Volver en el tiempo a revisar una serie de hechos en los que estamos involucrados como individuos, como técnicos en lo que se está revisando, como parte del entramado popular, ya de por sí implica una visión mínimamente crítica que hace equilibrio entre lo que pretendidamente sucedió, y lo que queremos recordar.
Revisitar un acontecimiento en el que los uruguayo –más allá de valoraciones técnicas o emocionales- creemos que fue punto de partida de una reconstrucción o una reformulación del relacionamiento de la sociedad con el fútbol, y sobre los valores y desarrollos sistémicos que este se puede sostener y evolucionar en el tiempo, implica una labor de largo aliento donde se funden hechos, testimonios, razones y acontecimientos puntuales que construyen la lectura global.
Es ver desde hoy lo que vivimos en otro tiempo. La mirada crítica que necesariamente aparece en estas visiones de Garra, la diaria, al repasar de manera sistemática y puntual los hechos del Mundial de Sudáfrica 2010, nos involucra directamente en el proceso y en los hechos: no fuimos a Kimberley porque había que ir para vender a través de nuestras pautas comerciales heladeras, televisores o tiempos compartidos, sino por la convicción periodística de que en la balanza de la vida de cualquier acto de comunicación informativa debe pesar mucho más el cuerpo de los protocolos primarios del periodismo que la acción comercial con el que se sostiene.
Debíamos y queríamos estar allí. Y nos costó mucho, muchísimo desde todo punto de vista (comercial, económico, logístico) pero fundamentalmente en lo que la tecnocracia insiste en definir desafectivamente como recursos humanos. Fue el espíritu y el esfuerzo, fue el entusiasmo de los compañeros de la diaria el que nos permitió ser parte de aquella historia que hoy revisamos.
Hoy como ayer
De la misma forma, no nos motivaron razones de oportunidad en las que la inactividad por la cuarentena dispararon, coincidentemente con la fecha redonda de los diez años, un revival de recuerdos, apenas sacando del freezer o del depósito lo que ya estaba pronto para poner en vidriera, para vender. Hemos vuelto diez años atrás convencidos de que aquel momento fue determinante para la construcción o afianzamiento de un nuevo modelo colectivo de trabajo, el de las selecciones nacionales, y también lo fue para nuestra sociedad como dinamizador o referencia de elementos a tener en cuenta en el momento de proponerse desarrollos.
Revisar una serie de textos urgentes con la premura de atar el cierre de redacción con lo acontecido en esas horas implica una acción autocrítica condicionada por aquellas urgencias. Los errores y falencias esperables quedan mínimamente excusados y mitigados por ese tipo de condiciones de trabajo que a veces implica dictar sentencias sumarísimas, cuando aún estamos en medio del proceso. También genera puntos de encuentro con proyecciones y pensamientos a futuro inmediato o mediato que aquellas presentaciones generaban en nosotros.
Un poco era amortiguar la negatividad y lo pernicioso de otras visiones interesadas, o frágiles desde el punto de vista de una concepción técnica, y otro mucho era procurar aportar insumos para fortalecer un proyecto y un proceso de trabajo que evolucionaba más allá de las competencias puntuales con otros colectivos, hijos o no de proyectos o procesos. Todo con esa complejidad de que termine el partido o el campeonato y a escribir, contar, razonar y proyectar.
Desde el primero al último partido fuimos forjando la idea de que aquel colectivo, en aquella competencia, iba solidificando una forma, que hacía no solo a la competición inmediata y reglada, sino a cómo se debían y se podían hacer las cosas para seguras proyecciones y evoluciones a futuro.
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Recuerdos del futuro
La celeste, aquella y también la de hoy, ha sido un triunfo y una expresión netamente joven y de empuje. El mundo adulto uruguayo fue arrastrado a sumarse a la fiesta, a participar, a aceptar la euforia, la esperanza, incluso a colgarse una bandera y pintarse la cara. Tuvo que guardarse sus pronósticos, sus análisis, sus comparaciones extemporáneas, su rictus de superioridad por glorias pasadas, sus sesudas opiniones, para rendirse a contemplar simplemente la celebración del deporte, la sorpresa de cada partido y soltar su garganta para gritar cada gol, irracionalmente, libremente, sin represiones.
El torrente juvenil invadió las calles donde había más de un uruguayo, los boliches, las casas, las escuelas, los liceos, los lugares de trabajo, alentando con pasión a sus pares o sus héroes, arrastrando a padres, madres y abuelos a una celebración emocional. Algo que la sociedad uruguaya seguramente no había vivido casi nunca con esas dimensiones, ni siquiera en los grandes acontecimientos políticos en sus gestas más gloriosas.
Por esos días nos preguntábamos: ¿La memoria de esta experiencia colectiva tendrá alguna importancia, alguna influencia en la postura de las nuevas generaciones hacia su presente y su futuro? ¿Será importante para ellas, en algún momento, para vencer adversidades y seguir avanzando? ¿O solamente fue un acontecimiento deportivo, un flash que debemos dimensionar como tal?
La respuesta se sigue escribiendo. Perdimos con Alemania, terminamos cuartos, igual que en México 70. No hay de aquella llegada a Uruguay ni el más mínimo vestigio ni recuerdo. Perdimos con Alemania, terminamos cuartos en Sudáfrica 2010, y Uruguay, su sociedad contemporánea, pero también los hijos del futuro, nunca olvidarán aquella participación, el retorno y cada una de las recompensas que quedan a la vera del camino.