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Susana Rostagnol.

Foto: Mariana Greif

Susana Rostagnol: “La sociedad habilita a que un hombre mate a una mujer”

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Antropóloga, investigadora y docente en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

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Edelma tenía 65 años y dos hijos. Vivía en la ciudad de Tranqueras, en Rivera, hasta que el 23 de enero su pareja la mató de un disparo en la cabeza y después se suicidó. A María Julia la mataron 18 días después en Fraile Muerto, Cerro Largo. Le había dicho a su pareja que quería separarse y, una semana después, él la mató a balazos en el medio de la calle. Tenía 29 años. El 12 de mayo, Mónica fue asesinada en su casa de la Ciudad Vieja, en Montevideo. Tenía 52 años y dos hijos. El femicida, su ex pareja, dijo que se le había escapado un tiro.

En lo que va del año, otras 25 mujeres fueron víctimas fatales de la violencia de género. En estas historias faltan Daniela, Vanesa, Sirley, Olga, Mirtha, Marina, María Esther, Nelly, María Laura, Cinthia, Milka, Kattia, Rocío, Eva, Claudia, Mirta, Violeta, Lucía, Naiara, Magda, María Josefina, Cristina, Liliana y Roxana. También falta María Nibia, asesinada hace apenas 48 horas. No se murieron, las asesinaron.

La Justicia tipificó 19 de estos delitos como femicidios. Es decir que, en estos casos, el homicida fue condenado por matar a una mujer “por el hecho de ser mujer”. En todos los casos, el asesino fue la pareja, ex pareja o un familiar de la mujer. Muchos de ellos ya habían sido denunciados por violencia doméstica. Varios intentaron suicidarse o se suicidaron después de asesinar. Las estadísticas dicen que 50% de los femicidas se suicidan luego de matar.

La violencia doméstica es el segundo delito más denunciado en Uruguay, después del hurto. El año pasado, se presentó una denuncia por violencia doméstica cada 14 minutos, según datos del Ministerio del Interior. Es un promedio de 104 por día.

Cuando se habla de inseguridad, siempre se hace referencia a lo que pasa en los espacios públicos. Pero desde el punto de vista estadístico es más probable que una mujer sea asesinada por su pareja o ex pareja entre las paredes de su casa que por un desconocido. ¿Por qué? ¿Qué dinámicas están en la base de la violencia de género? ¿Cómo deconstruirlas? ¿Cómo influye la idea que nos enseñan del amor? Estas y otras cuestiones fueron analizadas por la antropóloga feminista, investigadora y docente uruguaya Susana Rostagnol, en diálogo con la diaria.

¿Cuáles son los pilares de la construcción de la violencia de género?

Hay dos o tres cosas que tienen que ver con cómo se estructuran las relaciones de género, más allá de la existencia o no de violencia en las relaciones de género. Por un lado, la idea del hombre proveedor y la mujer en la casa, es decir, que el hombre tiene que tener éxito en el trabajo y la mujer debe estar en la casa y, por lo tanto, hay que protegerla. Esa idea, que puede estar en mucha gente y en muchas parejas sin que eso genere violencia, está o puede estar también en la base de la violencia. Porque hace que el cuidado se convierta en control. Y las relaciones de violencia contra la mujer –específicamente la ejercida por la pareja o ex pareja, que creo que es un tipo específico de violencia– tienen que ver con la conformación de las identidades de género de los dos. Es decir, cómo la sociedad nos va construyendo a mujeres y hombres. Una sociedad en la que la mujer siente que es más débil, que tiene que depender de un hombre, que ella por sí misma no puede tener logros que la trascienden, como el hombre tiene con el trabajo. A ella la trascienden la familia, los hijos, los afectos. El hombre tiene una cosa propia, pero ella siempre está en esas relaciones de afectos y no puede realizarse. Esto, que es una cuestión de la estructura social y de los modelos femeninos y masculinos, hace que la mujer, para poder realizar o realizarse necesite una familia y entonces tenga que bancar cosas para que su proyecto no se destruya. El proyecto de vida de la mujer se vuelve un proyecto en la familia: de pareja, de dueña de casa. Eso es lo que le da sentido a su vida. Entonces, si está metida en una relación de violencia, es posible que la banque para que no se caiga su proyecto de vida. En cambio, en el caso de un hombre, su proyecto va a estar más instalado hacia el trabajo, hacia el afuera, y no va a depender tanto de otras personas, va a depender más de sí mismo o de otras personas de su ámbito laboral. Creo que algo de eso está en la base de lo que pueden llegar a derivar en relaciones de violencia, que es algo más general.

¿Cómo se constituye, en particular, el varón violento?

Creo que la socialización en la masculinidad implica una socialización en la violencia. Hay una socialización de violencia en todos, pero en mayor medida en la masculinidad. Está eso de que “si te pegan, pegale”, de agarrarse a las piñas. Eso es parte de ser varón. En nuestra sociedad, la masculinidad tiene tres patas. Una es el poder agarrarse a las piñas, otra es el poder tener muchas mujeres y, en algunos casos, ser de palabra o tener un honor, que nunca se sabe muy bien en qué consiste. Ser capaz de agarrarse a las piñas y de tener muchas mujeres –no digo tener muchas novias, sino tener sexo con muchas mujeres y tener sexo pasa a ser la prueba de virilidad en esa heterosexualidad compulsiva que aparece– son elementos que están como pilares de la sociedad occidental judeocristiana para la construcción de la masculinidad y que, por un lado, incentivan actitudes de violencia y, por otro lado, incentivan actitudes jerárquicas o de desprecio hacia la mujer, de tomarla como un objeto para construir su virilidad y no para comunicarse como un igual. En tanto los pilares de la construcción de la masculinidad sigan siendo esos, la violencia de género va a estar instalada.

¿Podría decirse que el statu quo de las relaciones de género está cambiando, en un contexto de efervescencia feminista, o es una sensación?

Creo que en los últimos tiempos muchas mujeres hemos ido cambiando el statu quo de la relación jerárquica, especialmente por el trabajo fuera de la casa, que en algunos casos no es liberador pero en otros sí. Hay muchas mujeres que han ido o hemos ido logrando trascenderse en la esfera pública y laboral, en algo que no sea la familia y los hijos, aunque tengamos familia, tengamos hijos y los adoremos. Esa salida del rol es lo que no se banca. Por eso es que aparecen tantos feminicidios cuando la mujer quiere separarse. La mujer se separa y está diciendo: “Yo puedo ser sin vos”. El varón no banca que esa mujer deje de ser su propiedad, que se rebele, que abandone el statu quo de relaciones de poder. Me parece que, en la medida en que las mujeres estamos abandonando ese statu quo, puede estar aumentando la violencia, porque no todos los hombres acompañan ese cambio. Y no porque sean especialmente malos, es un tema de estructura social y cultural que va más allá. Creo también, y esto no tiene nada que ver con los feminicidios o tiene mucho que ver, que todo lo que se está hablando de “ideología de género”, esta vuelta conservadora, tiene que ver con un “volvé a tu lugar”. Es eso lo que no se está soportando de los cambios. Por eso es que el feminismo, en este momento, es el movimiento más revolucionario. Pero, a su vez, el backlash que tiene es un [Jair] Bolsonaro en Brasil, y todo lo demás que es una vuelta para atrás. La violencia se usa para volver para atrás, para volver a ubicar a las mujeres en el lugar del que no debieron haber salido. Creo que está todo mezclado. El hombre trabaja y están los modelos de masculinidad y feminidad, pero también eso está cambiando, y la violencia es algo a lo que se echa mano para evitar que ese cambio continúe. Esa me parece una muy buena explicación de por qué el policía aquel mató a Valeria Sosa, la chica que participaba en una comparsa, hace casi dos años. Era una chica linda que salía, que tenía su vida, que era un sujeto social claramente definido. Se había salido totalmente del rol tradicional.

El simbolismo de la muerte en el femicidio sería entonces el “castigo” por haberse salido de ese rol tradicional.

Yo creo que sí. Es un “te saliste de tu lugar”, que en algunos casos es “te saliste y ahora estás conquistando el mundo” y en otros puede ser “te saliste porque no me querés más”, pero dejaste de estar bajo mi lugar de influencia, dejás de ser mi posesión y dejás de actuar como yo quiero que actúes o como deberías actuar.

¿Qué implica el suicidio del femicida?

Es lo máximo. Muestra que es tan poderoso que hasta puede matarse. No es el suicidio de “me escapo porque no banco más la vida”. Me parece –aunque no soy psicóloga ni psicoanalista– que en estos casos hay mucha rabia, que ese hombre siente que está tan empoderado que tiene el poder sobre su vida.

¿Existe un perfil de femicida?

No, yo creo que no hay un perfil. Puede ser cualquiera. Hablar de perfil es colocarlo como que hay atributos psíquicos o fisiológicos que habilitaran que alguien fuese femicida. En realidad, cualquiera puede serlo, porque es una estructura social la que habilita a que el feminicida mate. Es una estructura social y todos estamos en la sociedad, entonces cualquiera puede desarrollar eso. La sociedad habilita a que el hombre mate a una mujer. No sé si se acuerdan del caso de Marisel Luis, la trabajadora social que fue asesinada por un tambero hace cinco años en Florida. Después del feminicidio le hicieron una serie de análisis psíquicos y psicológicos, y el diagnóstico fue que tenía un cuadro psicológico que se manifestaba porque él la amaba, sentía que era suya y no soportaba que ella no respondiera igual. Al tipo le hicieron muchas pericias, todas bien hechas, y concluyeron que sufría de eso y por eso la mató. Pero esa “enfermedad” sólo la puede tener un varón; ese es el punto. Por eso no hay un perfil. Porque sólo al varón se lo habilita para poder sentir eso si no posee a la mujer o no es respondido. A las mujeres no nos pasa eso porque la sociedad nos dice que a nosotras nos van a elegir.

Esto que decís está muy vinculado a la idea del “amor romántico”.

El amor romántico lo ves como una guía que pauta la conducta de la modernidad. Es el amor de Blancanieves, el de la Cenicienta. El modelo del amor romántico es la mujer pasiva que siempre está esperando a ser salvada, entonces viene el príncipe azul, la cuida y la salva. Ella es pasiva y el otro es activo. Por otro lado, está también la idea, que aparece mucho en los cuentos de hadas, en las novelas y en los teleteatros, de que el amor todo lo cambia y todo lo puede. Mentira, ni lo puede ni lo cambia, pero eso es parte del amor romántico. Es la mujer que cree que él es malo, que él la puede agredir, pero que el amor de ella lo va a cambiar. Que el amor lo va a cambiar. No, el amor no cambia nada. Pero es esa idea romántica de darle al amor un poder mágico que no tiene. “Yo lo quiero, entonces va a ser bueno”. Todos los cuentos terminan en el casamiento y no en el después. El broche de oro es el amor, y eso es ese proyecto de vida de las mujeres inserto en el modelo de feminidad actual: la familia, los hijos y la casa. Los hombres no tienen internalizada la idea del amor romántico. Tienen, en todo caso, la del amor posesivo.

¿Cuál es la contraparte del amor romántico?

No sé si es la contraparte, pero creo que sería el amor real, un amor en serio, que se sepa que no cambia las cosas. Un amor en el que hay diálogo, que es hablado, no fantasioso, sobre bases reales y físicas, en el sentido de no fantasioso.

¿Cómo se enseña?

Me parece que hay que educar a las niñas para que sepan que ellas son sujetos por sí mismas y que no van a completarse con otro. Pueden encontrarse y ser muy felices con otro, pero no completarse. La idea de la completud, de la media naranja, es nociva: sos una naranja entera. Sos un ser entero, no necesitás a otro, en ese sentido de dependencia. Todos necesitamos de otros, pero en el marco de una interrelación, que vaya y venga. Un amor que no sea simbiótico. El amor romántico es simbiótico, uno depende del otro, y eso es lo que no va. Creo que, por ejemplo, los cuentos de Antiprincesas están mostrando eso: no tenés que quedarte a esperar que te salve alguien, y el amor no te salva de nada.

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