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Foto: Mara Quintero

El nudo (parte I): los ciclos

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Este es el primero de tres artículos sobre el desarrollo y los nudos de la economía política uruguaya.

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Leído por Andrés Alba.
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Editar

Con un nuevo proceso de abaratamiento del dólar, ha vuelto a emerger el debate en torno al “atraso cambiario”. En lo que sigue, quisiera ubicar esa discusión en un plano más amplio y abordar la cuestión del atraso cambiario o la sobrevaluación del peso ya no como un problema del mercado de cambios o incluso de la política macroeconómica, sino como un rasgo recurrente de nuestra economía que nos permite abrir un debate de registro estructural. El desarrollo que sigue se basa en un trabajo elaborado conjuntamente con Gabriel Oyhantçabal y Juan Geymonat titulado “Coordenadas del Uruguay internacional. Caracterización de su economía política”, primer capítulo del libro Uruguay for export. Capital extranjero y declive del empresariado nacional, de reciente edición de Ediciones del Berretín.

Desde una perspectiva panorámica, la economía uruguaya parece repetir algunos patrones y chocar repetidamente contra los mismos límites como si estuviera maldecida. Observemos la siguiente combinación de gráficas. La primera muestra la variación real del PIB en cada año, por lo que nos permite ver si la economía crece, se estanca o se contrae. La segunda muestra la evolución de la sobrevaluación del peso, es decir, cuán lejos está el tipo de cambio nominal de un tipo de cambio de paridad.

Fuente: PIB: Roman, C. y Willebald, H. 2019 [“Structural change in a small natural-resource intensive economy. Switching from productive diversification to re-primarization”, serie Documentos de Trabajo, Instituto de Economía, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración, Universidad de la República, Uruguay] y BCU; sobrevaluación: Oyhantçabal Benelli, G. 2023 [“Exchange Rate Overvaluation and Agrarian Ground Rent Transfers in Uruguay: 1955-2019”. Brazilian Journal of Political Economy, 43(1), 165-188. http://dx.doi.org/10.1590/0101-31572023-3259].

Si nos detenemos en la gráfica del PIB, observamos que luego del largo estancamiento del período 1955-1970 (este período presenta un patrón de oscilación, con pocos años de crecimiento continuo que son seguidos de caídas en el PIB) se identifican con claridad tres ciclos, compuestos por una fase de crecimiento sostenido seguida de una fase de estancamiento o contracción. El primer ciclo recorre casi toda la dictadura civil-militar con una fase de expansión entre 1973 y 1980 y luego se cierra con la crisis de la tablita, con epicentro en 1982. El ciclo 2 inicia con el impulso de la recuperación tras la crisis de la tablita y continúa con un crecimiento sostenido (salvo en 1995) hasta 1998, cuando inicia una etapa de contracción que terminará con la crisis de 2002. El tercer ciclo, aún en desarrollo, presenta una fase de clara expansión entre 2004 y 2014, mientras que entre 2015 y 2019 presenta un comportamiento más cercano al estancamiento.

La gráfica de la sobrevaluación, sincronizada en fechas con la del PIB, nos muestra un comportamiento del tipo de cambio que presenta un patrón asociado a los ciclos del PIB. Las fases de expansión del PIB se corresponden con una creciente sobrevaluación del peso que alcanza su punto más alto sobre el final de la fase de crecimiento, luego de la cual se abre un proceso de depreciación cambiaria o una abrupta devaluación, coincidente esto con la fase de contracción del ciclo.

Parece configurarse un patrón en el que la sobrevaluación es consustancial al momento de la expansión y la devaluación, al momento de la contracción. ¿Por qué se da esto? La respuesta está en nuestra estructura económica (qué producimos y cómo lo hacemos) y en nuestra inserción internacional (qué rol ocupamos en la división internacional del trabajo), dos caras de un mismo nudo. Sintéticamente, al ser un país fundamentalmente exportador de bienes de base agraria, nuestro crecimiento es traccionado por el aumento de la demanda y la valorización de esos bienes. Un mayor precio de las materias primas significa que nuestro país recibe un ingreso extraordinario que se materializa en una mayor llegada de dólares. Eso empuja la sobrevaluación creciente de nuestra moneda, que acaba siendo el modo en que se “democratiza” ese ingreso al conjunto de la sociedad.1 Eso presenta la apariencia de un círculo virtuoso, pero encierra pies de barro. Ese mayor poder adquisitivo de nuestra moneda, que permite elevar los niveles de consumo de gran parte de la sociedad, no se sustenta en un aumento genuino de la productividad del trabajo nacional, sino en un flujo de riqueza extraordinario que es temporal y que responde a los buenos precios de las materias primas o a flujos de capital extranjero que buscan valorizarse aquí, dado que se trata de una economía en expansión.2

Esta forma de crecer encierra una serie de problemas. En primer lugar, se trata de un crecimiento que ya porta en sí mismo la posterior contracción, en tanto nuestra expansión se sostiene más en la apropiación temporal de una ganancia extraordinaria, dadas las ventajas de nuestro suelo, que en el incremento de nuestras capacidades productivas. Justamente por ello, una vez que se disipa el “boom de las commodities” y no hay condiciones de seguir inyectando dólares por otras vías, como la del endeudamiento externo, lo que sobreviene es la contracción y un proceso devaluatorio, y, de la mano de este, una caída del salario real y el gasto público. Es usual pensar que los problemas son las crisis y separar el “momento bueno”, el del crecimiento, del “momento malo”, el de la crisis, pero se pierde de vista el conjunto del ciclo y que la forma en la que se crece ya va preparando la nueva crisis.

El segundo problema es que la sobrevaluación cambiaria que deriva de esta dinámica de crecimiento conspira contra la diversificación productiva, en tanto resta competitividad a nuestro país. En el modo en que crecemos está gran parte de la explicación de por qué continuamos siendo primario-exportadores. No es casual que los sectores exportadores que no son de base agraria que logran desarrollarse lo hacen sobre algún tipo de beneficio que les permite compensar el “impuesto cambiario”, ya sea zonas francas, el paraguas de la protección del Mercosur o exoneraciones tributarias específicas. En tercer lugar, se trata de una forma de crecimiento que necesariamente aumenta la presión sobre la base ambiental de nuestro país, ya que extrae su motor de la intensificación de la explotación de nuestros recursos naturales.

Las buenas condiciones internacionales (alto precio de las materias primas y bajas tasas de interés) son una ventana de oportunidad para Uruguay, pero si ello se traduce en un crecimiento ciego, en el que se hace circular internamente esa riqueza extraordinaria por la vía de la sobrevaluación, lo que genera una serie de ineficiencias y usos no racionales de esa riqueza, la ventana de oportunidad quizá permita algunas mejoras relativas, pero no alterará los fundamentos de nuestra estructura y más tarde o más temprano volveremos a enfrentarnos con nuestra realidad.

Ante este nudo, se presenta como insuficiente tanto un abordaje meramente distribucionista, porque lo que se distribuye es en gran parte efímero, como también un abordaje que pone el énfasis en el crecimiento por sí mismo, porque, como vimos, en la forma del crecimiento está parte del problema. El asunto, entonces, es más complejo que un debate entre distribución y crecimiento, y tampoco se resuelve con una fórmula que postule la necesidad de combinar crecimiento con distribución e inclusión. El problema de fondo nos pone frente al debate sobre la estrategia país y la necesidad de identificar grandes ejes de confluencia nacional detrás de los cuales avanzar.

En este punto nos enfrentamos con otro problema, que se deriva de cómo se expresa esta forma de acumulación en el plano de la política. Si pensamos en los acontecimientos que han producido desplazamientos de fondo en la geografía del poder político en nuestro país, es decir, cambios de régimen o elecciones más relevantes, todos están vinculados con los avatares de nuestra dinámica económica. Basta superponer estos acontecimientos en las gráficas vistas para que aparezca un claro patrón. Sobre esto va a tratar el próximo artículo de la serie.

Rodrigo Alonso es economista.


  1. La nota de Gustavo Viñales, “Impuestos en el sector agropecuario y atraso cambiario”, la diaria, 7/3/2024, explica con claridad cómo impacta sobre el agro el atraso cambiario. 

  2. Por un desarrollo más exhaustivo de este tema, ver la nota de Gabriel Oyhantçabal “Detrás del dólar: los ciclos recurrentes de sobrevaluación del peso en Uruguay”, la diaria, 30/1/2023. 

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