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Fernando Lorenzo, Danilo Astori y José Mujica (archivo, noviembre de 2009).

Foto: Javier Calvelo

El primer ciclo progresista en gráficos: parte III

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Sobre la estructura productiva y la inserción internacional.

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En esta sección resumiremos, a lo largo de las próximas semanas, algunos de los aspectos clave que caracterizaron el desempeño económico entre 2005 y 2019. Será un recorrido gráfico basado en el libro La economía del primer ciclo progresista, editado recientemente por Fin de Siglo y disponible en librerías de todo el país1.

¿Cuál fue la trayectoria histórica de las principales actividades económicas previo al ciclo progresista?

Uruguay reabre su vida democrática a mediados de los años 80, todavía sintiendo los devastadores efectos de la crisis de principios de esa década. En ese momento, la industria manufacturera, que había florecido desde mediados del siglo XX, se encontraba en un evidente declive. Paralelamente, surgían nuevas actividades económicas orientadas particularmente hacia el mercado regional, en el que diversos procesos de integración comercial culminarían con la creación del Mercosur a principios de los años 90.

Si bien las actividades agropecuarias habían ocupado un papel central a lo largo de la historia del país, no se podía pasar por alto el surgimiento de otras actividades que comenzaban a tener un peso considerable dentro de la estructura productiva. Cultivos como el arroz, la lechería y, de manera gradual, la forestación se unían a la tradicional ganadería como motores económicos en ascenso.

En silencio, las actividades de servicios ganaban terreno de manera constante, especialmente durante la década del 90. Esto se debía al auge del turismo, a las inversiones en el sector financiero que habían sido concebidas durante la dictadura (y que aún perduraban en ese momento) y a las crecientes demandas de una población que exigía mejoras en educación, salud y opciones de consumo. Las actividades de servicios llegaron a representar la mayor parte del valor agregado en la economía uruguaya.

No obstante, la brutal crisis que marcó el fin del siglo pasado y el inicio del nuevo milenio se erigió como un recordatorio contundente de la fragilidad de las bases sobre las cuales se edificó el período de crecimiento experimentado durante la década del 90.

¿Cómo dimensionar de forma rápida y simple la estructura productiva?

La forma más simple de observar una estructura productiva es a través de la participación de los diferentes sectores productivos en la generación del valor total producido en el país en un año, es decir, en el PIB.

Una alternativa metodológica para analizar la evolución económica es observar las variaciones a “precios constantes”. Esto implica valorar las cantidades producidas por cada sector económico utilizando los precios de un momento específico como referencia, que en este caso es el año 2005. Esta metodología nos permite aislar los efectos de las variaciones de precios y enfocarnos exclusivamente en el dinamismo productivo de cada sector.

Bajo esta perspectiva, se destaca el asombroso crecimiento del sector de transporte y comunicaciones (como se muestra en la gráfica). En un segundo plano, aparecen otros sectores económicos igualmente dinámicos durante el mismo período, como la industria manufacturera (1,9%), servicios financieros, actividades inmobiliarias y servicios empresariales (1,7%), comercio, restaurantes y hoteles (1,6%), y enseñanza, salud y servicios sociales (1,6%).

¿Cuál fue la dinámica en el sector agropecuario?

Durante los 15 años bajo análisis, el sector agropecuario exhibió un muy buen desempeño económico, creciendo a una tasa promedio de 2% anual en el período 2002-2019. Este auge coincide con ciertos procesos globales y regionales explicados por la irrupción de China como gran consumidor de commodities, en particular la soja, lo que a su vez generó el alza de los precios internacionales de este producto, que a partir de 2003 se constituye como el principal cultivo del país, desplazando al trigo, el arroz y la cebada.

En ese sentido, la valorización de la tierra refleja el crecimiento del sector. Uruguay dispone de más de 16 millones de hectáreas aptas para uso agropecuario, cuyo valor se multiplicó por siete en 20 años, pasando de un promedio de 448 dólares por hectárea en 2000 a 3.295 dólares en 2020, de acuerdo a datos de DIEA-MGAP.

¿Y qué pasó con los servicios no tradicionales?

Sin lugar a dudas, este es uno de los sectores que mayor crecimiento y mejor desempeño tuvo durante el ciclo bajo análisis. Los servicios no tradicionales, también conocidos como servicios globales o basados en el conocimiento, responden a un mayor desarrollo tecnológico que facilita la transmisión y el procesamiento de la información, la facilidad para la movilidad internacional de personas y una mayor integración global que propicia la deslocalización de ciertas actividades por parte de empresas globales.

¿Qué sucedió con la estructura del empleo?

A través de la observación de la distribución del empleo entre las diferentes actividades se obtiene una mirada desde otra óptica sobre la transformación productiva acontecida durante este período. A este respecto, se constatan dos transformaciones muy notorias.

En primer lugar, destacan un conjunto de actividades tradicionales que claramente pierden importancia en el empleo. La suma de la participación de las actividades primarias (actividades agropecuarias, minería y pesca), la industria manufacturera y los servicios domésticos y comunitarios pasan de explicar el 46% del empleo a fines de los 90, a poco más del 30% al final del período que es objeto de estudio.

En segundo lugar, la contracara de este fenómeno ha sido el importante crecimiento de un conjunto de actividades que mayormente se restringen a la órbita de los servicios. Allí conviven algunos sectores de actividades más bien simples y tradicionales, como comercio, restaurantes y hoteles, o la construcción, con otras más emergentes o complejas, en el sentido de que demandan mano de obra más capacitada, como las finanzas, los servicios empresariales (informática, servicios profesionales y técnicos), los servicios sociales (educación y salud), y el transporte y las comunicaciones. Todas estas actividades crecen en su importancia en el empleo, tanto en términos relativos como absolutos. Sumadas, durante este período pasan de representar el 47% del empleo total a más del 60%.

Finalmente, pese al aumento en términos absolutos, la participación relativa del empleo en la Administración Pública se mantiene constante durante los años analizados.


  1. Para ahondar en estos contenidos se sugiere leer el capítulo 2, correspondiente a la estructura productiva y la inserción internacional, que fue redactado por Isabella Antonaccio y Fernando Isabella. Esta columna complementa la que fue publicada en la edición pasada de este suplemento

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