Karina Pintos y Fernanda Mintegui se conocieron en 2015. Luego de un tiempo juntas, decidieron tener un hijo. A través del Fondo Nacional de Recursos (FNR), accedieron a un tratamiento de fertilización asistida. Así llegaron al mundo Julieta y Belén. Cuando las fueron a inscribir con el apellido de ambas no pudieron hacerlo. A diferencia de las parejas heterosexuales, las parejas homosexuales puedan poner ambos apellidos sólo si están casadas. En el día de la Marcha por la Diversidad de este año, con el patrocinio del Consultorio Jurídico de la Universidad de la República, liderado por Juan Ceretta, se promovió un amparo judicial para que ambas puedan reconocer a sus hijas. Así fue que las mellizas pudieron ser reconocidas por sus dos mamás y a partir de ahí ser llamadas por su nombre: Belén Mintegui Pintos y Julieta Mintegui Pintos. Hoy las cuatro viven junto a Matías, el hijo de Fernanda, de 15 años, en Piedras Blancas. Además de sus trabajos, Karina y Fernanda cocinan pizzas por encargo y para vender en la feria del barrio.
El comienzo de una historia de amor
Quedaron en encontrarse por primera vez en la Marcha por la Diversidad, pero Karina dejó plantada a Fernanda. Para compensar, después de la marcha se fue a Salinas a verla. Cuando Karina la fue a buscar a la parada apareció la Policía; era un operativo. “Por favor que sea mayor”, pensaba Karina. Fernanda le había dicho que tenía 24 años, pero la “cara de nena”, que aún conserva, parecía indicar otra cosa. El inesperado operativo pasó y confirmó que Fernanda tenía la edad que decía tener. Se fue quedando y encaminaron la relación. “Y apareció todo este familión que tenemos hoy”, cuentan con emoción.
Maternar
Tener hijos era algo que circulaba en la pareja hacía un tiempo. Los amigos de ambas le preguntaban a Karina, que ya era mamá de Matías, si quería tener más hijos, pero en ese entonces no tenía idea. Como Fernanda no tenía hijos, les parecía que podía ser una opción, y cuando se fueron a vivir juntas el deseo de asumir una maternidad conjunta aumentó. Un día fueron al ginecólogo y le dijeron que querían ser madres juntas.
“Al principio demoraron mucho por los estudios, no entendíamos mucho qué pasaba. Cuando nos dimos cuenta de que la demora no era normal resolvimos consultar nuevamente y nos dijeron que efectivamente todo tenía que ser mucho más rápido”. En tres meses tendrían que haber resuelto todo, pero a ellas les llevó un año y medio. “Nos llevó muchos estudios y un batallón de preguntas. Fuimos al FNR y nos dimos cuenta de que había cosas que no estaban bien. Ahí cambiamos de clínica y a los dos meses pudimos resolver todo”.
Ser madres les generaba mucha ilusión. Karina, descrita por Fernanda como previsora y ordenada, empezó a comprar pañales ni bien apareció la idea de la maternidad. “Tenemos un stock enorme de pañales. Karina lo empezó a comprar cuando empezamos a hablar sobre la posibilidad de tener hijos. Estábamos lejos todavía de arrancar el tratamiento, pero ella iba todos los meses a comprar pañales. Era feliz comprando pañales y previendo lo que se iba a venir”.
El tratamiento lo cubrió el FNR. “En el FNR nos explicaron todo. Cuando registramos el código de aprobación salió ‘copago cero’, ahí supimos que íbamos a poder llevar el tratamiento adelante”. Entre consultas y medicación gastaron unos 15.000 pesos. “Nuestra idea inicial era que una aportara el óvulo y que la otra lo gestara, pero nos dijeron que eso salía muy caro, y al no ser una necesidad básica no lo cubría el FNR”. Como Karina ya había tenido un hijo resolvieron que Fernanda fuera la gestante, para que tuviera la oportunidad de atravesar por la experiencia de un embarazo.
Fueron a un banco de esperma para elegir el donante. “Una piensa que va a ver un catálogo, pero no es así. Tenés que rellenar un formulario con cuestiones básicas: estatura, color de ojos, color de pelo. Ellos además buscan que el donante sea lo más parecido a las mamás”.
Por partida doble
La noticia de que venían dos bebés las tomó por sorpresa. Cuando hicieron el tratamiento pidieron que la inseminación fuera doble para que hubiera más chances, pero la doctora a cargo les dijo que con uno solo alcanzaba. Ese uno se dividió; eran mellizas. “En la ecografía de repente nos dijeron: ‘Están muy bien los dos’. No caímos, seguimos hablando como si fuera uno sólo. Ahí el ecografista paró todo y nos hizo entender que eran dos bebés. Matías, que estaba con nosotras, se puso como loco. ‘Me mentiste, no me dijiste que iban a ser dos bebés’, decía. A todos nos costó tres o cuatro días caer en la cuenta de lo que estaba pasando”.
Embarazo
Fue un embarazo de alta complejidad, con reposo total y muchos cuidados por un trastorno de trombofilia. Fernanda pasó todo el embarazo con náuseas. “En Nochebuena tuvo antojo de cordero, fui corriendo a comprar y pasé horas cocinando. Cuando llegó a la mesa no soportó el olor. Con Matías comimos cordero una semana seguida; teníamos que comer fuera de la casa porque ella no podía soportar el olor”.
El parto fue por cesárea, dos días antes de lo esperado. “Karina se despertó con mucho dolor de espalda, supusimos que era por el peso. Cuando llegamos a la mutualista y la revisaron ya estaba dilatando. Me pidieron la primera muda de ropa. Karina había dejado todo ordenado, pero yo no tenía ni idea. No sabía qué hacer, así que vino el camillero y eligió la ropa: ‘Esto es para Belén y esto es para Julieta’”.
12.12 nació la primera, Belén; 12.13 llegó Julieta al mundo. “Miraba a una y miraba a la otra, no lo podía creer”. Se quedaron las cuatro solas en una sala; ese fue el momento en que se dieron cuenta de que eran una familia.
Tenían nombres “de varón” elegidos; hasta la tercera ecografía pensaron que eran varones. Ningún nombre “de mujer” les convencía demasiado. Optaron por Belén y Julieta. “A Julieta la distinguimos desde la panza porque era la más inquieta, Belén es mucho más tranquila”. Belén tiene como segundo nombre Margarita, y Valeria es el segundo nombre de Julieta. Según sus mamás, los segundos nombres de ambas son “significativos para la pareja”.
La epopeya por la identidad
Antes de empezar el tratamiento averiguaron todo lo relacionado con la inscripción en el Registro Civil. “Nos dijeron que no había ningún problema, que las podíamos anotar como cualquier pareja”. Pero cuando llegó el día de inscribirlas la historia fue otra. “Cuando llegamos la muchacha que nos atendió no entendía nada de lo que estaba pasando. Fernanda llegó primero, porque yo caminaba más lento por la cesárea. Lo primero que le preguntaron fue dónde estaba el papá”. Para no discutir, Fernanda le dijo que “su pareja” estaba llegando. Cuando llegó Karina le preguntaron quién era la mamá, a lo que le respondieron que eran las dos.
“Después de averiguar nos dijeron que la tenía que anotar solamente ‘la mamá que la tuvo’”. Además de que la respuesta no les convenció, cuentan que el trato no fue el mejor. Pensaron en casarse para poder inscribirlas, porque a través de la Ley de Matrimonio Igualitario las parejas homoparentales pueden inscribir a sus hijas o hijos, siempre que estén casadas, pero les respondieron que “se tendrían que haber casado antes del tratamiento para poder inscribirlas con el nombre de las dos”.
No sabían qué hacer, reinaba la angustia. “Pasamos por todos los estados. Hacía dos años que estábamos buscando tenerlas. Con esto formalizamos nuestra familia y nos lo estaban negando”. Se cuestionaron mucho. “Esto nos pasa porque somos dos mujeres. Si le pedíamos a cualquier hombre sin ningún tipo de vínculo que fuera a reconocerlas lo podía hacer. Nosotras que elegimos tenerlas y hacer todo juntas no teníamos esa posibilidad por ser dos mujeres”. También les molestaba sentirse cuestionadas. “Teníamos que demostrar cosas todo el tiempo, como que las bebés tenían apego conmigo”, cuenta Fernanda.
Golpearon todas las puertas. Poca fue la ayuda de los referentes y colectivos de la diversidad. “Nadie tenía idea de qué teníamos que hacer”. Hasta que apareció el nombre del abogado Juan Ceretta, que es docente en la Facultad de Derecho de la prima de Fernanda. Le escribieron e inmediatamente Ceretta las citó para explicarles el encare del Consultorio Jurídico de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. “Juan nos contó la modalidad que tienen de trabajar. Presentan los casos en grupos de estudiantes y ellos, tutoreados por Juan, llevan adelante el caso”.
Laura Pérez fue la asignada para el caso, y cuenta que tomó el tema como propio y lo vehiculizó con celeridad. “Cuando nos dijeron que el trámite iba a demorar diez días no lo podíamos creer, pensábamos que iban a ser meses”. El día de la Marcha por la Diversidad de este año, a tres años de conocerse, anunciaron que el lunes siguiente presentarían el recurso de amparo judicial para que ambas pudieran reconocer a sus hijas. Recibieron respuesta inmediata y fueron citadas a una audiencia.
A casi dos meses de nacidas, Belén y Julieta pudieron ser inscritas con el nombre de sus dos mamás. El fallo judicial establece que es “discriminatorio distinguir si existe matrimonio o no en la pareja homosexual”, y determina “la inscripción en las correspondientes partidas de nacimiento de las niñas Belén y Julieta, agregándoles el apellido correspondiente, esto es, Mintegui”.
“Para nosotras y para nuestro entorno es todo muy natural. Somos una familia, una familia elegida y llena de amor. Nos convertimos, sin quererlo, en un centro de informes para otras parejas que quieren asumir el desafío de tener hijos”. A futuro creen que va a haber muchos modelos de familia. “Falta cambiar las cabezas, pero es algo que pasa y que cada vez va a pasar más”.
Karina y Fernanda hoy son las orgullosas mamás de Belén Mintegui Pintos y de Julieta Mintegui Pintos. Ambas creen que a futuro se debería cambiar la normativa, para que las parejas homosexuales no tengan que casarse para que sus hijos puedan llevar ambos apellidos.