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Ilustración: Ramiro Alonso

Fiesta en el cielo de las madres del baby fútbol

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Este texto es una semblanza de un tiempo atrás, cuando Damián Frascarelli todavía no sabía que el fútbol le iba a dar tantas alegrías.

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Damián se acomoda la campera verde de gabardina, que ya tiene varios inviernos. A lo lejos, el 329 se asoma. Pasa horas en ese bondi, atraviesa los barrios la nave. A veces agarra el que sale del Saint Bois, a veces el que recién sale de Melilla; en Lezica y en Colón se puebla de gente conocida. Hay quienes saben que Damián se va a la práctica. La botinera lo confirma. Damián se ajusta el abrigo porque es invierno, la única campera que tiene, el crudo invierno de la crisis del nuevo milenio.

El bondi se mete por Peñarol, pasa por Pueblo Ferrocarril, Barrio Lavalleja, Joanicó y Cerrito de la Victoria. En el pequeño barrio de Simón Bolívar me subo y seguimos. Jacinto Vera, La Figurita, La Blanqueada y Parque Batlle, donde nos bajamos para hacer trasbordo. El 370 completa el viaje hasta la cancha, del otro lado de la ciudad, atraviesa La Blanqueada y Buceo, hasta desembocar en Malvín Norte, precisamente en la Facultad de Ciencias. Nos daba vergüenza entrar por la Facultad, entonces nos íbamos encontrando con el resto de los gurises en la bajada de la calle Mataojo, y saltábamos el muro entre las chircas crecidas, atravesábamos la cancha pelada que habitaríamos en breve y nos dirigíamos a los vestuarios. En el camino nos cruzábamos con Juan, el técnico más jóven del mundo.

Los vestuarios eran una ruina oscura, con charcos de ayer, corridas de roedores y canillas que daban patadas. El técnico más joven del mundo se las ingeniaba: había armado un gimnasio con bidones rellenos de arena y levantábamos piedras si era necesario; alguna vez nos quedamos sin llave y mandamos al más chiquito a meterse por un agujero a sacar la pelota y los chalecos. Con eso estaba asegurada la tarde. En invierno nos agarraba la noche en la cancha. Una vez, el Cabeza Requelme cumplía años y el Negro, su padre, trajo todo lo necesario para hacer hamburguesas, en el mismo camión con la comparsa Yambo Kenya que entró al lugar haciendo madera. Esas alegrías son para siempre.

Damián debutó en Primera División con Beethoven Javier como entrenador y yo de zaguero como toda la vida. Rompió los ojos y llegó el otro sueño del pibe, la camiseta de Peñarol. Una lesión que te margina y otra que te enseña. Otra que te vuelve terco con los sueños. El mundo se abrió como una herida. Y la sutura fueron los vuelos punteados de un mapa para volver. De oficio futbolista Damián, oriundo del barrio Colón, hijo de la Nelly, de hermanos grandes. El viejo se fue temprano. Damián se ajusta la campera verde, la única que tiene. A veces el invierno parece que no termina nunca. Damián fue atravesando las tormentas. Supo volar con el viento.

La Nelly, su madre, una vez llamó a un programa de radio para protestar porque su hijo no jugaba en Peñarol. Aquello fue un desmadre. Pero es una fortuna reírse de uno mismo. Damián terminó haciendo una propaganda para el día de la madre, donde a partir de acciones las personas reconocían a sus progenitoras y decían: “Esa es mi mamá”. Cuando aparecía el ejemplo de la madre del arquero de Peñarol que llama a la radio para ver por qué su hijo no juega, Damián decía: “Esa es mi mamá”.

Qué dicha conocer a esa veterana. En el Méndez Piana les decía a los jueces que tenían lindas piernas, que estaban bien peinados, pero que por favor cobraran una. A Damián en algún momento le dio vergüenza, pero ese motor de la vieja fue fundamental. La va a extrañar siempre.

Damián gritó campeón de nuevo con Plaza Colonia y estuvo de fiesta el cielo de las madres del baby fútbol. Damián volvió a reír. Se rio de él mismo cuando vio el reflejo de su cara en la copa. Se rio y lloró también, porque algunos lo tenían olvidado, pero los que salieron del barrio no conocen el olvido.

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