Fue encomendado para dirigir la política monetaria de Uruguay en dos gobiernos distintos del mismo presidente. Una de esas veces fue entre 1985 y 1990, en tiempos en los que la inflación era de 72,2% anual, la deuda pública en relación al PIB ascendía a 100,5% y el país atravesaba dificultades en materia de actividad. Hoy es profesor en la escuela de posgrados de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Udelar, se dedica al arte y está escribiendo su próximo libro, que sigue la trama tejida en su obra anterior Del freno al impulso. Una propuesta para el Uruguay futuro.
Sin dejar de valorar el pasado y el presente de nuestro país, Pascale mira hacia adelante y alerta que tenemos una relación conflictiva con la discusión del futuro, como indicó recientemente en el contexto de un conversatorio sobre crecimiento económico a largo plazo organizado por ACDE (Asociación Cristiana de Directores de Empresa). En entrevista con la diaria, Pascale profundizó sobre estos y otros asuntos.
¿Qué le dejó el conversatorio de ACDE?
Yo creo que estuvo muy bien, tuvo bastante difusión y mucha gente lo vio. [La discusión del crecimiento de largo plazo] es uno de esos temas a los que en Uruguay no se les da mucho espacio. Habría que hacer otros conservatorios con otros participantes y colectivos para hablar sobre futuro, no solamente con académicos. Uruguay ha tenido la característica de no contemplar al futuro en su agenda habitual; el futuro acá es de muy corto plazo.
Dicho en sus propias palabras, “estamos peleados con el futuro”.
Sí. Acá si hablás de futuro es como si fuese algo raro, cuando las sociedades que han crecido [económicamente], como Asia, tienen la mirada puesta hacia ahí. Cuando integré el grupo para entablar relaciones diplomáticas con China alerté que ellos tienen un sentido del futuro muy fuerte, es decir, piensan 200 años para adelante. Y tienen un gran sentido de cohesión colectiva. El destaque individual no se da tanto, nadie sabe quién es el presidente del Banco Central de China, por ejemplo. Todo se vive desde una convivencia mucho más íntima y más preocupada por que todo funcione bien y por que a todos les vaya bien.
En el conversatorio se habló largo y tendido sobre una nueva era: la era del conocimiento y su importancia en el futuro. ¿Qué desafíos encuentra el país de cara a ese cambio de época?
Tú lo dijiste, estamos viviendo en un nuevo tiempo, que tiene la característica, a diferencia de las eras anteriores, de ser bipolar, con dos centros de poder disputándose la hegemonía. Es más, el siglo XXI es un siglo asiático, mientras que el siglo XX fue un siglo dominado por Estados Unidos y el siglo XIX por Europa. Hay un estudio de Angus Maddison (un economista inglés) que analiza los 2.000 años de historia macroeconómica de los que tenemos registro. En 1.800 de esos 2.000 años, Asia fue hegemónica, es decir, sólo en los 200 restantes (en los que vos y yo nacimos) fue que el eje pasó a Occidente. Entonces, ahora nuestro hemisferio enfrenta el desafío de que se encuentra con una Asia que tiene una sabiduría y cultura de 5.000 años y, además, se le suma todo lo que aprendieron en estos 200 años de hegemonía occidental. En este marco, uno de los desafíos que tenemos es justamente ese: navegar en un escenario global con dos polos, en especial cuando uno de esos polos tiene una gran visión de futuro.
El otro tema es el tecnológico. A lo largo de estos últimos 200 años ha habido en el mundo varias revoluciones tecnológicas. Existe un consenso entre los historiadores de que las más importantes son cuatro. La primera es la revolución industrial a fines del 1700 (revolución 1.0), a la que le siguió la de Henry Ford, caracterizada por la producción en masa en 1908 (revolución 2.0). En 1971 Intel desarrolla el primer microprocesador, que marca el comienzo de la tercera gran revolución técnica (revolución 3.0) y el ingreso a la era del conocimiento. Y, por último, está la cuarta, que es la actual, en la que ya se ve una presencia de la inteligencia artificial, el internet de las cosas, la impresión 3D, la genómica avanzada y otras innovaciones muy disruptivas (revolución 4.0).
¿Por qué te cuento todo esto? Porque si uno mira el Uruguay, constata que la mayoría de nuestra producción está centrada todavía en la revolución 2.0, sólo con algunos sectores, como el de software e informática, que están en la 3.0 e incluso en la 4.0. Entonces, mientras el mundo ya entra de lleno a la revolución tecnológica 4.0, nosotros nos quedamos en una estructura que se estancó en la 2.0. Es ahí donde está el otro desafío, en atravesar la revolución 4.0.
¿Qué características tiene la economía de la era del conocimiento?
Te lo voy a contar con dos ejemplos muy básicos. El primero es con el chocolate, algo que nos gusta a muchos. Se sabe que el chocolate suizo es muy bueno, de los mejores, pero en sus tierras no se produce cacao, los granos se importan de países africanos que tienen una calidad de vida comparada a la de los suizos muy baja. ¿De dónde sale esa diferencia? De que en Suiza se trata el cacao con una perspectiva que parte desde la ciencia, la tecnología y la innovación, y eso es lo que convierte ese grano en chocolate con gran valor agregado. De ahí es que se sacan las ganancias para seguir mejorando el estilo de vida de su gente.
Ahora vamos a Italia, donde tienen un café excelente, pero tampoco plantan árboles de café. Sin embargo, son conocidos por tener uno de los mejores cafés del mundo, porque al grano le meten una cabeza desde la ciencia y la tecnología impresionantes. Se preguntan sobre la mejor forma de tostar el café, de molerlo según la necesidad, de ver cuál es el mejor grano para qué máquina y de diseñar nuevas máquinas que sean cada vez mejores procesando el producto. Ahí está de nuevo el valor agregado, que surge de las ciencias básicas aplicadas.
Esa es la característica principal de la economía de nuestros tiempos: se busca desarrollar más y mejor ciencia, para desarrollar más y mejor tecnología, que brinde más y mejores bienes y servicios. Es la batalla que están librando las grandes potencias, de ver quién tiene los mejores científicos, quiénes desarrollan la mejor tecnología y quiénes la aplican mejor en sus productos y servicios. Es por eso que Taiwán tiene tanta relevancia en el escenario global, que con pocos habitantes fabrica el 90% de los microprocesadores de altísima generación, que están en prácticamente toda la tecnología que hoy utilizamos.
¿Qué cambios debería entonces afrontar Uruguay para poder ingresar en la revolución 4.0?
Primero, como hablamos, deberíamos promover una mayor presencia del conocimiento y aumentar su influencia en la producción de nuevos bienes y servicios de altísimo valor agregado. Para lograr esto, una mayor inversión en innovación y desarrollo sería importante, y aún más inversión en las ciencias básicas, algo en lo que Uruguay apuesta muy poco en relación a su PIB. La ciencia apareció un poco recientemente con los PCR que desarrollaron Gonzalo Moratorio y Pilar Moreno en el Pasteur y con la gestión del GACH. ¿Pero además de eso? La extensión de una base de conocimiento de las ciencias básicas contribuye después en que se apliquen y potencien el desarrollo de las tecnologías y la innovación, que derivan de la explotación exitosa de una idea.
¿A qué voy con esto? A que el bajo crecimiento de Uruguay y de América Latina se explica porque no hemos incorporado ciencia, tecnología e innovación a la generación de nuevos productos. Tenemos grandes científicos y mucha gente joven que me entusiasma mucho, llenos de talento y ganas de hacer las cosas. Hay que apostar a ellos para avanzar hacia el futuro. Son ellos los que van a crear productos de altísimo valor agregado y van a mejorarle la vida a todo el país. Ahí está el gran cambio que debe afrontar Uruguay.
Yo creo que en el Estado también debe procesarse un cambio. Debería ser más eficiente y hacer más con menos. Creo que esto se logra no por la vía de echar gente, sino por la de poder integrarlos en otras áreas donde se precise masa crítica para la era del conocimiento. Para eso es necesario voluntad política y capacidad de convencer de que este rumbo es el que nos va a mejorar la vida a todos. Si un país no sabe hacia dónde va, no tiene motivación para moverse y se hace ineficiente. Toda la vida fui funcionario público y me enorgullezco de ello, porque en esos momentos sabíamos muy bien hacia dónde iba el país y nos esforzábamos para llegar a esa meta.
Igualmente, hay que tener cuidado con algunos puntos de la era del conocimiento que son oscuros. El primero es que esto puede generar una redistribución del ingreso negativa, porque los que tienen el conocimiento van a despegarse mucho más y van a enriquecerse muy por encima del resto de la población. Eso es algo que hay que contemplar y que por el lado de lo educativo se puede ayudar a evitar que ocurra. El segundo punto es el de las repercusiones negativas en la salud mental de la fuerza de trabajo, el burnout, la ansiedad y la soledad. Hay mucha gente sola, y eso me preocupa. Por eso también hay que mejorar los sistemas de salud y el Estado debería velar por toda esa gente que sufre. Tal vez los que abandonan áreas del Estado más ineficientes podrían dedicarse a ellos, a los más infelices, y a que salgan adelante y tengan esperanza. Pero, bueno, es sólo una idea.
¿Qué podría ofrecer Uruguay en términos de innovación y desarrollo?
Mucho, hay mucho para hacer. Por ejemplo, en ciencias de la vida, en lo que es la salud humana, salud animal y también en el cuidado del medioambiente. Es algo que ya está siendo de gran interés en el mundo y que seguirá atrayendo recursos, y ahí es donde tenemos grandes médicos y científicos para profundizar sobre esa tendencia. Después está el sector de la informática y el software, que ahí el Plan Ceibal y las empresas que han surgido contribuyeron y siguen contribuyendo mucho.
También en la industria energética, donde Uruguay ha invertido bastante, y atravesó una transformación de su matriz energética con un gran peso de la energía eólica y solar; de las energías renovables. En eso Uruguay es referencia, porque la energía del mundo va cada vez más hacia el cuidado del ambiente. Hay un nicho con el hidrógeno verde en el que podemos entrar, y hay mucho en lo que seguir entrando.
Por último, Uruguay ofrece una institucionalidad muy sólida, en la que el Estado de derecho es fuerte y las reglas de juego son muy claras. Eso hace que innovar, por ejemplo, sea más seguro.
¿Qué rol juegan las universidades en todo esto?
Hay una discusión muy importante que se está dando sobre el rol de las universidades en la aplicación de ciencia y tecnología en las empresas. Ahí el país tiene una disociación histórica entre quienes generan conocimiento y quienes deberían aplicarlo, que en general no colaboran. En el mundo ya se habla de una nueva función de las universidades, en las que no sólo deben dedicarse a la docencia, la investigación y la extensión, sino también a la transmisión de conocimiento (Knowledge transfer). Eso implica hacer la conexión entre el conocimiento académico y el sector privado, algo que beneficia y fortalece a ambas partes y mejora la calidad de bienes y servicios.
El conocimiento no debe quedar sólo en la teoría, tiene que aplicarse, y ahí el papel de las universidades y los centros de investigación es muy importante. Un camino concomitante con el anterior es el de la “triple hélice”, que se refiere a una universidad, con sus científicos, uniéndose con el sector privado y con el gobierno para generar productos de calidad y políticas públicas en innovación. Después hay caminos más directos: vos sos un investigador, alguien cree en vos, se asocian y van creciendo y colaborando juntos.
¿Esto último tiende a pasar en Uruguay? Lo pregunto porque en el conversatorio de ACDE mencionaron que el inversor uruguayo está más bien centrado en el capital físico, en la economía real y en las inversiones tradicionales, no tanto en la innovación.
Efectivamente no, algo que es bien propio de la revolución 2.0, ¿verdad? Porque cuando se dice que hay que invertir más me parece fantástico, la inversión es algo muy importante. Pero yo valoro más las inversiones que además de aportar capital aumentan la tecnología, la ciencia y les dejan conocimiento a los uruguayos, ¿me explico? Inversiones con las que los uruguayos crezcan, y crezcan en niveles de vida y en libertad.
Además de las universidades, mucho antes entran las escuelas y liceos. ¿Hacia dónde deberíamos ir en esa materia?
Ahí introducís el tema de la educación, porque sí, para llegar a tener una ciencia y tecnología pujantes hay que antes tener una buena educación. La gente no se puede enterar de la palabra “innovación” a los 40 años y además no entender qué significa. Las escuelas de Uruguay también tienen ese rezago, no salen del formato de la primera revolución industrial, que tiene a los estudiantes todos sentados en sillas ordenadas en filas y columnas, de frente al profesor que está parado y emite un conocimiento que es el mismo para todos. Donde sí aprendiste la fórmula de memoria sos un fenómeno y si no no; eso mata la creatividad del niño. ¡Y no podés matar la creatividad de un niño! No hay cosa más creativa que un niño, y de la creatividad sale la innovación. A medida que vas estudiando te van limando esa creatividad y vas quedando igual a los otros, como si produjéramos trabajadores en serie. La educación no debe ser la misma para todos, quien tenga una vocación en ciencias debería enfocarse ahí y quien tenga una vocación para la danza debería potenciarla, y así con todo.
Entonces, si bien creo que la educación debe tener una base núcleo con cosas que todos deberíamos saber, después la misión del docente contemporáneo debería estar en lograr que sus estudiantes se cuestionen, identificar pasiones y talentos individuales para llevarlos a su máxima expresión. Eso no sólo aumenta la productividad del capital humano, sino también aumenta la felicidad y la libertad de las personas. La educación debe ser fuerte, flexible y adaptada a la nueva era en la que estamos entrando, con un mundo multipolar y económicamente centrado en el conocimiento.
En esta línea, ¿considera que la reforma educativa en curso va en ese sentido?
Avanza en varias cosas, te confieso que no la conozco del todo, pero he leído al respecto y avanza en algunos temas. Pero hay todo un tema complejo que es el de la puesta en marcha de la reforma, en la que la pata de la formación docente es muy importante.
Los docentes deberían estar muy bien formados y muy bien pagos, como en Finlandia, en donde la tarea docente es muy valorada. Cuando era presidente del Banco Central estuve en Finlandia con el tema de la reestructuración de la deuda a la salida de la dictadura y conocí a la cuarta autoridad más importante de la cancillería de allí. ¡Treinta años tenía! Cuando fui a felicitarla me dijo: “No, señor Pascale, yo soy una perdedora. Quería ser docente y perdí por muy pocos puntos, entonces terminé acá”, como si ser una de las autoridades más importantes de la cancillería de tu país sea algo con lo que conformarse. Eso te muestra lo importantes que son los docentes en Finlandia, donde sólo los mejores finlandeses y las mejores finlandesas se dedican a enseñar a los niños y jóvenes. Es un país que se toma muy en serio eso de que los niños son el futuro.
La formación docente tiene que atravesar un cambio, me da la sensación, y a razón de la reforma tiene que haber un foco muy fuerte en la actualización docente y, además, deben estar mejor pagos y deben tener mucho apoyo. Pero para eso también es necesario un rumbo, que yo considero que Uruguay no tiene, porque ahí se toma dimensión de la importancia de la educación en el futuro.
¿Qué rol cree que deberían jugar los jóvenes en todo esto?
Uno muy importante. La juventud debería ser protagonista y entender que estamos en la era del conocimiento. Me preocupa cuando los jóvenes dicen que se aburren yendo a clase, porque estudian cosas que no les interesan ni les motivan. Entonces, si bien tiene que haber un núcleo común, después los jóvenes deberían explorar otras posibilidades que sean afines a sus intereses. Ellos deberían impulsar la industria y los negocios, y con ese entusiasmo que tienen tomar las riendas. Hay que apostar por ellos y no quedarnos en lo que hemos hecho siempre.
¿Qué curso debería tomar Uruguay, entonces?
El país va trabajando sobre una base de no cometer errores: tener la macroeconomía más o menos ordenada y no arriesgar mucho, pero sin tener un rumbo claro más que ese. El mundo del futuro va hacia un uso más intensivo del conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación, para que el crecimiento económico mejore el bienestar, la felicidad y la esperanza de la población. Uruguay tiene que ir hacia ahí, tiene que apostar un poco más por los suyos, por el conocimiento, y dejar un poco el conservadurismo.
Yo soy muy optimista, creo que Uruguay es el único país de Sudamérica en condiciones para dar este salto. La planta baja la tenemos bastante asegurada, pero para que los uruguayos vivan mejor tenemos que subir al primer piso, por el que se accede a través de la escalera de la economía del conocimiento.