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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el vicepresidente ejecutivo de Prosperidad y Estrategia Industrial de Europa, Stéphane Sejourne, dan una conferencia de prensa, el 29 de enero, en la Comisión Europea en Bruselas.

Foto: Simon Wohlfahrt, AFP

El ciclo económico de Europa ensombrece el camino para competir con China y Estados Unidos

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Sin recursos suficientes, combatir contra el afán desregulador de la administración de Trump y el emergente peso tecnológico chino será complejo para la Unión Europea.

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Leído por Andrés Alba.
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“En Europa, el clima económico es sombrío, con un PIB que crece a un ritmo mediocre y mucho más lento que en Estados Unidos y en Asia y que, en consecuencia, ejerce de lastre de ingresos personales y de retraimiento del poder adquisitivo de los europeos”. La cita encabeza un informe del Center for European Reform (CER), think tank británico que emergió de la Tercera Vía del laborismo de Tony Blair, en los 90, y que siempre se ha jactado de tener una visión paneuropea; incluso durante el último decenio de Brexit.

A continuación, su autor, Aslak Berg, profundiza en la brecha competitiva que exhibe la Unión Europea (UE) frente a las dos superpotencias mundiales –Estados Unidos y China– y que señalan los informes de los ex primeros ministros italianos Mario Draghi y Enrico Letta como el origen de los males económicos del club comunitario, para relacionarla con el mutante juego geopolítico actual: “El orden internacional que surgió con la Guerra Fría se está fracturando a marchas forzadas debido a las presiones que la rivalidad entre Washington y Pekín está generando en ámbitos como el tecnológico, en los flujos comerciales, en los mercados de capitales, en la logística, en la energía o en el terreno monetario”.

En opinión de Berg, “para Europa y su economía de comercio intensivo, altamente dependiente de su consumo interno y de su sector exterior para crear dinamismo”, el freno competitivo con sus dos grandes competidores “le produce dolores de cabeza adicionales”.

Bruselas ha tomado conciencia de esta rémora. De hecho, las recomendaciones de Draghi y Letta del pasado otoño se han convertido en la prioridad absoluta de la agenda política del segundo mandato de Ursula von der Leyen, que, con algunas fechas de retraso que ciertas voces achacan al compás de espera hasta comprobar las primeras andanzas de la administración de Trump en vez de a la convalecencia de la presidenta de la Comisión Europea, ha puesto en liza la “brújula” que debe guiar los destinos competitivos de la UE y encauzar el rumbo perdido de sus socios “en los próximos cinco años”.

Esta especie de cuaderno de bitácora se puede encuadrar en una docena de asuntos, y, desde el primer instante, se observa la influencia de la versión Trump 2.0. Inicialmente, no tanto en el afán desregulador que ha propagado el líder republicano desde el minuto uno de su legislatura recién iniciada, sino en otros mensajes más subliminales, como el exceso burocrático que, a su juicio, impide al Viejo Continente alcanzar una velocidad económica de crucero. Y que se aprecia –según los analistas del otro lado del continente– con el dato comparado del dinamismo de uno y otro lado del Atlántico: el PIB estadounidense creció un 2,8% en 2024 y el de la zona del euro un 0,7%, con Alemania en su segundo ejercicio de recesión y Francia e Italia con encefalogramas planos en el tramo octubre-diciembre.

No es que este diferencial se ajuste a las tesis trumpistas. Más bien, todo lo contrario. La política de estímulos a hogares y subsidios a empresas de Joe Biden aceleró la reconversión industrial y la transición energética hacia las renovables, impulsó el cambio de paradigma tecnológico y casi llegó a contener la espiral inflacionista sin retraer ni el ritmo de la economía ni el de la creación de empleo. Pero el triunfo electoral se inclinó al Grand Old Party, que ha inaugurado otra etapa de neoliberalismo que ha dejado a los mercados casi en estado de excitación.

El engranaje de medidas del “compás europeo”

Quizás por ello una de las primeras directrices de la brújula europea sea la de presentar batalla a las exigencias burocráticas, en línea –admite Von der Leyen– con una constante reivindicación del sector privado por su “excesiva complejidad”. Muy en particular, en las normas vinculadas al combate climático, las finanzas sostenibles y la taxonomía verde, que propiciarán un ahorro de 37.000 millones de euros a las compañías hasta 2029. Pero la letra pequeña añade argumentos a los movimientos ecologistas que critican la prórroga de los motores de combustión o la pérdida de una oportunidad histórica para crear una tributación verde con gravámenes al carbón.

Aun así, el compass –como se ha bautizado a la estrategia– mantiene en marcha los objetivos del Pacto Verde, potencia el uso de tecnologías sostenibles y apuesta por perfilar el Clean Industrial Deal con recursos eficientes y por hacer acopio de fondos para que la Ley de Economía Circular sea una realidad en 2026. Con otro punto negro: la industria automovilística tendrá salvaguardas para invertir con más calma y eludir los 15.000 millones de euros en multas que el lobby sectorial calcula que tendrían que pagar para seguir la estela normativa vigente.

Por lo demás, Bruselas declara la guerra a los precios de la energía mediante la modernización de infraestructuras renovables, cambios contractuales entre agentes del mercado para asegurar el abastecimiento a largo plazo y reformas como el Plan de Acción de Energía Asequible. El margen de competitividad debe proceder –explica Bruselas– de la inteligencia artificial (IA), en línea con la estrategia de Trump de catapultar esta línea de innovación tecnológica con una dotación de medio billón de dólares y que se ha hecho más evidente, según los analistas del mercado, por el pasado lunes negro de los activos digitales en las plazas estadounidenses, empujados por el éxito social y tecnológico de DeepSeek, la versión china de ChatGPT.

Por ello, Von der Leyen insistió en las bondades de situarse a la vanguardia digital, con la IA por bandera. Gran parte de los recursos de la brújula competitiva serán para impulsar empresas de IA y supercomputación, ya que sólo el 13% utilizan esta tecnología de punta. También para producir suficientes chips de alta gama y para desarrollar materiales avanzados, biotecnología o robótica, a los que denominó “componentes de los mercados del futuro”. Para esto se planean cauces de acceso a financiación privada para empresas y la unificación de los centros financieros, bajo las directrices crediticias del Banco Europeo de Inversiones y con medidas que faciliten el acceso de pequeñas y medianas empresas a la capitalización en bolsa, así como un código empresarial para unificar criterios de derecho financiero, fiscal, laboral, corporativo o en materia de insolvencias.

Una hoja de ruta nace sin recursos financieros

La brújula europea deja la puerta entreabierta, aunque sin apuntalar, a los fondos comunitarios, sin airear siquiera una cifra aproximada. Y, desde luego, sin mencionar los 750.000 millones de euros al año que, como mínimo, exigió Draghi, pese a que, del lado del ahorro, prometa la puesta en marcha de una plataforma industrial para adquirir materias primas estratégicas –sobre todo, minerales raros, esenciales para fabricar baterías sostenibles para vehículos eléctricos– o activar la conectividad ferroviaria y marítima dentro de una estrategia industrial sin huella de carbono.

De igual modo, pasa de puntillas por la reindustrialización militar. Eso sí, se inclina por optimizar de forma transversal la potencialidad de las empresas de defensa.

Sophie Pornschlegel, analista del Instituto Jacques Delors, considera que la competitividad debe ser “la piedra angular” de las políticas del segundo mandato de Von der Leyen, porque Europa “se encuentra en una situación crítica” a la que no puede hacer frente “sin poner en plena forma su mercado interior, unificar sus bolsas o desplegar recursos suficientes para impulsar tanto sus sistemas de defensa colectiva como su transición energética hacia las renovables”.

Christine Lagarde hace mención a este reto en una reciente tribuna en The Economist. “Nuestra infraestructura financiera está fragmentada e impide que el euro pueda desarrollar toda su capacidad monetaria” y que el talento, las ideas y los ahorros de los europeos se conviertan en inversiones, innovación y prosperidad. Bajo esta premisa justifica que se inicie la unificación de los mercados de capitales, que llevan desde 2015 con intentos vanos, y se avance en crear una Comisión Nacional del Mercado de Valores europea con una legislación supervisora y un derecho de sociedades y de valores que operen con criterios comunes.

Xavier Ferrás, decano asociado del Executive MBA de la institución académica Esade, considera que Europa debe abrirse camino en un orden global gobernado por la alta tecnología, para lo que necesita poner en órbita su “excelente base científica y reactivar sus fuentes competitivas y su poder innovador” en un momento en el que “no soplan vientos favorables”, con el eje franco-alemán –explica– en fase de decadencia política y económica y con “la vieja globalización en estado catatónico” desde que en 2017 Trump declaró el veto a la multinacional china Huawei.

Desde entonces, se han sucedido casi sin solución de continuidad las ayudas estatales chinas al 5G y a su tecnología de punta, el baño de realidad europeo sobre su fragilidad y dependencia del exterior, desde la energía, que se hizo crítica tras la guerra de Ucrania, hasta los chips y los minerales raros, y la constatación occidental de que las cadenas de valor globales podían colapsar, enfatiza Ferrás.

El ciclo de negocios poscovid ha marcado las urgencias. Sin medias tintas, dice Mats Engström, del European Council on Foreign Relations, para quien “la brújula de competitividad de la UE necesita ambición financiera y una legislación más rigurosa y de altos vuelos para funcionar si quiere tener éxito frente a una administración de Trump que enterrará la acción climática”. La UE “sólo puede ganar ventaja competitiva con recursos destinados a la innovación y las tecnologías bajas en carbono”, lo que exige “ingresos específicos, habilidades específicas y directrices claras”

Berg, del CER, toca la tecla geoestratégica. La influencia europea en favor de regulaciones está en franca decadencia, pero Europa sigue siendo uno de los tres líderes comerciales que marcan la pauta en la economía global. Por ello, resulta crucial que aproveche su idiosincrasia para apuntalar su estatus global a través de una doble táctica. Por un lado, manteniendo lazos estables con Estados Unidos, porque carece de un socio alternativo a su aliado transatlántico, y, por otro, expandiendo su mapa de acuerdos comerciales con otros países y utilizar un enfoque selectivo con China, eligiendo las disputas en las que las políticas chinas amenacen intereses europeos y aprovechando las oportunidades que China ofrece a los consumidores globales cuando esto favorece los intereses europeos.

Trump se convierte en el nuevo acicate de la UE para salir de una “lenta agonía” competitiva. Sólo de ese modo –asegura– puede seguir influyendo en el cambiante orden mundial.

Este artículo fue publicado originalmente en eldiario.es.

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