En las décadas de los 80 y 90, varias de las muñecas fabricadas con la intención de ser el juguete de las niñas de la época cambiaron su destino cuando las propietarias les arrancaron la cabeza para utilizarla como pelota. Esta anécdota se repite una y otra vez entre las primeras jugadoras del fútbol uruguayo.
Pasión sin géneros ni época
Ruth Gasdia fue una de esas niñas: soñaba con tener una pelota y ni siquiera lo sabía hasta que llegó esa muñeca que la inspiró a hacerse de un objeto para patear.
Pronto pudo hacerlo con una pelota de verdad porque, a diferencia de la mayoría de sus compañeras, su familia tomó de forma natural que una niña quisiera jugar al fútbol y cuando tenía cinco años su padre ya la llevaba a una canchita a pelotear con la redonda.
“‘Si a vos te gusta el fútbol, dale con fe’, me decía mi viejo. Siempre me apoyó”, cuenta 40 años después, sentada en el sillón de su domicilio en el barrio Aires Puros junto a su hija de nueve años de edad, que viste de pies a cabeza la pilcha del cuadro.
Volviendo 40 años atrás, la niña Ruth jugaba a la pelota con sus dos hermanos. “Los primeros championes de fútbol que me puse eran unos de goma de mi padre”, recuerda.
Podés jugar
En su preadolescencia llegó la grata posibilidad de practicar este deporte. A los 13 años, una vecina que había empezado a jugar al fútbol le comentó sobre la existencia de equipos de mujeres, porque antes no existían ni siquiera en su imaginación. No sólo nunca los había visto, sino que le habían confirmado que las niñas no jugaban al fútbol.
“Yo jugaba en la calle, nunca me había proyectado en un equipo, porque directamente no pensaba que podía llegar a existir un fútbol femenino. Incluso iba al baby fútbol con mi hermano y yo le decía a su técnico ‘poneme’ y él me contestaba: ‘Ruth, no te puedo poner porque no juegan las mujeres’”.
Esa vecina, que se metió en la vida de Ruth sin imaginarse que estaba incentivando la formación de una pionera del fútbol femenino uruguayo, le contó a la gurisa de 13 años que había un equipo de mujeres que jugaban al fútbol. Habló con sus padres para llevarla a jugar a Las Pumas, la inferior de Huracán Buceo que ahora recuerda con mucha nostalgia, sobre todo al director técnico, del que no conoce el nombre porque todas lo llamaban “Viejo Coscolo”.
Tras sus primeras prácticas, llegó el momento de jugar el primer partido y, con él, la pregunta que todo futbolista principiante recibe: “¿Dónde te gusta jugar?”. “A mí me gusta jugar arriba”, dijo por decir, porque en realidad, admite, “no tenía ni idea; yo jugaba en la calle, no sabía de posiciones”. Entonces le indicaron: “¿Ves el círculo? Vos manejate en ese lugar”. Eso escuchó la adolescente que comenzaba a vivir un sueño. “En cinco minutos de juego no salí del círculo, me lo tomé en serio. Entonces pararon el partido y me explicaron que podía salir de ahí”, cuenta entre risas.
Rememora cuando de fútbol sólo sabía pegarle a la pelota. “En ese momento empezó todo. Tengo una foto en la cancha de Huracán”, cuenta al tiempo que muestra una imagen en la que se ve el fútbol de los 90: camisetas holgadas de tela satinada y shorts largos. Esa fotografía es el registro de una jornada en la que jugó cuatro partidos: dos con Las Pumas en juveniles y dos con Huracán en la primera. Ruth confirma que era una puntera muy rápida.
Luego pasó al Sampdoria, el primer equipo de Danubio femenino. “No era Danubio como tal, era una señora que manejaba el cuadro, y luego Danubio absorbió a ese grupo”, explica.
Con la blanca y negra llegó el momento en el que se registraron las primeras jugadoras de fútbol uruguayo en la Asociación Uruguaya de Fútbol. Ruth Gasdia fue la número 50.
Comenzaron los campeonatos formales. “Nos iba muy bien. Siempre teníamos pica con Rampla porque éramos los dos mejores equipos. Nacional recién se estaba formando y todavía no era competitivo, también estaban Bella Vista, River...”, recuerda.
Emoción que perdura
Los primeros campeonatos uruguayos de fútbol femenino se disputaron en la época en que había un teléfono por cuadra. “Era diciembre. Llamaron a mi vecina, atendió mi vieja y habló de algo importante. De noche, por sorpresa, me dice: ‘Ruth, te tengo que decir algo: estás en la preselección del fútbol femenino’”, cuenta, todavía entre lágrimas de emoción, aunque hayan pasado más de 20 años desde ese día.
De su experiencia como jugadora de la selección uruguaya tiene muchos recuerdos, sobre todo de su personalidad como futbolista. Afirma que nunca fue competitiva con los demás, pero sí con ella misma. “Yo no tenía techo, jugaba a ser mejor siempre, y nunca me sacaron la titularidad de la selección; eso fue un orgullo para mí”.
El primer entrenamiento, en diciembre de 1996, fue con el ayudante técnico, Jorge Burgell, en Los Céspedes, porque el entrenador estaba dirigiendo a la selección de Young. Fueron 28 las jugadoras convocadas.
Antes, los equipos de mujeres no existían ni siquiera en su imaginación. No sólo nunca los había visto, sino que le habían confirmado que las niñas no jugaban al fútbol.
Con mucha picardía en su mirada, de ese momento la jugadora recuerda que tuvieron entredichos con las tricolores. “Yo tengo un carácter muy fuerte y acumulo muchas rojas en mi haber. Soy muy temperamental, no te voy a mentir”, aduce, con una mirada pilla, y las carcajadas se sientan a la mesa.
Nos detenemos en este punto. La rivalidad entre Rampla y Nacional era fuerte, a la vieja escuela. “Antes se arreglaban los problemas de otra manera”, agrega Ruth como si hiciera falta comentar algo más picante.
Continúa evocando esos primeros entrenamientos. El segundo fue en la cancha de Bella Vista un domingo: “A las nueve de la mañana teníamos que estar ahí. A las ocho me levanté, preparé el mate dulce y me tomé un 306. Iba sentadita con mucha vergüenza, porque estaban las de Rampla y ellas siempre eran mis rivales. Yo tenía 19, 20, y ellas 25, pero las veía muy grandes”.
Para el tercero se incorporó el entrenador Gutiérrez Ponce, quien se encargó de toda la preparación en lo que restaba del año, 1997 y 1998, hasta un mes antes del primer Sudamericano en Mar del Plata, disputado entre el 2 y el 15 de marzo. En esa competencia Brasil batió el récord de anotar 60 goles en seis partidos. Uruguay terminó cuarto en el grupo B, arriba de Bolivia y abajo de Paraguay, Ecuador y el líder, Argentina.
La cima de todo
El primer partido fue en el estadio Centenario contra Boca, en la previa de un clásico del fútbol masculino, Peñarol y Nacional. “Creo que perdimos pero yo hice dos chilenas igual, no me importó”, cuenta.
No hace falta aclarar la emoción que sintió al pasar de jugar a la pelota con la cabeza de una muñeca a disputar un partido en el Centenario. “Para mí era irreal. Pensaba ¿yo estoy jugando acá? Imaginate lo que era el estadio, te gritaban ‘andá a lavar los platos’, de todo, cualquier cosa que una no escuchaba, no les dábamos corte porque estábamos viviendo un sueño”, aclara.
Además, en la tribuna tenía hinchada propia. “Uno de ellos era el Bola Líber Arispe, que era el padrino de mi tía y me relajó porque hice dos chilenas en vez de intentar los goles de cabeza. “Quería lucirme; eran chilenas, no es cualquier cosa”, se convence de su buena actuación hasta el día de hoy.
Luego, las celestes jugaron contra Canadá en Young y llegó un mal momento en la carrera deportiva de Ruth: en ese partido se quebró y estuvo un tiempo sin poder jugar. Entre otras instancias importantes, se quedó afuera de la primera ida a Mar del Plata.
“Después fuimos al premundial, pasamos precioso, aunque nos encontramos con una figura pública que se rio de nosotras”, y recuerda que los prejuicios y la violencia por jugar al fútbol siendo mujer estaban muy latentes en esa época. Para colmo de males, luego de haberse recuperado de la fractura, en la previa de un partido contra Bolivia se esguinzó en el calentamiento.
Ruth era una de las mejores jugadores del momento, entonces el médico la infiltró para que pudiera disputar el encuentro, pero sucedió lo que supone un revés en la vida de un futbolista: “Me pinchó el nervio ciático y ahí no fue igual, jugué poco”.
Luego de un mes de reposo, continuó su carrera en Rampla, pero no pudo viajar a Perú con las rojiverdes. Al tiempo, en 2001, le puso pausa porque nació su primera hija. Un año después, retomó el fútbol en Racing, donde finalizó su carrera.
El legado
Ruth tiene tres hijos: un varón al que no le gusta el fútbol y dos mujeres a las que sí. Aun sin jugar, asegura que este deporte significa todo en su vida. “Por ejemplo, mi hija menor me pidió para ir a jugar y en la primera práctica yo le gritaba como desesperada. Me di cuenta de que estaba actuando mal. Yo no puedo ver fútbol porque no puedo ver cómo juega la gente, me dan ganas de ir a dar indicaciones o de ponerme en el lugar de ellos”, cuenta. Enseguida su hija la delata: “A veces Nacional hace un gol y ella lo grita por la ventana”.
Su próximo objetivo es hacer el curso de directora técnica tras haber incursionado en el mundo del arbitraje. “Soy árbitra, pero no puedo ejercer por mi temperamento”, agrega. Sobre el fútbol femenino actual, puede ver los avances si hace un contraste con su propia experiencia. “Nosotras fuimos pioneras, nos comimos todo, que nos sacaran plata y que hicieran lo que quisieran con nosotras por estar representando a Uruguay. Quizás las chiquilinas ahora lo pasen, pero ya el hecho de que tengan indumentaria da cuenta de que mejoró. A nosotras nos daban ropa prestada y parecíamos promotoras de Coca-Cola, con riñoneras rotas, no teníamos el arma de trabajo que son los championes. Hoy en día algunas jugadoras han firmado contratos, eso está muy bueno; yo iba a jugar luego de cuidar tres chiquilines durante diez horas. Comía un martín fierro y me iba a jugar”, sostiene la futbolista, que considera que “había mucha falta de apoyo”, porque “la gente que estaba no estaba por nosotras sino para llenarse los bolsillos; ahí tenés un problema enorme”.
A pesar de las dificultades, los mejores momentos de su vida fueron con una pelota a los pies. Entre sus mejores partidos está el disputado contra Argentina en el Sudamericano, porque hizo el gol uruguayo, que pasó por los caños de la golera. El encuentro finalizó 2-1 a favor de las argentinas.
“Marcaron un córner, levantan, yo salto y cabeceo. También me acuerdo de una jugada que se me escapó. Era muy rápida, me gritaban ‘no llegás’ pero llegué. Tengo recuerdos puntuales”. Ese torneo fue dirigido por Julio Penino.
Otro fue una disputa en el Parque Hugo Forno, en el que metió cuatro goles. Había ido el entrenador de la selección a verla. Pero lo que prioriza de las experiencias vividas es la amistad: “Eso es lo mejor que me dejó el fútbol, la gente que te queda no se compara con nada”, finaliza.