrentó a una situación que tenía varias formas de transitar: seguir emulando la lógica de mi pasado reciente o buscar la forma más apropiada de desprenderme de lo anterior, que comenzaba a terminar. Una de las opciones era escribir para mí y cantar. Nunca salté el plinto, entonces, la primera pregunta era: ¿con cuántos niveles empiezo a saltar? El acierto, quizás, estuvo en poner el máximo, sabiendo solamente el mínimo sobre la manera en que se salta.

¿Cuál era la otra opción?

Armarme una banda tipo Skay Beilinson, cantar como el cantante de La Trampa y hacer canciones como las que yo sabía hacer. Es decir, escribir las cosas que escribía para otro, en una banda de rock.

Pero no podrías cantar como el vocalista de La Trampa.

No, y hay que ver si los demás pueden... Nadie puede hacer las cosas como otro. Las cosas se pueden imitar, pero hacerlas como otro... Por eso está el mundo de los imitadores y se premia eso. En los programas de talento uno no sabe si lo que se premia son virtudes o imitaciones.

¿Qué aprendiste estando adelante en el escenario, a sólo guitarra y voz?

Quién soy yo en este momento. Quizás la primera conformación de quién era yo la tuve a los 18 años y fue una imagen que me duró por mucho tiempo. La imagen arrogante, sin límites, con inseguridades puestas debajo de lugares invisibles; con un período bastante extenso en el que conseguía cosas que coincidían con lo que se entendía como “logro” en el entorno. Cuando empecé como solista, el desafío fue grande en ese sentido: lo que me interesaba lograr no necesariamente se correspondía con las premisas de logro o de éxito.

En un post de Facebook contaste que hace unos meses empezaste a estudiar armonía. ¿Por qué no lo hiciste antes?

Siempre había estudiado de manera autodidacta y, por supuesto, de forma muy desprolija. Nunca hice estudios académicos. Estoy yendo a clases con Esteban Klísich, y es como aprender otra lengua. Me mueve cosas de mi esquema de pensamiento, me lo desestructura y me lo vuelve a armar. Es como un cubo de Rubik: te va reseteando cada tanto. Pero no me hace ver la música de otra manera, sino que estoy comprendiendo otra lectura de la música.

¿No te hace ver tu obra de otra manera? Me refiero, por ejemplo, a que quizás escuchás una canción tuya y pensás: “Acá fui para este lado, pero podría haber ido para este otro”.

No, para nada. Por eso digo que es otra lengua. No me hace revisar lo que estoy haciendo o lo que hice, porque, en cierto grado, es incompatible. Lo que hice durante toda mi vida es lo que se hace con recursos limitados. Hay intentos de ampliar los márgenes del dominio de la música popular, pero muy pocos ejemplos son felices. Fernando Cabrera es uno –discípulo de Klísich también–. Pero es algo muy difícil que en este momento no me planteo. Mi interés más grande es poder dominar algunos aspectos de orquestación, arreglos, etcétera.

Estás trabajando en un nuevo disco solista. ¿Cómo viene el proceso de composición y de qué viene?

Voy muy lento. Me cuesta muchísimo escribir, y aunque tengo una idea muy clara del disco, en el terreno de las promesas no se gana ningún partido... Tiene que ver con una característica de la actualidad, que es poner a la gente al rojo vivo. En los términos de la herrería, cuando el hierro está cerca de 800 grados, se pone de un color entre blanco y rojo cereza, y en ese momento es más maleable. Ahí es cuando se pone sobre el yunque y se lo golpea para desplazar, afinar, aplastar, dar forma, doblar, agujerear, etcétera. Y, para que tenga determinadas características, lo tenés que enfriar en aceite o en agua –según la técnica– a determinada temperatura, durante un tiempo que tiene que ser preciso, para que no se vuelva quebradizo. Ahora mi trabajo está centrado en cómo hacer una inyección permanente de sentimientos para dejar a la mayor parte de la gente al rojo vivo, para que sean funcionales a los intereses de quien tiene el fuego en ese momento. Puede responder a intereses como la multiplicación de Bolsonaros, no pensar en la Ley [Integral para Personas] Trans sino verla desde los 12.000 pesos de pensión [por la prestación reparatoria], o pensar que hay que matar a todos los planchas y a todos los pichis; lo que fuera, es un espectro amplísimo: negros, putos, judíos. Se repite en la historia de la humanidad. Pero podés encontrar lugares para enfriarte de golpe, que tienen que estar en lo cotidiano y no sólo en una ideología –la ideología puede ser resultante de eso–.

Dame un ejemplo.

Un tipo que llega a la casa después de trabajar doble horario en un lugar que lo humillaron y lo maltrataron. Además, el chofer le arrancó el ómnibus cuando se estaba subiendo, con medio pie afuera. Después de todo lo que le pasó en el día, llega a la casa odiando al mundo, pero puede templarse en un abrazo con su pareja, con su planta, con su gato, con lo que fuera. Creo que el desprecio de esas figuras es lo que no te da la posibilidad de enfriarte y de ennoblecerte. Porque el proceso del templado genera un metal noble que tiene autonomía y no está al servicio de la forma ajena. Quiero retratar o fotografiar escenas que giren alrededor de ese núcleo, pero no es un disco conceptual. Fijate que estamos bajo la sobrevaloración de la literalidad, cumpliendo reglas sintácticas. No existen las lecturas que están más allá, la irónica, la del humor o de la doble intención; ni la poesía, que es en la que convive todo. Es el mundo que se anula.

Es decir, denotación y no connotación.

Exactamente, y eso es una herramienta política, porque también te genera una resultante quebradiza que está al servicio de otras cosas. Todo eso pero dicho en términos simbólicos.

Tu canción “Celebración (25-10-09)” fue inspirada por el plebiscito que se realizó hace diez años para anular la ley de caducidad, que no alcanzó los votos suficientes. En ese tema decías: “Pienso en mi generación / mientras vuelvo a casa, / y en los muros puedo ver / que no dice nada”. ¿Seguís viendo que no dice nada?

En ese momento me pareció significativo que mi generación –que está, salvo excepciones, en la música, el teatro, la poesía, el periodismo y la fotografía– no dijera nada, pero hoy en día ya no le presto atención. Ahora lo que me llama la atención son generaciones que tienen 30 años menos que yo. Hay algunos que dicen, por supuesto, pero como expresión generacional... Mirá qué fácil que le está resultando a la industria y al sistema darle para adelante a la movida musical, si total... Son productores lácteos a los que no les preocupa si no digerís la lactosa, porque ya no tiene.

En Facebook sos muy crítico con el proyecto de UPM 2, que es un tema poco común en el discurso de los músicos.

Menos que común... Casi no encuentro. Tengo algún ejemplo perdido de gente incluso mayor que yo. Es verdad que la obra y la persona son diferentes, pero las redes juntan algunas cosas que hasta hace un tiempo eran desconocidas o no teníamos la posibilidad de conocer: el pensamiento más allá de la obra, y es ahí donde saltan las fichas. Supongo que habrá razones. Siempre que hablás del sistema se te ríen, como si fueras un terraplanista conspiranoico.

El que tiene cabeza de martillo piensa que todo es un clavo.

Exactamente. El Estado nunca estuvo tan vinculado como ahora con la cultura popular. Llamale Fondos de Incentivo [Cultural], [Fondo Nacional de Música] Fonam, [Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística] FEFCA, y absolutamente todas las otras opciones que hay. Eso es una gran oportunidad, que dudo que sea oportunidad para los que no tienen oportunidades. No me digas que vos no te podés grabar ese disco y que necesitás un apoyo del Fonam... Gente grande, con carrera, que tiene instrumentos caros... Cuando el Estado da, recibe beneficios de formas sutiles. Eso va como respuesta a por qué algunas cosas que tienen que ver con decisiones del Poder Ejecutivo no tienen voces...

En 2017, cuando volvió La Trampa para tocar en el Teatro de Verano, dijiste que lo hacían porque había un hueco en la escena musical y no existía nada similar al discurso y la estética del grupo. Ahora que La Trampa no existe más, ¿ese hueco sigue estando?

Ahora el hueco es un agujero negro.

Entonces, ¿por qué no vuelve la banda?

Porque ya no tengo vínculo con mis ex compañeros y tampoco tengo necesidad de volver con La Trampa. No tengo nada para decir ahí. Ya lo dije todo, y gracias a Dios existe la reproducción mecánica.

A la luz de los acontecimientos, hubo personas, sobre todo seguidores del grupo, que sintieron que la vuelta tuvo algo de oportunidad, de hacer un revival y listo.

A esa gente le recomiendo que lea novelas y que mire cine. Por ejemplo, que imaginen una película de ciencia ficción en la que se elige una tripulación para ir a los confines de la galaxia a plantar una bandera. ¿Qué va suceder en la película? No te van a hablar en términos astronómicos sino del problema de los vínculos entre los humanos, por decisiones, egos, supremacía, humillación, y el momento en el que afloran, a millones de años luz de tu casa; problemas que no están resueltos. Bueno, que se lean una novela de esas y que piensen en mis compañeros.

¿Cómo analizás a la banda desde tu perspectiva actual? ¿O estás alejado?

No, para nada, eso forma parte de mí. Pero es como que hubiera tenido un hijo, me hubiera separado de la madre y ahora ella estuviera viviendo en Bangkok. Sigue siendo mi hijo, pero ya es mayor y no le tengo que pasar dinero a la madre. Si el niño necesita algo, me lo va a pedir. Mi presente deriva de eso. Las cosas que busco hoy son las que no encontré o no me había propuesto buscar en aquel lugar. Y las que ya no me interesan son las que encontré allá, que gracias a Dios son muchísimas, por eso me puedo centrar en algunas pocas. No tengo necesidad de cumplir con las formalidades curriculares y no tengo que caerle en gracia a nadie.