El contexto
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) volvió a alertar sobre los crecientes desafíos que enfrenta la región de cara a los próximos años.1 Por un lado, el desempeño de la actividad no ha sido suficiente para revertir los problemas que, si bien ya estaban presentes antes de que irrumpiera la pandemia, se agudizaron marcadamente desde entonces.
Durante el último tramo del año pasado el PIB regional superó el umbral prepandemia, y se ubicó 0,4% por encima del nivel correspondiente al último trimestre del 2019. Sin embargo, luego de ese “efecto rebote”, los últimos datos vienen pautando una desaceleración de la actividad que es bastante generalizada a nivel nacional.
Con esto, la dinámica regional estaría convergiendo nuevamente al patrón observado entre 2014 y 2019, caracterizado por tasas de crecimiento muy bajas (que en promedio no superaron el 0,6% anual), problemas de empleo y agudización de desequilibrios, en particular en el frente de las finanzas públicas.
En el caso de América del Sur, la expansión económica entre enero y marzo se situó en torno a 2,3% interanual, lo que implica una caída de 1,2 puntos porcentuales respecto del registro correspondiente al último trimestre del 2021 −la última fase del rebote−. Según los indicadores adelantados, este proceso se habría agudizado a partir de abril y supondría un enlentecimiento adicional para el segundo trimestre.
Destaca en particular el enfriamiento de la inversión, siendo el componente de la demanda que se desacelera a mayor ritmo. En términos comparados, la región exhibe la menor tasa de inversión a nivel mundial, un rasgo distintivo que reviste aspectos de naturaleza estructural y que condiciona las perspectivas futuras en materia de crecimiento y desarrollo. Como alerta el organismo: “Más allá de la dinámica del ciclo económico, el bajo crecimiento de la inversión en las últimas tres décadas se ha transformado en una limitante estructural del desarrollo”. Revertir esta tendencia es un requisito central para promover un crecimiento sostenible e inclusivo en una perspectiva de mediano plazo.
En este contexto, la recuperación en la órbita del empleo también ha perdido impulso recientemente, aunque los niveles registrados el primer trimestre de este año son similares a los observados durante el último tramo del 2019. En contraste con lo anterior, la tasa de actividad (indicador que refleja la evolución de la oferta laboral) todavía permanece por debajo de las referencias prepandemia, y muestra un retroceso en los últimos meses. Como alerta el organismo, esto podría significar “que los mercados laborales de la región se están aproximando a un nuevo equilibrio en el que persisten restricciones por las que menos personas, en especial las mujeres, deciden participar en el mercado de trabajo”.
En lo que refiere a la tasa de desempleo, se observa una caída equivalente a 3,3 puntos porcentuales entre el tercer trimestre de 2020, cuando llegó a un máximo de 11,5%, y el primer trimestre de 2022, cuando se situó en el entorno de 8,2%. Debe tenerse en cuenta que los problemas asociados a la oferta de trabajo, es decir, el retroceso de la tasa de actividad, operan como un amortiguador sobre el desempleo. En otras palabras, una evolución más favorable de la tasa de actividad habría arrojado niveles de desocupación mayores que los que efectivamente estamos observando.
Por otro lado, en paralelo a la desaceleración de la actividad, las presiones inflacionarias no se han descomprimido y han dificultado la gestión de la política económica, en tanto las acciones que se requieren para moderar el avance de los precios repercuten negativamente sobre la actividad económica (restringen la recuperación del consumo y de la inversión).
Puntualmente, la inflación promedio para América Latina y el Caribe se mantiene aún por encima de 8,4%, un registro que supera en más de dos veces las cifras observadas entre los años 2005 y 2019. Entre las subregiones destaca el caso de América del Sur, que promedia una inflación de 8,7% en los últimos meses (ese guarismo es 7,7% en el caso de Centroamérica y México, y 7,4% a nivel del Caribe). Si bien la aceleración de los precios es bastante generalizada entre productos, destacan las presiones por el lado de los alimentos y la energía, con incrementos no observados desde el año 2008.
Las perspectivas
Según Cepal la región en su conjunto crecerá apenas 2,7% en 2022 y habrá 16 países que terminarán el año sin recuperar los niveles de PIB prepandemia. Dentro de América del Sur, que en promedio se expandiría 2,6% este año, destacan los registros de Venezuela (10%), Colombia (6,5%) y Uruguay (4,5%). En el otro extremo, los países con tasas más magras de crecimiento son Paraguay (0,2%), Brasil (1,6%) y Chile (1,9%).
En el frente inflacionario las presiones tardarán en moderarse, como evidencian las recientes correcciones al alza que experimentaron las estimaciones para este año y el siguiente. La guerra en Ucrania no sólo disparó los precios de las materias primas, sino que afectó nuevamente el funcionamiento de las cadenas de suministros globales, que todavía no se había normalizado tras la sacudida que supuso la irrupción de la covid-19. En los próximos meses la dinámica de los precios en la región continuará condicionada por estos dos factores, y también por lo que pueda suceder con el proceso de fortalecimiento global del dólar. De mantenerse la apreciación reciente del dólar en los mercados internacionales, el costo de los bienes e insumos importados seguirá creciendo y operará como una restricción para el descenso de la inflación.
Ante este escenario, los bancos centrales de la región continuarán enfrentando dificultades para arbitrar entre el necesario estímulo a la actividad y la necesaria contención de los precios. “Ante la naturaleza del proceso inflacionario, en que tienden a prevalecer choques sucesivos de oferta, y un elevado grado de incertidumbre acerca de su persistencia y magnitud, un mayor aumento de uso de la tasa de política monetaria tendería a complejizar aún más los dilemas respecto a la estabilización macroeconómica, al mismo tiempo que podría subordinar implícitamente los riesgos de inestabilidad financiera en las decisiones de política”.
Un escenario externo crecientemente complejo
Al turbulento escenario interno que enfrentan las economías de América Latina se agrega un escenario internacional signado por una menor demanda, crecientes tensiones geopolíticas, persistentes presiones sobre las materias primas y una mayor volatilidad financiera.
Previo al estallido de la guerra el mundo ya estaba perdiendo impulso, producto de la desaceleración de sus principales motores (China, Estados Unidos y Europa), lo que había llevado a una corrección bajista de las perspectivas mundiales para 2022 y 2023. Esto, obviamente, se profundizó como resultado de los impactos del conflicto, que agudizó la desaceleración económica al tiempo que apuntalaba los precios. Al día de hoy, las proyecciones sugieren que el PIB mundial se expandiría 3,1%, luego de haber rebotado 6,1% el año pasado.
Producto de lo anterior también se corrigieron las perspectivas del comercio, que crecería en el entorno de 3% este año (luego de crecer 10,3% en 2021). Esto implica una revisión a la baja de 4,7 puntos respecto a las estimaciones presentadas por la Organización Mundial del Comercio (OMC) a fines del año pasado.
Concomitantemente, las presiones inflacionarias han conducido a los principales bancos centrales del mundo a retirar sus estímulos y a elevar las tasas de interés a “mayor velocidad e intensidad que lo previsto a comienzos de año”. De esta manera, la conjunción de todo lo anterior ha resultado en condiciones financieras más desafiantes para la región y las economías emergentes: en lo que va del año los flujos de capitales hacia estas economías se redujeron, se comprimió la liquidez en los mercados internacionales y aumentó el costo de financiamiento soberano y para las empresas.
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Estudio económico de América Latina y el Caribe. Dinámica y desafíos de la inversión para impulsar una recuperación sostenible e inclusiva. Cepal (agosto 2022). ↩