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Juan Moreira, de Villa Española, y Santiago Vargas, de Tacuarembó, en el estadio Obdulio Varela.

Foto: Federico Gutiérrez

Gordo, sacame un chorizo

2 minutos de lectura
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Crónica de la tarde en el Obdulio Varela: Villa Española 0-1 Tacuarembó.

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Es un poco más que resultados. Del fútbol, hablo, pero lo que vos digas está bien. Ya en Veracierto huele a cooperativismo. Que crece, porque el obrero nunca se detiene. En el Obdulio Varela hay unos cartelitos que llaman al respeto, a la no discriminación, a alentar sin buscar enemigos. Allá en el arco del fondo hay una bandera que dice “Villa Española en obra”. Todo es rojo y amarillo. No sé si saben en España que acá los vivos son violetas y republicanos, joder. El canoso de al lado saca un pucho y lo prende con deseo, como para entibiar el otoño, unos segundos antes de que los micrófonos canten la Karibe es la Karibe. Una nena sopla la trompetita y el abuelo le dice “mi vida” con ojos de amor. Dos botijas aprovechan la previa para jugar a los penales. Los tres palos le quedan como el Arco del Triunfo. No les importa: hay sol, pasto, pelota. El sol cobija. La música muta de la cumbia a Los Redondos. No sé qué le pasa a los parlantes pero hacen como pororó. Un veterano que ronda los 70 pirulos camina contra el tejido y canta “a brillar mi amor”. Seguro. Para qué la pose si es mejor así, natural. Hay lugares genuinos en Montevideo. El fútbol de la B recorre todos los rincones de la vida.

Juega bien el 19, dice uno de los veinte escolares que están en la tribuna con la cara contenta y la túnica bien mugrienta. El 19 del Villa es Juan Moreira. Los gurises se la saben: Juan es la salida del equipo. Algunas imprecisiones tiene, esto es la vida, pero de a ratos hace todo bien por la derecha. Busca pases, engancha cuando lo aprietan, la pisa y la amasa en el uno contra uno, es el del primer centro para que Bigote Santiago López la diera contra el travesaño. Fue la más clara del primer tiempo, entre otras cosas porque la defensa de Tacuarembó, liderada por el capitán Deivis Barone, sacó todo.

En el entretiempo se sorteó una camiseta y una torta que hizo la madre del Bocha Santín, técnico de Villa Espoñola. Ganó el 82 pero lo resortearon.

Con el correr de los minutos el orden establecido ya no fue el mismo: el físico te acalambra en cuotas. De todas formas el planteamiento no cambió. Villa Española siguió siendo el dueño de la pelota y buscando desde ella, Tacuarembó defendía y contraatacaba.

No sé en cuántos cuadros del ascenso jugó Miguel Puglia, crack de los humildes. Entró en el segundo tiempo y a la primera que tuvo hizo besar pelota y palo. Fue el momento del partido en donde Villa Española creyó que sí y se paró casi 4-4-3 (por no decir 4-2-4).

La voz de los altoparlantes anunció que iban 32 de la segunda parte cuando lo bajaron a Bigote. Golpe seco, como de zapato contra el piso, y el capitán del Villa se fue lesionado. El del micrófono también informó para quién era la tarjeta amarilla. Auspició ese espacio uno que vende leña.

Cuando faltan diez se protesta todo. El corazón obliga y la mente junto al físico hacen lo que pueden. La pelota se vuelve incontrolable y no es porque pica mal. Nadie se regala: primero la bomba, después se ve sí pinta plena.

Está el tiempo cumplido y la tribuna se para. El tiro libre es ideal para Tacuarembó por dos cosas: es en la esquina del área y es la hora en que no hay más reenganches. Entró en el ángulo derecho entre el pasto y el palo. 1-0 de Leandro Elizeche y fin. Puntos para el Tacua, chau invicto para el Villa.

Baja el sol y ya no es el mismo otoño. Imperfecto, como en la vida, que es una sola y se juega en la cancha. Un poco así es la B.

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