En determinados ámbitos, el criterio para elegir los temas centrales de los cuales ocuparnos es aquello que genera malestar, miedo o dolor. Pero cualquiera de estas sensaciones paraliza y ahonda la separación entre los sujetos, aumenta la reclusión en el hogar y las relaciones virtuales. En fin, deja al mundo humano peor que como lo encontramos. Por suerte, en otros espacios se sigue pensando que el otro no es un sospechoso, e incluso que con él se podría mejorar la forma que las personas nos hemos dado para vivir. La experiencia que se relata surgió en una de esas dimensiones “utópicas”.
Desde que se publicó Utopía, de Tomás Moro, pasaron 100 años. Esa fue la razón (o excusa, no importa) para que en 2016 se eligiera “Tras el camino de las utopías” como problema vertebrador de la Olimpíada filosófica impulsada por la Asociación Filosófica del Uruguay (AFU) y la Inspección de Filosofía del Consejo de Educación Secundaria.
Recibida la convocatoria, los docentes del liceo de Sauce decidieron participar.
Ensayando el primer puntapié utópico
Varios profesores de diversas asignaturas, reunidos en el lugar que habilita la coordinación interdisciplinaria, lanzan una invitación a los estudiantes de todos los niveles para escribir un ensayo o cuento, en el que apareciera una concepción de sociedad utópica y que abordara al menos alguno de los siguientes asuntos: educación, economía, tecnología, organización política, vínculos y/o diversión. Apenas a un mes de iniciadas las clases, se presentaron siete trabajos, entre cuentos y ensayos. Nada mal para un comienzo, sobre todo si se considera que se trataba de una tarea realizada sin la promesa de una calificación celestial. El grupo de docentes leyó las producciones y asumió la certeza de que en algún momento sabría cómo continuar con ellas.
¡Uh! Cinetopía
El primer viernes de mayo, el liceo se convirtió en un gran movie. Seis salas con programación variada. Los estudiantes ya se habían hecho de su entrada en la biblioteca del liceo, que por momentos oficiaba de boletería. Cada entrada, junto con el nombre de la película, tenía el nombre de la sala correspondiente: Tomás Moro, Pedro Figari, Ray Bradbury, Isaac Asimov, Jonathan Swift, Philip K Dick y Francisco Piria. Profesores de varias asignaturas acompañaron todo el proceso, desde la elección de títulos hasta la proyección, pasando por la logística que implicó conseguir la tecnología suficiente y el armado necesario.
Una vez de mañana y otra vez de tarde, el cine echó a andar. No faltó el pop elaborado y vendido por el gremio de estudiantes, que además apoyó con una difusión “más joven” del evento. Finalizadas las proyecciones, se llevó a cabo un diálogo dentro de cada sala, orientado por preguntas generales que motivaron el intercambio crítico sobre la temática entre estudiantes de los tres niveles.
Un filósofo en la casa del prócer
La casa de José Gervasio Artigas está cobijada (casi literalmente) por un centro cultural dependiente de la Comuna Canaria y abierto a las propuestas de la comunidad. Gestión mediante, el 29 de julio se convirtió en una zona filosófica. Albergó a más de 80 estudiantes y una veintena de adultos (docentes, inspectores, miembros de AFU) que participaron en el taller propuesto por el filósofo argentino Lucas Misseri. El entusiasmo en los días previos era grande: conocerían a un “filósofo de verdad”, que iba a hablar de los temas que se estaban discutiendo en el liceo. Jóvenes dialogando sobre cambios que creían posibles. El intercambio resultó muy motivador para todas las partes, sobre todo confirmó la esperanza de la utopía.
Filosofía + arte en un espacio de 1920
Había llegado el momento de compartir las primeras producciones escritas. El refugio que la filosofía ocupó el martes 4 de octubre fue Escaparate, un espacio cultural independiente, autogestionado y con buen vínculo con las instituciones educativas. Se trata de un hermoso edificio de la década de 1920 que fuera un almacén de ramos generales, hoy reciclado por una comisión honoraria que lo mantiene. Cuenta con un escenario y con la infraestructura suficiente para montar espectáculos musicales y teatrales.
¿Qué vimos allí? De aquellos cuentos y ensayos recibidos, se seleccionaron ideas claves –fermentales, polémicas o novedosas– y se convocó a los estudiantes de quinto y sexto año de Arte para que las representaran. Fue así que las montaron para un público constituido por aquellos alumnos que desearan participar en este nuevo encuentro filosófico.
60 adolescentes, acompañados por adscriptos y profesores, llegaron al espacio cultural. Las representaciones –algunas multimediáticas– nacidas de los cuentos, y los audios grabados a partir de los ensayos, oficiaron como disparadores para el posterior taller. Las preguntas-guías fueron elaboradas a partir de ellas. Además, se reconoció públicamente a los autores, que hasta entonces eran anónimos para el resto de los estudiantes. Los dibujos que colgaban de las paredes fueron un aporte a la temática de una teacher que organizó clases en las que, en inglés, los estudiantes expusieran modelos de sociedades utópicas.
Campamento filosófico
Con todo este camino recorrido, la invitación a participar en el campamento filosófico que se realizaría en el balneario Kiyú, en el departamento de San José, fue recibida con mucho entusiasmo. Los profesores acordaron criterios (por ejemplo, que concurrieran más estudiantes de sexto y menos de cuarto, porque los primeros se irían ese año del liceo) y se conformó un grupo de 11 estudiantes, felices de poder vivir la experiencia. Se sucedieron tres días intensos, de intercambio con jóvenes de otros lugares del país. Conocer otros modos de ser y estar, discutir, jugar y compartir la mesa, se constituyeron en una experiencia cuya huella no se borrará en la vida de estos estudiantes.
Aún hoy, “los utópicos” (nombre que se adjudicaron los chicos que fueron al campamento, más algún otro que se sumó luego) continúan reuniéndose a discutir cuestiones filosóficas.
Más cerca de la utopía: filosofía en la escuela
Una de las condiciones para los acampantes utópicos era hacer llegar de algún modo la experiencia a los destinatarios “naturales” del campamento de la Administración Nacional de Educación Pública. Es así que, tras una conversación grupal, se decidió hacer un taller de filosofía en la escuela de la localidad. Los niños de sexto año de la escuela 109 recibieron a un grupo de adolescentes que les llevó una propuesta de trabajo filosófico al aula.
Previamente hubo reuniones en las que se planificó y se tomaron decisiones importantes. Por ejemplo, el hecho de que la actividad se realizara el 12 de octubre determinó la propuesta. El planteo disparador sería que los niños, reunidos en subgrupos, imaginaran que llegaban a una tierra insospechada (y deshabitada), a raíz de un accidente del barco en el que viajaban. La reparación les llevaría unos dos años, así que debían tomar decisiones sobre cómo el grupo de náufragos iba a organizarse para vivir de la mejor manera posible durante ese período. Los adolescentes elaboraron preguntas guías tales como: ¿cómo se dividirían el trabajo?; ¿habría algún tipo de gobierno?; ¿quiénes elegirían a los gobernantes?; ¿se elegirían?; ¿habría celebraciones?; ¿qué se celebraría?; ¿le pondrían nombre?; ¿cuál sería?; ¿habría escuela o alguna forma de transmitir el conocimiento diverso que los habitantes traen consigo? Esto implicó la elaboración del relato, la creación de tarjetas para un juego previo del que surgirían los grupos y la discutida lista de preguntas.
El trabajo, como en todos los casos anteriores, culminó con una puesta en común de las ideas. Los estudiantes de secundaria pidieron una breve evaluación domiciliaria a los alumnos de primaria, la que incluía una metacognición que fue leída con mucha ansiedad y satisfacción una semana después en uno de los últimos encuentros del año.
Los pasos dados “tras el sentido de las utopías” en Sauce en 2016 fueron concretos y planificados con el propósito de las Olimpíadas, pero muchos otros se dan cada día en las instituciones educativas del país. Cambiaría cualitativamente la percepción de nuestra sociedad si no fueran casi sistemáticamente invisibilizados. Existe una educación que no es la de los medios, sino que los pone en crisis; una educación que trabaja a la sombra y camina tendiendo redes por lugares donde las cámaras no andan; una educación bastante menos apocalíptica y mucho más utópica.