El contexto
Es bien sabido que el gobierno de Javier Milei logró reducir de manera bastante abrupta la inflación con base en la reducción del déficit fiscal y su monetización -de hecho, llegó a alcanzar un resultado superavitario-. También es sabido que, para evitar un descalabro, debió recurrir a la asistencia de su amigo Donald Trump, quien a través de un intercambio de monedas (swap) le hizo llegar el equivalente a 20.000 millones de dólares para contener la escalada del dólar en la previa de las elecciones. Sin embargo, la evaluación de la situación económica argentina no puede reducirse al análisis de estos pocos indicadores, dado que parte de estos logros tienen una contracara negativa más que relevante.
En efecto, Argentina ingresó en una nueva fase de estancamiento económico. Según los datos divulgados meses atrás por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, el PIB creció 6,7% con respecto al mismo trimestre de 2024 (lo que refleja más que nada un efecto asociado a la base de comparación), pero en términos desestacionalizados mostró un leve retroceso frente al primer trimestre del año (0,1%). Visto del lado de la demanda, el consumo de las familias cayó 1,1%, la inversión en bienes de capital se retrajo 0,5% y las exportaciones se contrajeron 2,2%.
Los datos más recientes sugieren que esta desaceleración se habría prolongado durante el tercer trimestre. Si bien en setiembre el estimador mensual de actividad económica (EMAE), que pretende anticipar la dinámica del PIB, también arrojó un crecimiento del orden del 5% con respecto al mismo mes del año pasado, todavía se ubica más de cinco puntos porcentuales por debajo del nivel que tenía a mediados de 2022. Además, la medición de la llamada tendencia-ciclo de este indicador, que depura la estacionalidad y corrige los elementos irregulares de su evolución, arrojó por tercer mes consecutivo un crecimiento casi nulo, lo que evidencia este freno de la actividad (un factor también relevante para entender parte de la moderación inflacionaria).
Por otro lado, al indagar en el desempeño sectorial, los datos evidencian que la situación en materia de actividad es bastante heterogénea. A este respecto, los últimos datos indican que hay unos pocos sectores, como la pesca y la intermediación financiera, que crecen a ritmos exorbitantes en términos interanuales (58% y 39,7%, respectivamente), y que hay otros que se expanden a tasas más moderadas, como es el caso de la explotación minera (8,1%), los hoteles y restaurantes (7%), las actividades inmobiliarias (5%) y la construcción (4,3%). También hay sectores estancados, entre los que destacan el agropecuario (0,8%), la provisión de electricidad, gas y agua (0,6%), la enseñanza (0,8%) y la salud (0,7%), y otros que continúan en caída, entre ellos la industria como uno de los más importantes (-1%).
En este contexto, el mercado laboral ha mostrado también un escaso dinamismo y el número de ocupados se ubica en niveles similares a los vigentes un año atrás.
Las causas del freno de la actividad
Como los especialistas han repetido hasta el cansancio, la estabilidad macroeconómica es necesaria, pero no es suficiente para impulsar el crecimiento a largo plazo.
A pesar de la moderación de la inflación, el salario real en Argentina aún se ubica un 10% por debajo de su nivel prepandemia. Esto, sumado a la debilidad que muestra el empleo y a la elevada informalidad, que actualmente afecta al 43,6% de los ocupados (máximo registro en lo que va del actual gobierno), da como resultado avances muy magros del ingreso de las familias, una de las causas que explican la debilidad del consumo y restringe la reactivación de la economía.
Al mismo tiempo, otro motor que parece más “apagado” es el del sector exportador, que ya acumula dos trimestres consecutivos de caída en términos de volumen y cuya producción se ha encarecido con relación al resto del mundo, producto -entre otras cosas- de contener al dólar para evitar una nueva aceleración inflacionaria. En efecto, Argentina se ha venido encareciendo, un fenómeno notorio para los uruguayos que ya no encuentran tan conveniente ese destino.
Finalmente, si bien resta conocer los datos correspondientes al tercer trimestre, la inversión tampoco parece mostrar señales claras de reactivación, pese a las enormes ventajas fiscales que se han aprobado a partir del régimen de incentivo para grandes inversiones (RIGI). Este mecanismo, aprobado en 2024, brinda beneficios impositivos, aduaneros y cambiarios significativos, lo que garantiza seguridad jurídica para fomentar la realización de proyectos de inversión a largo plazo.
A este respecto, y en el contexto actual de elevadas tasas de interés (que deprime la iniciativa local), el país depende de su capacidad de atraer mayores flujos de inversión extranjera directa, un desafío complejo dada la incertidumbre y la inestabilidad inherente al devenir argentino.
En síntesis, y a pesar de los buenos resultados que se han conseguido en algunos frentes (principalmente en el combate a la inflación), la economía argentina dista de “estar volando”. Por el contrario, con el consumo debilitado, la inversión frenada y las exportaciones restringidas por el encarecimiento relativo, la actividad no termina de repuntar más allá del rebote que se desprende de la comparación interanual.
Joaquín Pascal, Centro de Estudios Etcétera.