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Sebastián Bortnik.

Foto: Mara Quintero

La palabra y el ejemplo: uso de dispositivos tecnológicos en la infancia debe ser de forma progresiva y dialogada, plantea especialista

12 minutos de lectura
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El autor de Guía para la crianza en un mundo digital da pautas para que el vínculo con la tecnología sea más sano y marca la importancia de que se aborde en centros educativos.

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Cuándo comenzar a exponer a los niños y niñas a las pantallas, a qué edad regalarles un celular propio, cómo lidiar con el entorno cuando se busca retrasar al máximo posible estas etapas y qué hacer para evitar la hiperconexión. Estas son sólo algunas de las preguntas que aborda Sebastián Bortnik en su libro Guía para la crianza en un mundo digital, editado por Siglo Veintiuno. Allí el autor plantea la necesidad de que las familias entiendan que el mundo digital ya es parte del mundo real y, por tanto, no hay dos crianzas distintas para cada uno de esos entornos.

No obstante, son varias las particularidades y los desafíos del uso de tecnología a los que es importante poner pienso. De esa forma, se aleja de la idea que muchas veces circula como sentido común que afirma que no es necesario dar muchas pautas para el uso de los dispositivos tecnológicos a los nativos digitales. Semanas atrás, Bortnik estuvo en Uruguay para divulgar el libro en el que expone los principales desafíos que ha abordado en su rol de especialista, por el que ha acompañado numerosos procesos educativos. En ese marco, conversó con la diaria sobre cómo lograr un vínculo más sano con los dispositivos en un mundo cada vez más marcado por la inmediatez y la ansiedad.

¿A partir de tu libro se podría concluir que no es tan importante cuándo se introducen los dispositivos tecnológicos en la niñez, sino de qué manera?

Es más importante cómo que cuándo, pero no hay que pensar que el cuándo no es relevante. Yo prefiero que un chico tenga un celular a los 11 años con mucho diálogo, con muy buen ejemplo, con reglas, con un acuerdo, a que lo tenga a los 12 sin nunca hablar del tema. Ahora, tampoco me gustaría que ese chico tenga un celular a los siete. La edad es importante, pero no es tan importante como el proceso por el que llegamos hasta ahí, es decir, cuál fue la construcción previa de la progresividad. Cuando hablo de progresividad, me refiero a que la relación de los gurises ante cualquier nueva tecnología no sea “no podés, no podés, podés, ahora podés y hacé lo que quieras”. Ese es el camino peligrosísimo.

Mientras decimos que no es deseable comenzar a generar hábitos, a hablar de por qué no y de cuándo va a llegar el momento del sí. En ese sentido, de cuáles son los comportamientos o actitudes que esperamos de ellos cuando suceda y también de los riesgos en esas plataformas. Y cuando llega el sí, sostener un diálogo, no desentendernos.

Muchos especialistas dicen que hasta los dos años no es recomendable exponer a los niños a las pantallas; sin embargo, muchas familias no conocen o no dan importancia a la recomendación.

Hasta hace poco era hasta los 24 meses, de a poco lo están bajando y ahora hasta los 18 meses se recomienda cero pantallas. Las videollamadas con familiares son la mejor puerta de entrada. Mi hijo hablaba con su abuela, que vivía en otra ciudad. Yo me conectaba, le ponía el celular y le decía: hablá con la abuela. Él estaba viendo la pantalla, lejos del celular, y ahí veía un medio para comunicarse con otras personas. No es lo mismo que darle el celular en la mano y que empiece a ver que la puede agrandar, achicar, que la puede mover, el estímulo es muy distinto. Es una etapa en la que la evidencia científica nos está empezando a marcar cada vez con más contundencia que los daños que genera la exposición a las pantallas no son menores. Estamos hablando de trastornos del lenguaje, trastornos del sueño y trastornos cognitivos, no es una pavada. Además, estos mismos estudios en chicos más grandes dan distintos resultados. En chicos de ocho, nueve o diez años no se pudo encontrar una correlación entre las horas que usan la pantalla y su desarrollo cognitivo. Pero eso sí pasa hasta los cinco años.

Cuando escribí el libro me tocó hablar con muchas maestras jardineras. Una directora de un jardín que se jubiló hace poco me decía que cuando empezó a trabajar, hace 25 o 30 años, un chico que terminaba el jardín sin saber expresarse, sin saber hablar, era una excepción, era un caso patológico. Hoy no tenía ningún grupo de sala de cinco que fuera a pasar a primer grado con todos los niños sabiendo hablar y expresarse sin ningún problema.

Se está volviendo una regla y eso es una cara oculta de la tecnología, que también nos pega a los adultos. Hace poco leí un informe que contaba que están estudiando cómo estamos perdiendo la memoria, que es como el cuerpo, hay que ir al gimnasio para ejercitar, y cada vez recordamos menos cosas. Todo lo que queremos lo tenemos anotado, lo tenemos en el celular.

El ser humano nace inmaduro, los perros o los gatos nacen caminando, nosotros tardamos 12 o 14 meses en empezar a caminar. Es porque con la evolución nos creció el cerebro y si esperamos a que nuestro cerebro esté maduro para nacer, se morirían tanto el niño como la madre. Por eso se habla de los primeros 1.000 días del niño, en los que importan los estímulos cognitivos, de alimentación, de diálogo que le demos. Meter un dispositivo que es el contraestímulo es mucho más crítico que ese mismo estímulo diez o 15 años después.

Muchas veces los propios adultos dejamos de prestarle atención a un niño por mirar el celular. ¿Qué tan importante es la imitación en la socialización con la tecnología?

Lo único que hacemos en la crianza es usar la palabra o dar el ejemplo. Cuanto más chicos son, su capacidad de diálogo está mucho más limitada, el ejemplo es prácticamente nuestra única forma de educar en las primeras etapas. Los chicos van a sonreír si vos sonreís y se van a tratar bien entre ellos si vos tratás bien a tu pareja, a tu familia, a tus amigos. No es menor.

Una directora me contó que su colegio hizo un detox digital, les propuso a los alumnos una semana sin celulares. La directora tiene al hijo en el colegio y en un momento le dijo al chico: “¿No te das cuenta de que están todo el día con los celulares y no paran?”. El hijo le respondió: “Y vos también”. La respuesta típica de un adulto ante eso es “estoy trabajando”. Y la verdad es que no se está prendiendo fuego y somos bomberos, sino que estamos todos adictos al trabajo y al celular.

¿Cuál es el rol que debería jugar el sistema educativo, no sólo a nivel de los contenidos que se abordan, sino también en el importante rol que juega en la socialización de los niños?

En agosto la ciudad de Buenos Aires sacó una resolución que regula el uso de dispositivos celulares en los colegios. Es bastante más restrictivo respecto del ingreso de los teléfonos celulares personales de los alumnos, no a la política educativa, a que prendan una computadora. Hablamos del dispositivo personal que los chicos terminan usando para abstraerse de la clase o de la socialización. Literalmente no es una prohibición, pero plantea muchos lugares en donde no se puede usar: en la primaria no se puede usar ni adentro ni afuera del aula, en la secundaria deja un margen de acción para que cada colegio lo aplique, pero está más cerca de una prohibición que de otra cosa.

Cuando salió la regulación aparecía una resistencia en el sistema educativo: por qué nosotros tenemos que hacer lo que las familias no hacen en su casa; nos tenemos que bancar a los chicos sin el celular, pero después en la casa les dan el celular para que no molesten. No puedo decir que no soy consciente de esa eventual injusticia, pero yo pienso que cuando un colegio tiene una oportunidad de ayudar a hacer un cambio social la tiene que aprovechar. Soy de los primeros en pensar que la educación empieza en el hogar y termina en el colegio, pero también creo que las escuelas son una parte fundamental de la evolución de cualquier sociedad. La realidad es que es mucho más fácil disparar este cambio social desde el colegio que desde el hogar, de la misma forma que hace unos años el cambio social de no fumar en los lugares cerrados empezó por los restaurantes. Hoy casi no fumamos adentro de las casas, hasta incluso gente fumadora sale al balcón para fumar. Los colegios tienen que abrazar que van a ser parte de un cambio social que necesitamos.

En el colegio del que contaba me tocó hablar con los chicos después de que los habían invitado a pasar una semana sin celular. Un estudiante me decía que el primer día se querían matar, pero se dieron cuenta de que en los recreos empezaron a jugar al vóley, tenían la cancha pero no la usaban. A las dos semanas de ese detox seguían jugando al vóley, a pesar de que tenían el celular. A mí me tocó ver recreos y a veces asusta. El año pasado se hizo viral un video de una zona de Estados Unidos en la que estaban todos drogados, sé que es exagerada la comparación, pero invito a quien no tuvo la oportunidad a que vaya a ver un recreo de adolescentes en un colegio en el que no hay ningún tipo de regulación. Da miedo ver grupos de decenas de adolescentes no comunicarse. En este colegio se había quitado el ruido del horario del almuerzo porque nadie hablaba entre sí.

Sé que hay una crisis de educación en el hogar, soy consciente de que estamos en un ecosistema de familia de mucho estrés, de mucho acelere. Somos una generación que enfrenta la crianza con muchos desafíos, porque estamos sobrepasados, estamos todo el tiempo quejándonos de que no paramos, hiperconectados, y la crianza requiere foco y atención. Yo quiero que eso cambie, pero mientras tanto hay que cuidar a los chicos y el colegio tiene una gran oportunidad en ese sentido. Ya iremos cambiando y ojalá como sociedad mejoremos las cosas que están mal y disfrutemos las que están bien, pero el colegio sigue siendo el mejor lugar donde empezar.

Hay estudios que dicen que sobre todo para los varones la socialización con la sexualidad se da a través de los celulares y la exposición a la pornografía. ¿Qué importancia tiene la educación sexual en ese contexto?

Lo que está pasando con la sexualidad y la tecnología es muy crítico y requiere un abordaje de educación digital y educación sexual que en estos casos va muy de la mano, tienen que trabajar en conjunto. El 50% de los chicos de nueve años miraron pornografía, se estima que ese número crece al 90% a los 12 años. Yo creo que a los 12 años me estaba empezando a enterar de qué era la pornografía, con viento a favor. Con una salvedad para nuestra generación: en la edad en la que eventualmente nos empezaba a interesar consumir un contenido sexual era la edad en la que nuestro cuerpo se estaba preparando para tener sexo. Hoy hay una disociación entre el consumo que los chicos están haciendo y lo que biológicamente su cuerpo sabe hacer. No es un detalle adelantar ese consumo cuatro o cinco años, está generando un lío en el desarrollo de esos niños.

Hace unos años me tocó dar una charla en una especialización de sexualidad a unas psicólogas. Cuando yo contaba esto, una de las directoras del programa me decía que hace 25 o 30 años, cuando te especializabas en terapia sexual, tu paciente prototipo era un adulto de más de 35 o 40 años que estaba en pareja estable y que quería que su vida sexual se mantuviera activa y atractiva a pesar del desafío de los años. Hoy tenemos chicos de 22 años pidiéndonos que les demos viagra porque si no no pueden tener sexo y disfrutarlo. No podemos pensar que eso está bien como sociedad. En nuestros primeros pasos en la sexualidad, la mayoría de quienes tenemos arriba de 35 años estábamos conociendo algo desconocido. Hoy los chicos llegan a sus primeras experiencias sexuales con una cantidad de contenido sobre lo que tienen que hacer, que además es irreplicable aun si tenés experiencia sexual, imaginate sin tenerla. Es muy traumático para ellos, porque algo que debería ser lindo se convierte en algo feo, que es sentir que no estás cumpliendo las expectativas.

Esto sólo lo podemos abordar con educación sexual integral y educación digital, y no sólo es hacerla, sino hacerla a tiempo. Hace unos años una chica me dijo que en el colegio le dieron una charla sobre grooming, que es el abuso sexual de adultos a menores [a través de medios digitales]. La charla había sido cuando ella tenía 16 años: tarde. Me pone feliz que el colegio dé la charla, pero el 60% de las víctimas de grooming tienen entre nueve y 13 años, y a vos te cuentan a los 16. Es como si a mí me hubieran dado la llave para salir de casa, pero me hubieran contado cinco años después que me puede pisar un auto, no tiene lógica. La educación sexual tiene que ser desde temprana edad y progresiva, tampoco es exponer a un chico a los seis años a contarle qué es la pedofilia, por supuesto. Estamos hablando de algo curado, responsable y progresivo.

Si bien el ideal es ir sembrando desde más chicos el vínculo con la tecnología, eso no siempre ocurre. ¿Qué claves son importantes tener en cuenta en una etapa como la adolescencia?

Lo que está pasando hoy con la relación de los adolescentes y la tecnología es bastante crítico, sobre todo del lado de la salud mental. Los chicos están generando una relación muy adictiva con las redes sociales, las apps y los dispositivos, con un crecimiento muy fuerte de las ludopatías en la adolescencia. Los números de ansiedad y depresión en la adolescencia crecieron significativamente, la aparición de ansiedad en esa etapa pasó del 10% al 35%, es un crecimiento muy grande, mucho más grande que en los adultos.

Es cierto que una gran parte de lo que pasa ahí es consecuencia de lo que hicimos los 12 años previos, pero me pasa muy seguido que hay familias que me dicen: “Está muy bueno lo que decís, pero mi hijo tiene 15 y siento que hice todo mal, ¿ahora qué hago?”. Y no es tan así, por ejemplo, a mí me pasa con la alimentación. Me hubiera encantado que de chico me enseñaran mejores hábitos alimenticios en mi casa. Yo intento corregirlo ahora de adulto. Todo lo que uno dice como experto, dando una guía, una referencia, todo se puede aplicar. Lo que sí digo para la adolescencia, específicamente, es: no vayas ahora, en plena etapa de rebeldía, a contarle a tu hijo que está haciendo todo mal. Andá a pensar un pequeño cambio, si no vas a encontrarte con resistencia.

Una vez en mi Instagram hice una publicación sobre la relación de los chicos con la tecnología en las vacaciones y una madre me dijo que el verano pasado había discutido un montón con su hijo porque estaba todo el día con el celular y con la Play y no quería ir a la playa. Ahora se estaban peleando porque este año la madre no quería llevar la Play a las vacaciones. ¿Por qué no buscamos otro abordaje? Por ejemplo, plantear que va a poder usar la Play cuando pase determinadas horas en la playa desconectado. En la mínima que al adolescente lo ponemos en el lugar de vos estás equivocado y yo tengo razón, es lo peor para el padre o la madre. La adolescencia, justamente, es la etapa en la que se rebelan contra nosotros, no contra todos, de hecho es la edad en la que empiezan a tener ídolos y nosotros dejamos de serlo. Es una edad para pelear batallas y no guerras. Si estás cansado de que tu hijo esté todo el día con el celular, fijate si lográs cenar sin el celular, o si está hasta la una de la mañana tratá de que deje de usarlo a la medianoche. Si le decís que se lo vas a sacar después de comer, vas a tener una guerra.

Yo soy el primero que digo que faltan límites en la crianza y que no hay mayor acto de amor que los límites, si vos querés ponerle el límite de que no use más el celular, ponelo, pero creo que las pequeñas batallas son mucho más sanas para una edad que ya es conflictiva de por sí.

¿De qué manera la tecnología incide en tener sociedades cada vez más marcadas por la ansiedad?

La evidencia científica no se genera de un día para otro, pero a esta altura sería bastante necio pensar que la tecnología no cumple un rol preponderante en esta crisis social que estamos viendo, que no significa que sea unicausal, no creo que esto sea culpa sólo de la tecnología. Pero no podemos negar el rol que la tecnología cumple en influirnos para la inmediatez, la ansiedad. Hay un tema de malestar muy instalado, que se manifiesta en términos como depresión o salud mental, que nos marcan esa sensación, que yo creo que está muy potenciada por la tecnología. Si yo siento que cualquier problema lo puedo resolver en dos minutos a través de Google o ChatGPT, es muy difícil después entender que hay otras cosas en la vida que llevan tiempo. Que te vaya bien en el trabajo lleva tiempo, armar una familia linda y construir la crianza también, y ser feliz es difícil.

Es imposible que no te afecte estar todo el tiempo mirando gente que está mejor que vos en Instagram, somos humanos. Estás todo el tiempo viendo gente que está de viaje, en playas lindas, comiendo cosas ricas. ¿Cómo sos inmune a ese estímulo? Lo que tenemos que hacer es controlarlo. Está bastante estudiado cómo nuestro cerebro percibe esos estímulos y no los puede ignorar. Si hace ocho meses que no me tomo vacaciones, no es menor estar tres minutos viendo fotos de gente de vacaciones. Por ahí esa gente se fue de vacaciones después de nueve meses y yo no lo sé, mi cerebro no lo procesa así. Hoy yo subí una foto de la rambla y puse que estaba feliz de volver a Montevideo porque hacía ocho años que no venía y es verdad. Pero también es verdad que me levanté a las cuatro de la mañana y que anoche no tenía ganas de venir porque quería quedarme con mi hijo. La vida es esa contradicción constante por la que no estamos súper bien o súper mal todo el tiempo. Tenemos que repensar cómo nos relacionamos con ese consumo porque nos está haciendo bastante daño.

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