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Leer no es magia: por qué la enseñanza consciente sigue siendo clave

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En medio de reformas y debates pedagógicos, está instalada una confusión no tan silenciosa: ¿enseñar a leer es enseñar letras o es construir significados?

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En mi opinión, aprender a leer es una construcción compleja que necesita unir lo mejor de cada enfoque.

Mi abuelo Olegario, maestro rural, solía decirme, citando a Figari, “la mano piensa”. Esa frase, que me acompaña desde niña, es una síntesis pedagógica poderosa: aprender es pensar haciendo, y es también hacer pensando. No es una contradicción enseñar una técnica (a ensamblar fonológicamente) y comprender lo que se lee; enseñar letras y formar lectores críticos.

En Uruguay, según el estudio Aristas (2023), el 40% de los niños de tercer año escolar no logra leer palabras o textos muy sencillos, lo que aumenta a un 60% en contextos de mayor vulnerabilidad.

En los últimos años, muchos sistemas educativos de habla hispana están impulsando cambios curriculares que buscan mejorar los aprendizajes fundamentales, ya que vivimos una realidad muy preocupante con números realmente alarmantes. Como educadora y especialista en dificultades de aprendizaje, celebro esto. Pero también observo una tensión cada vez más marcada entre estos dos enfoques que, lejos de ser opuestos, deberían complementarse.

En formaciones, congresos y distintos documentos se sigue repitiendo una dicotomía que, a mi modo de ver, sólo empobrece la enseñanza: ¿la escritura debe enseñarse como un código de transcripción (sonido-letra) o como un sistema de representación cultural (construcción de significados)? Desde la neurociencia aplicada a la educación se insiste, desde hace ya muchos años, en que leer y escribir no son procesos naturales. A diferencia del lenguaje oral, para el que nacemos preparados, el lenguaje escrito es un invento cultural. Requiere enseñanza. Requiere intervención. Y, sobre todo, requiere coherencia pedagógica.

Stanislas Dehaene, reconocido neurocientífico francés, lo dice de forma contundente: “Nacemos preparados para hablar, pero no para leer”; el cerebro debe adaptar circuitos ya existentes y necesita una guía explícita para hacerlo.

La conciencia fonológica: no es espontánea, es enseñable

Algunos discursos presentan la conciencia fonológica como una consecuencia de aprender a leer. Pero esto no es lo que muestra la evidencia. Para poder leer, primero necesitamos desarrollar estas habilidades, desarrollar la capacidad de identificar y manipular los sonidos del habla. Estas no aparecen por maduración. Se estimulan. Se enseñan. Se juegan.

Desde distintas disciplinas, Ariel Cuadro y Beatriz Diuk coinciden en que la conciencia fonológica es una de las habilidades más predictivas del éxito lector en un sistema alfabético como el nuestro. A través de rimas, canciones, segmentación silábica y juegos sonoros, los niños desde muy pequeños acceden a este “puente invisible” entre lo que escuchan y lo que ven escrito, lo que los prepara para decodificar palabras.

Ensamblar fonológicamente (decodificar) no es comprender… pero es necesario para comprender

Me ocupa y preocupa la aparente oposición entre la lectura como decodificación y como construcción de significado. La lectura es ambas cosas. No se trata de elegir entre una u otra.

Nadie puede construir significado si no logra identificar lo que dicen las palabras. Y, para eso, se necesita enseñanza explícita del principio alfabético, con atención en la correspondencia entre letras y sonidos. Pero tampoco basta con eso: necesitamos entornos ricos en lenguaje, interacción oral, lectura en voz alta, escritura espontánea y diálogo, tal como lo promueve Rosenblatt y su teoría transaccional de la lectura, donde el lector construye sentido con relación al texto y el contexto.

Enseñar a leer y escribir no es sólo enseñar letras, pero sin saber las letras y sus ensamblajes no hay lectura posible.

¿Código o sistema? Falsa dicotomía que hace daño

Reducir la escritura a un código es un error, pero negarlo también. Nuestro sistema alfabético tiene reglas precisas. Enseñarlas no significa mecanizar el aprendizaje, sino dar herramientas para la autonomía. La escritura es un sistema, sí, pero es un sistema que incluye un código que hay que aprender paso a paso.

En formaciones docentes y materiales pedagógicos sigo viendo esta dicotomía, como si hubiera que “elegir un bando”. Como si enseñar las letras y sus sonidos anulara la riqueza cultural y expresiva del lenguaje. No es así.

Emilia Ferreiro y Ana Teberosky aportaron con fuerza la idea de que los niños no copian lo que ven, sino que construyen hipótesis sobre cómo funciona la escritura. Y eso sigue siendo muy valioso. Pero no puede reemplazar la enseñanza sistemática que se necesita para acceder al sistema.

Enseñar el principio alfabético no es entrenar en el deletreo, es acompañar al niño a comprender cómo funciona nuestro sistema de escritura, para que pueda usarlo con sentido, en contextos reales y con destinatarios válidos. No es “decodificación versus cultura”, es decodificación con sentido, al servicio de la comunicación y del pensamiento. El problema no es el enfoque cognitivo, sino el uso mecánico y descontextualizado que a veces se le da.

¿Qué diferencia hay entre código y sistema de escritura?

Muchas veces se presentan como enfoques opuestos, pero no lo son. El código de transcripción se refiere a la relación entre los sonidos del habla (fonemas) y las letras (grafemas). Es lo que permite decodificar palabras y leer. Es fundamental en un sistema alfabético como el español y debe ser enseñado explícitamente, sobre todo para que ningún niño quede atrás.

Por otro lado, hablar de la escritura como sistema de representación implica comprenderla como una práctica cultural compleja. Es decir, no sólo escribir letras, sino usar la escritura para comunicar, narrar, aprender y pensar. Escribir tiene sentido cuando hay un destinatario, un propósito, una idea que se quiere compartir.

Ambas miradas son necesarias. No podemos enseñar el código sin sentido, ni esperar que los niños descubran solos el sistema. Enseñar a leer y escribir requiere unir lo mejor de ambos enfoques: enseñar las letras y sus sonidos, pero también crear contextos ricos y reales donde tenga sentido usarlas.

Enseñar el principio alfabético no es entrenar en el deletreo, es acompañar al niño a comprender cómo funciona nuestro sistema de escritura, para que pueda usarlo con sentido, en contextos reales y con destinatarios válidos.

El verdadero enemigo: la incoherencia

Una de las grandes pedagogas uruguayas, Reina Reyes, se planteó y nos dejó esta gran pregunta: ¿para qué futuro educamos? Nunca tan vigente como hoy.

¿Queremos que nuestros niños sean transformadores de su realidad, críticos, creativos? Entonces, necesitamos darles herramientas reales. Herramientas que funcionen. Herramientas que estén sostenidas por la experiencia de las prácticas docentes y por la evidencia.

Existen registros de prácticas docentes uruguayas que para muchos “funcionaron y funcionan”; por citar sólo una de ellas, la de la maestra Cledia de Mello y la de muchas que la siguieron. Preguntarnos por qué funcionaron aunque se hayan llevado adelante intuitivamente, cotejando con evidencia actual sobre cómo se aprende a leer y a escribir, puede ayudarnos a comprender, puede darnos herramientas para sostenerlas, replicarlas y compartirlas.

Como educadores necesitamos hacer un esfuerzo por integrar saberes y prácticas. No podemos improvisar cuando de alfabetización se trata. La calidad de vida, el desarrollo cognitivo y emocional de los niños depende, en gran parte, de si logran o no acceder al lenguaje escrito.

Como maestra y como psicopedagoga, sé cuán importante es que cada niño tenga la oportunidad de entrar al mundo de las palabras con alegría y sin frustración tras frustración. Para eso necesitamos decisiones pedagógicas que no estén basadas en modas, sino en lo que la ciencia y la experiencia docente nos dicen que funciona.

Mariana Villalba es maestra y licenciada en Psicopedagía.

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