Cada vez que me cuestiono qué hago en un salón de clase de liceo uruguayo llego a la misma conclusión, después de tantos años de dar clase, y es que no sé dar clase. Veo a mi alrededor a muchos colegas que caminan seguros por el liceo y me pregunto si ellos saben. Cuando conversamos en la sala de profesores compruebo que muchos de nosotros coincidimos en nuestras angustias por aprender cómo enseñar mejor. Viene a mi mente una experiencia que tuve luego del asesinato atroz de dos jóvenes antes de un partido de básquetbol, en 2009. Llegué al liceo tan consternado con la noticia que decidí que no iba a dar clase sino dedicar esos preciosos minutos de intercambio con los adolescentes a conversar sobre cuál era el rumbo que estaba tomando nuestra sociedad cuando en ese mismo momento había dos madres que quizá estuvieran mirando las camas vacías de sus hijos y no encontraran consuelo para su dolor y llanto inmensos.
Los gurises estuvieron maravillosos y dijeron cosas preciosas que nos dejaron a todos pensando un poco más en nuestra responsabilidad como seres humanos del hoy y de este planeta. Fue interesante lo que sucedió luego. Finalizó mi tiempo y, a la hora siguiente, ingresó en el mismo salón otra profesora a la que los alumnos (que habían quedado muy enganchados con el tema) le contaron lo que habían hecho en la hora anterior, y le pidieron tiempo para seguir discutiendo el tema. Su respuesta fue: “A mí me pagan por enseñar Geografía”, y cortó de plano toda posibilidad de seguir con el tema. Esta simple experiencia me hizo ver lo difícil que es que los docentes decidamos romper con el molde que nos impone el sistema perverso de educación que tenemos. Con esto no quiero decir que todos los días del año y cada minuto de clase debiéramos dedicarnos a discutir cosas ajenas al salón de clase y propias de la vida cotidiana, pero creo que de vez en cuando sería bueno que intercambiáramos ideas con nuestros adolescentes sobre los problemas de la droga, el embarazo adolescente y el suicidio, por ejemplo, temas que –me da la impresión– están vedados del salón de clase.
Serían pequeños granos de arena en esas conciencias impresionantes y juveniles. Creo que deberíamos enseñarles a cuestionar con libertad las tendencias generales de la sociedad; y que los liceos deberían ser instituciones donde, además de enseñar contenidos académicos, también enseñáramos a pensar de manera diferente con respecto a los problemas que acosan a la gente hoy en día. Es cierto, a lo largo de los años he conocido docentes fantásticos que hacen ese trabajo a diario en su contacto con los jóvenes, pero son una minoría que no ejerce influencia decisiva en la marcha del sistema. Esto debiera ser motivo de debate en las Asambleas Técnico Docentes que tenemos dos veces por año en nuestras instituciones. Quizá sea pertinente aquella frase de Albert Einstein: “El mundo no será destruido por aquellos que hacen el mal, sino por aquellos que lo observan y no hacen nada”.