Ni el Real Madrid de principios de los 2000 con los “galácticos”, ni el posterior Barcelona que inició la era dorada del club catalán con Ronaldinho como estrella, ni el Arsenal del DT francés Arsene Wenger –que en 2005 presentó un equipo de titulares y suplentes sin ningún inglés– que brilló en la Premier League, ni el recordado Inter de Milán comandado por José Mourinho que ganó la Champions League en 2010 sin italianos en la cancha. Ninguno de estos equipos históricos contribuyó tanto a la industria del fútbol, que hoy día mueve millones y es un espectáculo de magnitud global, como el Real Fútbol Club de Lieja, un equipo de Bélgica con más de 100 años de historia que no gana la liga local desde hace medio siglo. Aunque, claro, su contribución fue sin saberlo.

El otro gran protagonista de esta historia es Jean-Marc Bosman, un futbolista belga de poca valía que decidió ir a la Justicia para reclamar una injusticia y logró un fallo que sería más beneficioso para sus pares que para él, en tiempos en que Europa comenzaba a consolidar su proceso de integración regional. El nombre con el que todo este episodio pasaría a la posteridad es “caso Bosman”. ¿Qué es esto? A primera vista se trata de una sentencia relativa a los derechos laborales de un trabajador del fútbol y la forma de regulación de su vinculación con los clubes. Pero vistos los hechos 25 años después, fue mucho más que eso y desde que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (UE) falló en diciembre de 1995, nada fue igual en el mundo del fútbol.

Todo comenzó en 1990, cuando Bosman, con 26 años y una carrera que venía en descenso –pasó del Standard Lieja al club menor de la ciudad–, recibió una oferta para renovar su contrato por un año con el Lieja con un salario notoriamente inferior al que percibía. No lo aceptó y fue declarado transferible, pero el club solicitó una cláusula de indemnización muy superior a su contrato, que debía pagarse aunque el vínculo estuviera finalizado. Bosman logró el interés del equipo francés Dunkerque y se abrió una negociación con el Lieja, pero no hubo posibilidad de aceptar la cláusula establecida. El traspaso no prosperó y el futbolista quedó apartado del plantel, sin contrato y sin chances de una transferencia.

Fue entonces cuando Bosman decidió iniciar una demanda contra el club, la Federación Belga de Fútbol y la UEFA, el órgano rector del fútbol en el continente. Aunque la UE fue fundada en 1993, desde 35 años antes regía un acuerdo entre los principales países del continente que fomentaba la integración y permitía la libre circulación de trabajadores, aunque esto se aplicaba con restricciones para los deportistas. La FIFA como federación internacional y el resto de las asociaciones que la integran nunca vieron con buenos ojos la intromisión de la Justicia ordinaria y siempre intentaron imponer sus propias reglas para controlar el popular negocio que tenían entre manos.

Contra ese statu quo fueron Bosman y su joven abogado, el también belga Jean-Louis Dupont, que basó su alegato en el Tratado de Roma de 1957. Su asesor le dijo al futbolista que por las características del asunto, que parecían sencillas de resolver para aplicar al caso puntual, la resolución demoraría semanas. Sin embargo, fueron años los que transcurrieron hasta un fallo que el propio Bosman admitió luego que fue más allá de lo que esperaba en materia de derechos de los futbolistas, aunque no en lo económico.

La sentencia del tribunal de la UE con sede en Luxemburgo ocurrió el 15 de diciembre de 1995 y tuvo dos grandes definiciones –más allá del monto de la indemnización para Bosman–: que era ilegal el pago entre clubes por el traspaso de un futbolista con el contrato finalizado y que los cupos de extranjeros no podían aplicarse para ciudadanos de la comunidad europea. Según explicó a la diaria el abogado especializado en derecho deportivo Nicolás Rivadavia, este fallo derivó en varios “cambios en las normas” laborales de los futbolistas, que luego se extendieron de Europa al resto del mundo.

Antes de 1995, la inscripción o fichaje de un jugador “tenía mayor importancia que el contrato de trabajo que el deportista firmaba con la institución”, señaló el experto. Esto se daba porque, como quedó visto en el caso de Bosman y el Lieja, “cuando finalizaba el contrato, si el jugador quería fichar por otro club la institución en la que estaba inscripto tenía derecho a exigir una suma de dinero, una obligación derivada de las reglas establecidas por la UEFA”.

Esa regulación “implicaba limitaciones” al derecho al trabajo y a la libertad de elección de los futbolistas, consideró el abogado. Así también lo entendió el tribunal de la UE y desde entonces, los futbolistas son considerados libres al término de su vínculo y pueden irse sin dejar dinero para el club, e incluso pueden firmar un precontrato con otra institución en los seis meses anteriores a la fecha de finalización.

Este aspecto, junto con el relacionado con la libre circulación de futbolistas dentro de la UE, amenazó en aquel momento la estructura vigente y los dirigentes buscaron frenar sus efectos con algunas acciones insólitas, que recordó el diario La Vanguardia: la FIFA emitió un comunicado aclarando que cualquier decisión aplicaba sólo a 21 de las 193 federaciones afiliadas, por lo que no sería de relevancia; la UEFA argumentó que, al estar su sede en Suiza –país no integrado a la UE–, no podían imponerse al fútbol continental las normativas de la comunidad europea; y los clubes italianos anunciaron un pacto, luego incumplido, para no beneficiarse de la sentencia de la UE.

Los popes del deporte más popular vaticinaban un cambio de era y tenían temores, aunque rápidamente interpretaron que el nuevo mundo incluso sería más beneficioso en términos del fútbol-negocio. Al año siguiente de la sentencia, el Barcelona pagó el equivalente a 13 millones de euros al PSV holandés por el fichaje del brasileño Ronaldo, inaugurando las noticias sobre fichajes récord que se transformarían en costumbre en cada mercado de pases. Posteriormente vendrían los 37 millones de euros del Real Madrid por Figo en 2000, los 80 millones de euros del mismo club por Cristiano Ronaldo en 2008, o el último récord, que ostenta Neymar, que fichó en 2017 por el PSG por más de 200 millones de euros.

Para Rivadavia, el caso Bosman y las normas posteriores marcaron “un antes y un después en el mundo del fútbol a nivel mundial”, no sólo en materia jurídica. Mencionó también como efectos relevantes la masiva “emigración de jugadores sudamericanos hacia Europa”, y el inicio de un proceso de “globalización del fútbol profesional”.

“Todo el mundo ganó plata menos yo”: el derrotero de Bosman

El futbolista belga acordó en 1995 recibir una indemnización equivalente a 400.000 euros, pero entre los servicios del abogado, los impuestos y algunos negocios fallidos –apostó, entre otras cosas, por la venta de camisetas con su nombre–, el dinero rápidamente se evaporó. “Caí en la bebida y el abogado se aprovechó para construirse una linda carrera sobre la espalda de un hombre cansado de combatir”, evaluó por estos días en una entrevista con el sitio inglés INews.

Bosman también recordó cómo, tras iniciada la demanda, su nombre pasó a ser “veneno” para los clubes de fútbol, que no querían contratarlo. “Perdí algunos de los mejores años de mi vida peleando batallas judiciales”, se lamentó al hablar con el diario belga Le Soir. Es que entre 1990 y 1996 jugó en cuatro equipos de categorías menores de Bélgica y Francia, donde no acumuló más de 20 partidos, y decidió el retiro en 1996. “Todos los clubes me rechazaron, sufrí el boicot del fútbol y para mí fue una catástrofe”, contó a la cadena BBC en 2011.

En los años posteriores a que su caso derivara en normas legales que beneficiaron a cientos de sus colegas, Bosman sufrió un derrotero personal y económico que lo llevó al alcoholismo, la depresión y la pobreza. En 2011 fue detenido por agredir a su novia y en 2013, condenado a un año de prisión. Hoy se muestra recuperado, tras recibir la ayuda, entre otros, del sindicato internacional de futbolistas profesionales.

“La mayoría de los jugadores no serían capaces de reconocerme, pero todavía se sigue hablando de mi caso. Tal vez yo no esté en 20 años, pero si para entonces alguien se acuerda de mí le daré los datos de mi cuenta bancaria. Todos se han beneficiado de la ley Bosman excepto yo”, dijo con ironía y resignación hace algunos años.

Es que el círculo virtuoso que se generó, en especial desde comienzos de este nuevo siglo, en torno al fútbol como negocio global es mucho más conocido que el caso Bosman, pero imposible sin ese eslabón. La apertura indiscriminada de fronteras en Europa para los futbolistas continentales y la posibilidad también para aquellos de cualquier parte del mundo con doble nacionalidad potenciaron las principales ligas y trajeron nuevos espectadores alrededor del mapa, con su correspondiente consecuencia en ingresos por derechos de televisación y merchandising.

El parteaguas que significó el caso Bosman dejó atrás los tiempos en que los clubes europeos, incluso aquellos ricos y poderosos, debían elegir con lupa los extranjeros que iban a reforzar su plantel por los cupos que existían. Ahora todos los equipos son globales y hay escasas excepciones –como el Athletic Bilbao, que sólo acepta futbolistas de origen vasco–, lo que también derivó en un poder extremo para los europeos en detrimento de mercados exportadores, como Sudamérica.

Según repasó el diario La Nación, desde 1995 a la fecha hubo sólo un Mundial ganado por una selección no europea (Brasil en 2002) y únicamente seis equipos sudamericanos que lograron el Mundial de Clubes, contra cinco y 19 títulos respectivamente de los más poderosos. Otro dato que refuerza cómo se amplió la brecha entre los clubes ricos y el resto es que sólo uno de los últimos 25 campeones de la Champions League, el principal torneo europeo, no pertenece a las cuatro grandes ligas (Alemania, España, Inglaterra e Italia): el Porto de 2004, dirigido por Mourinho.

“Ahora, el fútbol se convirtió en un negocio. Equipos poderosos como el Chelsea no existirían sin la ley Bosman. Porque pueden tener tantos extranjeros como quieran y ese poder los hizo más ricos”, analizó el deportista belga. Aunque también sabe que con su lucha posibilitó, como él mismo lo dijo, que “los futbolistas que hasta entonces eran considerados como mercancía se conviertan en trabajadores libres y dueños de su destino”.

Así transcurrió la historia de Bosman, cuyo final –o principio– ocurrió hace 25 años. Un futbolista sin demasiadas luces en la cancha, que luchó en los tribunales y logró ampliar derechos para sus pares, algo que no merece ser olvidado. El fútbol y sus millones ya lo hicieron, pero la historia debe recordarlo como lo que fue: un actor clave para que el deporte más popular sea hoy también un negocio globalizado que mueve mucho dinero.