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Martin Solsona, Ana Payotti, y Carlos Solsona, en su casa en Carrasco Norte.

Foto: Mariana Greif

De Ana a Norma: carta de la compañera de Carlos Solsona desde hace tres décadas a su compañera aún desaparecida

5 minutos de lectura
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Carlos Solsona encontró a su hija apropiada por la dictadura tras más de 40 años de búsqueda; Norma, mamá de sus dos primeros hijos, continúa desaparecida.

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La familia argenguaya Solsona Payotti se forjó entre el exilio y la ausencia. La construcción posdictadura fue posible en Uruguay tras la apertura democrática.

Carlos Solsona conoció a Norma Síntora en 1968, en plena efervescencia política en Córdoba. Se conocieron al ingresar a la Facultad de Ingeniería y militaban, al principio sin saberlo, en la misma organización, en la clandestinidad. Tras cinco años de estudio y militancia conjunta, se pusieron de novios y se casaron un año después, en 1975. Al año siguiente nació su primer hijo, Marcos, al que tuvieron que dejar, cuando apenas tenía siete meses, al cuidado de sus abuelos maternos porque no podían garantizarle la vida debido al avance feroz de la represión de la dictadura.

Carlos se exilió en Europa y Norma, embarazada casi a término de su segundo hijo, se quedó en Argentina para dar a luz y luego viajar con sus dos hijos para que toda la familia se reuniera en el exilio. Pero no pudo ser. A Norma la secuestraron en Buenos Aires; todo indica que tuvo a su hija en Campo de Mayo, donde funcionaba una de las maternidades clandestinas.

Tras recibir la noticia del secuestro y desaparición de Norma, Carlos comenzó una búsqueda incansable que duró más de 40 años. Hace un par de semanas encontró a su hija, la nieta 129 recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo.

En los primeros años de búsqueda, en Francia Carlos conoció a Ana, una exiliada uruguaya que es su compañera desde hace más de 30 años. Ana se exilió a fines de 1977 y llegó a Francia en 1978. Militaba en la Unión de la Juventud Comunista. Se conocieron en París, en un restaurante que se llamaba Rayuela.

Ana cuenta que se quedó muy impresionada con la historia de Carlos y Norma. “A mí me había tocado vivir un tiempo semiclandestina, en medio del horror que era Uruguay en aquella época, pero esto era mil veces peor”.

A la salida de la dictadura decidieron hacer base en suelo uruguayo, donde recibieron mucho apoyo. Antes de exiliarse, Ana trabajaba en la mutualista privada CASMU. De hecho, allí la fueron a buscar para detenerla, pero no la encontraron. Cuando volvió a Uruguay la reincorporaron a su trabajo. “El CASMU tuvo una política de apertura y solidaridad con los trabajadores que habían estado en el exilio o presos, así que no tuve ningún problema y pude reintegrarme a trabajar”, dice.

Ana fue el puente para que Carlos pudiera retomar el contacto con sus familiares. “Fue la avanzada para contarles que estaba vivo, que estaba en Uruguay y que quería reencontrarme con ellos”, cuenta Carlos, quien a los dos meses de ese viaje pudo reencontrarse con su hijo Marcos, a quien no veía hacía casi diez años.

Al principio consiguieron un apartamento prestado. Un tiempo después ingresaron a una cooperativa de viviendas por ayuda mutua del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos, donde luego nació Martín, que se define como “un hijo posdictadura”. Es el primero de los tres hijos de Carlos que nació en Uruguay y en democracia, en 1987. Es el único hijo al que Carlos pudo criar y acompañar en el día a día hasta hoy. Como coletazo de la dictadura, los problemas de documentación de Carlos hicieron que Martín llevara el apellido de su mamá hasta los seis años. Le cambiaron el nombre en el momento justo: cuando entró a la escuela. “Recuerdo que me puse contento; todavía tengo las cédulas de cuando era Martín Payotti de León”.

Martín recuerda que su mamá le decía que tenía que entender que su papá “había sufrido mucho”. Cuando Martín tenía 12 años, Carlos empezó a viajar seguido a Buenos Aires porque había aparecido una pista sobre su familia desaparecida. Ana fue la encargada de contarle a su hijo lo que estaba pasando. “En un momento mi padre entró a viajar muy seguido a Buenos Aires, lo cual era raro porque siempre viajaba a Rafaela –su pueblo en Santa Fe– o a Córdoba, donde estaba mi hermano. Un día le pregunté a mi madre por qué iba tanto a Buenos Aires y me contó que estaba tras una pista, porque cuando Norma cayó estaba embarazada y yo podía tener una hermana o un hermano desaparecido, apropiado por otra familia”, relata Martín.

Ana cuenta que no podía evitar ponerse en el lugar de ella y sufrir mucho por eso. “Siempre pienso en ella y en lo que puede haber sentido en esos momentos. Fue todo muy fuerte y lo sigue siendo. Ahora todo se vuelve a revivir, a pesar del tiempo transcurrido”.

La pensó y la anheló muchas veces. Hace unos años escribió un texto para recordarla. No recuerda exactamente cuándo lo escribió, pero cuenta que fue hace tiempo, cuando Martín aún era pequeño, alguna de las tantas veces que le preguntó dónde estaba la mamá de su hermano.

Ana le mostró a Carlos lo que había escrito hace unos meses. Y ahora eligen compartirlo, porque pueden.

Carta a Mora N*

Dondequiera que estés, quiero decirte que de alguna forma te quiero. Si querer es: acordarse de vos, admirarte, compadecerte, envidiarte, lamentarte y, tal vez, unas cuantas cosas más. Tu cara desdibujada, borrosa, pero siempre sonriente como se te ve en las fotos, se me viene a la cabeza dos por tres. Se me desboca la de volar, y vuelo y te veo. Si, te veo, un poco rubia, ni alta ni baja, con ese gracioso acento en tu voz, vaqueros viejos y poca bola a las pilchas.

Te imagino esencial, o sea, que te ibas por las cosas verdaderas, auténticas, profundas. Aunque, a veces, por ahí, te imagino parecida a mí. A mí, la de aquella también tu época, la nuestra, la de los sueños de sangre y Zabriskie Point, y el Che y la justicia a la vuelta de la esquina. Te pienso como yo, un poco destartalada, tragándote en cada mirada, en cada palabra, en cada caricia.

Sé que tenías miedo. ¿Quién no lo tenía? El miedo de la madrugada uniformada, de la cara dura y extraña, del Ford Falcon, de la tartamuda, de las medallas y de los comunicados.

También sé que te despediste llorando de él, como si presintieras algo, como si esa separación ocupara el universo todo, para siempre. Y llorabas (¿llorabas?), te desgarrabas las tripas electrizadas, pinzas hirviendo en el útero tan dulce de la/el que iba a nacer. Llorabas por el que no pudiste criar, pichón sin el calor de tus alas, frío de madre. Y no sólo por eso llorabas, llorabas porque se podía acabar para siempre este abrazo, esta mirada mi amor, felicidad de fosforitos apagada por los vientos fríos de aquel invierno.

¿Qué habrás pensado desde ese momento para adelante, en el poco adelante que te dejaron? ¿Qué habrás sentido cuándo te oprimieron el brazo y ya era el principio del fin, cuando comenzaron los dolores y las contracciones y gritabas y nadie te oía, y la oscuridad se aliaba con el dolor y la apenas alegría de aquel alumbramiento? Jaula maldita, peor que una fiera, ¿qué habrás sentido, horrorizada cuando te sacaron a tu hijo para siempre? (Ser a medias, no ser, dejar de ser).

Y, ¿qué habrás “nadificado” cuando ya no él, ya no el niño, ya no el recién nacido, cuando te apuntaron y te enfrentaste al soplo de vida que te quedaba y que te iban a cortar? ¿Cuál habrá sido tu última imagen, la última cara dentro tuyo?

A veces quiero imaginar, mejor dicho, lo imagino todo, y me siento, a pesar de ocupar tu lugar, tu hermana, tu madre, y te acaricio el pelo largo del olvido, la sonrisa dulce, esperanzada, y el vientre vacío en un cementerio NN, espacio de la muerte asesinada.

Y sos algo mío, como yo algo tuyo, somos nuestros propios espejos. Fuiste lo que quise ser, soy lo que quisiste ser, nos negamos, nos complementamos, te continúo y me condicionaste. Dos mujeres diferentes y tan parecidas, ligándonos en el tiempo y en el espacio del sur.

Y te seguimos queriendo. Él, tu hijo y el que aún no sabe que te quiere, los otros (no sé cuántos) y yo, que nunca te conocí más allá de unas fotos, y te querrá mi hijo cuando entienda lo que anoche preguntó: “Y la mamá de mi hermano, ¿quién es, dónde está?”.

Te queremos, ninguna ley de obediencia debida ni de perdón ni de impunidad podrá matarte.

Epílogo
De un testimonio: “[...] a nuestra llegada al lugar de detención, vimos a muchas mujeres tiradas en el suelo, en colchonetas, que esperaban el nacimiento de sus hijos”.

“Una vez nacida la criatura, la madre era ‘invitada’ a escribir una carta a sus familiares, a los que supuestamente les llevarían al niño”.

Testimonios tomados de Nunca más.

*Mora N es un “encriptado” de Norma.

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