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Historia de un matrimonio (moderno): la crisis europea y un acuerdo histórico

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En las parejas hay crisis que matan y crisis que unen. Muchas veces, entender las segundas requiere entender las primeras. A veces, además, hay que indagar todavía más atrás. Supongo, de atrevido, que lo mismo aplica para el resto de las formas de organizar el romance. Cuanto más involucrados, más complejo se torna el asunto; si cada pareja es un mundo...

Que viva el poliamor1

Una unión monetaria es uno de los esquemas más completos de coordinación económica entre estados, un poliamor de países. Cuando un conjunto de países comparte lazos cercanos, una moneda común puede suponer varias facilidades. Por ejemplo, al comerciar, contar con una moneda única permite prescindir de las comisiones que se generan al convertir una moneda en otra, así como de las operaciones que muchas veces son necesarias para cubrir los riesgos asociados a esa conversión. Formalmente, una moneda común reduce los costos de transacción financieros. Al hacerlo, también reduce los costos reales que se desprenden de tener que lidiar con lo anterior.

Más importante aun: reduce la incertidumbre y genera una ganancia en términos de previsibilidad. Aventurándonos un poco más, podríamos argumentar que mejora la transparencia y permite que los precios cumplan mejor su tarea como transmisores de información. Poniéndonos austríacos, los precios cumplen una función esencial dentro de una economía. El problema de la economía no es más que un problema de división del conocimiento. Yo no conozco los deseos, las preferencias y las restricciones de todas las personas que habitan el planeta. Nadie los conoce. Pero eso no quiere decir que esa información no exista. Existe y está codificada en los precios, que representan el punto en que al menos dos personas se ponen de acuerdo. Por eso, la intervención de un tercero que asume conocerlos sólo puede ser lesiva. Es el pecado de la pretensión del conocimiento, corazón de la crítica de los austríacos al intervencionismo estatal. No hay que ser un liberal tan extremo para creer que los precios cumplen esa peculiar función en una economía de mercado. Sin costos de transacción ni incertidumbre, los precios son más informativos para tomar mejores decisiones a la hora de consumir o alojar recursos.

La suma de todas esas facilidades debería traducirse en más inversión, más comercio, más crecimiento y más estabilidad. En otras palabras, los miembros de una unión monetaria la tienen más fácil para hacer negocios. El poliamor rinde. En este punto se estarán preguntando cómo puede ser que los planes para una moneda común dentro del Mercosur no hayan prosperado nunca. ¿Tendríamos los problemas que tenemos con nuestro vapuleado bloque si contáramos con una moneda única? Sí, y además tendríamos muchos más. ¿Por qué? Porque no todo es color de rosa. Como economistas, aprendimos desde temprano que todo el tiempo enfrentamos trade-offs. Las ventajas de la integración en torno a una moneda común son un costado de ese trade-off. Del otro costado hay desventajas y riesgos, y son muchos. Lamentablemente, en economía no hay “almuerzos gratis”.

Que viva la soltería

Compartir una moneda común supone, para las partes, una pérdida de flexibilidad y mecanismos de ajuste que pueden ahorrar disgustos. Cuando los países deciden unirse a través de una moneda única, se amputan una pieza de política económica que puede ser útil para días lluviosos. Esa es la parte que tiene que ver con la política monetaria y el tipo de cambio. De hecho, esa es la parte que tiene que ver con la discusión sobre tener un tipo de cambio fijo o tener un tipo de cambio flexible. Milton Friedman dijo una vez que eso es lo mismo que discutir sobre cambiar la hora en verano. Cambiamos la hora para ahorrar electricidad. Es más fácil hacerlo si cambiamos directamente la hora que si cambiamos todos nuestros hábitos cotidianos en relación a ella. Adelantar el reloj es más sencillo que adelantar la hora del despertador, del almuerzo, del trabajo y de todo lo que hacemos a diario. Modificar únicamente la hora soluciona un montón de problemas vinculados a conductas arraigadas por el peso de la rutina. Entonces, “es incomparablemente mucho más sencillo permitir que un precio cambie (el precio de la moneda), que confiar en una pluralidad de cambios en la multitud de precios que conjuntamente constituyen la estructura interna de precios”.

Por ejemplo, la devaluación de la moneda puede ser un proceso muy doloroso, pero permite que un país se abarate y empiece a recuperarse a través de su sector externo (exporta más e importa menos). ¿Eso es agradable? En lo más mínimo. Pero piensen en el drama de Grecia.

Crisis que matan: el colapso financiero de 2008

Cuando la crisis financiera de 2008 impactó en Europa desnudó una crisis de endeudamiento bastante generalizada. Fue un shock durísimo, que no pegó de forma pareja en todas las economías. La periferia europea, que tenía una situación económica más comprometida, fue la que se llevó el grueso del impacto. Antes de la quiebra de Lehman Brothers (mojón de la crisis de 2008), prestarle plata a Grecia era lo mismo que prestarle plata a Alemania. También daba igual prestarle a Portugal que a Austria, a España que a Francia y a Irlanda que a Holanda. Con los años, eso tendría consecuencias complejas. Previo a 2008, la percepción del “riesgo país” no distinguía entre miembros: todos eran igual de buenos. Desde afuera, parecía un bloque homogéneo. Posterior a 2008, eso cambió radicalmente. Todos entraron en crisis, pero algunos se hundieron en una depresión, principalmente Grecia.

Hace más de una década que Grecia se arrastra con un respirador recorriendo el pasillo interminable de la recesión más larga del último siglo. De hecho, la crisis griega no es la más profunda en términos históricos (la caída fue más pronunciada en 1929), pero es la más prolongada (12 años después el PIB sigue más de 20% por debajo del nivel que tenía previo a la crisis).

¿Por qué sucedió eso? Porque cuando entró en crisis no tenía moneda que devaluar. Tampoco la tenían España, Irlanda, Portugal e Italia. Soltar el tipo de cambio puede hacer que algunos ajustes inevitables pasen más rápido. Pegarle a una pared duele menos si está acolchonada. Tener un tipo de cambio flexible es tener una pared acolchonada, que absorbe parte del impacto cuando una economía recibe un shock. Ojo, moneda tenían, pero era la misma que la de los alemanes, los austríacos y los franceses. Grecia, por si sola, no pudo abaratarse de un día para el otro dándole piola al tipo de cambio: necesitaba el consentimiento de sus múltiples parejas.

Desde 1999, todos ellos habían decidido compartir el euro y estrechar un vínculo que se fue fortaleciendo por décadas. Era un proyecto noble, dentro de un continente que había sido testigo de años turbulentos y sombríos. Pero era un proyecto incompleto, y la crisis de 2008 no sólo desnudó un problema de endeudamiento, sino que reveló problemas estructurales que estaban vigentes desde la propia génesis del bloque. El poliamor, como dijimos, encierra más complejidades que las uniones amorosas binarias (y, por supuesto, que la soltería). Esas complejidades son aun más peligrosas cuando los miembros del círculo pasional son muy distintos y cuando no acuerdan los códigos básicos para encuadrar la relación. Eso fue lo que quedó en evidencia a partir de 2008, especialmente durante 2012, que fue el punto más álgido de la crisis europea.

Terapia de pareja semana 1: ¿cómo hacer que las cosas funcionen?2

Para que el poliamor funcione es importante que no haya diferencias tan marcadas entre los miembros. Además, es importante que todos partan de una situación emocional similar. Recapitulando, renunciar a una moneda propia para integrar una unión monetaria supone un trade-off; tiene ventajas y desventajas. Dependiendo de cada caso, puede ser un éxito o un desastre. ¿De qué depende? Depende de ciertas circunstancias y ciertas condiciones de arranque. Las condiciones que pueden llevar al éxito son las condiciones que compensan la pérdida de flexibilidad que supone renunciar a una moneda propia. Y esto, como dijimos, supone renunciar a ciertos mecanismos de ajustes.

Ser flexibles en el intercambio. Los factores de producción, que son el capital y el trabajo, deberían moverse fluidamente entre los estados atados a una moneda común. En su forma más pura, no podrían existir barreras que dificulten la migración de personas o el flujo de dinero de un país a otro. Chau aranceles, visas y permisos. Un trabajador griego debería poder trabajar, sin darse cuenta, desde las playas de Mykonos, desde la Plaza Mayor de Madrid o desde los campos Elíseos.

Tener las cuentas claras y compartidas. Contar con una integración fiscal es esencial para atarse a una moneda común. Deberían existir sistemas que permitan transferir recursos hacia donde se necesite, compartir el riesgo entre todos los miembros y armonizar los esquemas tributarios. Además, es clave la integración bancaria para facilitar la supervisión integral de la unión, garantizar los depósitos de todos los miembros y jugar como prestamista de última instancia si todo colapsa.

Vivir en sintonía. Cuando los ciclos económicos de los miembros no se mueven acompasados, un único banco central (el europeo) no puede hacer su tarea. Esto es así porque tiene menos herramientas que objetivos. Si la mitad de los miembros vienen desbarrancado, es necesario generar estímulos para revertir esa situación. Por ejemplo, inyectando dinero. Pero esos estímulos pueden tener consecuencias nocivas para la otra mitad que está yendo para arriba (presiones inflacionarias). Si las estructuras productivas de todos los miembros se parecen, el riesgo de que ocurra esa asimetría es menor.

No guardar secretos de alcoba, mentir ni romper códigos. Poliamor o no poliamor, esto está en la tapa del libro.

Apoyarse en las buenas y en las malas con voluntad de hierro. Poliamor o no poliamor, esto está en la primera hoja del libro. Con matices, estas condiciones las reúne parcialmente Estados Unidos. Estados Unidos es una relación poliamorosa que establece vínculos entre 50 voluntades mediante la misma moneda, el dólar. Hace unos meses el petróleo se desplomó, y por primera vez cotizó en valores negativos. Abusando de la simplificación, California se benefició porque los costos se abarataron. Texas, por el contrario, salió perjudicado porque sus ingresos se contrajeron (shock asimétrico). El dólar es común a ambos estados, y eso quita flexibilidad para acomodar el cuerpo ante semejante irregularidad. Sin embargo, los trabajadores de Texas pueden moverse con relativa facilidad hacia California y neutralizar ese impacto asimétrico. Además, la ayuda del gobierno federal norteamericano puede contribuir a pasar el mal trago. Texas pude transferir menos impuestos a Washington sin que sus ciudadanos vean comprometidos sus servicios; los depósitos de sus bancos están garantizados por una agencia federal y las pérdidas eventuales pueden ser absorbidas por instituciones respaldadas por el gobierno.3 Nada de eso es así en Europa.

Terapia de parejas semana 2: ¿por qué los consejos no funcionaron para Europa?

Faltó flexibilidad. Desde hace tres décadas los europeos tienen derecho legal a trabajar en cualquier parte de la Unión Europea (UE), aunque en los hechos esto no se da con tanta facilidad. Pero eso no es un problema administrativo, que es sencillo de solucionar cuando existe voluntad de hacerlo. El problema es que hay otras barreras, por ejemplo idiomáticas, culturales e institucionales. Los griegos no tienen la misma facilidad para mudarse a Alemania que la que tienen los texanos para moverse a California. La migración fluida, que podría haber sido una solución luego de 2008, no funcionó. Barreras administrativas no había, pero había otras (a priori, por lo menos, idiomáticas).

Faltó generosidad. La integración fiscal entre los miembros del bloque quedó como un pendiente. Era un paso muy ambicioso que podía haber entorpecido la concreción del proyecto en su momento. Se avanzó con lo que se pudo y el resto se pateó para adelante. Muchos alertaron sobre esa debilidad, pero primó el espíritu de solidaridad bajo la promesa de que la voluntad política compensaría esa falencia cuando fuera necesario. Pero cuando llegó el momento, muchos líderes la tuvieron difícil: ¿cómo defiende Angela Merkel un aumento de impuestos en Alemania para asistir a los “irresponsables” del sur? Lo mismo sucedió a nivel bancario, donde tampoco se adoptó un enfoque centralizado que velara por todo.

Faltó armonía. La crisis de 2008 tuvo efectos asimétricos dispares entre el norte y el sur europeos. Las recetas que necesitaban unos no las necesitaban los otros. Faltaron herramientas y sobraron problemas.

Faltó honestidad. Varios miembros mintieron, especialmente Grecia. La transparencia en el círculo amoroso brilló por su ausencia y los compromisos para nivelar el campo de juego al comenzar la relación no se respetaron. El Tratado de Maastricht establecía límites para la deuda (60% del PIB) y para el déficit fiscal (3% del PIB). Cuando se coló la crisis de 2008 en el viejo continente, encontró a Grecia con una deuda de 109% del PIB y un déficit de 10% del PIB. En menor medida, fueron varios los que quedaron en offside.

Faltó voluntad. Cuando se pinchó la burbuja del amor, los miembros no hicieron mucho para evitar que se escapara el aire. Se dijeron cosas hirientes, se pusieron apodos despectivos y se adoptó un enfoque cuasi vengativo. Los países más golpeados pasaron a ser los PIIGS (por las siglas de Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España); se les reprochó que “no se puede gastar la plata en alcohol y mujeres y luego pedir ayuda”,4 y se les impuso duras medidas de austeridad que sólo agravaron la situación (error que reconocerían más adelante). Para Grecia esto fue dramático. La situación tampoco era sencilla. Rescatar a Grecia oportunamente era relativamente barato (el país representaba menos de 2% del PIB del bloque en ese momento). Esto no sólo hubiera contribuido a evitar el derrumbe del país, sino que habría operado como cortafuego para evitar la propagación del incendio hacia el resto. Sin embargo, no se puede desconocer que había problemas de riesgo moral (“hacé cualquiera porque igual te van a rescatar”).

En suma, los europeos fueron pioneros en esto del poliamor. El euro selló un fuerte compromiso entre un amplio conjunto de países. Durante décadas, esta relación comunitaria funcionó relativamente bien. Hasta que un día llegó una crisis y puso en evidencia lo que muchos advertían: las nuevas expresiones amorosas no son para cualquiera. Pero terminar una relación siempre es un tema complicado. Con muchas dificultades, el romance plural sobrevivió, pero dejó descendencia: crecieron los movimientos antieuropeos, aparecieron países que terminaban con “exits” (Grexit, brexit), se deterioraron las condiciones de vida, se radicalizó el espectro político y se removieron viejas heridas del pasado. Pese a todo, el poliamor tendría una segunda oportunidad.

Crisis que unen: la covid-19 y la Europa de “próxima generación”

Lo que algunas crisis separan otras lo pueden unir. El martes un escueto tuit ponía fin a una cumbre maratónica que alumbró un acuerdo histórico para Europa (tiempos modernos). Ante lo que la canciller alemana consideró la amenaza existencial más grave que ha tenido que enfrentar, el bloque reaccionó con un agresivo paquete de rescate. No hacerlo podría haber sido el golpe de gracia para este noble matrimonio moderno. La pandemia tuvo su epicentro en Italia y España, dos de las economías periféricas que todavía no habían logrado recomponerse de la crisis pasada. Con situaciones económicas frágiles y poca capacidad de reacción, la crisis sanitaria hizo estragos y dejó altísimas tasas de mortalidad.

El primer bombero en aparecer fue el Banco Central Europeo. En el medio de la crisis anterior, su presidente, Mario Draghi, había afirmado que haría “lo que fuera necesario para salvar el euro”. En parte lo hizo. Ante esta nueva crisis, y bajo el mando de Christine Lagarde, la institución volvió a responder agresivamente vía estímulos monetarios (inyección de dinero y reducción de tasas de interés). Pero eso no parecía ser suficiente: la crisis de la covid-19 es inédita y el bloque todavía tiene las defensas bajas. El poliamor volvía a estar bajo fuego. Se requería una señal de compromiso más fuerte. Esa señal fue un acuerdo sobre un plan de rescate por 750 billones de euros, 48% canalizados en forma de préstamos y el restante vía transferencias directas. Sobre esa base, la UE aprobó un presupuesto de 1,074 billones de euros para 2021-2027. De ese total (1,8 billones de euros), 30% estará destinado a la acción climática con el objetivo de alcanzar la neutralidad de carbono hacia 2050.

Pero, como era esperable, el acuerdo emergió como resultado de un proceso tenso de tire y afloje entre varios subbloques. Grosso modo, podríamos simplificar el asunto identificando tres: el eje francoalemán, los frugales (Holanda, Austria, Dinamarca, Suecia) y los revoltosos del este (Hungría y Polonia). Los primeros lograron el acuerdo y que se mantuviera la modalidad de transferencias. Los segundos lograron que lo anterior terminara siendo menos ambicioso de lo que originalmente había sido propuesto y que existan mecanismos para condicionar los desembolsos a reformas, y redujeron su aporte neto al presupuesto comunitario. Los últimos lograron desvincular el acceso a los fondos del respeto por el Estado de derecho.

Al margen del monto y las concesiones, el acuerdo es histórico porque despeja el camino para profundizar la integración y reparar uno de los debes históricos: la coordinación fiscal. En otras palabras, para acercarse un poco más a un poliamor de manual. Además, los fondos se obtendrán de forma conjunta en el mercado de deuda, algo que tampoco tiene antecedentes y que siempre ha sido un tema tabú. Esto último representa un cambio de postura para muchos, pero especialmente para Alemania.

El poliamor europeo parece haber esquivado otra bala. De hecho, parece estar fortaleciéndose en relación al poliamor norteamericano. Estados Unidos promueve el proteccionismo, desmantela las regulaciones ambientales, se retira de los acuerdos por el cambio climático y fracasa en su respuesta a la contención de la pandemia. ¿Podrá la “nueva Europa”, más “verde y solidaria”, aprovechar la oportunidad? Imposible saberlo, porque sus desafíos siguen siendo inmensos. Pero el euro debería fortalecerse y la deuda conjunta del bloque podría suponer una referencia más “segura” para los inversores (desplazando las notas del tesoro norteamericanas del lugar privilegiado que históricamente han ocupado).


  1. En Europa podemos hablar de dos círculos de amor. El círculo más íntimo es la Eurozona, que comparte una moneda común. Hay un círculo más amplio, pero con un menor compromiso. Esa es la UE. Por ejemplo, Reino Unido nunca formó parte de la Eurozona, pero sí de la UE. 

  2. Mundell, McKinnon y Kenen. 

  3. P. Krugman. 

  4. Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo. 

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