En un partido vital por puntos para mantener la categoría, Boston River le ganó 2-0 a Cerro en el estadio Centenario. Ruben Bentancourt y Matías Rigoleto convirtieron los goles en un partido que no estuvo falto de polémicas.
Todo es como apretado cuando los puntos son para el descenso. No es que sean distintas las unidades en juego, sino que esa sensación de mantenerse, de seguir ocupando un lugar de privilegio, suele ser una mochila que pesa y juega. Así, con ambos sabiendo eso pero también proponiendo mucho más que renunciar, fue el primer tiempo.
Entonces, claro: parejo, trancado, de hacha y tiza, con algunos lujos producto de acciones individuales, con más bombazos al área que fútbol atildado y esos sinónimos lujosos. En el estadio, por muy grande que sea, retumbaban las jetas desconformes. Era un partido para nada pero el juez pitó penal en una mano de esas cualquiera, contra el cuerpo, ni fu ni fa, siga, siga. Pero el árbitro dijo penal y Ruben Bentancourt metió el 1-0 para el Boston.
Penal inexistente fue el que el juez también marcó como si fuera cierto en el segundo tiempo. Maicol Cabrera vio el pie y se tiró a la piscina. A la carrera pareció falta, pero en cámara lenta el pie del defensor pasó a varios centímetros de la pierda del atacante. Pateó Franco López y atajó el bueno de Gonzalo Falcón.
Con más nervios que fútbol se desarrolló el segundo tiempo. Como si fuera poco, cuando el sol empezó a caer nadie prendió las luces del estadio. Pareció la canción de Jaime Roos pero de verdad. Hay cosas que exceden el folclore. Ni Boston ni Cerro se merecían ese trato. Matías Rigoleto, como jugando con la luz de la calle, así como en la vereda del barrio, puso el 2-0 que lo mantiene con vida al sastre y enterró a los villeros.