Un hombre le dice a una mujer: “No entiendo por qué hacés huelga”. “Por eso la hacemos”, responde ella. El diálogo pertenece a uno de los tantos memes del ideario feminista. Y es tal vez el que mejor define, cada 8 de marzo, un nuevo Paro Internacional de Mujeres.
En la segunda década del siglo XXI, una parte de la sociedad argentina no ve con claridad de qué nos quejamos las mujeres, lesbianas, travestis y trans. No cree en la gravedad de las cifras que siguen contando una mujer asesinada cada 23 horas. No se detiene a pensar por qué las tareas domésticas siguen siendo mayoritariamente trabajos “femeninos”, así como el cuidado de niñxs y adultxs mayores. No le parece significativo que un grupo de varones abuse de nosotras. Una parte importante de la sociedad no considera necesaria la igualdad de derechos. Esa parte de la sociedad no entiende por qué paramos.
El 19 de octubre de 2016 las mujeres argentinas le hicimos el primer paro al entonces presidente, Mauricio Macri.
Había bronca y desolación. Unos días antes, en el Encuentro Nacional de Mujeres más masivo de la historia, una razia policial había reprimido a las manifestantes; los femicidios se reproducían: el de Lucía Pérez, una adolescente de 16 años, se convertía en uno de los emblemáticos no sólo por el crimen, sino por el tratamiento machista que le dieron los medios. El contexto de creciente crisis económica, en que la inflación llegaba a su récord de 40%, los despidos laborales se multiplicaban y la precarización nos golpeaba a nosotras más que a nadie, fue el marco perfecto para decir: “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”.
La masividad del Primer Paro Nacional de Mujeres fue el puntapié para que el 8 de marzo de 2017 en Argentina se realizara el Primer Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans.
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Más allá de aquella primera propuesta novedosa de una huelga de mujeres, los movimientos de mujeres y LGBT+ tenemos una larga tradición de manifestaciones y marchas en Argentina. Una historia de ocupación de las calles que remite a las rondas de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a las Marchas del Orgullo y a las más recientes convocatorias de Ni Una Menos.
El amplio movimiento feminista logró visibilizar la gravedad de las violencias contra las mujeres y el colectivo LGBT+ y la necesidad de hacer cumplir derechos fundamentales. Puso el tema en la agenda. Nadie puede decir que desconoce los conceptos de micromachismos, femicidios, travesticidios. Ningún medio de comunicación (o casi: aún hay algunos ejemplos nefastos) puede titular “Crimen pasional”. El movimiento feminista instaló en la sociedad virtual y real la necesidad de barrer con el machismo.
Y esa primera visibilización fue la puerta de entrada para empujar otra, que acaso no terminaba de salir del clóset de manera masiva: la lucha por el aborto legal.
En Argentina el aborto todavía es considerado un crimen. Sólo está despenalizado en casos de violación y en los que corra riesgo la vida de la mujer. 2018 fue histórico para los derechos reproductivos y sexuales de las personas gestantes: por primera vez un proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, presentado por la Campaña Nacional de la Lucha por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, fue debatido en el Congreso. Sí, fue anunciado por el entonces presidente Macri. No, no fue apoyado por él.
El proceso también fue histórico. Antes del tratamiento legislativo, más de 700 personas (artistas, médicxs, periodistas, científicxs) expusieron a favor y en contra de la ley. El proyecto logró media sanción en la Cámara de Diputados, ante la escucha y mirada atenta de más de un millón de personas que rodeamos las inmediaciones del Congreso Nacional y festejamos con los pañuelos verdes en alto. La vigilia en el Senado fue mayor. Dos millones de personas, de todo el país, esperamos la noticia menos deseada: por 38 votos en contra y 31 a favor, el aborto seguía siendo clandestino.
En 2019, año electoral, se volvió a presentar un proyecto renovado de interrupción voluntaria del embarazo. Como cada una de las ocho veces que se presentó, fue un texto trabajado y consensuado de manera transversal y federal por las más de 700 organizaciones que integran la campaña.
Y este año también es histórico. Por primera vez en la historia argentina y en la lucha de los feminismos el Poder Ejecutivo está trabajando en un proyecto de ley para despenalizar y legalizar el aborto. El presidente, Alberto Fernández, lo anunció formalmente hace una semana, en la apertura de sesiones ordinarias en el Congreso Nacional. “Dentro de los próximos diez días presentaré un proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo que legalice el aborto en el tiempo inicial del embarazo y permita a las mujeres acceder al sistema de salud cuando toman la decisión de abortar”, dijo. La palabra legalizar fue clave. No sólo despenalizar, sino también legalizar: legal, seguro y gratuito.
Antes de este anuncio, el presidente había mandado múltiples señales verdes: se manifestó a favor de la despenalización cuando todavía era candidato, durante la campaña, y su gesto más fuerte fue hacerse presente en la presentación de Somos Belén (Planeta, 2019), un libro que la periodista Ana Correa escribió para que el mundo sepa que en Argentina las mujeres pueden ir presas por abortar. Nombró a Ginés González García al frente del Ministerio de Salud, un histórico impulsor del reconocimiento de los derechos de las mujeres. Y creó un Ministerio de las Mujeres. De los dichos pasó al hecho más contundente: si los cálculos no fallan el proyecto estaría ingresando al Congreso en estos días.
Así llegamos en Argentina al 8M. Con la emoción de saber que por primera vez en más de 40 años de democracia existe la decisión política de que las personas gestantes podamos decidir sobre nuestros cuerpos. Una decisión política que no es casual ni regalada: es el resultado de la lucha y la convicción de un movimiento que vino a hacer la revolución, la única posible, la feminista. Un movimiento político diversamente partidario y que tiene la certeza de que los derechos no se negocian, se exigen en las calles.
Natalia Arenas es una periodista feminista argentina, editora general de Cosecha Roja.