Ingresá

Ilustración: Ramiro Alonso

Ideología, esa mala palabra

6 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

“Somos idea, no ideología”, dice una de las frases del nuevo jingle del Partido Nacional, sintetizando de una forma muy directa parte de lo que está siendo la tónica de esta campaña. Las ideas, cuando se discuten, son en forma de propuesta concreta, que es difícil decodificar en términos ideológicos. Las ideas en sí mismas se vuelven una marca: tener ideas versus no tenerlas, tener programa versus no tenerlo (a pesar de que los programas de todos los partidos estén registrados en la Corte Electoral). Pero cuáles son esas ideas y en qué se enmarcan se vuelve más difícil de interpretar.

En una campaña fuertemente pautada por rasgos personalistas, con cierto desdibujamiento de las colectividades tradicionales, las señas de diferenciación se tratan de llevar hacia ejes corridos de la ideología. La propia discusión sobre la ideología se ubica como superada: está “lejos de la gente”, como ha planteado el candidato del Partido Colorado, quien centra su estrategia de visibilización en adaptar sus mensajes a demandas de la audiencia, de un modo bisagra entre política y entretenimiento.

Esto ya es un indicador de transformaciones más amplias que la que vemos hoy y en nuestro contexto, y responde a cambios profundos en los partidos y en la forma en que buscan ampliar sus electorados, en donde moderar discursos y resignar ideología se presenta como una de las claves para llegar a votantes menos politizados. En un contexto de búsqueda por la diferenciación, esto termina cayendo en que el foco esté en detalles que poco tienen que ver con las propuestas o las ideas. Paradójicamente también, en el mediano plazo puede terminar alimentando la idea de homogeneidad de los actores del sistema político y acrecentando la distancia que vemos (también en nuestro país) con la política institucionalizada, sobre todo en sectores jóvenes.

En los márgenes

Mientras que los partidos que aspiran a concitar grandes electorados pueden tener más incentivos para la moderación, los partidos más pequeños podrían estar inclinados hacia lo contrario, justamente por no poder aspirar a captar el mismo tipo de electorado. Es decir, sería más eficaz intentar competir por quienes se ubican más hacia los márgenes que hacia el centro.

Significativamente, al hacer una revisión rápida sobre el término “ideología” en los programas de los partidos con mayor intención de voto, en el que aparece con más frecuencia es en el de Cabildo Abierto, que es al día de hoy el que recoge una intención de voto minoritaria entre estos. Claro está que las ideologías, como marcos conceptuales generales que guían tanto la interpretación de la realidad como las propuestas para transformarla, no son necesariamente explícitas. Pero este ejercicio muy simple nos da una aproximación primaria (aunque declaradamente incompleta) sobre la subalternidad de la discusión en estos términos en el panorama actual.

Es significativo, además, que en el programa mencionado, cada vez que se alude a la “ideología”, esta va acompañada por el término “género”, de una forma multidimensional. Por ejemplo, se sostiene que se debe “desideologizar la Justicia”, señalando que “es imprescindible que se termine con el sesgo ideológico que pretenden imponer algunos magistrados, con fuertes presiones de organizaciones internacionales, particularmente en los procesos vinculados al ‘pasado reciente’ y a la ‘ideología de género’” (Programa de Gobierno de Cabildo Abierto, página 19). A continuación, en relación con la ley de caducidad, se agrega que se deben “establecer las modificaciones necesarias al marco jurídico para terminar con la situación de las personas injustamente detenidas y enjuiciadas por haber defendido las instituciones”.

Cuando junto a Paulo Ravecca, Diego Forteza y Bruno Fonseca1 estudiamos la forma en que se presentan los discursos de los extremismos de derecha en América Latina, observamos precisamente una anudación de estos elementos que están expresados en este párrafo del programa. Un revisionismo de la historia reciente y en particular de las dictaduras, junto al ataque de las problematizaciones relacionadas con género y sexualidad como ejes públicos de desigualdad. Observamos que en este tipo de discurso las nociones de libertad y de represión coexisten sin conflicto aparente. Por ejemplo, se defiende “el derecho a la vida” frente al aborto voluntario, pero se minimizan las desapariciones forzadas; o se cuestiona la “corrección política” mientras se apoya abiertamente el autoritarismo.

Hablar de “ideología de género” es clave en esta construcción de la identidad de grupo. El término, originalmente desarrollado dentro del feminismo, fue reinterpretado por el Vaticano en respuesta a los avances en la agenda de género durante las conferencias de El Cairo y Beijing en la década de 1990. Bajo esta nueva interpretación, las perspectivas de género y diversidad sexual no exponían una hegemonía cultural que somete a mujeres y disidencias, sino que artificialmente generaban conflictos y corrompían el “natural” orden familiar y sexual. Así, se argumentaba que la politización promovida por estas perspectivas sólo alteraba el funcionamiento adecuado del statu quo.

En este contexto, la perspectiva moral es clave. Dentro del progresismo, es común referirse a las posturas conservadoras como “antiderechos”. Sin embargo, autoras como Payne y De Souza (2020)2 señalan que la principal distinción entre la derecha contemporánea y la izquierda se encuentra en la definición de quién es sujeto de derechos. Mientras que la izquierda fundamenta su abordaje en los principios de equidad e igualdad, la derecha se enfoca en el mérito y el merecimiento, de tal forma que los derechos son para aquellos que los merecen. Esta noción es una de las bases de su política de identidad, que sostiene que hay justicia en parte de la lectura de la desigualdad.

En una campaña fuertemente pautada por rasgos personalistas, con cierto desdibujamiento de las colectividades tradicionales, las señas de diferenciación se tratan de llevar hacia ejes corridos de la ideología. La propia discusión sobre la ideología se ubica como superada.

Acompañando el discurso de la “ideología de género”, lo que anteriormente se consideraban derechos humanos para mujeres y disidencias sexuales ahora es rechazado como tal. La regulación moral es crucial, y se adopta una perspectiva conservadora en la que existe un intento de reprivatizar ciertos aspectos de la vida social.

En otros contextos latinoamericanos, como muestran procesos recientes de nuestros países vecinos, este tipo de discursos salió de los márgenes y pudo configurar coordenadas exitosas para leer el debate público y acceder a los máximos lugares de representación política. Aquí además hay un factor emotivo de este discurso que también es central, ya que capitaliza el resentimiento en sectores que perciben que se llegan a abordar ciertas vulnerabilidades y no otras, vinculando pérdidas en sectores precarizados con ganancias relativas obtenidas por grupos marginados. Es decir, la permanente construcción de ese otro como amenaza, tan efectiva como operación política.

Los otros márgenes (o lxs otrxs en los márgenes)

Si bien, salvo en el programa de Cabildo Abierto, en los demás se observa una lectura que contempla al género como un eje relevante para interpretar desigualdades en áreas como la salud, los cuidados, la economía, la violencia o la participación política, este no ha sido un tema visibilizado en el marco de la campaña. Menos aún lo que refiere a diversidad.

En este ámbito, Uruguay ha sido un ejemplo destacado en la región por implementar políticas que han buscado abordar la desigualdad de forma compleja y que han implicado modificaciones en salud sexual y reproductiva, atención a la violencia de género, normativa de adopción, reconocimiento de identidad de género, entre otras medidas que hacen tanto al reconocimiento como a la redistribución. No obstante ello, apenas días atrás, en el marco de la celebración de una nueva Marcha de la Diversidad, los colectivos sociales que se nuclean en torno a estas agendas pusieron de manifiesto las brechas entre la legislación y su ejecución, en especial en lo que respecta a la Ley Integral para Personas Trans. Además, rechazaron los proyectos de ley que se presentaron para modificar la Ley 19.580, de violencia basada en género, y denunciaron distintos hechos de violencia hacia personas de la diversidad sexual.

Con relación a esto, en una investigación que realizamos desde la Facultad de Psicología de la Universidad de la República sobre experiencias de mujeres que se vinculan sexoafectivamente con otras mujeres en la ciudad de Montevideo,3 ya habíamos captado diversas situaciones de violencia que experimentan cotidianamente en el espacio público. Un tipo de violencia que era tan extendido, que incluso era naturalizado por quienes lo experimentaron. En este sentido, los términos en que se plantea en el ámbito público la legitimidad de la vivencia, no sólo de la propia orientación o identidad, sino de la diversidad de arreglos familiares, incide en la permisividad sobre situaciones de discriminación. Y en su reproducción. En esta campaña, que no se visibilicen estos temas al tiempo que sí se explicita abiertamente un rechazo (por ejemplo al tipo de familias conformadas por parejas no heterosexuales, por parte de actores políticos) son elementos que abonan esta construcción discriminatoria. Una que, nuevamente, busca relegar a los márgenes a quienes durante tanto tiempo estuvieron allí.

Marcela Schenck es politóloga.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa la información sobre elecciones?
None
Suscribite
¿Te interesa la información sobre elecciones?
Recibí el newsletter Eleccciones en tu email.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura