Nuestra selección ganó un partido lleno de emotividad. Era un debut mundialista, algo históricamente complicado, ante un rival que tenía sus saberes y porque, además, hubo sucesivas fallas o infortunios en las ocasiones claras de gol que sí se crearon, aunque no tan abundantemente como quiere el espectador, siempre impaciente.
El alto grado emotivo tuvo su punto culminante cuando todo el equipo fue al área adversaria en el minuto 89 –¿por qué te quedaste en el arco, Muslera?– a buscar “la última”. Cualquiera que haya seguido la actuación celeste en la etapa clasificatoria sabe bien que el Pato Carlos Sánchez es buen ejecutante de tiros libres al área rival. Eso estaba asegurado. Y ahí, sí, justamente ahí, arracimados en esa área de egipcios desesperados había cabeceadores de mucha capacidad. Y fue Josema Giménez el que llegó más arriba que quienes trataban de impedírselo e hizo el gesto técnico necesario y perfecto. Por esa vía maravillosa de quien aprovecha la última oportunidad, se desencadenaron los festejos allá y en todo un país. “Uruguay nomá” gritó el Maestro, pero centenares de miles se le habían anticipado o le hicieron coro.
Los ingredientes de la victoria
Antes de ese único y vital gol hubo acciones de tipo diverso. Nos extrañó que Luis Suárez estuviera tan cerca y tan lejos de hacer lo que mejor sabe: culminar las acciones de gol. Hasta nos dolió la imprecisión y el no encontrarse de Giorgian de Arrascaeta, en quien tanta confianza depositamos y seguramente lo seguiremos haciendo porque –arriesgamos– nunca repetirá una defección tan notoria. Nos volvía a la tranquilidad el hacer cuidadoso de Rodrigo Bentancur, el botija helvético de 20 años, y su acompañante Matías Vecino, y comprobábamos que Edi Cavani se metía cada vez más en la cuestión aunque estaba fulera la defensa rival, que amontonaba gente en la destrucción futbolera más aplicada. También veíamos la zona más floja del equipo, la de la franja derecha de nuestra cancha, allí donde desajustaban más de lo que acertaban Guillermo Varela y Nahitan Nández. Pero la acción de equipo estaba y de atrás apoyaba un triángulo final impecablemente guiado por el gran capitán rosarino, notable en todas sus intervenciones incluyendo, por supuesto, dos patriadas impresionantes hacia el ataque, registradas en distintos momentos del partido.
El astuto entrenador argentino Héctor Cúper planteó un partido de mucha marca, de mucho taponar en defensa extrema y con ciertos atrevimientos necesarios en contragolpes espaciados pero efectivos hasta llegar al muro celeste del fondo. Jugó más en bloque y dejó menos resquicios defensivos Egipto que Uruguay. Más aun, Egipto jugaba vestido de Uruguay, que tenía un planteo defensivo más abierto.
Como el segundo tiempo comenzó con mucha paridad en el estadio de la ciudad cercana a los Urales y se registraban buenos contragolpes de los africanos, Washington Tabárez procedió con la rapidez que en esos casos tantas veces se le ha recriminado no tener: dos cambios a los 57 minutos que dieron frutos, muy claros en el caso de Sánchez y muy cercanos a lo voluntarioso de parte del Cebolla Rodríguez.
El tiro del final
Los últimos minutos fueron a toda orquesta y quedó demostrado algo que se esbozaba: que Egipto tiene un gran golero que se llama Ahmed El-Shenawy. Tuvo la mejor acción entre varias a los 82, cuando Suárez asistió de cabeza a Cavani y este sacó un muy buen tiro de derecha. Gran chance, gran atajada. Poco después, iban 86, llegó el potente tiro libre del Edy que dio en el parante. Y tres minutos después el gol, el único y tan valioso gol de Josema, que precipitó el telón rápido del partido.
El triunfante debut en la Copa del Mundo rusa deja a Uruguay de cara a una clasificación a octavos de final que hasta podría ser lograda anticipadamente, lo que sucedería si se le gana a Arabia Saudita el próximo miércoles –algo muy alcanzable– y el día anterior Rusia le gana a Egipto o empatan entre sí.
Para cerrar esta crónica alcanza con dejar constancia de lo que hizo José María Giménez luego de convertir su gran gol: salió en carrera, esquivó al Cebolla y llegó justo para abrazar al Pato Sánchez. Debe seguir siendo un gesto generoso, justo y necesario el simple reconocimiento del autor de un gol hacia su asistente. Eso también es espíritu de equipo, de colectivo en acción.