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Una recorrida por los dobleces de la suntuosidad

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A propósito del libro Viaje al centro de la NBA, de Gonzalo Vázquez.

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Los playoffs de la NBA están en la duela. Cuando llega este momento da la impresión de que la cosa se puso seria y hay quienes ya armaron la maleta hasta la próxima temporada.

Durante los emparejamientos la tensión aumenta, los márgenes de error y la posibilidad de corregir se reducen, las certezas de los números que llevaron a las franquicias a lugares de privilegio quedan entrecomillados. En los últimos años hubo casos en que el primer clasificado es eliminado por el octavo en la primera ronda, e independientemente del impacto anímico en los ganadores y la volatilidad de la noción de fracaso en los que quedan afuera, se refuerza la idea de que lo obvio desaparece.

Como tampoco es obvio el libro de Gonzalo Vázquez Viaje al centro de la NBA (Ediciones JC, 2024). Al detenerse en el título, uno puede intuir una trama metafórica, en la que el periodista vizcaíno se inmiscuye en las entrañas de la liga desde donde escribirá una crónica deportiva; sin embargo, esa metáfora por momentos se vuelve literal, y el viaje que emprendió a finales de 2009 hacia Nueva York se adivina una aventura que no sólo tiene como centro al básquet, sino que se abren caminos laterales, como si se tratara de un Odiseo entre los rascacielos de la Gran Manzana. “Hay una diferencia entre vivir y estar vivo, que lo primero es ir despierto y lo demás estar dormido. La vida cambia entera cuando no hay rutina ni pausa, cuando se abre en flor y se pierde en sí misma, cuando la vida se hace vida. De esto se da uno cuenta y de lo otro puede que nunca”.

De esta forma Vázquez abre el capítulo 15. A simple vista, parece una frase motivacional, cargada con los supuestos de la sociedad de rendimiento que nos arrastran al imperativo de ser feliz. Tal vez tenga algo de ello, pero en el contexto de las más de 700 páginas del libro, en el que el autor relata su trayecto en suelo estadounidense, se explicitan los avatares del viaje que dan cuenta de la afirmación anterior.

La necesidad de patear el tablero, dejar todo atrás y arriesgar. Con la apuesta va implícito que es mejor caer en el intento que no haberlo intentado. La jugada, con una red endeble que ofrece poca seguridad, estará siempre en un primer plano.

Desde antes de su partida desde España, las barreras fueron apareciendo en el camino, lograr el visado que le permitiera cruzar el Atlántico, hacerse a empellones con un idioma que maneja con extrema precariedad, la necesidad de encontrar un alojamiento que se ajustara a un presupuesto magro, el choque con diversas culturas en una metrópolis que no da respiro y se engulle todo a su paso. Y, sobre todo, hacerse del permiso para ingresar a los pabellones para cubrir los partidos de local de los Knicks y los Nets, que aún jugaban en el Izod de Nueva Jersey.

Incertidumbres y miedos como motores que, en lugar de paralizar, generan movimiento. La llamada bendita como confirmación de la acreditación y el aprendizaje para sobrevivir al organismo viviente que se desplaza atropellándolo todo en los pasillos del Madison Square Garden durante la fase regular, como en el reducto de los Celtics de Boston durante el camino a las finales contra el eterno rival de la costa pacífica.

Viaje al centro de la NBA es una bitácora en la que Vázquez profundiza en detalles y no se guarda nada. En la que se lo reconoce, por momentos, como portador de una ingenuidad que lo lleva a cometer torpezas en los vestuarios y dejarse maravillar al toparse con las supernovas como Kobe Bryant, LeBron James, Kevin Garnett o Ray Allen. En ocasiones se lo descubre por el rápido aprendizaje que lo lleva a sobrevivir en la marea de cámaras, micrófonos y grabadoras. Se lo ve haciéndoles caso a los empujes del espíritu para pisar con astucia el parqué durante la coronación de los Celtics como campeones de conferencia. Además, aprovechar la pléyade de hispanos que brillaban en la liga para conseguir jugosas entrevistas con los hermanos Gasol, Serge Ibaka o Manu Ginóbili y sus compañeros de la generación dorada argentina.

Internarse en el núcleo de la suntuosidad propia de la mejor liga del mundo tuvo sus contrastes, que no permitían la queja a causa de las tormentas de nieve que lo hacían llegar tiritando al modesto apartamento que compartía con una joven chilena y una tailandesa, o una dieta casi exclusivamente a base de arroz blanco. Asimismo, en esa intensa vida que no le cerraba el paso a la rutina, hubo lugar para el florecimiento del amor: “Supe entonces que los dos teníamos algo en común, que andábamos perdidos en el camino, en la cosa de buscar el sentido, entre la confusión y el entusiasmo, y el destino nos había hecho coincidir allí, en aquel rincón”.

Un rincón en donde Gonzalo Vázquez se vio obligado a paladear cosas amargas y frustraciones, tambalear en esa búsqueda de sentido, en el que pudo cumplir su sueño de ver de cerca cómo funcionan los engranajes de esa gigante maquinaria de la NBA.

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