En la televisión juega Kimberley de Mar del Plata con Olimpo de Bahía Blanca por los octavos de final del torneo Federal A del fútbol argentino. Unos meses atrás, antes de llegar a Danubio, Mateo Rinaldi sudaba la camiseta del más campeón de Mar del Plata. En la filmación se ve cómo los autos pasan por detrás del tejido. En el estadio José Alberto Valle caben unas 2.000 personas, pero hoy no es el día que vinieron todas. La charla se abre porque La caída, de Albert Camus, es el primero en la pila de libros por leer. Más atrás, y del otro lado de la televisión, donde está el arco de Olimpo que ya fue vulnerado una vez, están los libros que volverá a leer en su estadía en Montevideo, donde defiende a la franja de la Curva de Maroñas. Llegó desde Kimberley, equipo marplatense donde se instaló mientras terminó su carrera de profesor de Educación Física.
En la pila de los que relee hay uno que se cataloga a esta altura como “de consulta”. Es Crimen y castigo, de Fedor Dostoievsky, en el que Mateo tiene párrafos marcados y otros que va marcando para mandarles en cartas a sus amigos. Es su escapada al teléfono y a esa charla cotidiana donde se pierde la esencia. Por eso, parte de un párrafo de Crimen y castigo para entablar la conversación, por ejemplo, con sus amigos de la infancia en el pueblo de General Lamadrid. Como a Ema, su amigo querido, a quien le encabezó una carta con la siguiente frase: “El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz; sólo por eso. Eso es todo, todo. Quien lo sepa será feliz en el acto, en ese mismo instante”. O como a Pablito, a quien después de decirle, entre otras cosas, que “hay días en los que todo parece más denso”, le adosó otra frase del escritor ruso que dice: “El sufrimiento y el dolor son siempre obligatorios para una conciencia amplia y un corazón profundo”. Siempre firma Juan Mateo.
“Les escribo muchas cartas a mis amigos, busco imitar la forma de Dostoievski de hablar, desde un pesimismo transformado en algo más vivo”, señala Mateo Rinaldi. Las orejas se les ponen coloradas a los pibes de los picados en el pueblo, los trae a Montevideo junto al escritor ruso, viaja hasta el barrio con las cartas como en otro tiempo. En la televisión hay gol de Olimpo y eso implica que Kimberley irá por la clasificación en Bahía Blanca en el partido de vuelta, pero sin ningún tipo de ventaja, como la que había conseguido un excompañero de Mateo en el primer tiempo.
Le tira a Mateo el más campeón de Mar del Plata, y es que jugar en Kimberley significó para él acompañar el paso por la facultad y recibirse. Fue de la facultad al entrenamiento durante años, y en el club también hizo sus primeras armas cuando trabajó en las inferiores. “Me agiliza la escritura el hecho de las cartas, aunque ahora que leo a Bukowski me da culpa no escribir todos los días. Cada escritor que voy leyendo me va brindando su perspectiva”, dice el futbolista; “Pero bueno, ya lo decía Borges: no es lo mismo el amor de una pareja que es todo el día todos los días, que una amistad que puede durar miles de años aunque en cierto momento ni siquiera te hables”.
El agujero interior
“El futbolista a veces se encierra en su mundo”, dice Juan Mateo, como firma, “no hace otras cosas. Pero no de hacer por hacer, o un trabajo donde tenés que poner el cuerpo, sino por aprendizaje, o por poner algo en cuestión; hay mucha siesta, mucho celular, mucho tiktok”. Agrega: “Se quejaban de la época de antes, en la que no te dejaban decir nada, pero ahora el que es pibe tampoco dice nada”. Ahí aparece el sistema, los entrenadores autoritarios, los representantes, la presión, “porque también es fácil decir delante de todos; yo soy buen entrenador y pregunto cómo se sienten y nadie me dice nada. Tenés que generar ese ambiente de discusión, y no lo tenés que hacer un día, lo tenés que hacer todos los días”, sostiene.
Olimpo empató y la tele quedó en silencio. Franco Colapinto aparece y modula sin que podamos leer lo que dice. En su cara, resalta Mateo, no hay expresión. Hay algo automático. Con el fotógrafo nos preguntamos si seremos mufas. Pero Lunita, la compañera de Mateo, entra con una bolsa de bizcochos –dice bizcochos, no facturas– y el partido se olvida.
“Tengo curiosidad de mirar con otra perspectiva. Lo que tiene el artista es que no le satisface lo que le dicen en la tele. No le conmueve, piensa que viene de algo armado. [Alejandro] Dolina decía algo así: el artista viene a decir que tiene otra verdad, y esa verdad puede ser chocante, puede hacerte asumir riesgos, puede hacerte perder o que digan que estás loco, pero es su verdad y la quiere contar; algo así me pasa a mí, aunque en términos mucho menores de ser artista, sino ser alguien que dice algo”. No necesita, dice, “ni los aritos, ni los tatuajes para ser jugador, ni dormir 12 horas y después mirar Tiktok y no salir a la calle porque me están mirando a ver qué hago”. “Sí, salí a la calle”, impera, “Maradona salía a la calle, un montón de gente grosa sale a la calle”, entonces, concluye, antes de citar a Friedrich Nietzsche, que “no hay que ser como te cuentan que hay que ser”. Nietzsche decía que no hay una verdad absoluta, que hay diferentes verdades, “eso te va alimentando”. “En Twitter te van a matar, por eso yo no tengo Twitter”, dice, “tengo a la gente que está acá” y hace un gesto señalando a Luna, que pone a andar la máquina de café.
Mateo Rinaldi.
Foto: Alessandro Maradei
Fútbol, ese arte
Le pregunto si esa mirada no lo hace ser un poco artista o si es necesario hacer una obra para ser artista o alcanza con una manera de ver el mundo. Mateo tuerce los ojos hacia arriba como quien piensa o como quien espera que la pelota caiga: “La veo lejana a la palabra artista. Necesito leer más autores, he leído mucho clásico, que me ha volado la cabeza, tengo cosas para decir, aunque primero tengo que ser alguien para decirlas”. ¿Es un artista el que publica o el que hace una obra, o es un artista el que vive como artista? “Está bueno no quedarse en ser artista, o ser profe o ser jugador, sino ser varias cosas en uno”.
Su padre, Jorge, fue combatiente de Malvinas. Cuando pudo volver a casa, hizo pasar como bufanda una bandera argentina que atesoró en cautiverio. La guerra con Inglaterra por las islas argentinas se llevó a muchos pibes. Jorge la pudo contar y aquello a Mateo le forjó la personalidad: “Los pichiciegos, de Fogwill, es lo que mejor te explica Malvinas, pero un día la fui a buscar y estaba en el último estante de la librería”, dice. “Veo fotos de Malvinas y veo pibes riéndose, y nosotros nos ponemos serios para jugar un partido, pensamos que es el fútbol o la muerte o queremos pisarle la cabeza al rival. En esas simples fotos veo a esos pibes que quieren decirle a la mamá: estoy bien. Por eso me gustan los jugadores con carisma, como Papelito [Sebastián Fernández], que vas perdiendo y se ríe, vas ganando y se ríe, le pegaron, se ríe, y esos son los jugadores que me conmueven, los carismáticos, el que se entregó todo y perdimos y aun así se ríe. No pasó nada, no murió nadie. Esas imágenes, lo que cuenta mi viejo, sus hermanos combatientes, te van forjando para decir: estuvieron en el subsuelo, ahora vamos a rendirles algún tipo de homenaje, vamos a pasarla bien, a reírnos, a decir cosas que valgan la pena”, expresa Mateo, a quien, sin embargo, su viejo cuando le hacen una entrevista le recuerda: “Mateo, no dijiste que somos prisioneros de guerra”.
Lo que pasa en la Argentina de Javier Milei quizá pueda, según Mateo, tratar de explicarse leyendo Yo soy el rey de un país lluvioso, de Edgardo Scott, “o extrapolando al surcoreano Byung-Chul Han, que explica al pie de la letra cómo está la sociedad de hoy. Es medio foucaultiano el chabón”. No se olvida Mateo de que “Borges hablaba del nazismo. Intentamos moldear adentro lo de afuera. A la pasta le ponemos queso, pizzas hay millones, en las letras pasa lo mismo, el lío fractal se va desmenuzando”.
Dice que para contar la historia de Argentina podría leerse a Fogwill, a quien lee cada 2 de abril, el Día del Veterano de Malvinas, “El Aleph de Borges, el cuento ‘Deutsches Réquiem’, Bioy [Casares], Juan José Saer, y, por supuesto, la música, el rock nacional, desde Manal a Los Redondos, Cerati, y me falta nombrar a un montón”. Lo cierto es que cuando se terminan las preguntas, Mateo sostiene la idea de que “el que lee, el que escribe, también tiene sus miserias”. “Leer no te hace buena persona, pero hay que leer para ampliar la apreciación de lo empírico, de lo que te pasó a vos, de lo que le pasó al de al lado”, dice, aunque no escribió “seis libros”. “Ni gané un premio Nobel; no se trata de ser culto”, es una cuestión “de curiosidad”, entiende: “Mucho menos que mi reputación”.