Si bien no hace mucho tiempo que llegó al ámbito educativo, la idea de educación emocional viene ganándose un espacio de atención como parte de la cotidianidad en el aula, asociada a la dimensión afectiva de los aprendizajes en ella. Hoy, sin embargo, la expresión “educación emocional” viene siendo sutilmente sustituida por otra que estaría más en boga: habilidades socioemocionales. Una y otra parecen ser consideradas equivalentes, opacando la profunda diferencia de enfoques que entrañan.
El enfoque de las habilidades socioemocionales parte de una concepción subjetiva del bienestar que se centra en la autorregulación de la persona para lograr una convivencia pacífica. En cambio, la educación emocional constituye una perspectiva más amplia y abarcativa. Ella incluye, entre otras, miradas que hacen pie en la consideración de las emociones políticas para cultivar la reflexión amplia, crítica y filosófica. Esta reflexión se alcanza decodificando la trama de relaciones sociopolíticas que subyace a las emociones que se manifiestan en la vida social.
Así, el enfoque de las habilidades socioemocionales persigue el autocontrol de la persona ante situaciones controversiales para una mejor convivencia, mientras que existen otros enfoques de la educación emocional que procuran trascender la situación concreta y comprender los prejuicios y creencias que no están a la vista, pero aún invisibles, juegan un rol clave en la determinación y el desenlace de la situación conflictiva en cuestión.
Entre esos otros enfoques, en nuestro país emerge el que viene desarrollando el grupo de investigación1 que integro, y que encuentra su fundamento en el marco teórico de la lectura ecuánime desarrollado por Helena Modzelewski. Este trabajo de educación ciudadana a través de narraciones y emociones está hoy en un proceso fermental de divulgación, en el que, a la vez que se reafirma enraizando y entrelazando fuertemente sus fundamentos teóricos, también empieza paso a paso a difundirse en el medio educativo como una herramienta poderosa de educación ciudadana que podría contribuir a enfrentar los problemas de convivencia, de discriminación, los fundamentalismos, las reacciones de muchedumbre que aparecen en la vida social en general y en la de los centros educativos en particular.
El entusiasmo por ser parte de un proceso prometedor me llevó a aceptar el desafío de trabajar junto a Jacqueline Fernández, principal coartífice intelectual de la propuesta, en un ciclo de talleres1 dirigido a docentes de la educación pública durante el segundo semestre de 2022.
El ciclo se proponía acompañar a los y las docentes a experimentar la lectura ecuánime e impulsarles a empezar a aplicarla en sus grupos de clase como práctica formativa para este abordaje. El desafío era importante porque, cuando se la conoce por primera vez, la lectura ecuánime puede resultar un tanto heterodoxa en relación a la formación tradicional que los y las docentes han recibido.
Este apartamiento de la didáctica tradicional que implica la lectura ecuánime deriva de su trabajo en base a la metodología educativa de la comunidad de indagación, instrumento poderoso para sacudir los cimientos del fundamentalismo y la intransigencia y ejercitar la mirada crítica, reflexiva y filosófica sobre los problemas a resolver. En la dimensión declarativa, en muchos ámbitos es muy bien visto estar en contra de las conductas reaccionarias, porque vivimos en un tiempo en que la cultura y la sociedad han comenzado a valorar la inclusión de lo diferente, lo extraño o lo extranjero, a respetar la capacidad de las personas de definir su identidad de la forma en que lo deseen, a compartir espacios y actividades entre grupos y personas diferentes. Sin embargo, nuestras sociedades todavía mantienen un profundo arraigo difícil de remover en relación a algunas certezas que perviven. Muchos espacios educativos siguen colocando las verdades absolutas, los datos cuantificados o la pretensión de neutralidad como tótems de culto imprescindible.
Esta postura es necesaria para sostener la vida cotidiana en muchos casos: sin certezas no sería posible tomar decisiones, planificar, resolver problemas, gestionar la vida. No obstante, en muchas certezas que hoy guían nuestra cotidianidad hay un gran espacio para la duda. ¿El juez debió cobrar el penal a favor de Uruguay en el último partido de nuestra selección en el Mundial de fútbol en Qatar? ¿Aprender el correcto manejo de la ortografía es fundamental para las niñas y niños en la escuela? ¿Si no aprendemos inglés no podremos conseguir una buena fuente de ingresos en la adultez? ¿La educación debe prepararnos para el trabajo? Estas preguntas las he visto respondidas como certezas absolutas en tiempos recientes y, sin embargo, creo que hay un espacio para la duda en casi todas.
Ese valor de la pregunta es lo que la comunidad de indagación enseña a valorar. En ella se promueve la duda. Quien participa en una comunidad de indagación puede empezar a ver cómo lo que ayer eran certezas quizá luego puedan ser verdades menos fuertes, más porosas, capaces de abrir espacios para nuevas perspectivas, menos ciertas, menos impermeables, más relativas. Y si bien sabemos que necesitamos de las certezas para vivir, también puede ser beneficioso saber que necesitamos abatir algunas certezas para ser capaces de vivir con otros y otras.
Entiendo a la ecuanimidad como la capacidad de tomar distancia, de suspender un poco el juicio previo para ser capaz de comprender la situación que me ocupa desde otro lugar menos cierto y propio, más cercano a la consideración de la condición humana y no solo de mi condición de ser individual con una historia, una identidad, una mirada ya construida, que siempre es parcial, sesgada e incompleta.
Somos seres sociales, pero muchas veces aceptamos al otro siempre y cuando no cuestione lo que pensamos. Si lo hace, nos volvemos menos gregarios, menos abiertos, nos hacemos más individuos y menos personas. Es que necesitamos la seguridad de lo sabido, tranquilizador, propio: necesitamos creer en lo cierto. Pero si estamos atentos, todos los otros nos van a mostrar necesariamente algo nuevo. Y eso nuevo puede ser inquietante y ajeno. Si pudiéramos por un segundo abrirnos a la duda, esa otredad podría llevarnos a una nueva perspectiva sobre un problema que quizás, sin haberlo pensado nunca con detenimiento, considerábamos resuelto.
Entonces, ¿para qué necesitaríamos la duda y la comunidad de indagación que nos conduce a ella, si nos va a colocar en un lugar incómodo? Mi respuesta a esa pregunta, elaborada en este proceso de acompañamiento a docentes en la comunidad de indagación, es tan sencilla como ahora me parece obvia: para ser más ecuánimes.
Entiendo la ecuanimidad como la capacidad de tomar distancia, de suspender un poco el juicio previo para ser capaz de comprender la situación que me ocupa desde otro lugar menos cierto y propio, más cercano a la consideración de la condición humana y no sólo de mi condición de ser individual con una historia, una identidad, una mirada ya construida, que siempre es parcial, sesgada e incompleta.
En el ciclo de talleres, Jacqueline y yo ofrecimos para la discusión un corto de animación en el que una madre muy egoísta y competitiva obligaba a su hijo a destacarse en una ocupación que él no deseaba. Esa madre no permitía a su hijo expresar su verdadero deseo, porque ella sólo era capaz de ver las cosas desde su necesidad de competir y ganar un trofeo. En síntesis, la madre era clara y verdaderamente la mala de la película. Cuando trabajamos con ese material en una comunidad de indagación pudimos preguntarnos por qué esa madre actuaba así y surgieron miradas que lograron empatizar con una persona que tenía una conducta moralmente muy cuestionable, pero que quizás también tenía una historia de dolor y postergación.
Uno de los nudos que encontramos en el taller fue la dificultad para abrirnos a la duda: ¿por qué necesitaríamos empatizar e intentar entender a alguien tan cuestionable como esa madre? Mi respuesta provisoria a partir del proceso vivido en el ciclo de talleres es: porque si no intentamos entendernos no podremos convivir. Eso no significa que justifiquemos, ni mucho menos que aplaudamos a ese personaje. Pero, probablemente, la comprensión y la empatía sí nos permitan avanzar hacia posibles caminos para evitar que esas conductas cuestionables se sostengan y puedan empezar a revertirse. Dudar para comprender. Salir de la certeza que enjuicia, culpabiliza y castiga para, en cambio, dudar sin que eso implique perdonar ni mucho menos justificar. Simplemente entender.
Pero la cuestión de la ecuanimidad va más allá. Cuando nos ejercitamos en la lectura ecuánime de las situaciones, no sólo somos capaces de entender los errores de los demás. También podemos avanzar en la comprensión de nuestros propios errores. Si Uruguay quedó afuera del Mundial, ¿la culpa es del juez? ¿Nos comimos un garrón? Como vivimos en una sociedad que nos exige ser buenos en lo que hacemos y mostrar resultados exitosos, naturalmente tendemos a colocar afuera los errores por las cosas malas que nos suceden. La culpa siempre es de los otros. Pero, ¿qué pasaría si estuviéramos preparados para pensar las situaciones desde una mirada un poquito más distante, que diluyera el adentro y el afuera para ejercitar la ecuanimidad de nuestra perspectiva y fuéramos capaces de ver los errores ajenos al igual que los propios? No para culpabilizar, sino para entender y desde esa comprensión construir mejores situaciones futuras. No para autorregularnos desde la limitación, sino para comprender las razones profundas que nos conducen a obrar de forma no deseable y, a través de esa comprensión, dar con el hallazgo de alternativas mejores. Para mí, hoy la lectura ecuánime es esa y el desafío que quiero promover con mi trabajo es ejercitarla un poco más cada día.
Gianela Turnes es economista, licenciada en Educación y magister en Información y Comunicación por la Udelar.
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Ciclo de talleres Experimentar la Lectura Ecuánime, dentro del Plan de Trabajo Unicef - Ceibal Puentes para el abordaje de la lengua”, que forma parte del proyecto más abarcativo “Puentes digitales para la equidad educativa”, financiado por la Oficina de Innovación de Unicef durante 2022. ↩