El Chino Pablo Pírez habita esa zona donde confluyen los barrios La Comercial, Jacinto Vera y –él me dirá– Goes, por la simpatía con los colores del misionero. El Chino portó la cinta de capitán de Juventud de Las Piedras después de que se retiró Carlos Santucho. Tomó el legado y, al mismo tiempo, Valentín Gauthier asoma como el nuevo referente, porque la estirpe pedrense se siembra con los pibes del club, la pertenencia y la idiosincrasia, y se cosecha cuando esos círculos energéticos se cierran en el nacimiento de un nuevo crack. Porque al final los crack son eso: los que llevan la estirpe.
Dice el Chino: “Aprendí a ser el capitán de Juventud con Carlos Santucho, el mejor compañero que tuve en toda mi carrera. Se retiró a principio de año, cuando perdimos las finales con Rampla y después de todos los líos. A mí me dolió mucho porque manejaba todo, era todo. Muchos gurises hoy en día lo nombran como un referente porque él ha dejado un legado como compañero. Aprendí mucho con él; quedé como capitán y siempre trato de transmitirles a los gurises para que no pasen las mismas cosas que pasé. El fútbol me enseñó así, y así fue como llegamos a lograr el ascenso”.
El capitán del ascenso de 2024 llegó al equipo dos años atrás, con una prolífica carrera. En el barrio donde se crio y donde vive jugó en el Urreta, y después en el Rocha, un par de barrios más arriba. Llegó a la escuelita de Liverpool, pasó por Bella Vista y recaló en la IASA, donde jugó sus primeros partidos en el supuesto sueño del pibe. “En la IASA debuté en primera, y tengo muchos amigos, como Fede Gallego, y también conozco dirigentes, como Gustavo Rojo, a quien también veo en Goes”. Después jugó en Cerrito, en Colón y en el Torque que ganó el Apertura, el Clausura y el Uruguayo con Hugo Pilo de director técnico. Cuando Pilo se fue a Rampla, el Chino se fue con él. “El mínimo de la B en ese entonces eran 12.000 pesos, te quedaban en la mano 9.000, y el primer contrato que firmé en Rampla era de 40.000 pesos. No lo podía creer, era como tocar el cielo con las manos. Salimos a comer pizza con toda mi familia. A los diez días tuvimos que firmar de vuelta y nos subieron 10.000 pesos más, increíble”, recuerda.
“Cuando faltaba una semana para el campeonato, los de la SAD se fueron y Rampla no se presentaba. Los hinchas empezaron a hacer colectas, a buscar gente. Jugábamos el sábado, de local para la tele, a las diez de la mañana. Llegó el viernes y nos dijeron que sólo íbamos a firmar 16 jugadores por el sueldo mínimo. Los cinco que habíamos llegado de Torque nos reunimos en casa a comer fideos y a esperar la llamada. Once y media de la noche mandaron un mensaje al grupo: estábamos los cinco en la lista, salimos chatos para la AUF a firmar. Llegamos a las doce, firmamos los mínimos y, entre una cosa y otra, volví a las tres de la mañana. A las siete ya estaba arriba para jugar en el Olímpico. Dos a dos empatamos ese partido, y ese año terminamos ascendiendo. A fin de año no habíamos cobrado y la gente nos regaló canastas, ‘la canasta de los pollos’, le pusimos, porque había uno que tenía pollería y nos regaló uno a cada uno. Eso es bien cuadro de barrio, gente que ama al club, esos cuadros son por la gente, si no, no existirían. Había venido un director técnico argentino a Rampla que quería hablar con mi representante y, como no tenía, me tuve que ir. Hugo Pilo se había ido con Gabriel Añón a Progreso y me llevó. Hugo ha sido muy importante, siempre se portó diez puntos conmigo y hasta ahora tenemos relación”, relata.
Pírez nunca jugó en la Primera División de Uruguay: “Siempre que ascendí, me echaron”, sostiene. Agrega que siempre les dice a los gurises de Juventud “que no es fácil el camino”. Recuerda cómo llegó al equipo de Las Piedras: fue por un compañero, John Pintos, que lo llamó y le dijo que se habían ido los dos zagueros, que él le había tirado el nombre al técnico y que le había gustado. No tenía cómo contactarse de manera directa y se le ocurrió llamar a Miguel Lavié, con quien había jugado en Huracán y que vivía en Las Piedras. “Como compañero te alegraba todas las mañanas”, dice el Chino de Miguel, quien estaba empezando a llevar jugadores a América Central y le hizo de nexo con Juventud. “A partir de ahí digo que es mi primer representante. Es la primera vez que me pasa que un club me renueva antes de que se termine el contrato; así viene siendo en Juventud y ahora tengo contrato todo 2025. Por eso es tal la euforia, porque voy a jugar en Primera, voy a cumplir un sueño. Les decía a los gurises en las charlas: “Muchachos, si ustedes no tienen un sueño, cumplan el mío que es entrar con mi hija al Campeón del Siglo. Acuérdense de la Sarita´, que ya está aburrida de entrar al Palermo, a la cancha de Rentistas’. Si vos le preguntás a cualquier jugador de Juventud qué sueña el Chino Pírez, te va a decir ‘entrar con la hija al Campeón del Siglo’”, cuenta.
Así es la vida
Su viejo laburaba en la fideería Adria, era camionero. Su abuelo tenía una camioneta y hacía fletes, y además laburaba para Jugolín. El pequeño Pablo laburaba con él. “Me crie así”, cuenta, “desde los 12 años laburaba con mi abuelo, entrenaba de mañana y a mediodía me pasaba a buscar para repartir juguitos. También repartía unas macetas que no sabés lo que pesaban. Mis padres me daban todo, pero con el abuelo aprendí el trabajo, aprendí a valorar”, asegura.
En marzo de 2018, en la primera fecha del campeonato con la camiseta de Villa Española, el Chino se rompió la rodilla. Cuando estaba recién operado, murió su padre repentinamente por un infarto. “Ahí nos mudamos todos para acá, para la casa de mi vieja, y hasta el día de hoy. Gracias a mi familia por eso, porque estuvimos todos juntos. Había sido una catástrofe quedarnos sin el viejo de un día para el otro. Me hice la casa con la rodilla rota. Mi tío Marcelo me ayudó porque tiene una clínica y también Sebastián Urrutia, el profe, con quienes estoy tremendamente agradecido. Me ayudaron demasiado, me recuperaron porque me querían, nomás. Mientras tanto, hacía mi casa y la hacía con mi familia, colgado de los andamios como podía. En la tele estaba el Mundial de 2018 pero ni miraba los partidos. Tengo una foto en la que, a las dos semanas de que falleció mi viejo, estoy con todos mis hermanos pintando la estructura. Ya estábamos de vuelta, levantándonos, luchando la vida. Así somos nosotros”, sostiene.
En 2019 volvió a jugar y peleó el ascenso con el Villa. “Llegamos con los pedazos”, dice “y perdimos la final con Rentistas”. Un amigo de su viejo lo puso en contacto con Ramiro Martínez, quien se lo terminó por llevar a Real España de Honduras, uno de los equipos más grandes de ese país. “Ramiro Martínez siempre estuvo con nosotros, nos bancó a muerte adentro de la cancha y afuera. Llegamos el 23 de diciembre y el 4 de enero teníamos una final con Olimpia. Salimos campeones con 50.000 personas. Éramos cuatro uruguayos, Santiago Correa, Delis Vargas, el Mono Matías Soto y yo. En marzo arrancaron para allá mi señora y mi hija, y a los tres días cerraron todas las fronteras por la pandemia. Se morían miles de personas por día, si te agarraban en la calle te metían preso. Jugamos recién a los cinco meses, sin público. Volver a Uruguay fue una travesía que duró un mes y medio; pasamos la Navidad del 2020 en el aeropuerto de Ezeiza”, recuerda.
Recaló en el celeste de Pueblo Victoria, Uruguay Montevideo, de quien dice ser hincha. Tras el primer partido frente a Racing, llegó a su casa y la historia de su padre se repetía con su cuñado de 29 años. Entonces sí pensó que dejaba de jugar al fútbol. “A las once de la noche estaban todos viendo el partido que yo estaba jugando y a la una se estaba muriendo mi cuñado. Mi hermana tenía un mes de embarazo. Estuve una semana sin ir a Uruguay Montevideo. Si hoy en día me preguntás de qué cuadro soy, te digo de Uruguay Montevideo porque ese mes fue el peor mes de mi vida”, subraya. Los hinchas de Uruguay Montevideo le escribían para pedirle que fuera a la práctica y así acompañarlo. Sus compañeros lo visitaban a diario después de entrenar. Un día volvió y el director técnico, Gastón de los Santos, le dio un abrazo que el Chino sintió “como si fuera mi viejo”.
No entrenaba, los utileros le dejaban la ropa en su lugar, los hinchas hacían guisos y asados, inventaban cosas para que siguiera involucrado. “Hasta que empecé a entrenar y el técnico me mandó pa dentro; volví a jugar y volví a sentir esa alegría de jugar al fútbol. Y fue gracias a lo que generó ese club en mí. Ese club y los hinchas. La pasamos mal en la familia hasta que nació el hijo de mi hermana, el Salva, que es como mi hijo y que siempre va a la cancha conmigo y con la Morrón”, cuenta.
La Morrón es Sarita, su hija, que acota por lo bajo “mi hermanito” y se aferra a una cámara de fotos de juguete, fascinada por el oficio del muchacho que los retrata. Hoy en día la Morrón va a La Chacra, lugar de entrenamiento de Juventud, al menos dos veces por semana, incluso festejó su cumpleaños con el plantel de Juventud. Dice Pablo que “por eso el momento de levantar la copa lo quería hacer con ella y el Vale [Gauthier], que fue capitán ese partido, que es un ejemplo en todo, se sacó la cinta y me dijo que levantara la copa. Le dije que la levantábamos juntos y me dijo que no, que la levantara con mi hija. Se hizo a un lado y me dejó solo con ella: eso me va a quedar para el resto de mi vida”, rememora y afirma: “Después de una carrera tan luchada, que me enseñó lo que es un compañero, un vestuario, un sueldo que te deposita el club, y que vos decís, gracias club, poder levantar la copa con mi hija me hace sentir que yo ya gané”.