Como un resumen de los nuevos tiempos y sus dinámicas, la creación de la Superliga Europea, y la amenaza de ruptura de la actual estructura del fútbol por parte de 12 de los clubes más poderosos, fue el lunes una noticia que causó asombro y sorpresa, y elevó la indignación de miles de hinchas. Y dos días después, ya empezó a diluirse. Pero, más allá de hablar con el diario del lunes siguiente –literalmente–, existen asuntos de fondo que permanecen incambiados y que tarde o temprano tendrán repercusiones. En definitiva, la industria del fútbol, que mueve tantos millones de dólares, sufre pérdidas cuantiosas por la pandemia y empieza a buscar el modo de no perder pie.
El dilema que saltó a la luz sobre un fútbol regido por las lógicas de la competencia o del negocio es apenas una parte del conflicto, dado que subyacen, de fondo, un montón de cuestiones económicas que sugieren que puede avecinarse un cambio de era, o al menos un parteaguas en la historia.
Lo que ocurrió hace una semana amenazó con ser el mayor cambio en el mundo del fútbol europeo desde la Ley Bosman, que a partir de 1995 impulsó la globalización tanto de jugadores como de fanáticos, ya que elevó los clubes a la categoría de marcas mundiales. La historia posterior mostró que entre derechos de televisación, venta de camisetas y otras fuentes de ingresos, el fútbol prepandemia movía más de 28.000 millones de euros anuales –según la consultora Deloitte–. Esto permitió, entre muchas tantas cosas insólitas, nueve transferencias de futbolistas por un valor superior a los 100 millones de dólares en los últimos cuatro años.
Dentro de ese proceso, los hinchas y fanáticos –la esencia del fútbol y el factor clave que sostiene a la industria– se transformaron en consumidores que, desde cualquier parte del mundo, demandan el deporte más popular; es decir, una pata fundamental para el andamiaje de un negocio de miles de millones. Pese a cualquier indignación desde el llano, lo cierto es que en la realidad paralela del fútbol de élite el dinero nunca es suficiente, y parte de la lógica que mantiene funcionando la máquina es la búsqueda incansable de lograr más ingresos de los clubes y federaciones.
Desde Bélgica, el economista Sebastián Fleitas –profesor de la Universidad de Lovaina, especializado en mercados y regulación– explicó a la diaria que “el fútbol como mercado no es como la feria, que los precios se definen por oferta y demanda, sino que los precios son negociados [por los clubes y la federación] bajo dos incentivos: que la torta sea más grande y que me pueda quedar con una mayor porción”. A su entender, la movida de los poderosos apunta a “ganar poder de negociación” ante la FIFA y la UEFA, las entidades organizadoras del fútbol a nivel mundial y europeo, que a la vez son “empresas con sus propios intereses”.
Este punto también fue mencionado en diálogo con Mauro Costa, economista con un máster en gestión deportiva, quien detalló que, a diferencia de otros deportes que mueven millones, como el básquetbol o el tenis, el fútbol ha logrado mantener unificada la pata de negocios con la competencia profesional. Esto se debe a una maniobra estratégica que hizo, en la década de 1970, el brasileño João Havelange, expresidente de la FIFA, quien, asociado al alemán Horst Dassler, hijo del fundador de Adidas, crearon la firma ISL para empezar a comercializar derechos y patrocinios de los eventos y las ligas de fútbol.
“La FIFA y sus dependencias tienen el monopolio de la competición, de sus reglas, pero la pandemia afectó el modelo de negocio de los equipos”, que ya no ven crecer la torta. Mauro Costa
Ese esquema, reproducido por las federaciones continentales y nacionales, posibilitó durante décadas el reparto de la torta, que crecía a medida que más empresas se interesaban en el deporte rey. “La FIFA y sus dependencias tienen el monopolio de la competición, de sus reglas. Por ejemplo, en el básquetbol está la NBA –y en el tenis la ATP–, que organiza los torneos más importantes. ¿Cómo lo logró Havelange? Con base en una normativa súper fuerte [que impide que los clubes rompan con la FIFA]. Sin embargo, la pandemia afectó el modelo de negocio de los equipos”, que ya no ven crecer la torta, complementó Costa.
Una burbuja que se pinchó por el virus
Más allá de la analogía obvia de la burbuja, dada la falta de fundamentos sólidos para muchas de las cosas que ocurren en torno al fútbol, los coletazos del coronavirus dejaron al descubierto una crisis de ingresos que lleva a pensar que en los años previos asistimos a una sobrevaloración del producto. Los millones que llegaron de jeques árabes, y de otras fuentes nada claras de financiamiento, generaron un festival de transferencias. Por ejemplo, Barcelona, con el dinero dulce que generó la venta de Neymar en 222 millones de euros a PSG francés, pagó más de 100 millones por el extremo Ousmane Dembélé, que en un año potenció su valor más de 600% –el club alemán Borussia Dortmund lo había adquirido por 15 millones de euros–.
Según una proyección hecha en setiembre por la FIFA, la industria alrededor de la pelota perdió unos 12.000 millones de euros a raíz de la pandemia.
Este movimiento no es otra cosa que una muestra de la irracionalidad subyacente a muchas de las cosas que pasaban. Y, como suele ocurrir en épocas de crisis, la realidad pega fuerte: Barcelona arrastra balances negativos y la nueva directiva estima las pérdidas del año pasado en 300 millones de euros. Por su parte, Real Madrid bajó su presupuesto en igual monto tras una caída de 13% de los ingresos. En la Premier League, Manchester City reportó un resultado negativo de 147 millones y los clubes ingleses situaron las pérdidas por la covid-19 en más de 1.000 millones de euros.
Según una proyección realizada en setiembre por la FIFA, la industria que gira alrededor de la pelota perdió unos 12.000 millones de euros a raíz de la pandemia. En ausencia de la crisis sanitaria se estimaba que, entre clubes y asociaciones, el negocio iba a alcanzar un valor global de 39 billones de euros durante 2020. El principal activo afectado son los ingresos asociados al día del partido –desde la venta de entradas y merchandising del equipo a la concesión de puestos de comida o de estacionamiento–, que, según el informe Money League de Deloitte, representa 18% de lo embolsado por los clubes más poderosos.
Estos números demuestran que el fútbol no es ajeno a lo que les ocurre a muchos otros sectores de actividad, a los que la llegada del virus les cambió drásticamente las condiciones del negocio. Y, al igual que en muchos otros casos, los poderosos ensayan movimientos extremos dentro del marco de incertidumbre que supone la vuelta a la normalidad.
¿El sueño americano? La respuesta a una industria que pierde interés
La estructura del fútbol se cimienta sobre la lógica de la competencia deportiva, ya que ningún club del mundo tiene restricciones en cuanto a dónde puede llegar con base en logros dentro de la cancha. A su vez, tiene una organización de estilo piramidal, con la FIFA en lo más alto. Le siguen las federaciones continentales, las nacionales y al final, dentro de estas, los clubes.
Hasta el lunes pasado nadie había desafiado estas lógicas. Sin embargo, los 12 clubes fundadores de la Superliga –tres españoles (Atlético Madrid, Barcelona y Real Madrid), tres italianos (Inter, Juventus y Milán) y seis ingleses (Arsenal, Chelsea, Liverpool, Manchester City, Manchester United y Tottenham)– anunciaron una revolución de las estructuras: plantearon disputar una competencia entre 20 equipos top, en paralelo a las ligas locales, que tuviera parte de los cupos asignados de manera fija, sin clasificación en función de resultados deportivos.
De acuerdo al ranking del sitio especializado Transfermarkt, diez de estos 12 equipos se ubican entre los más valiosos del mundo –quedan fuera Arsenal y Milán–; de ese listado de clubes top sólo faltan PSG y Bayern Múnich. El primero tiene fuertes vínculos con la FIFA a través de sus dueños cataríes, organizadores del próximo Mundial en 2022, y rechazó la invitación; igual que el segundo, inmerso en el esquema 50+1 de la Bundesliga, que busca asegurar el poder de decisión mayoritario a los socios –en contraste con el manejo habitual en el fútbol europeo, inundado de grandes capitales que gestionan los equipos–.
Conocida la noticia sobre la Superliga, el escándalo fue total. Protestaron los hinchas de estos clubes –principalmente los ingleses–, el resto de los equipos, que se sintieron excluidos, los dirigentes de la FIFA y de la UEFA, y hasta los políticos nacionales –el primer ministro inglés, Boris Johnson, intervino para frenar el proyecto–. También protestaron futbolistas y entrenadores de renombre, y la mayoría de las miles de voces que analizan el deporte más popular en todas partes del globo.
Como resultado, todos los fundadores, con excepción de Real Madrid, abandonaron el barco o dejaron entrever que así lo harán. Sin embargo, el presidente del club español e impulsor de la idea, Florentino Pérez, aseguró el jueves que el proyecto está “en stand-by”, pero volverá a cobrar fuerza. Anteriormente, cuando la idea aún tenía bases sólidas, había subrayado que los 12 clubes habían enfrentado pérdidas por 5.000 millones de euros por la pandemia, ensayando una explicación de los cambios asociada a las audiencias.
“Los jóvenes prefieren entretenerse de otra manera”, hoy día “hay muchos partidos de escasa calidad y ellos se van a otras plataformas”. Florentino Pérez
“El fútbol está en caída libre, a punto de arruinarse, debe evolucionar y se tiene que adaptar a los tiempos”, sostuvo Florentino Pérez. “Los jóvenes prefieren entretenerse de otra manera”, ya que hoy día “hay muchos partidos de escasa calidad y ellos se van a otras plataformas”. Por eso, la Superliga persigue la idea de “hacer partidos más competitivos y atractivos para paliar la pérdida de dinero”, explicó el millonario empresario español, que lleva 18 años al frente de Real Madrid y culminará su quinto mandato en 2025 –fue elegido cuatro veces sin competencia electoral–.
Costa apuntó que a su entender la industria del fútbol tiene “ineficiencias”, porque los equipos top cuentan con enormes presupuestos para disputar “como máximo diez partidos al año” contra rivales de igual jerarquía. Está el caso del PSG francés, el más comprador de los últimos años, que arma superequipos para competir en una liga despareja y apostar a la Champions League. “Es ineficiente en términos de la inversión que se hace. Manchester City lleva disputados esta temporada cuatro partidos contra equipos de categorías inferiores en las copas [de Inglaterra]. ‘Cada miércoles de esos nos perdemos de jugar contra Bayern Múnich o contra Real Madrid por la Champions League’, deben pensar”, señaló Costa.
Estos grandes clubes establecen la vara del desinterés del público en función de las audiencias, ya que la mitad de sus ingresos vienen de los contratos de televisión. Aunque en general el consumo migró hacia plataformas y contenidos on demand, parece existir un problema circunscrito al fútbol, ya que la audiencia de los partidos en España cayó 6% a pesar de las restricciones para la asistencia de público.
Mirando el fenómeno de forma global y asociado a las nuevas generaciones, un estudio de la consultora estadounidense Morning Consult evaluó que, en dicho país, sólo 8% de la generación Z –nacidos de 2000 en adelante– seguía diariamente algún deporte, contra 15% de los millennials –nacidos en las dos últimas décadas del siglo XX–. El consumo audiovisual de los estadounidenses mutó en los últimos años, y fueron perdiendo peso las competencias como la liga de béisbol y el Nascar –carrera de autos– en favor de los e-sports –deportes virtuales, que hoy son seguidos por miles de fanáticos–.
“Si los jóvenes se divierten más viendo a otros jugar al Playstation que mirando en vivo a Cristiano Ronaldo, es un problema [para la industria del fútbol] porque baja el valor de los derechos de televisación”, lo que se suma a la sangría de ingresos el día del partido por la pandemia, indicó Fleitas.
Pero la generación Z –siguiendo con el estudio de Morning Consult– casi no mostró diferencias con los millennials en el seguimiento de la NBA, la competencia del mundo deportivo que genera más dinero y el modelo que tomó en cuenta la Superliga. ¿Cuál es la lógica de la NBA y otras ligas estadounidenses? A diferencia del esquema antes mencionado en torno a la competencia, se trata de franquicias cerradas con equipos que tienen propietarios y que representan a una ciudad.
“Que no exista tope salarial es otro motivo de por qué las competencias de fútbol son aburridas”. Sebastián Fleitas
Se pierde competitividad por el hecho de no tener ascensos y descensos, pero se fomenta la igualdad deportiva imponiendo reglas que buscan equiparar el poderío de los participantes. En la NBA el dinero total a disposición de los propietarios varía cada temporada en función de los ingresos de la anterior, y hay un tope salarial que todos deben respetar.
“Que no exista tope salarial es otro motivo de por qué las competencias de fútbol son aburridas”, debido a que son amplísimas las diferencias entre los dos o tres clubes poderosos de una liga y el resto, señaló Fleitas. “La NBA es una franquicia y no entra ningún equipo, pero dentro de esa gran empresa que es la competición quién sale campeón tiene mucha más variabilidad que en las ligas de fútbol”, añadió.
El futuro y lo que alguna vez fue
El camino trazado por la Superliga ya se recorrió en el básquetbol europeo, a impulso de Real Madrid y de otros clubes poderosos, que en 2000 se escindieron de la federación continental y comenzaron a disputar la Euroliga. Al igual que ocurrió ahora con las amenazas de la FIFA y de la UEFA de expulsar a los 12 clubes, la Federación Internacional de Baloncesto –máxima entidad del deporte naranja– buscó frenar el proyecto. Durante los primeros años convivieron dos competencias hasta que, en 2004 y a partir de un armisticio, la liga creada en el año 2000 se impuso como la oficial.
El humo blanco no duró demasiado, ya que en 2015 hubo un nuevo conflicto en el básquetbol europeo vinculado al reparto de los ingresos por televisación, que terminó con una decena de clubes poderosos logrando una licencia A para competir en la Euroliga por diez años, sin clasificación deportiva. Volvieron a convivir dos torneos continentales, y aún no hay acuerdo entre las partes.
Además del dinero por la televisación, otro de los puntos que impulsó el movimiento en el básquetbol –y que se repite en el fútbol– es el rechazo de los grandes clubes a ceder a los jugadores para las competencias de selecciones. El mandamás de Real Madrid no ocultó estas intenciones: “Jugar con los jugadores de los clubes no tiene sentido, hay que cambiar, tenemos demasiados partidos” de selecciones.
En términos académicos, Fleitas explicó que los clubes top conforman “una economía de red, porque el valor depende de quién esté dentro” del grupo. En otras palabras, es lo que todos pensamos al prender el televisor para seguir un partido: “El campeonato está bueno si están los grandes clubes”. Entonces, la movida de la Superliga –con notorias falencias en la implementación– buscó mostrar un movimiento uniforme de los poderosos. En palabras de Costa, un mensaje al monopolio de la FIFA: “Miren que podemos romper todo”.
Una mención aparte merece el rol en este entuerto de JP Morgan, el mayor banco estadounidense, que tenía previsto poner 4.200 millones como patrocinador principal de la Superliga. Tras ver arder el proyecto, un ejecutivo declaró esto a Bloomberg: “Juzgamos mal cómo se vería este acuerdo en el conjunto de la comunidad futbolística, aprenderemos”. Pero lo cierto es que la relación entre el mundo financiero estadounidense y los poderosos europeos es cada vez más cercana, tras haber adquirido cerca de un centenar de clubes de las principales ligas –entre ellos Manchester United, Liverpool y Tottenham–.
Hacia adelante, ambos economistas imaginan algún tipo de modificación que, contemplando los criterios vigentes de deportividad, haga realidad el deseo de Florentino Pérez de menos partidos intrascendentes y más cruces entre clubes top. El futuro traerá seguramente un nuevo formato para la Champions League, y hasta las ligas locales podrían reducir el número de equipos en busca de una mayor competitividad. Ya lo dijo el director técnico español de Manchester City, Pep Guardiola: “En lugar de una Superliga, quiero una súper Premier League. Debemos ir a la calidad y no a la cantidad”.
Mientras tanto, al recordar esta última semana, los hinchas se pueden colgar el galardón de que frenaron a los ricos y su intento de pisotear las lógicas competitivas. Sin embargo, la industria global del fútbol sigue sedienta de los millones que le permita mantener la maquinaria en marcha, ya sea a través de una nueva liga o de algún otro tipo de mecanismo; parece difícil, en este mundo, que no termine imponiendo condiciones.
“Siempre vendrá alguno a decir ‘volvamos al fútbol de antes’, con los shorts cortos, porque trae una nostalgia que nos lleva a cuando éramos niños e hinchas de nuestro cuadro. Eso es válido, pero tiene cada vez menos espacio. Muchos sentimos que se va perdiendo eso que nos gustó alguna vez”, remató Costa, con mucha más certeza en su disparo final que Florentino Pérez cuando anunció una revolución que murió antes de empezar.