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Comunidad educativa del ex Comcar (archivo, julio de 2020)

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Escuela de Oficios del Polo Industrial: una experiencia de educación y trabajo en cárceles

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27 personas privadas de libertad terminaron 2020 con distintas capacitaciones para el mundo laboral.

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Leído por Andrés Alba
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Hace cuatro años que trabajo en relación con las unidades penitenciarias del país. Cuando el tema surge en una reunión social, la gente siente que tiene que opinar y opina. Es frecuente que aquellos que nunca han tomado contacto con esa realidad consideren que “a los presos hay que hacerlos trabajar”. No es mala la idea dirían otros, pero generalmente esas personas desconocen que Uruguay tiene más de 12.000 adultos privados de libertad y que ya hay programas específicos de educación y trabajo que procuran no “hacer trabajar a los presos”, sino generar oportunidades acordes al cumplimiento del enfoque de derechos humanos. También es escaso el conocimiento de la sociedad acerca de las complejidades que los asuntos penales conllevan.

Pensar a la persona privada de libertad como sujeto de derecho y de participación supone comprender que posee una trayectoria vital, que tiene capacidades propias, y que la educación y el trabajo son, en algunas ocasiones, espacios de los que fue excluido o en los que no logró integrarse de la mejor forma, lo que, en definitiva, deja el mismo resultado. Aprender a convivir con uno mismo y con los demás sigue siendo un arte humano sobre el cual es más fácil opinar que concretar.

La nueva Escuela de Oficios del Polo Industrial

En el complejo de unidades penitenciarias 4, ubicado cerca de la localidad de Santiago Vázquez, existe un Polo Industrial, que constituye la unidad 4E, de mínima seguridad. Integrado por las personas alojadas en los módulos 6, 7 y 9, la característica principal del polo es que la mayoría de ellas trabaja. Los capataces de los distintos talleres de oficios son personas privadas de libertad.

En el polo se hacen puertas, cerchas, ollas, entre otros productos, y se desarrollan tareas diversas vinculadas a distintos oficios, que se conectan con organismos externos mediante convenios, por ejemplo con la Intendencia de Montevideo.

En julio de este año asumió un nuevo director y se encontró con dos problemáticas: por un lado, el hecho de que las personas privadas de libertad idóneas en determinado oficio asumen trabajos, pero cuando obtienen la libertad no se sabe cómo pueden continuar; por otro lado, el polo es un lugar de trabajo, pero no todas las personas sienten interés por trabajar. Esto último se ve agravado por el hecho de que la escasez de personal no permite realizar un acompañamiento personalizado a la hora de realizar procesos de motivación para las actividades educativas y laborales.

Es entonces que el director, en diálogo con uno de los capataces, plantea como solución enseñar, transmitir los oficios. Se realizó una reunión con todos los capataces y algunos de ellos opinaron que los privados de libertad que no trabajan generalmente son los más jóvenes y “no quieren nada”. Sin embargo, el tema central de esa reunión no fue quiénes podían trabajar, la pregunta clave fue: “¿Ustedes quieren aportar algo a esos jóvenes?”.

Se dieron dos semanas para que los capataces presentaran ideas educativas, pero algunos las propusieron antes. Con ayuda de la subdirección técnica de la unidad y los funcionarios del área educativa, se realizó en un mes el armado de los proyectos de capacitación y luego se hizo un llamado abierto a la inscripción para cursos teórico-práctico de herrería, carpintería en madera y aluminio, peluquería, albañilería, ayudante de veterinaria, refrigeración, sanitaria y tornería. Se definieron perfiles y se seleccionaron los participantes hasta completar los cupos, dado que la inscripción superó las expectativas.

Así nació la Escuela de Oficios del Polo Industrial. Las necesidades de los trabajos y las obras en proceso fueron lo que orientó el trabajo en los talleres de los cursos. La idea fue realmente ambiciosa. Los recursos materiales no siempre fueron suficientes, no todos los privados de libertad pudieron sostener el proceso y el proyecto tuvo que transitar por diversas dificultades. De los 47 participantes, 27 lograron finalizar los cursos.

La idea a futuro proyecta que la escuela puede reactivarse dos veces al año y contar con el apoyo de la dirección nacional del Instituto Nacional de Rehabilitación y de la subdirección administrativa.

En una reunión con el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop) se realizó el acuerdo para alcanzar la acreditación de saberes mediante la aplicación de un plan piloto que incluirá la participación de docentes externos, los cuales formarán monitores dentro del polo; en una primera etapa en carpintería en aluminio y madera, y más adelante en tornería, albañilería, sanitaria y refrigeración.

Cuando el director del polo me mostró las fotos de la Escuela de Oficios en acción, sonreía y afirmaba: “Es una buena experiencia”.

Nadie puede asegurar que un conocimiento, un saber, constituya un cambio significativo en una persona privada de libertad, dado que el impacto del encierro y la posterior vida en libertad tienen grandes exigencias para el sujeto, que van mucho más allá de procurar un sustento. Lo que sí puede afirmarse es que una sociedad más justa puede provocar una convivencia más armónica, en la que los males de la diferenciación no superen a los bienes de la diversidad y la comunidad y, por tanto, ser parte no sea una condición, sino un tesoro que todos queramos proteger.

Leticia Terán es docente y licenciada en Filosofía. La autora agradece la colaboración del director del Polo Industrial del complejo de unidades 4, el oficial principal Marcio Alfonso.

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