Deporte Ingresá
Deporte

Archivo, setiembre de 2025.

Foto: Gianni Schiaffarino

Un año atravesado por la violencia en el deporte

14 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Desde la academia y la Dirección de Seguridad del Deporte se debaten aportes sobre cómo abordar este problema en un momento en que “la sociedad está más sensible a la violencia”

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Una bengala disparada por un hincha de Nacional atraviesa el estadio Centenario en un clásico y hiere gravemente a un policía; más adelante Peñarol rescindirá el contrato de uno de sus jugadores tras ser condenado a seis años y ocho meses de prisión por abuso sexual con acceso carnal, a pesar de haberlo contratado con el juicio en curso. Este mismo año, en Rivera, una riña generalizada en un partido de formativas de fútbol terminó con tres heridos a causa de machetes, y en Montevideo, tras reiterados hechos de violencia e insultos, se definió que los familiares no asistieran a los partidos de formativas de básquetbol. Tras otro clásico, un efectivo policial mató a dos hinchas de su tradicional rival que irrumpieron en su vivienda con intención de llevarse banderas en Toledo. A su vez, en Maldonado se condenó a un profesor de artes marciales brasileño que había sido denunciado en 2022 y finalmente fue imputado por abuso sexual.

Parecería que no es todo lo mismo, pero estos hechos giran en torno al deporte en todas sus versiones y son manifestaciones de violencia. Para comprender hasta qué niveles se puede analizar y abordar la violencia en el deporte, la diaria conversó con la licenciada y maestranda en Psicología Social por la Universidad de la República (Udelar), Cecilia Revetria, la docente e investigadora del departamento de Deporte, especializada en estudios de deporte y género, Martina Pastorino; los antropólogos, investigadores y docentes Valentina Febrero y Rafael Bruno, y con el comisario y director de Seguridad en el Deporte, Juan Pablo Silva.

Justamente, Silva, en una extensa conversación con la diaria en su despacho, describió la problemática que intenta abordar desde su rol como director de Seguridad en el Deporte desde mayo: “Se registraron muchos hechos de violencia en estos meses. No había partido de fútbol que no tuviera algún hecho, lo mínimo era que insultaran a un golero”.

Para el comisario, “estamos en una sociedad hiperviolenta y la gente se manifiesta por medio de la violencia. En el deporte se vieron muchos hechos este año, algunos aislados, pero en el acumulado hubo racismo, insultos, tirar piedras, agresiones, problemas entre hinchas, reyertas en el interior, varias riñas entre jugadores de fútbol, etcétera”. Desde su perspectiva, “hay focos, pero la violencia se está dispersando. Nosotros no podemos cubrir todo, hubo problemas en formativas, en el fútbol femenino, en la C y en la D”. “Además, ahora todo el mundo toma un arma y resuelve así nomás”, lamentó.

Aguante mi equipo

La violencia cotidiana sucede sostenidamente en los encuentros deportivos. “Hemos normalizado la violencia dentro del estadio. Hay una máxima que dice que si vos decidiste ir y pagaste la entrada, aguantate todo lo que ahí pase”, comenzó Revetria.

Sobre lo que pasa del alambrado para adentro, la psicóloga detalló que “los deportistas están tan encapsulados en las dinámicas de autoexigencia, que normalizan ciertas situaciones que se catalogan como violencia”. Desde el entrenamiento, cualquier deportista debe “trabajar constantemente tanto en lo físico como en lo mental para demostrar que nada de lo emocional le puede afectar en su desempeño”, advirtió Revetria. Todo esto, asegura, “porque hay que aguantar, demostrar y ser mejor. Y en el fútbol mucho más, porque tenés una hinchada de 30.000 personas demandando que lo hagas a cualquier costo”.

Ese factor, ya del alambrado para afuera, “genera un ida y vuelta constante”, describió la psicóloga, y desarrolló: “Los deportistas entienden que están ahí como representantes de los que miran desde la tribuna, y tienen totalmente impregnado el discurso institucional de que compiten por los hinchas, por el cuadro, por la camiseta, y eso mismo se les exige desde la hinchada también: vos tenés que dar todo por los colores”.

Algo similar consignó el sociólogo argentino Pablo Alabarces en su teoría del aguante en 2008: “‘Tener aguante’ es una propiedad de los que hacen del verbo aguantar una característica distintiva. Para acceder a esta hay que ‘pararse’, ‘no correr’, ‘ir al frente’. El que huye, el que ‘corre’ no tiene ‘aguante’”. Revetria identifica un aguante que se estimula desde la tribuna hacia la cancha, pero que se exalta desde el terreno hacia la hinchada con acciones concretas.

Ocho años después, Nicolás Cabrera, Federico Czesli y José Garriga Zucal, investigadores del deporte desde distintas áreas, pusieron el foco en dos acepciones del aguante: “Los ‘barras bravas’ lo vinculan a la disputa violenta por el honor masculino (aguante-violencia)” y “los espectadores que no son parte de estos grupos relacionan al ‘aguante’ con las expresiones de fidelidad y fervor para con su equipo (aguante-fiesta)”. No obstante, aclararon en su análisis que esta división no es excluyente, puesto que “los espectadores que se identifican con el ‘aguante-fiesta’ también protagonizan acciones violentas, aunque muchas veces las niegan”.

“Lo que se da en el estadio, en cualquier evento deportivo, es un gran ritual de masas que corre los límites de lo permitido y de lo no permitido”, explicó Rafael Bruno, antropólogo y docente del Centro Universitario Regional Este (CURE), y desarrolló: “Desde la antropología se lo define como un espacio de liminalidad, donde se borran las estructuras cotidianas y se reorganizan de una forma particular, que deja como resultado vencedores y perdedores”.

Para el antropólogo, tanto en los actos entre jugadores como en los actos entre hinchadas y jugadores, hay “un pacto de ‘lo que pasa en la cancha queda en la cancha’”, y entonces “se invisibiliza la violencia como parte del juego” o se normaliza, “y lo tiene que soportar el jugador”. Bruno entrevistó a jugadores en el marco de una investigación y sus testimonios arrojaron que “hay ciertos códigos en la cancha que ocultan ese tipo de violencia: como deportista te van a intentar afectar la performance y vos tenés que aguantar. No importa si es un insulto racializado, xenófobo o lo que sea, tenés que aguantar la violencia que sea”.

A ver quién es más macho

En el terreno de la hinchada se puede identificar comportamientos que evidencian “la cultura del patriarcado, como en ningún otro ámbito social”, según Pastorino. La investigadora advirtió que “la hinchada permite el funcionamiento de una forma muy primitiva y muy pura de la dinámica de las masculinidades”.

Por eso mismo es que la problemática de la violencia “se debe estudiar desde ahí”, sostuvo, abarcando “la demostración del poder, de que sos macho de verdad. Ser macho es no ser homosexual, no ser mujer, no ser un bebé, no correr”. Entre otras máximas, “se pregona la idea del milico versus el hincha fiel, los botones contra los que siempre están. Y funcionan en esa dinámica de demostrar constantemente, es una performance de la masculinidad”, aseveró.

Para Pastorino, esto tiene raíz en “la cultura del patriarcado”, que es la que “te habilita a agarrar lo que quieras cuando quieras, porque es tuyo”. “Eso nace en la forma en que educamos a los varones desde la niñez, las libertades que tienen los varones con relación a decir y hacer con las otras personas. De forma muy sublimada se va educando desde que son chiquitos”, argumentó.

En contrapartida, Revetria comparó los procesos que observa en el atletismo, donde también se desempeña como atleta y acompaña los procesos formativos. Allí observa distintos fenómenos: “Los deportistas tienden a desarrollar una mentalidad mucho más dura y a tolerar todo en nombre del deporte”. Al respecto, reconoció que “el hecho de ser varón deportista te hace ocupar un mejor lugar dentro del deporte, como dentro de la cultura y de la sociedad”, aunque eso conlleva un mandato de “no demostrarse afectados por nada”.

En las etapas formativas del deporte “hay muchos vacíos; quienes comienzan están muy vulnerables, más aún cuando son mujeres”, lamentó la psicóloga, y fundamentó: “Las mujeres tenemos que desarrollar dureza. Se genera mucha vulnerabilidad y susceptibilidad, además de depresión, por el nivel de autoexigencia y por no poder rendir según lo esperado”.

Volviendo a la tribuna, Bruno recordó el concepto de rituales para explicar lo que sucede en las hinchadas, donde se “estructuran las jerarquías y se reordenan” los valores en materia de “vencedores y vencidos”. Pastorino coincidió con él y completó: “En el ámbito deportivo a los varones les encanta hablar en términos de manada; de hecho, la barra es una manada de integrantes que se disputan el poder, quién es el varón líder, y además, hacia afuera se disputan qué manada es más grande, si la de Peñarol o la de Nacional”.

Barras organizadas

“A la violencia en el deporte hay que mirarla como un fenómeno de crimen organizado. No hay otra manera”, sentenció Silva. El comisario puntualizó que “cuando hablamos de violencia en el deporte, que es muy amplia, [la que abordamos nosotros] es en el fútbol y en el básquetbol, en ese orden”. Aseveró que desde la Dirección de la Seguridad en el Deporte están “convencidos de que dentro del fútbol el problema son las cabeceras, no es toda la gente”. “Me parece muy injusto juzgar a todos de la misma manera”, expresó.

En ese sentido, diferenció “la riña o el insulto, que es violencia, pero no se planifica”, del accionar de los barras, “que sí se planifica y se organiza, desde el traslado de una bandera de un lugar a otro, hasta esconderla o ir a robar una bandera, o generar mecanismos de recaudación de dinero para comprar objetos para hacer una fiesta, etcétera”.

Paso a paso, describió el perfilamiento de lo que consideran una de las raíces del problema de la violencia en el deporte desde la perspectiva policial: “Las barras tienen una organización, como la tiene cualquier organización criminal, una estructura jerárquica: la percusión, las banderas, el que lleva las entradas, el que manda. Algunos son más horizontales porque tienen líderes, como la percusión, y otros más verticales, que tienen sus líderes y el resto acata. La mentalidad está basada en la pasión, la identidad y la pertenencia, con símbolos, con tatuajes en el cuerpo, con los colores, con la lealtad incondicional. Llevan un control del territorio mediante pintadas, patrullajes y acciones sobre los muros de las otras barras”.

La lista es larga, pero vale rescatar algunos puntos de la investigación de la dirección de Silva hasta el momento: “Tienen una rivalidad, el otro es el enemigo, emplean la violencia como medio legítimo de sostener ese conflicto. Se infiltran en la reventa, en la extorsión a los negocios. Venden mercadería dentro del estadio y ganan espacios, guardan cosas ahí adentro, ejercen presión sobre las directivas y no se dejan controlar por los reglamentos de seguridad ni por los operativos policiales. Tienen conexiones, vínculos con barras de otros países que vienen al país a jugar por copas internacionales y, dependiendo de su filiación, comen un asado con los barras de acá o los van a buscar”.

Para ilustrar con un ejemplo reciente, Silva apuntó: “En la investigación de la bengala quedó muy claro: las personas se cambian cuatro o cinco veces de vestimenta. Ninguna persona que va a disfrutar del evento se lleva una muda para cambiarse, se mueve, se cambia, deja apoyada en el piso su ropa para que venga otro y se vista con ella. Se disfrazan, se camuflan. Eso es una conducta organizada previamente”.

Además, el comisario informó que identificaron dinámicas “muy jerárquicas”: “Entran las bolsas con las cosas prohibidas, las colocan en determinado lugar, hacen una apertura en la tribuna para determinadas personas, no todos pueden tocar las bengalas, los humos; los referentes barriales son los que habilitan”.

“Hay gente que hizo de eso su vida, no tiene otra cosa. Ahí se siente alguien”, lamentó Silva, quien insiste en que los individuos “en la masa cobran vida, se transforman, se sienten importantes, los potencia la adrenalina del conjunto, del grupo y de pertenecer”. Esto puede suceder debido a que tiene similitudes con las dinámicas que se dan en una carrera delictiva: “Dentro de la hinchada tienen su nombre, su jerarquía, los reconocen sus pares por lo hecho: si robaron una bandera, si treparon el alambrado, si lograron entrar las bengalas, si salieron a correr a hinchas del otro cuadro. Son todas demostraciones de poder, dentro del crimen organizado el delito y la jerarquía van de la mano: es una escalera”.

Vigilar y castigar

Como ya se consignó, Silva delimita sus posibilidades de abordar la violencia en “el fútbol y el básquetbol, en ese orden”, y reconoce que “en el básquetbol está creciendo incipientemente porque se trasladó la hinchada del fútbol al básquetbol, pero tienen otro público y creo que es controlable por ahora”. Específicamente sobre el fútbol, en su opinión, “hay que sectorizar, porque el problema se encuentra en las tribunas cabeceras”.

Según relata, el enfoque de su gestión se basa en “la inteligencia y la investigación, con la tecnología como punto de partida”. “Vamos a empezar de afuera hacia adentro, estoy convencido de que hay que hacer anillos de seguridad como existen en todo el mundo y como existen en el aeropuerto”, detalló, y recalcó: “Anillos de seguridad y perfilamientos”.

Ese último proceso lo describió como “hacer un estudio en el que vas perfilando hasta llegar a la entrevista. Tenemos que saber quiénes son para arrancar. Hacer inteligencia y definir: esta es la barra, estos son... Y hacer anillos, como se hicieron en las finales, pero más efectivos todavía, algo que requiere un gran esfuerzo”. Finalmente, junto a estas medidas, cree necesario educar al público y “crear una cultura de la legalidad”, por ejemplo, “que ir al estadio implique estar allí a una hora determinada previo al comienzo, para facilitar los operativos”.

El comisario aclaró que apuntar hacia las tribunas cabeceras es estrictamente “por los barras que están ahí”. “La barra necesita estar allí. He descubierto en este corto tiempo que no son nadie si no están allí”, valoró Silva.

El jerarca problematizó el tema de la seguridad y el “híbrido entre público y privado, que hay que estudiarlo”. “El Estado no entra a la cancha, pero a su vez monitorea las cámaras que ponen los clubes ahí. Hay que ayudar con legislación. Hoy la riña dentro de la cancha no tiene consecuencias si no hay una denuncia posterior, no actuamos de oficio; de hecho, si entrás a un evento deportivo aunque figures en la lista de impedidos, no hay consecuencia, pero debería ser castigado, debería considerarse un desacato”, denunció, y agregó que “no hay perspectiva de seguridad para las instalaciones y estadios, la seguridad es bastante bastardeada, todo el mundo opina sobre la seguridad”. No obstante, valoró la buena cooperación con la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) en la organización de las finales del Campeonato Uruguayo.

Inadaptados

Sobre este enfoque para abordar la violencia en el deporte, los investigadores acordaron que “es reduccionista”, incluso Revetria alertó que “deja por fuera un montón de cosas que suceden dentro de esa fracción del deporte masculino que eligieron abordar, como el hecho de contratar un futbolista que está en juicio por abuso sexual”.

Bruno y Febrero, por su parte, coincidieron en que este enfoque “deja afuera gran parte del problema”. El antropólogo advirtió que “se suele caer en un discurso muy fácil, que cruza dos cuestiones: la puntualización de la barrabrava, como que son los únicos que generan violencia, y que las barras bravas son un negocio violento y funcionan como tal”, citando una publicación del Grupo de Estudios Sociales y Culturales del Deporte (Gesocude), de 2017 titulada Violencia en el deporte. Discursos, debates y políticas en Uruguay. “Esos autores dicen que este accionar nubla más la visión y el problema, están yendo a la punta más cruda del problema, la parte más magnificada por los medios, pero no necesariamente es la raíz”, advirtió.

“Siento que estas cosas siempre pasaron, pero ahora hay una sensibilidad nueva que nos hace decir ‘esto no va más’”, reflexionó Pastorino. “Padres diciendo cualquier disparate en el fútbol, en el básquetbol, en otros deportes, siempre hubo. Policías corruptos, bengalas, garrafas, bataolas en estadios, afuera, adentro, siempre hubo, pero ha cambiado la narrativa de esos hechos”, fundamentó la docente.

De hecho, brindó el ejemplo de un grupo de estudios del deporte en Argentina, que “viene advirtiendo hace años sobre cómo las hinchadas y los estadios permiten esa escalada de violencia, y que la noticia de violencia vende muchísimo. Es un relato medio morboso, parecido al de las series sobre cárceles, que tienen ese morbo de la violencia que la gente odia, pero al mismo tiempo le atrae y no lo puede parar de ver”, comparó Pastorino.

Las iniciativas de Silva, que apuntan a “frenar el sangrado ahora”, para después abordar la situación en otros niveles, no es la preferida para los representantes de la academia, puesto que “con tantos elementos que sostienen la violencia, la sangre es el último síntoma, el que llama la atención, hay 20 niveles de violencia abordables antes que hacen que se llegue a ese punto de violencia explícita”, acotó Bruno, y Febrero complementó: “Con esa perspectiva se omiten las múltiples dimensiones que se encuentran atravesadas en la violencia”.

Según Bruno, bajo el manto de “los inadaptados de siempre” se simplifica “un entramado mucho más grande y un tema de responsabilidades entre consumidores, dirigentes de los clubes, de las ligas, y del propio aparato policíaco también”. En la literatura latinoamericana sobre este tema, sostiene, se observa un entramado mucho más complejo, que es solamente un grupo mafioso actuando como el núcleo de la corrupción de todo lo demás, cuando en realidad eso es un entramado complejo con muchos beneficiarios y muchos perdedores también. Ahí se observan muchas otras disputas, que lo más crudo es observado y magnificado por los medios de televisión con un grupo muy específico, pero en realidad es una trama bastante más compleja.

Uruguay, ¿país sin racismo?

Todo esto sin mencionar la impunidad y la omnipresencia de los insultos racistas en las tribunas deportivas y en las canchas. El golero de Miramar Misiones, Juan Moreno, denunció este fenómeno puntualmente este año, pero en otras ocasiones también lo hicieron jugadores extranjeros en el básquetbol.

“El racismo en el deporte, en el caso de Uruguay, está muy estrechamente vinculado a la construcción de la identidad nacional y a cómo se ha concebido el Uruguay en sí”, introdujo Febrero. La antropóloga comentó que un concepto de una colega y referente brasileña, Leila González, calza perfecto en el diagnóstico de nuestro país: “El racismo por omisión, que implica la desestimación y minimización de la población afro y las poblaciones racializadas en general, en la configuración de un país, en la historia del territorio, en su composición, muy vinculada a la identidad nacional. Cómo Uruguay se concibe a sí mismo excluyendo y colocando en determinados compartimentos a estas poblaciones”.

Por un lado, el racismo se manifiesta “a través de estereotipos, atributos étnico-raciales para determinados ámbitos y para otros no, se asignan cualidades deportivas vinculadas a la danza, a la música, relacionadas con el cuerpo, con la sexualidad, con el ritmo, todas esas asociaciones a la población afro”, detalló Febrero, y sentenció: “En el deporte se exaltan las expectativas atribuidas a las personas racializadas en ese sentido, y la factura que les toca cuando no cumplen con ellas”.

De hecho, cuando se toma el insulto racista como algo espontáneo y no planificado, la antropóloga contrastó que “si bien es cierto que hay una legitimidad de realizar ciertos gestos o decir determinados discursos racistas, insultos o agravios, en ese contexto de masividad, como una tribuna, en verdad está tan naturalizado y arraigado en las costumbres, que a partir de ahí es donde justamente habría que empezar a reflexionar”.

De raíz

“La violencia en el deporte no puede eliminarse, y menos rápidamente. Se puede tomar medidas inmediatas, [...] pero se olvidan las causas profundas, de fondo, aunque [abordarlas] no dará resultados ya: va a disminuirla y prevenirla más permanentemente a futuro”, concluye el documento del Gesocude.

Ante esta realidad, los investigadores apuntan a un enfoque multidisciplinario, con acciones como talleres y cursos que cuenten con la “participación de distintos actores vinculados al deporte: estudiantes de distintas carreras, dirigentes de clubes, dirigentes de ligas, jugadores, exjugadores, juezas, jueces, periodistas y la Policía”.

Reclamaron que la visión actual del problema es “desde la seguridad, desde lo policial, desde el castigo y desde la represión, no desde la enseñanza de participar del deporte desde otra perspectiva”. Incluso, Revetria advirtió que “el concepto ‘seguridad’ también queda corto, porque para una atleta o una deportista que ha sufrido un abuso no es seguro ir a entrenar y no es segura su propia institución deportiva”. Asimismo, apuntó que también es necesaria la cooperación de las instituciones deportivas como del Ministerio del Interior, la Secretaría Nacional del Deporte, la AUF y la academia. “Es necesario hacer investigaciones dentro de las instituciones y que haya datos. Sin ellos, queda todo en una nebulosa de lo que a uno le parece que es violencia, y se termina destinando los pocos recursos que hay a un clásico”, sentenció.

Además, Pastorino aportó: “Alguien tendrá que estudiar cómo se educa a los varones en el fútbol, hay algo de la forma en que ocupan el territorio y demuestran su masculinidad y virilidad, que genera varones violentos, con un montón de cosas reprimidas”. Específicamente sobre los barras, Revetria añadió que “el relato que más se escucha es que muchos no tuvieron elección, nacieron con el mandato de ser hinchas del club desde el nacimiento. Sería interesante poder estudiar también esos patrones de masculinidad y violencia y cómo se transmiten a través de las distintas generaciones”.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa el deporte?
Suscribite y recibí en tu email la newsletter de deporte.
Suscribite
¿Te interesa el deporte?
Recibí la newsletter de deporte en tu email todos los domingos.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura