Desde el día de su nacimiento, Luis Suárez se barre con las dos gambas en el área de la vulnerabilidad, y no pregunten cómo, siempre, con su virtuosa torpeza, con su sedimentada habilidad para resolver la vida, la saca limpita, redonda. Él lo hace. Toda su vida ha sido así, desde aquella sala de partos del hospital de Salto, en aquel caliente enero de 1987, hasta este infernal 13 de julio, en arcos del norte de la línea del Ecuador.
Estaban por ser las 23.00 de todo Uruguay del sábado 13 de julio de 2024, cuando el humor del país cambió y se hizo carita feliz. Luis Alberto Suárez Díaz, 19 años después de haber debutado en el fútbol profesional, continuaba su leyenda de único y determinante futbolista uruguayo, y anotaba el empate ante Canadá para, después, en los penales, quedarse con el tercer puesto de la Copa América 2024.
Para Suárez, a quien la coyuntura parece en los últimos años estar siempre retirándolo, significó aumentar su larga y máxima cuenta goleadora en la selección uruguaya –fue su gol 69 en 142 partidos en los que pudo jugar de celeste– y además establecer una nueva marca histórica al convertirse en el anotador más longevo en la larga historia de la Copa América, el más antiguo campeonato continental; un gol de un futbolista de 37 años y medio que hasta el sábado, después de 48 ediciones en 108, años nunca había tenido.
Habían pasado nueve partidos –dos amistosos, los tres del Mundial de Qatar 2022, el de las Eliminatorias para el Mundial 2026 en el Centenario contra Bolivia en su vuelta y los cuatro partidos de la Copa América 2024– desde aquel increíble gol en Santiago de Chile el 29 de marzo de 2022, y este zurdazo justo, oportuno, con el que en los descuentos empató a Canadá y promovió la tanda de penales en la que también convirtió. Su presencia, puesta en duda y tomando ribetes casi de cuestión de Estado, en esta competencia ha ratificado una sentencia que está escrita en estas páginas, pero que se decodifica en cualquier cancha, en cualquier calle, a la vera de algún curso de agua, al pie de un tablado, en un carrito esperando un chori o amargueando al sol: mientras juegue, mientras sus gambas le permitan hacer algo de su juego, él tiene que estar en el plantel. Por único e inexplicable, porque habrá y hay otros mejores en el momento, y ojalá que por muchos años más, como Darwin Núñez, pero ninguno como él.
Esta vez su omnipresencia casi indiscutible es porque no hay otro que pueda ser capaz de resolver en minutos lo que lleva meses y años para preparar y ejecutar: meter goles.
Suárez, eterno goleador
Entre el 7 de febrero de 2007 y el 13 de julio de 2024, Suárez ha jugado con la selección uruguaya 142 partidos. En el mismo período la celeste ha salido a la cancha en 215 oportunidades (se incluye el de la selección local, el de Waltercito Domínguez ante Costa Rica), lo que quiere decir que han sido 73 las ausencias del gran goleador, el máximo en la historia de la celeste con 68 goles gritados.
Hasta 2023, las veces que Lucho no estuvo en la convocatoria fue por lesiones, dolores, acuerdos con el club en el que estuviera o suspensiones; en todo el proceso del maestro Tabárez no sólo fue un fijo, sino que fue un indispensable.
Así fue por 15 años, y cuando llegó Diego Alonso para dirigir en cuatro partidos de la Eliminatoria y en tres del Mundial, fue tan trascendente su presencia como su ausencia en los tramos de los partidos en que el Tornado dispuso que no estuviera en la cancha. Todo ello sucedió desde los 20 años recién cumplidos hasta los 36, cuando se dieron las primeras convocatorias de Marcelo Bielsa, en las que mucho se hablaba de Luis, pero Suárez no aparecía en las listas, mientras en Brasil llevaba adelante una de las más fantásticas campañas de Grêmio de Porto Alegre, que viniendo de la B dio una insospechada y épica batalla en las 38 jornadas del Brasileirão, para terminar segundo, apenas dos puntos debajo del campeón, Palmeiras.
Al final, ya cerca de los 37 años, Bielsa lo citó para el quinto y sexto encuentro de la Eliminatoria, es decir, estuvo en la tercera lista oficial del rosarino, y apareció en la cancha con enorme expectativa en el Centenario en los últimos minutos del partido ante Bolivia.
Después de aquella épica vuelta en el Centenario, volvieron la incertidumbre, la duda y la angustia. Hasta que el posteo de la AUF comunicó: “Luis Alberto Suárez, el goleador histórico de la celeste, listo para un baile más con la selección”, anunciando su vuelta el 9 de junio, 100 años después de la primera conquista mundial de Uruguay, mientras se veía llegar a Suárez con su rictus de seriedad, el que siempre devela responsabilidad en su mochila, pero ni bien se va cruzando con compañeros, empieza a desenrollar su sonrisa de gol.
Por qué y para qué tiene que estar Suárez
Hay una cuestión altamente subjetiva en las valoraciones acerca de Suárez, que en la mayoría de los casos están cargadas de emoción y admiración por la carrera del salteño, que nos ha permitido, a dos o tres generaciones de uruguayas y uruguayos, apreciar y disfrutar de uno de los mejores jugadores del mundo, y casi seguramente al mejor de los nuestros que hemos visto en los últimos 50 años.
Pero hay también una valoración técnica, específica de su materia y de su rol como integrante de un combinado de los mejores, en el que no se mide su pasado, ni su aptitud física de otros años ni su potencia o resistencia, y se sigue valorando su capacidad y experticia para aportar al colectivo en el o los momentos en que se le precise dentro de la cancha. Con su pasar por la Copa ha dejado establecido que, a excepción de Darwin Núñez, hay un escalón muy grande entre él y sus posibles sucesores, y que mientras juegue en el fútbol de élite, mientras se pueda mantener cerca del área rival por media hora o un cuarto de hora, tiene que estar en la lista de cuanta competencia oficial pretenda disputar Uruguay.
Bielsa, el encargado de valorarlo, tuvo conceptos laudatorios acerca de su primera experiencia de larga convivencia con el goleador, y después del partido contra Canadá –que además fue el de más tiempo de Suárez en cancha bajo su dirección técnica– dijo: “El nivel que él mostró en los minutos que jugó, el nivel técnico y físico que mostró en los entrenamientos, no lo posicionan lejos de aspirar a compartir titularidad en la posición de centroatacante, está en condiciones de disputar ese espacio legítimamente. Hoy, en el segundo tiempo, tuvo una actuación satisfactoria y, además del gol, encabezó algunos ataques que nos permitieron dominar pasajes del partido, generar situaciones. Es un jugador que nunca lo había dirigido, y haber compartido este tiempo con él confirma la imagen de un jugador superior, de un gran compañero, fue para todos nosotros un apoyo muy grande”.
La semana pasada la AUF emitió en sus redes sociales un clip institucional recopilando palabras e imágenes del paso de Suárez por la Copa América bajo el título Afortunados somos y la leyenda “Nacimos en la misma tierra que Luis Alberto Suárez Díaz”, donde el goleador recuerda que por algo no había entrado su media vuelta en las Eliminatorias, pero que había traído el lápiz a la Copa América por si podía escribir otra página y remata contando que “si no fuera así, no estaría con la edad que tengo compitiendo”.
— Selección Uruguaya (@Uruguay) July 15, 2024
Nacimos en la misma tierra que Luis Alberto Suárez Díaz. #ElEquipoQueNosUne pic.twitter.com/jT95kQRznl
Suárez, el mejor de nuestros tiempos
“Aquí y ahora, allá y ayer, Luis es el mejor de mi mundo, el mundo que cambia todos los días, el mundo que es como un partido de fútbol, con caras serias, sonrisas, responsabilidades, éxitos, fracasos y sublimaciones. Yo te vi, Luis”. La primera vez que escribí y sentí eso fue el 29 de setiembre de 2015. Estaba con gripe en casa cuando aún no sabía nada de la covid ni del teletrabajo, y en el living-oficina de mi casa me reporté con la redacción para dar una mano si era necesario.
En el televisor con tubo de imagen había un partido y jugaba el Luis con Barcelona en Leverkusen ante el Bayer, por Champions, sin Messi ni Iniesta. Ya hacía años que venía con él. La primera vez que lo vi fue desde los viejos pupitres de cemento de la José María Delgado en el Parque Central, donde en mi resma de hojas artesanalmente dobladas al medio para hacerme una libretita de apuntes garabateé sobre su polenta-torpeza, sobre su vulnerabilidad-omnipotencia juvenil, sobre el creciente amor-desamor de los latifundistas de la tribuna sobre él.
Casi 20 años pasando por las canchas del mundo enseñándonos que una siempre le va a quedar. Y claro que le quedó, y cuando no había más que hacer que salir a resolverlo todo, ahí estaba él con la cinta de capitán, deshecho pero entero, añoso pero vital, ancho pero fino.
Y una vez más, por enésima vez, su esencia lo llevó a esa posición que nunca pidió pero que siempre asumió, y no sólo cerró bocas y tapó hirientes descalificaciones de aficionados que parecen tener más la esencia de un tiktokero o un youtuber que la del verdadero hincha, sino que sin sacar la boquilla, sin entrar en el conventillo, sin hacer lo que no se debe hacer con la celeste, asumió, cargó y ejecutó con sus actos la expectativa real y responsable del fútbol uruguayo.
Ha dicho y escrito el profesor Gabriel Quirici que Suárez tiene la estela de los próceres sudamericanos, siendo grande, y en derrota pero amado por la historia popular. Suárez, con el 9 en el pecho y espalda de la casaca celeste, es el mejor de mi mundo, el mundo que cambia todos los días, el mundo que es como un partido de fútbol, con caras serias, sonrisas, responsabilidades, éxitos, fracasos y sublimaciones.
A veces resulta extraño, pero no ajeno, advertir que estamos siendo testigos directos de una historia que en, el presente, ya está siendo vivida como algo épico, aun en la derrota. Ni se les ocurra hablar de despedidas, o de ya está, o de ciclos cumplidos y sean respetuosos con el futuro: mientras pueda estar en una cancha, el Luis siempre puede ser héroe. Le pasa todo lo que le tiene que pasar, de lo malo a lo bueno, de lo bueno a lo malo, y siempre termina con esa sonrisa, sus brazos abiertos en ofrenda y su figura como la imagen de la frágil omnipotencia humana, la sólida ilusión de buscar lo posible y generar lo imposible.
¿Cuándo empezó todo esto? ¿Es Luis Alberto Suárez acaso un héroe? No, claramente no lo es, ni siquiera redefiniendo los rasgos distintivos de la figura del héroe. Sin embargo, año tras año, camiseta tras camiseta, partido tras partido, se ha ido construyendo, moldeando, ejecutando el mito de Luis Suárez.
A Suárez, al Gordo, al Lui, al Lucho, desde el mismo día de su nacimiento, todo lo que le puede pasar le pasa. Y le pasa junto, como un encastre de solución a un inconveniente que se celebra dramáticamente con un éxito que nos abraza a todos. Le pasa todo lo malo, que ha sido mucho. Le pasa todo lo bueno, que ha sido mucho.
Le seguirá pasando.
Y que nunca falte.
.