¿Usted es libre? ¿Se siente libre? ¿Libre para qué? ¿Qué rol juegan las necesidades materiales y espirituales en ese marco? Son preguntas ambiguas, demasiado amplias y abiertas, pero que intentaremos sobrevolar tomando como hoja de ruta el trabajo del economista turco Daron Acemoglú, titulado “Obediencia en el mercado laboral y movilidad social: un abordaje socioeconómico”.
¿Usted es libre? Así expuesta, puede resultar una pregunta ambigua, demasiado amplia o abierta, y posiblemente en un país como el nuestro la respuesta reflejo sea afirmativa, una síntesis intuitiva de nuestro estado como sociedad. ¿Usted se siente libre? Quizás aquí, al hurgar en sentimientos y percepciones más introspectivas, la respuesta pueda ser un “depende para qué”.
Digamos que nuestro individuo representativo dirá que valora la libertad, para “ser feliz” o “pasarla bien” durante el tiempo que tendrá sobre el planeta. En una sociedad de mercado, basada en el consumo, para alcanzar tal fin ese individuo tendrá necesidades espirituales y también materiales (quizás hay un componente de elección individual en la ponderación de cuánto pesa cada aspecto, que, además, posiblemente varíe a lo largo de la vida).
De cualquier modo, el componente material es relevante para la realización de la mayoría de los individuos. Allí el árbol de decisión vuelve a plantearnos alternativas: ¿Cómo alcanzar los medios para la realización material? ¿Qué y cuánto ocio resigno para dedicar tiempo (recurso escaso, limitado y no atesorable) a actividades remuneradas? De este modo, existe una suerte de hilo rojo entre “libertad” y “economía”. A nivel macro existe amplia literatura sobre la libertad económica de los países. Aquí, en estas líneas, nos mantendremos en el marco de la suerte individual. Una especie de intento de profundizar en las respuestas a las preguntas del comienzo.
Daron Acemoglú, economista de origen turco, investigador y autor del libro ¿Por qué fracasan los países? (entre otros), publicó un trabajo en agosto de 2021 titulado Obediencia en el mercado laboral y movilidad social: un abordaje socioeconómico. Lo encontré sumamente interesante porque en sus hallazgos, basados en cómo los aspectos culturales de una sociedad determinan la configuración económica, hay algo de luz en torno a los dilemas planteados.
En particular, el modelo de Acemoglú pretende desarrollar una explicación de los incentivos que generan los mercados laborales a los diversos agentes con diferentes roles sociales y económicos. Así, es posible que el sistema aliente a las élites a adoptar patrones parentales y de socialización basados en mayor independencia y emprendedurismo a través de las generaciones, mientras que, en el resto de la sociedad, hay un sesgo hacia mayores niveles de obediencia y aceptación con internalización de la configuración jerárquica de la sociedad.
Por tanto, a la hora de buscar aquella realización mencionada, los individuos tenemos, de forma simplificada en el modelo, dos formas de abordar el desarrollo laboral: obediente o independiente. Estos últimos tienen una mayor tendencia a emprender (siempre lo asumo en sentido amplio) y mayor facilidad de aportar al pensamiento crítico y a tareas que impliquen resolución de problemas. Por el contrario, los de abordaje “obediente” no tendrán un espíritu emprendedor desarrollado, asociado a tareas con menores remuneraciones en señal de aceptación de las reglas imperantes.
De esta manera, una de las preguntas relevantes a esta altura del análisis es la siguiente: ¿de qué depende que un individuo sea obediente o independiente? El citado trabajo esboza aquí la notable incidencia que tiene la influencia de las figuras maternal y paternal en el desarrollo de tales énfasis. Un dilema más sobre la agenda para quienes tenemos la dicha de tener hijos.
Así planteado, bajo escenarios de racionalidad, no habría incentivos para una formación obediente de nuestra descendencia, algo no tan claro para quienes han crecido bajo ese paraguas. Es posible que se tienda a reproducir el enfoque, dado que, en mercados laborales poco dinámicos, tener ese nivel de “obediencia” puede ser menos riesgoso, además de que por sesgo inicial difícilmente aparece el pensamiento crítico que haga cuestionar el camino para la descendencia, respetando el orden de la jerarquía social. Un escenario bien distinto puede configurarse cuando imperan en la sociedad aceitados mecanismos de movilidad social que alientan a las familias a asumir riesgos de “independencia”.
Pareciera, con bastante nitidez, que existe cierta determinación desde edades tempranas al cómo nos comportamos y, por tanto, al cómo vamos intentando construir ese “ser feliz” o “pasarla bien”. Claro que se podrán traer aquí excepciones, que posiblemente terminen por confirmar la regla de comportamiento. Hemos sobrevolado conceptos centrales. Habilidades para el pensamiento crítico, para resolución de problemas, y para emprender son centrales en el desarrollo de los individuos, siempre y cuando exista apertura y mecanismos de movilidad dentro de la sociedad, porque de otro modo puede resultar altamente frustrante. Posiblemente, los sistemas educativos deban colocar mucho énfasis en esa canasta de habilidades, para que aliente el desarrollo humano más independiente.
Hasta tanto, cuando se coloca a la libertad individual, que es un valor supremo y un derecho humano por excelencia, como motor de desarrollo económico de los países, hay que tener un cuidado extremo y comprender el orden sistémico. Los márgenes de comportamiento que nos hacen “sentir libres” no son iguales para todos.