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Ilustración: Ramiro Alonso

Más de 386.000 niñas, niños y adolescentes de Uruguay viven en hogares donde se reportaron situaciones de violencia de género

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Así lo revela un informe de Inmujeres, Sipiav y Unicef, que busca visibilizar el impacto de estos contextos en la infancia y la adolescencia.

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Leído por Abril Mederos.
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La Segunda Encuesta Nacional de Prevalencia de Violencia Basada en Género y Generaciones, realizada en 2019, incluyó por primera vez un conjunto de preguntas que apuntaban a cuantificar y caracterizar las interrelaciones que existen entre la violencia hacia las mujeres y la violencia hacia niñas, niños y adolescentes. La decisión fue innovadora porque, si bien existen instituciones en Uruguay que monitorean e intervienen en situaciones de violencia contra niñas, niños y adolescentes, hasta ese entonces no se contaba con información detallada sobre la realidad a la que se enfrentan aquellos que viven en hogares en donde se ejercen distintos tipos de violencia basada en género.

Los datos recabados en la encuesta revelan que, en muchas ocasiones, las niñas, niños y adolescentes se encuentran expuestos cotidianamente a situaciones de violencia hacia sus madres u otras mujeres de la familia. En otras oportunidades, se convierten incluso en destinatarios directos de las agresiones. Cualquiera sea el caso, vivir en un contexto de violencia tiene un impacto en el bienestar, el desarrollo y la capacidad de interacción social de esas niñas, niños y adolescentes.

¿Cuáles son esos efectos? ¿De qué manera influyen elementos como las condiciones socioeconómicas o el origen étnico-racial de las mujeres que atraviesan la violencia? ¿Qué pasa cuando esas mismas mujeres vivieron episodios de violencia durante su infancia? ¿Qué acciones debería contemplar una estrategia integral de respuesta y prevención? Estas son algunas de las interrogantes a las que pretende responder el estudio La violencia contra niños, niñas y adolescentes. Análisis en el marco de la Segunda Encuesta Nacional de Prevalencia sobre Violencia Basada en Género y Generaciones 2019, elaborado por el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), el Sistema Integral de Protección a la Infancia y a la Adolescencia contra la Violencia (Sipiav) del Instituto del Niño y Adolescente y Unicef Uruguay.

Tal como refiere el título, el informe –que fue publicado en noviembre– presenta un análisis de los resultados de la encuesta nacional de 2019 para poner arriba de la mesa una realidad que muchas veces queda invisibilizada dentro del paraguas de la violencia de género. El objetivo es mostrar el problema de forma integral “para entenderlo y buscar soluciones que generen políticas públicas que permitan prevenir, reparar y dar seguimiento a las situaciones de violencia que viven miles de niños, niñas y adolescentes en el país”, plantea el documento.

“La idea era juntar evidencia empírica sobre algo de lo que ya hay bastante escrito en el resto del mundo”, sintetizó Lucía Vernazza, oficial de Protección de Unicef Uruguay y una de las autoras del informe, en diálogo con la diaria. La representante dijo que el trabajo también pretende visibilizar que “existe una correlación” entre la violencia hacia las mujeres y la violencia hacia la niñez y la adolescencia, pero que, muchas veces, los caminos para responder a los dos problemas “no se juntan”.

Las instituciones responsables del informe aseguran que, pese a los avances normativos y a las políticas públicas implementadas en Uruguay, las niñas, niños y adolescentes que viven en hogares donde existe violencia de género “aún no están suficientemente visibilizados y las respuestas no ponen un foco específico en ellos y ellas”. Por lo tanto, abogan por un trabajo articulado que brinde una respuesta “integral”, “particular” y “específica” a estos casos. Avanzar en esa línea permite “anticiparse e intervenir sobre el daño que se viene provocando”, dice el texto, y “posibilita interrumpir situaciones de violencia que se pueden estar desarrollando en la familia y que tienen una implicancia directa en la infancia”.

En ese sentido, el informe recuerda que las niñas, niños y adolescentes que crecen en estos entornos violentos “internalizan la violencia como una pauta de relación” y “es más probable” que la reproduzcan “en generaciones futuras”. Sin embargo, advierte que “no todos sufren consecuencias a largo plazo”: va a depender “de las características individuales, de los apoyos familiares, sociales y/o institucionales que favorezcan y fortalezcan mecanismos de resiliencia”.

Para Vernazza, todavía “hay un montón de cosas para hacer, sobre todo en la prevención y la respuesta”, aunque reconoció que es un tema “del que antes prácticamente no se hablaba y fue ganando terreno”. Consideró que un “hito” que incidió en ese proceso fue la aprobación de la Ley 19.580, que reconoce a las niñas, niños y adolescentes hijos de mujeres que viven violencia como víctimas directas de esa violencia.

Más allá de que es fundamental seguir desarrollando respuestas coordinadas a la violencia “que reconozcan explícitamente que los niños y las niñas son víctimas de la violencia hacia sus madres”, las acciones tienen que estar acompañadas de un cambio cultural, aseguran las autoras o los autores del estudio. “La socialización de modelos saludables de relacionamiento, la transformación de normas de género y la deconstrucción de los estereotipos de ser varón y ser mujer son necesarias para contribuir al cambio cultural y construir un futuro libre de violencia”.

Cara a cara con la violencia

Uno de los datos más contundentes que revela el informe es que, durante los 12 meses previos a la encuesta, 386.119 niñas, niños y adolescentes vivían en hogares donde se reportaron situaciones de violencia de género ejercida por parte de la pareja, expareja o un familiar. Según el relevamiento, del total de mujeres que declararon haber vivido violencia por parte de la pareja o expareja y convivían con niñas, niños o adolescentes en el hogar, 28,8% aseguraron que esas agresiones sucedieron en presencia de los menores. La información muestra que 27,2% presenciaron situaciones de violencia psicológica y 12,8% situaciones de violencia física. No se registraron menciones en cuanto a la presencia de niñas, niños y adolescentes en situaciones de violencia sexual.

Otro elemento que aparece es que en los hogares en donde el agresor convive, el porcentaje de niñas, niños y adolescentes que han presenciado situaciones de violencia prácticamente duplica al de los hogares en donde la pareja o expareja de la mujer no es conviviente (31,5 % y 16,3 %, respectivamente).

La exposición de niñas, niños y adolescentes a estas situaciones se da en todos los niveles socioeconómicos y educativos, aunque los porcentajes más altos se identificaron en los estratos socioeconómicos bajos y con menores niveles de educación. Además, de acuerdo con el estudio, tienden a presenciar en mayor medida estas situaciones aquellos que viven en hogares en donde la mujer agredida es afrodescendiente (44,8%, cifra que casi duplica la prevalencia para las mujeres no afro, que es de 25%).

Por otra parte, el estudio resalta que 20% de las mujeres encuestadas que vivieron violencia de género indican que también sus hijas o hijos vivieron situaciones de violencia por parte del agresor en forma directa. El principal tipo de violencia reportado fue la psicológica (18,4%), seguida por la física (6,8%) y la sexual (0,8%). Una vez más, se observa que las niñas, niños y adolescentes que viven en hogares donde las víctimas son mujeres afro presentan una mayor prevalencia (25,6% para las mujeres afro y 18,7% para las no afro).

La exposición de las niñeces y adolescencias a la violencia de género durante un largo período “puede afectar gravemente y para toda la vida el bienestar, el desarrollo personal y las interacciones sociales de estos y estas, que sufren incluso el mismo impacto que cuando son objeto directo de esta violencia”, plantea el estudio en base a información del Informe mundial sobre la violencia contra los niños y niñas elaborado en 2006 por el experto independiente Paulo Sérgio Pinheiro para las Naciones Unidas. Ese trabajo identifica entre los efectos más comunes los problemas de socialización; síntomas depresivos y de ansiedad; miedos sin especificar, miedo a la muerte o a perder a su madre o a su padre; alteraciones del sueño; problemas en la escuela; síntomas de estrés postraumático, o alteraciones del desarrollo afectivo.

Vernazza señaló que la idea de visibilizar a las niñas, niños y adolescentes como víctimas de la violencia contra las mujeres fue impulsada, en gran parte, por las y los operadores que trabajan en los casos a diario. “Lo que les pasaba era que muchas veces llegaban situaciones de violencia contra niñas y niños y, cuando empezaban a trabajarlas, se daban cuenta de que no era sólo contra ellos, sino que trascendía, que eran también situaciones de violencia contra mujeres o contra otras personas del núcleo familiar”, explicó la experta, entonces había “un reclamo para empezar a ver cómo trabajar integralmente el tema”.

Entre enero y octubre de 2021, el Ministerio del Interior (MI) recibió 31.661 denuncias “por violencia doméstica y asociados”, según los datos presentados en el marco del Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En casi la mitad de los casos denunciados (49,3%), había presencia de niñas, niños y/o adolescentes.

En tanto, el Sipiav registró un aumento de 55% de las situaciones de violencia hacia niñas, niños y adolescentes en el primer semestre de 2021, en comparación con el mismo período del año anterior. Más de la mitad de las víctimas de violencia durante ese período eran niñas y adolescentes mujeres (55%).

Pasado y presente

El informe de Inmujeres, Sipiav y Unicef también indaga en la “interrelación entre la violencia vivida en el pasado y la violencia presente que reportan las mujeres encuestadas”. La encuesta de 2019 reveló que, en Uruguay, tres de cada diez mujeres mayores de 15 años (37,1%) recuerdan haber vivido situaciones de violencia durante su infancia. La violencia física es la que mayor prevalencia presenta (28,9%), seguida por la psicológica (24,0%) y la sexual (6,5%).

De acuerdo con el documento, la recordación de las situaciones de violencia se da en todos los grupos de edad, todos los niveles educativos y todos los estratos socioeconómicos. Por otro lado, si se analiza por región, hay una mayor incidencia de las situaciones de violencia vividas en la infancia entre las mujeres que residen en el área metropolitana (50,4%), seguidas por las que viven en Montevideo (36,8%), las que habitan en las localidades mayores de 5.000 habitantes (36,3%) y aquellas que se encuentran en localidades pequeñas y zonas rurales (29,1%).

Además, las mujeres afro señalan haber vivido más situaciones de violencia en la infancia que las no afro (53,8% y 34,3%, respectivamente), y aquellas que declaran una orientación sexual no heterosexual prácticamente duplican a las heterosexuales en las situaciones de violencia que vivieron antes de los 15 años (67,1% y 36,4%). En tanto, las mujeres migrantes aseguran haber vivido mayor cantidad de situaciones de violencia durante la infancia (45,1%, frente a 36,9% entre las uruguayas).

Un dato novedoso que introduce este apartado es que, de acuerdo con el análisis, aquellas mujeres que reportaron haber vivido episodios violentos en la infancia presentan tres veces más probabilidad de sufrir violencia por parte de sus parejas o exparejas: 31% de las mujeres que vivieron violencia antes de los 15 años además vivieron situaciones de violencia de género en los 12 meses previos a la encuesta. Esta es la “comprobación empírica” de que hay una correlación entre los dos fenómenos y de que “la violencia no sólo afecta en el presente a las niñas, niños y adolescentes, sino que además afecta en el desarrollo como persona adulta”, aseguró Vernazza.

Estos datos “reafirman la importancia de conceptualizar ambos fenómenos de forma interrelacionada y la necesidad de profundizar en los componentes de prevención que ayuden a anticiparse a los patrones de violencia de género [en la adultez] estando alertas a las situaciones de violencia en la infancia”, aseguran las autoras y los autores del estudio.

Para la oficial de Protección de Unicef Uruguay, lo primordial es generar “un trabajo ininterrumpido en lo que tiene que ver con la prevención de la violencia” y poder identificar tanto los “roles de género que habilitan a la violencia” como las “pautas de crianza violentas” para erradicarlos, porque “muchas personas todavía piensan que los golpes educan”.

En términos de política pública, Vernazza consideró que “hay que innovar en respuestas integradas y que reparen” a estas niñas, niños y adolescentes, sobre todo a nivel psicoemocional, “primero para reparar el daño y después para desaprender algunas formas de relacionarse”.

La integrante de Unicef adelantó que la organización está trabajando con el Fondo de Población de las Naciones Unidas, la Intendencia de Montevideo y el Instituto Mujer y Sociedad para instalar un primer servicio dirigido a niñas y niños en una Comuna Mujer. “Estamos probando a ver cómo nos va y si cambia la vida de esas niñas, niños y mujeres”, aseveró Vernazza. Insistió en que, de todas formas, en la respuesta “sin duda hay muchísimo para hacer”.

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