Emilio Gallardo es actor. También es docente. Una referencia ineludible de la improvisación criolla. Juan Gallardo, su padre, fue uno de los comentaristas deportivos más importantes de los últimos tiempos. Alguien que cambió el rumbo del consumo deportivo por televisión cuando amplió el espectro hacia otras ramas de un deporte más integral: el Polideportivo fue quizás el punto de inflexión para que el deporte sea para toda la familia. Pero más allá de la relevancia de ambos en mundos que parecen dispares, existe un vínculo de amistad entre un padre y un hijo que abarca las cuestiones más amplias de la vida misma: el amor, la amistad, las dos juntas; el trabajo, las pasiones, la emoción.
De esas conversaciones, Emilio expone un vínculo aceitado y estrecho entre el fútbol, del mundo de las pasiones de su padre, y el teatro, del mundo de pulsiones que él mismo habita. Mientras conversa despliega un centenar de fotos con las que ilustra el relato: una del equipo de fútbol de Radio Oriental con su viejo, Jorge Crosa, Dumas y Víctor Hugo Morales posando como cracks; otra que es una postal de fin de año firmada por Julio Sánchez Padilla, donde agradece el trabajo en Estadio Uno e invita a seguir en la próxima temporada. Otra con el pelo más afro de cuando hacía el programa con Víctor Hugo y otra con Neber Araújo en el informativo.
Emilio habla de estar enamorado de la profesión, como su viejo, y cuenta que una vez Juan durmió en un auto porque el viático no le cubría el alojamiento en la Copa América. Hay otra foto con Alberto Kesman y Enrique Yanuzzi transmitiendo desde el living de la casa de Juan Gallardo en Solymar. Una con el equipo de Real Madrid en el Centenario y otra comiendo tallarines con el plato en la mano que a Emilio, o Coco, como le dicen las amistades, le empapa la mirada. Emilio Gallardo habló con Garra sobre su padre, Juan Gallardo, sobre teatro y sobre fútbol, claro.
¿Qué tienen que ver el mundo del fútbol de tu viejo con el mundo tuyo del teatro?
Hay un montón de cosas similares entre el mundo del fútbol y el del teatro, valores que tienen que ver con la persona, como la generosidad, el concepto de equipo, de comunión, una meta en común que si no es desde un lugar generoso, creativo y empático no se concreta. Y eso pasa en el fútbol y pasa en el teatro. Quizás esos puntos en común de chico no los veía tanto, pero conforme fui creciendo fui viéndolos empíricamente, sobre la práctica. Con mi viejo, con una cabeza totalmente metida en el deporte, en el periodismo deportivo puntualmente, aprendí un montón de cosas que me sirvieron para el teatro. Por ejemplo, los códigos que tienen que ver con la amistad, con el proceder, con la disciplina. Se nota cuando un jugador hizo un buen calentamiento antes de salir a la cancha. Y eso es lo mismo en el teatro, no es lo mismo venir caminando por 18 de Julio y meterte de una en la función que llegar con una concentración previa, con una comunicación con el resto de las compañeras y los compañeros. En esa conexión que yo sentía con mi viejo, que era de una amistad gigante como solíamos llamarle, él me regalaba un poco de experiencia en cada charla, en cada encuentro, y me hacía conocer mundos inimaginables, como estar en el estadio Centenario en un vestuario con Maradona. En ese vestuario entendí un montón de cosas, que es ver esa otra magia, lo que el público no ve en el teatro y lo que los espectadores no ven del fútbol, lo que pasa con una charla técnica, que es lo mismo que lo que le pasa al director previo a la obra. Si no fuera por él, jamás lo habría transitado. Me acuerdo de la emoción en sus ojos cuando yendo hacia el estadio me dijo: “Emilio, vas a conocer al mejor jugador de la historia”. Y le brillaban los ojos. A mí me pasa lo mismo cuando voy camino al Solís a una función. En la primera persona que reconocí esa emoción por lo que uno ama fue en mi viejo.
¿Cómo era el ambiente de esos “mundos inimaginables” del fútbol?
Yo tenía un preconcepto de que el ambiente de mi viejo era sumamente machista, el mundo del periodismo deportivo, del fútbol; estamos hablando de hace 20 años, además. Es un entorno complejo. Maquillarse antes de salir al aire no era de hombre, entonces lo canalizaban con un humor bizarro a propósito, pero sin embargo los dejaba más bonitos para salir al aire y eso les gustaba. Mi viejo nunca tuvo ese mambo. En ese sentido era distinto y por eso lo admiraba. Así surge el Polideportivo, porque él tenía la intención de hacer un programa de deportes para toda la familia, un programa integrador. Mostraba partidos de fútbol femenino, de jockey, mi viejo conocía los jugadores de golf, era un apasionado con la intención de hacer una diferencia en la inclusión, en los derechos, y el objetivo del Polideportivo era ese, llegar a toda la gente. Fue el programa más visto de la televisión uruguaya en su momento, y la gente en la calle lo paraba para agradecerle poder ver un programa deportivo en familia.
¿Cómo te llevaste propiamente con el juego?
Me encantaba. Jugué en la escuela y en el liceo. Me empecé a alejar porque me di cuenta de que aquellos compañeros que tenían una opción sexual diferente eran apartados del equipo, discriminados, o cosas así, cosas que me hacían demasiado ruido. ¿Qué tiene que ver eso con generar un equipo, una unión, con tirar todos para el mismo lado? Empecé a ver en el fútbol un ambiente muy cerrado. Mi viejo tenía millones de amigos, era un gran anfitrión. Yo escuchaba en las conversaciones ese viaje de “que les salga el hijo puto”, cosas de esa índole. Por suerte tuvimos con mi viejo la chance de hablar en muchas oportunidades sobre eso, y él me decía: “Lo que a vos te haga feliz a mí me va a hacer feliz”. Perteneciendo al ambiente que pertenecía, tenía esa sensibilidad de plantearme eso sin que siquiera yo supiera cuál iba a ser mi orientación sexual o mi decisión, aunque eso es algo que fluye todo el tiempo. Mi viejo me enseñó del juego, y el teatro es un juego, e improvisar es jugar.
¿En qué se visualizaba la pasión del fútbol en Juan Gallardo?
De mi viejo aprendí sobre el ritual. Cuando llegué a la Escuela de Actuación, Marisa Bentancur hablaba sobre el teatro como ritual sagrado, como el espacio del escenario al que uno se sube para algo importante. Y ni que hablar que mi viejo veía así la cancha. Él podía postergar absolutamente todo, cosas que para él también eran rutina, rompía su rutina sólo para eso que para él era sagrado. Hablaba de que el fútbol lo había hecho una mejor persona, por comprender cómo la unión de esas 11 personas podía lograr algo tan glorioso, y también aprender de las frustraciones, de las derrotas. Respiraba deporte ese hombre. Me llamaba la atención, cuando hablábamos de teatro, cómo él tenía un concepto tan claro de la espectacularidad, en tanto el fútbol es un espectáculo, el teatro, el arte en sí. Me pasaba de ver sus copetes, o verlos hasta hoy, y siempre tenía cierta irreverencia que le aportaba al espectáculo. Como eso de “¿o miento, yo?”, eso es una irreverencia que se convirtió en una muletilla que lo caracterizaba y que lo popularizó. Él improvisaba y lo disfrutaba. Le encantaba improvisar cuando llegaba sobre la hora a un programa porque venía corriendo de otro. Yo después termino haciendo teatro de improvisación, y no es ninguna casualidad. Lo mamé de mi viejo y de mi madre, una profesora de ballet apasionada al deporte que jugaba fútbol femenino.
No es casualidad tampoco que hayas dirigido una obra de teatro con jugadores de fútbol.
Los hijos de Dios fue una obra de teatro donde dos ex jugadores de fútbol, Enrique Peña y Obdulio Trasante, terminan haciendo una obra con un profesionalismo que sinceramente me llamaba la atención. Pero claro, es la misma disciplina la de los actores que las de los futbolistas antes de jugar un partido. Siempre sentí que estuvieron en comunión en mi vida el fútbol y el teatro, pero nunca pensé que iba a venir el Pelado Peña a decirme que quería hacer una obra de teatro sobre una rivalidad que se convirtió en una amistad. Yo le vi un brillo en los ojos. Él quería que yo la escribiera, yo pensé en Agustín Urrutia, y empezamos así un proceso de creación. Calentaban, se tiraban al piso, corrían, contaban anécdotas, y sobre todo, lo que más me conmovía era la humildad con la que ellos laburaban con nosotros. Un respeto por el teatro que yo no podía creer, de llegar antes, ponerse ropa cómoda, que les tomara letra la familia, los amigos, en el laburo, y que llegaran con la letra aprendida; un respeto férreo. Una experiencia alucinante.
¿Qué vínculo tenían o tienen ellos con el mundo del periodismo deportivo que habitaba tu viejo?
Ellos tenían como un cierto tema con el periodismo. Sobre todo el Pelado, que está en el viaje de opinar, de comentar, de incursionar en el periodismo, hablaba de que en el momento en que ellos jugaron el periodismo los ponía allá arriba o los hundía. Los mismos que en un momento los ponían en la cima después se olvidaron de ellos. Es lo hostil que tienen estas profesiones, en las que de alguna manera depende de la edad, aunque sé de montones de jugadoras y jugadores de fútbol cuya relevancia no está sólo adentro de la cancha, sino en lo que son como personas y como profesionales. Entonces es un concepto que hoy en día parece obsoleto, es uno el que se pone allá arriba o se baja de allá arriba, y qué es allá arriba también es muy relativo. Ahora, cuando veo programas deportivos veo cada vez más algo de lo que hablaba mi viejo: “Pongámosle más teatro al fútbol”, en términos de agregarle al espectáculo, que no sean sólo los 90 minutos, que se abriera a las interpretaciones; le encantaba discutir si un gol anulado había sido bien anulado o no, si había sido mano o no. Porque en esas discusiones él se metía en los viajes de generar un léxico particular. Mirá los periodistas deportivos argentinos: son actores, lloran, gritan, escupen, se paran, son tremendos actores. Y tiene que ver con eso, con agregarle espectacularidad al fútbol, de la misma forma que al teatro le hacen muy bien muchas cosas del deporte.