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Ilustración: Ramiro Alonso.

El valor presente de la cooperación

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Leído por Andrés Alba.
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Un rabino tuvo una conversación con el Señor sobre el cielo y el infierno. “Te mostraré el infierno”, dijo el Señor. Y llevó al rabino a una habitación que contenía una gran mesa redonda. La gente sentada alrededor de la mesa estaba hambrienta y desesperada. En el medio de la mesa había un enorme caldero de guiso que olía tan delicioso que al rabino se le hizo agua la boca. Cada persona alrededor de la mesa tenía una cuchara con un mango muy largo. Aunque las largas cucharas llegaban justo al caldero, sus mangos eran más largos que los brazos de los potenciales comensales: así, incapaces de llevarse la comida a la boca, nadie podía comer. El rabino vio que su sufrimiento era sin dudas terrible. “Ahora te mostraré el cielo”, dijo el Señor, y fueron a otra habitación exactamente igual a la primera. Había la misma gran mesa redonda, el mismo caldero de guiso. La gente estaba equipada con las mismas cucharas de mango largo Pero aquí todo el mundo estaba bien nutrido y regordete, y reían y charlaban. El rabino no podía entenderlo. “Es simple, pero requiere cierta habilidad”, dijo el Señor. “En este cuarto, como verás, han aprendido a alimentarse entre sí”.1

Este fragmento del último libro autobiográfico publicado por Irvim D. Yalom me disparó líneas reflexivas que intentaré expresar en palabras y ojalá resulten de interés.

En el imaginario colectivo existen canales sinápticos que nos llevan rápidamente a escenarios que construimos como infernales o paradisíacos. Claro, que en general, la vida de las distintas sociedades no son blanco o negro, transcurren en diferentes tonos de gris. Sin embargo, la dura pandemia que nos está tocando atravesar desde hace más de un año tensiona algunas bases de la preconfiguración económica y social. He pensado cómo proposiciones como las de John Forbes Nash a la teoría económica no solo están vigentes, sino que debiéramos recurrir a ellas para no dejar a nadie atrás. Una vertiente de su teoría de juegos implica que conflictos (distribución de recursos escasos, por ejemplo) entre seres racionales que recelan unos de otros y se influyen mutuamente, que piensan y que incluso pueden ser capaces de traicionarse entre sí, pueden hacer tomar decisiones que deriven en situaciones alejadas del óptimo, así como el infierno descrito al comienzo. Desde el enfoque de esta teoría, un “juego” es una situación conflictiva en la que priman intereses contrapuestos de individuos (o instituciones), y en ese contexto, el resultado del conflicto se determina a partir de todas las decisiones tomadas por todos los agentes. Sin embargo, y a pesar de la existencia de aquellos intereses contrapuestos o de preferencias divergentes, si las decisiones se toman desistiendo de perseguir o promover intereses estrictamente individuales, si se toman en modo cooperativo, el resultado esperado de la sumatoria de las decisiones se acercará más al óptimo para el conjunto, agregará más valor al colectivo, así como el paraíso graficado al comienzo.

Cooperación formal

La coyuntura de pandemia, y sus particularidades excepcionales, ha puesto a prueba el rol de los estados en las distintas economías. Hay un concepto que subyace: el Estado somos todos. Es un reflejo de su sociedad en cada tiempo. La tensión política, económica y social por la asignación de recursos, tanto en cuantía como en oportunidad, es una característica sobresaliente actual. El modo de cooperación formal por parte de los estados, lejos de voluntarismos, consiste en diseñar y ejecutar alivios, asistencias y transferencias a sectores vulnerables. Tiene la responsabilidad de hacerlo sin estigmatizaciones ni mezquindades. Máxime cuando lo que está en juego es la cobertura de necesidades tan básicas como un plato de comida. Además, debe hacerlo sin complejos. Resulta interesante observar como en una frase el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, amplía su caja de instrumentos de gobierno: declara que “realidades excepcionales requieren medidas excepcionales” y es capaz de ejecutar decisiones de alteración del statu quo impensadas tan sólo 15 meses atrás. El Estado y los gobiernos deben liderar la reconstrucción social, no sólo desde la perspectiva económica, también desde lo cultural. De como vivimos y convivimos en sociedad. No tengo dudas de que su accionar, tanto en casos de acierto como de error, se repite por imitación en amplios sectores de la población.

Cooperación cultural

Hay otra dimensión en esta historia: la respuesta de la sociedad y sus individuos frente a la realidad. Por diferentes motivos, que bien pueden ser objeto de otro artículo, esta crisis viene golpeando de forma desigual, incluso ampliando brechas preexistentes. Esto implica que hay sectores que han recuperado los niveles prepandemia, e incluso los han superado, y otros que han quedado sumergidos. El modo cooperación implica comprender las circunstancias, y proteger con sumo cuidado, en la medida de las posibilidades, las cadenas de pagos, aún sin percibir a cambio cantidades o calidades de bienes o servicios que se recibirían en condiciones normales. Las cadenas de pagos son cadenas de ingresos; afectarlas implica afectar a quienes viven de esos ingresos. En este contexto, llama mucho la atención que se deba controlar qué empresas están usufructuando determinadas medidas paliativas adoptadas cuando en la realidad no lo necesitan. Pero es parte de los dilemas culturales con los que debemos lidiar.

A nivel de individuos, en Uruguay son 64% los que afirman que nunca es justificable reclamar beneficios del gobierno a los que saben que no tiene derecho, según datos de World Value Survey.2 Es decir que existía al momento del relevamiento 36% de uruguayos que, con matices, aceptaría en determinadas circunstancias recibir beneficios del Estado que no les correspondería. A pesar de que en estas situaciones muchas veces no esté en juego la legalidad, posiblemente denote mezquindad. La cultura de la cooperación implica asumir de dónde venimos y hacia dónde vamos, y, sobre todo, evaluar el propósito de ese tránsito.

Hace unos días reparé en un juego de ajedrez de madera que traje como regalo a mi padre de Nepal, en ocasión de mi viaje de Ciencias Económicas en 2006. Reflexionando sobre propósitos y mezquindades, recordé aquel proverbio italiano: “Al final del juego, peón y rey van a la misma caja”.


  1. Fragmento de Memorias de un psicoanalista, Irvim D Yalom, 2015. 

  2. Últimos datos disponibles para Uruguay, 2011 (N 1.000). 

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