Diana Maffía dirige el Observatorio de Género en la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires, fue diputada de la Legislatura porteña de 2007 a 2011 y, como doctora en Filosofía, está al frente de la cátedra de Gnoseología (teoría del conocimiento) de la Universidad de Buenos Aires, de la que forma parte desde hace casi cuatro décadas. En los últimos años se ha enfocado en dar clases de filosofía feminista y dirige un posgrado de género y derecho. “Mi trabajo docente siempre fue un trabajo político”, afirma. Es una intervención que trata de sacar el saber de la academia y llevarlo a otros lugares.
Además, Maffía tiene un centro cultural feminista y queer, Tierra Violeta. “Ahí pasa todo lo que me hubiera gustado que pasara en mi juventud”, dice. En ese lugar se encuentra Feminaria, la biblioteca temática feminista más grande de Argentina, con 20.000 libros de y sobre mujeres. Empezó como un espacio para poner a disposición pública su biblioteca y hoy es un consorcio de bibliotecas al que varias feministas han donado sus libros.
La dirigente visitó Montevideo para dar una clase magistral en el Diplomado Superior de Violencia basada en Género de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, y en ese marco dialogó con la diaria.
Cuando eras chica no veías desigualdades de género respecto de tu hermano mayor, hasta que él empezó a hacer cosas que vos “no podías” o “no debías” hacer.
La ciencia ha estudiado que hasta los seis años las niñas y los niños consideran que tienen las mismas habilidades y las mismas posibilidades. A esa edad, que es en la que me hicieron notar a mí las diferencias, las niñas empiezan a responder que hay cosas para niñas y cosas para niños. No es algo espontáneo, hay un aprendizaje que es común para todas. En determinado momento las cosas que hacés ya no son aceptadas, tus padres te hacen notar que eso “no es para niñas”. Recuerdo perfectamente el momento en que sentí esa diferencia. Tenía seis años, mi hermano mayor tenía ocho y mis hermanas chicas tenían cuatro y dos. Estábamos todos jugando a la pelota, todos vestíamos solamente un short y ninguno llevaba remera. Vino mi papá y le dijo a mi mamá: “Que se ponga algo”. Mi mamá le contestó que era chica todavía. “¿Cómo va a estar así?”, dijo mi papá y me puso una remera. Me acuerdo de que me quedé pensando en por qué me tenía que poner una remera y los demás no. Mi cuerpo empezó a ser un cuerpo que molestaba desnudo, que llamaba la atención o que me ponía en riesgo. El comentario de mi papá no era sólo molestia, era una advertencia. En la infancia te hacen notar cuando tu cuerpo te empieza a poner en riesgo. Te empiezan a decir que cierres las piernas, que no te levantes la pollera. Son advertencias que tienen que ver con que el cuerpo se va sexualizando. Eso te hace vulnerable, te hace posible presa de la apropiación por parte de alguien. Junto con esa vulnerabilidad del cuerpo, en la que empezás a no usarlo, a no moverte, a evitar que esa corporalidad te ponga en riesgo, aparece el “no te metas con estos temas”, “esos juegos no son para vos”. Hay expectativas diferenciadas; se espera una cosa de las mujeres y otra de los varones. En la infancia empieza a diferenciarse fuertemente lo que se acepta y lo que se censura, lo que se promueve y lo que se niega. Todo esto se construye en esa etapa de la mano de la idea del amor romántico. Te sugieren que finalmente vas a encontrar todo cuando encuentres “tu media naranja”, porque ni siquiera podés ser un cítrico entero por vos misma.
El feminismo actual no se basa tanto en un marco teórico sino en la acción.
De hecho se habla incluso de un feminismo sin marco teórico. Hay un activismo a partir de determinados objetivos, como el aborto legal, la diversidad sexual o la violencia de género. Hay un activismo plural, más abierto, de gente muy joven que no se pone a pensar si es congruente la consigna que lleva con el partido que vota. Para mi generación la política era el eje de la vida. Por la política elegías tu carrera, tu pareja, tus amigos. Todo estaba mediado por la política, por la lectura y por la sensación de tener que tener argumentos. En este momento los argumentos en política no pesan tanto, pesan más ciertas negociaciones que a veces ni siquiera están a la vista pública. Me encanta esta juventud. Hay una energía y una convicción que mi generación –dos o tres generaciones anteriores a esta– no tuvo. Luciana Peker habla de “la revolución de las hijas”, que tiene que ver con que la síntesis de todo aquello que fuimos construyendo durante décadas explotó ahora con las más jóvenes. La salida masiva del feminismo, que se dio en 2015 con “Ni una menos”, no es la salida que construimos nosotras. La construyó la gente más joven, pero en cierto modo hay una genealogía que llevó a eso, que abarca incluso a mujeres anteriores a mí, que tengo 65 años. Somos muchas generaciones participando. Esta revolución de las hijas para mí es la revolución de las nietas. Esta cuestión intergeneracional es lo más novedoso que ha ocurrido a partir de 2015, en particular asociado a “Ni una menos” y a la campaña por el aborto legal. Muchas chicas lograron llevar el debate sobre el aborto a sus casas y allí sus madres o sus abuelas pudieron contar experiencias que habían mantenido en secreto durante décadas. La discusión sobre el aborto logró que esto dejara de ser una cuestión personal, algo que había que mantener en secreto. Que te obliguen a la clandestinización del aborto es un acto de tortura que te impone un Estado y una cultura patriarcales. Mujeres de varias generaciones pudieron abrazarse. Abrazarse con quienes hoy las están representando y les están diciendo: “Voy a luchar para que esto sea un derecho y no un estigma”. Para muchas mujeres es una reconciliación con el pasado.
¿Qué es la “ideología de género”?
Hay un avance de la derecha fundamentalista; no hay que confundir religión con fundamentalismo. Siendo agnóstica reconozco que hay religiones que plantean prácticas y lecturas interesantes, pero hay personas que por algún motivo eligen un dios vengador, autoritario y torturador, y en nombre de ese dios justifican sus acciones. Les sirve tener un personaje que supuestamente autoriza intervenciones que son torturantes e indignantes para el sentido común, como obligar a una niña de 11 años a parir. La crueldad que tiene este tipo de discurso se ha ido apropiando de herramientas que hemos construido desde los derechos humanos con mucha dificultad. Entonces comienzan a hablar “en nombre de los derechos humanos” y empiezan a utilizar cierta terminología que no les es propia. El matrimonio igualitario, la homosexualidad, los cuerpos trans, etcétera implican para estos grupos fundamentalistas revertir el orden natural, y eso es subversivo. A esto le llaman “ideología de género”. Desde mi punto de vista, la ideología de género es este fundamentalismo que implica que cuando alguien no se adapta a esa presunción o cuando la realidad desmiente esa presunción, imponen su ideología. Que pueda haber géneros u orientaciones diversas no es una imposición para nadie, sino que abre posibilidades. Pero acusan de ideología de género a quienes abren estas posibilidades, cuando en realidad refiere a quienes imponen su crueldad en nombre de la naturaleza. Se empezó a hablar de ideología de género en el Vaticano, cuando se hizo la Conferencia Mundial sobre la Mujer, en 1995. En ese momento el papa [Juan Pablo II] se dio cuenta de que las feministas éramos peligrosas y empezó a decir que había una ideología de género. Comenzaron a entrenar mujeres para que intervinieran los encuentros de mujeres, incluso para que votaran en contra de la palabra “género” en los documentos públicos. Hay dos áreas que le preocupan mucho a la iglesia: la justicia y la educación. En esas dos áreas siempre tratan de tener representantes.
La aspiración del feminismo no es pasar de dominadas a dominantes.
Hay cosas que tengo que repetir todo el tiempo. No queremos pasar de ser dominadas a dominantes; queremos terminar con las relaciones de dominación. No sólo con las relaciones de dominación de género. El patriarcado no sólo oprime a las mujeres. También hay otras categorías de opresión: clase social, etnia, raza, discapacidad. Todas las relaciones de poder que atraviesan los cuerpos implican que las luchas feministas muchas veces son mixtas. Quienes participamos en movimientos de emancipación muchas veces compartimos con varones estas luchas. Lo que les pedimos a los varones desde el feminismo es que agreguen la condición antipatriarcal a las luchas. La izquierda es muy renuente a oponerse al patriarcado, no reconoce la prioridad del cruce entre patriarcado y capitalismo ni que eso significa en realidad que las opresiones son múltiples y cruzadas. Los hombres pueden ser feministas, pero tienen que entender que pueden acompañar la lucha sin ser protagonistas, como hemos hecho las mujeres tanto tiempo con tantas cosas.
¿Qué pensás del escrache como mecanismo de denuncia?
El escrache nació en la dictadura como mecanismo de denuncia cuando no había estructuras formales para viabilizarlas. Cuando comenzaron los juicios por la verdad las denuncias empezaron a canalizarse por ahí, los genocidas empezaron a tener su penalidad judicial y se dejaron de requerir los escraches. Hoy el funcionamiento es otro y tiene distintos objetivos. En general lo llevan adelante chicas jóvenes, que encuentran que cuando van a hacer las denuncias no hay instituciones con estructuras sensibles. Muchas veces se cubre a los ofensores, se los justifica o se va contra las chicas. El escrache en las redes aparece por el maltrato institucional y la inexistencia de espacios institucionales. Que no se crea en la denuncia de las mujeres, que se sospeche que son ellas quienes buscan la situación o que tratan de conseguir notoriedad empezó a hacer que las mujeres dejaran de hacer las denuncias formales porque hay un maltrato de la Justicia. En la Justicia hay una construcción de impunidad que opera contra las denuncias. El escrache como mecanismo es riesgoso. Tiene un efecto virtuoso, que es encontrar contrapartes en las redes que te dicen que te creen y te acompañan, y además puede despertar a otras personas que han sufrido una situación similar. Permite ser solidarias, juntarse, poder denunciar entre varias y fortalecer el proceso. También puede haber hitos, como fue la denuncia de [la actriz] Thelma Fardin contra [su colega] Juan Darthés con el apoyo de Actrices Argentinas, que anime a otras a hacer denuncias, a retomar recuerdos que tenían hundidos en la memoria. Sirve para que estas personas no se sientan culpables y puedan encontrar responsabilidad. Ahora, también tiene un aspecto negativo: la acusación puede ser falsa. Cuando la denuncia se hace en la Justicia hay mecanismos de investigación y el acusado tiene la posibilidad de defenderse. Una denuncia en las redes, al no requerir pruebas o testimonios, si es falsa puede generar mucho daño. Hubo un caso en Argentina en que una adolescente hizo una acusación falsa hacia un amigo. Luego lo reconoció, pero el chico no aguantó la vergüenza y la agresión en las redes y se suicidó. Eso es atroz. En las redes no hay defensa posible. Tampoco tenemos que invertir la relación; porque antes no nos creían no tenemos que tirarnos ahora como pirañas sobre una persona que ha sido denunciada que no puede defenderse.
¿Cuál es la diferencia entre el acercamiento no solicitado y el acoso?
El acoso sexual es un abuso de poder. La sexualidad es el medio por el cual se impone el poder; el objetivo último no es obtener sexo sino humillar y ejercer poder. Esto hay que tenerlo muy presente, porque el acoso no se ejerce solamente contra una persona a la que se espera seducir: se ejerce sobre una persona a la que se quiere dominar, a la que se espera subordinar. El acoso sexual es difícil de probar porque ocurre en privado y porque va escalando, va subiendo de tono hasta volverse amenazante. Amenaza con dejarte sin trabajo, con que no vas a aprobar la materia, con que no vas a poder seguir adelante luego de negarte. Esas amenazas son las formas de coacción y de poder que en general se ejercen. Muchos dicen: “Se acabó el romance porque si ahora todo es acoso no vas a poder invitar a alguien a tomar un café”. Mi respuesta es que podés invitar a una mujer y tenés que aceptar la posibilidad de que ella te diga que no. Si querés acercarte a una persona, ese acercamiento debe ser respetuoso y sensible a lo que esa persona te devuelva como aceptación o no aceptación. Si la única manera de obtener sexo que reconocés es a través de la imposición, quiere decir que tu idea de la sexualidad es la sexualidad como dominación. Hay una diferencia entre imponerte de manera violenta y la posibilidad de un acercamiento o una seducción. Es posible que vos no esperes esa invitación a tomar un café; esto implica que a priori a ese acercamiento no lo deseabas porque no lo imaginabas. Pero una cosa es un acercamiento que no esperabas y no deseabas y otra cosa es un acercamiento que deseás que no ocurra. Los filósofos distinguen entre negación interna y negación externa. Es distinto no desear que desear que no. No desear implica que no había surgido de tu parte una inclinación hacia esa persona, pero esa invitación te puede sorprender y quizás podés abrirte a la posibilidad de generar un vínculo. Eso sería un acto de mutuo respeto y en todo caso de seducción. Pero si vos deseás que no y decís que no ese no debe ser respetado, porque no es no.