Mientras me ubico virtualmente en ese magnífico estadio del barrio obrero en la Nueva Olla, no puedo dejar de mirar en otra pantalla la épica actuación de River Plate en Cuiabá. Estoy imantado, pegado, tirando mis gambas, metiendo algún cocazo, aguantando esa maravillosa victoria de River Plate en Brasil por la Sudamericana.
Va empezar el partido en la Nueva Olla, que será un trascendental encuentro para Peñarol en Asunción del Paraguay, pero no puedo dejar de mirar la pantalla donde, con mucho calor y humedad, acalambrados hasta el dedo meñique, los futbolistas de River Plate van defendiendo su impensada, justa y épica victoria en Brasil frente al Cuiabá.
¿Ustedes conocen a los Bondad? Tal vez sí, tal vez no. Si en las últimas décadas, ustedes son de los que se han embarrado los championes o las botitas de gamuza, o son de los que han osado llegar de ojotas a las canchas y piringundines del fútbol uruguayo, tal vez los conozcan.
Los Bondad son una familia extremadamente querible, justa, solidaria, que se ha raspado el culo en la búsqueda de una mejor sociedad. He conocido y disfrutado de la generosidad y lucha de tres generaciones de los Bondad. El Ángel, el primero en parar la olla y pelear desde su sindicato en medio del oprobio de la dictadura, sus hijos Alvarito y Mauricio, puntales de la formación, el laburo y la justicia, y la tercera línea, ya sangre de mi sangre, mi sobrino, el Rorro, puro esfuerzo, pura ilusión, sin cejar nunca en la lucha ni en la preparación.
Esas tres generaciones están soldadas, casadas, nacidas con el Club Atlético River Plate, con el heroico River Plate FC, con el viejo London de los estibadores del puerto, en la Aduana. Tal vez no conozcan a los Bondad, y sí a los Almada, a los Mateo, o al Jorge Nasser.
A cualquiera de ellos y de los miles de cuna riverplatense les explotó el corazón pa' buenas, tipo el Viejo Casale, cuando fueron testigos de una de las más grandes victorias de la dársena en el fútbol internacional.
No, claro que no fue la más importante, si aquella vez que se le ganó a San Lorenzo en Buenos Aires dio un enorme paso a las semifinales de la Sudamericana, que terminó perdiendo por diferencia de goles, cuantiosa diferencia, cierto, ante Liga de Quito.
¿Pero el miércoles? ¿Quién esperaba que fuera de los riverplatenses de pura cepa esa estupenda y ultrasufrida victoria en Cuiabá a unos miles de kilómetros de la casona del Saroldi, en pleno húmedo y caluroso Mato Grosso?
El que conozca a los Bondad, o a los Almada, o a Jorge Nasser, cuando se los crucen por la calle verán cómo caminan, como si vinieran desde Cuiabá, con sus músculos todos agarrotados de tanto cierre virtual y de fantasía en sus casas frente a los televisores, o en un viejo bolichón de la Aduana donde suene “de querusa la merluza”.
Acalambrados hasta las orejas
¿Vos sabés lo que es aguantar media hora un 1-0 milagroso, mientras los brasileños, aunque se llamen distinto, son todos Cafú, Sócrates y Ronaldinho? Van y van como aviones, y vos aguantando, y ellos, los futbolistas, sacando una y otra vez después de aquel golazo a los 15 de juego de Horacio Salaberry.
¿Ustedes saben lo que fue entrar al vestuario con un 2-0 con el gol en la hora del primer tiempo del isabelino Pablo López? ¿Ustedes saben lo que fue esperar esos 15 minutos con ese sueño de cristal avanzando en progresión?
River Plate tenía que ganar para cerrar la primera rueda del grupo B de la Sudamericana, con posibilidades de dar pelea por el único puesto que da la clasificación. El Chavo Díaz sorprendió con un cuadro nuevo, pero el que sorprendió fue el viejo River, que se fue a vestuarios ganando 2-0.
Después, ¿qué importa ya el después?, fue un martirio el segundo tiempo, con los Cafú y los Ronaldinhos de camiseta verde yendo y yendo por todos lados, sobre todo después del gol de Marcos Vinicius Souza Natividade, cuando recién empezó el segundo tiempo y los verdes eran un vendaval que ni Metsul lo hubiera podido narrar.
Pero ahí estaban los orientales, parados a pie firme, trancando con la cabeza, sacando una y otra pelota. ¿Vos sabés lo que es aguantar 50 minutos así, con chichones en la cabeza, con raspones en las piernas, con el calor y el cansancio que te van rodeando y te quieren obligar a rendirte?
¿Ustedes se imaginan esos cientos de hogares riverplatenses, como el de los Bondad, de los Almada, de los Nasser? No, seguramente no se lo imaginan.
Lo que sí pueden imaginar es el día de gloria que vivieron este jueves y que se estirará en el recuerdo de las próximas generaciones riverplatenses, a las que además de recordarles lo que fue el London, el Cagancha, y el mítico River Plate FC, el de la mítica celeste, les contarán el día que ganaron en Brasil, cuando nadie daba nada por ellos.
Salute.