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Angie Prieto. Foto: gentileza de Angie Prieto

Angie Prieto: “Perdí mi trabajo por exigir mis derechos. Denunciar no es delito, acosar y violar sí”

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Las Bravas | La periodista paraguaya fue despedida del medio de comunicación en el que trabajó 13 años por denunciar acoso sexual y laboral a compañeras.

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Un gerente hace un bollo con el papel, pega su puño contra el escritorio y grita: “A mí no me van a decir lo que tengo que hacer”. Un señor se ofende porque un grupo de trabajadoras piden que no les toquen la cola, que no les pidan sexo a cambio de trabajo, que su condición para contar la realidad no sea que muestren más las piernas y menos la realidad, y que no las castiguen con el freezer laboral o las dejen sin pantalla si en vez de mostrar piel y sonreír se enojan o lloran por dejar que su cuerpo sea como un decorado sin sensibilidad, dolor o placer al que se toca, se arrima, se pone o se quita. Un señor se ofende porque él manda y nadie lo manda. Enrosca sus dedos hasta que su mano extendida se vuelve una serpiente escondida. Un señor hace ruido para que lo escuchen. Y punto. Punto. Nadie le dice lo que tiene que hacer.

Primera escena (desde 0 AC/DC hasta el siglo XXI): No se podía decir nada y las que decían algo eran muy pocas.

Segunda escena (2015/2018): #NiUnaMenos / #MiPrimerAcoso / #Cuéntalo / #MeToo / #YoTeCreoHermana.

Tercera escena (2021): A mí no me van a decir que tengo que poner un protocolo contra la violencia de género.

El punto, post auge del Ni Una Menos (2015) y del Me Too (2017), es que la palabra de las mujeres no es un contenido: es una interpelación. Y ahora renace una fuerza reaccionaria para volver a ganar la pulseada y que el brazo de los feminismos se canse, se debilite o se discipline. El despido y el enjuiciamiento a la periodista Angie Prieto, en Paraguay, es emblemático del acoso y la violencia machista contra las mujeres periodistas, pero no sólo de un problema que ya conocemos (aunque todavía falte tanto para terminar de erradicarlo), sino de algo peor, que es el problema de profundizar el problema con la represalia a quienes quieren terminar con el machismo en los medios de comunicación.

Si la respuesta feminista frente al acoso y al abuso sexual es “no nos callamos más”, la respuesta corporativa (que es representativa no de un caso sino del backlash contra el avance feminista) es “las vamos a callar para que no hablen más”. Esa pulseada entre las que hablan para no volver a callarse y los que las quieren callar para que no hablen, entre los que quieren mandar y las que no quieren obedecer, es la que va a definir si se sigue liberando la voz de las mujeres en los medios que tendrían que darles voz a otras mujeres y diversidades o si el miedo a la pérdida de trabajo, costear juicios y quedar titilando en el congelamiento laboral y las consecuencias emocionales va a consolidar una era de retrocesos en América Latina.

En Paraguay, ocho de cada diez comunicadoras sufrieron acoso sexual o una situación que ahora pueden vislumbrar como acoso sexual, según los resultados de la encuesta “Situación de las periodistas y comunicadoras”, presentada el 24 de noviembre, en Asunción, y elaborada por la Red de Mujeres, Periodistas y Comunicadoras del Paraguay, con el apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. El acoso sexual fue en 46% de los casos por parte de un compañero, 38% de un jefe directo, 30% de un jefe indirecto y 27% de un entrevistado o fuente. El 88% de los casos no fue denunciado. Solamente siete denuncias se hicieron ante recursos humanos, una ante el Ministerio Público y ninguna ante la Policía. ¿Por qué no se denunció? 39% porque, cuando ocurrió el hecho, no sabía si se trataba de acoso sexual, 35% por miedo a quedar expuesta y ser estigmatizada en su lugar de trabajo, y 30% por miedo a sufrir persecución de los jefes o jefas. El miedo no es un fantasma. Es una realidad. En Paraguay, la revancha post Me Too despidió a las periodistas que denunciaron el acoso.

El ojo del huracán fue el caso del periodista Carlos Granada, imputado por acoso sexual y coacción sexual o violación. El 13 de junio la Red de Comunicadoras y Periodistas de Paraguay pidió a la empresa Albavisión un protocolo que se construya de manera participativa y se puso a disposición de la empresa para ayudar en la implementación de la perspectiva de género. No alcanzó la disposición. El 5 de agosto se acompañó una presentación ante la Dirección de Promoción de la Mujer Trabajadora, en el Ministerio de Trabajo, Empleo y Desarrollo Social, por violencia laboral, hostigamiento y despido a tres trabajadoras. El 5 de octubre Angie Prieto fue despedida por formar parte del grupo de Whatsapp “Yo te creo”, en el que participaban 15 trabajadoras. La periodista era empleada desde hacía 13 años (su contrato empezó formalmente en julio de 2009) y contaba con estabilidad laboral. Sin embargo, fue despedida y enjuiciada. Su caso es emblemático porque ella era reportera, redactora y conductora de televisión del grupo Albavisión. Si denunciar acoso es hablar mal de una empresa, ¿ya nadie podrá hablar mal? Angie empezó a trabajar desde los 18 años. A los 33 años y con dos hijos (de diez y seis años), la dejaron sin fuente laboral, ingreso económico y al margen de su vocación.

El 24 de noviembre, en Asunción, se presentaron los datos de la encuesta sobre el acoso en Paraguay. Ella remarcó: “El mensaje con mi despido fue ‘estate quieta’, para que las demás no hablen”. El 25 de noviembre, día de la no violencia hacia las mujeres, marchó por Asunción, entre un calor que genera un revuelo de vendedores de agua para bajar la sed y de repelente para espantar los mosquitos, en donde todo sirve para poner el viento a favor y las pancartas redondas contra la violencia política se convierten en ventiladores que se agitan con las manos y las piernas bajan para completar con vivencias un cartel que pregunta: “¿Cómo hubiera sido tu vida con educación sexual?”. La vida podría ser distinta en un país donde no hay educación sexual y está prohibido mencionar la palabra “género” en documentos oficiales de ¿diplomacia? explícitamente antifeminista.

Angie se pintó los labios de violeta y caminó con todas, con su cuerpo, acostumbrado a posar entre los vestidos frente a cámara o entre las grandes pesas del gimnasio, como parte de su rutina de atleta de crossfit. Si ella antes hacía del peso un mérito corporal, ahora aprendió a hacer de la fortaleza una maratón colectiva. Su piel parece transparentar una tristeza que no es fácil de borrar, la sensación de entender de golpe que el mundo no quiere heroínas aunque ahora las pongan en las películas. Pero también se ve en ella una mujer transparente en su ilusión y su dolor, que renace para alzar su muñeca con una pulsera tatuada de hojas que se enmarcan en el trópico paraguayo.

El suelo de Asunción está regado por la dulzura de los mangos que se regalan antes de buscarse y florido en los ñandutí –naranjas, rojos, amarillos, que pueden mezclarse o volverse singularmente flores o enredaderas– que bordan la naturaleza épica de sus tramas. La maldición de hacer del valor una debilidad se asoma en las calles que abren la gran herida sudamericana: el dolor de ver abandonados los vagones de un ferrocarril de un país pionero (y desbastado en la Guerra de la Triple Alianza por ser pionero) en el desarrollo del transporte. Ella es una guerrera con las uñas que pican en punta fucsias y de orejas que se decoran en argollas doradas. Ella es una de las que daba vuelta la cara y ahora pone la cara para dar vuelta los mandatos, miedos y manoseos sobre el cuerpo de las mujeres que comunican. Su remera en el pecho lanza grl power, pero sus pancartas se escriben en conjunto. La hoja en blanco es cartulina flúo y no es un problema la falta de inspiración porque la inspiradora es ella para generar una creatividad pluralista.

¿Cómo empieza la organización para luchar contra el acoso sexual?

En el canal había un ambiente de mucha desconfianza entre mujeres y, si bien siempre se comentó, nunca nadie se animó a hablar de esas situaciones hasta que renunciaron varias chicas de forma inesperada en un período muy corto, en mayo de este año. Un grupo fuimos a hablar para pedir explicaciones. Nos unimos como nunca antes y creamos un grupo de contención en WhatsApp que se llama “Yo te creo” en el que nos contábamos cosas que nadie se había animado a contar por vergüenza. Del desahogo pasamos a la organización.

¿Cómo reaccionó la empresa?

La empresa nos comunicó que se iba a abrir un sumario y que más chicas podían sumar su denuncia. Al parecer, el canal se abría para que más chicas cuenten su experiencia. Después nos dimos cuenta de que fue una trampa. Soltaron la mano en una situación insostenible, pero no siguieron indagando. Nos estaban utilizando y no para sanear el ambiente.

¿Cómo se naturalizó el acoso?

En un primer momento no asumíamos la gravedad de los hechos porque normalizábamos comentarios de compañeros y gerentes. Trabajábamos y dejábamos pasar. Siempre nos incomodaba. Pero había una cultura naturalizada de acoso y abuso de poder. También había reclutadoras de chicas jóvenes, sin experiencia, que estaban estudiando, con muchos sueños de ser famosas, tener pantalla y estar en televisión. Era muy obvio que les decían “tenés que abrirte la camisa”; “tenés que caminar sexy”; “tenés que tener una actitud seductora” o “si vos querés tener pantalla, tenés que usarme y acostarte conmigo”. Muchas accedieron y fueron víctimas de ese sistema (especialmente chicas del interior con problemas económicos), y muchas se desilusionaron y buscaron otra carrera.

¿Qué situaciones te tocaron vivir?

En mi caso fueron actitudes y comentarios sobre mi vestimenta. Si iba con ropa holgada, me decían que parecía una abuela y que una mujer en televisión no tiene que verse así. Se burlaban de mi aspecto y cuando estaba embarazada me sacaban de pantalla y me ponían en el freezer.

¿Te impactó ese castigo corporal en el embarazo?

Sí, empecé a entrenar para sobrevivir y buscar la manera de llamar la atención. No consideran si sabés más idiomas, si estás más capacitada, si tenés más estudios; se fijan mucho en el cuerpo y en el show que podés hacer. Siempre era un problema la maternidad. Si te veías gorda, te sacaban de pantalla. Si te tomabas el permiso de lactancia, te dejaban todo el tiempo a un costado. En muchas situaciones tuve que aceptar condiciones muy incómodas bajo mucha presión. A los varones se les daba coberturas de mayor trascendencia e impacto. Siempre eran los elegidos y las mujeres, las que quedábamos para hacer relleno.

¿Cómo se llega a tu despido?

Yo aporté en ese sumario contando mi experiencia y ellos determinaron quién era víctima y quién no. Nos animamos a pedir un protocolo. En el grupo de Whatsapp nos desahogábamos, pero creemos que pudieron filtrar conversaciones privadas y las usaron en los medios para desprestigiarnos. Sin embargo, nunca un grupo de chicas se unió de esa forma para lograr trabajar dignamente; para que se nos reconozca la cuestión salarial; para que se nos tenga en cuenta profesionalmente; para salir de la informalidad; para que haya un cambio en los contenidos, y para que haya enfoque de género y derechos. Pero me querellaron un mes antes de despedirme y sin avisarme. No me abrieron un sumario para que me pueda defender. Entré en shock. Nunca en mi vida me sentí tan mal. Fue una agresión muy fuerte, como si me hubieran golpeado. Sentí que todo lo que hice no valió la pena y me sentí muy sola. Después la Red de Periodistas me tendió la mano y con los resultados de la encuesta voy desbloqueando la realidad. Te das cuenta de que no sos sólo vos, ni sólo un grupo de periodistas, sino que casi todas estamos en la misma situación.

¿Se te abrió la conciencia de la violencia hacia las mujeres?

Yo antes creía que era una lucha de un grupo de locas que procuraban por el tema del aborto y que se mostraban muy liberales con su cuerpo y con sus vivencias y buscaban aprovecharse de eso. Ahora me siento liberada de esa carga y más fuerte para mostrar lo que soy y lo que quiero conseguir. Esta situación me mostró mi lado no explorado, que estoy descubriendo y me gusta mucho. Aprendí a soltar la exigencia de cómo verme para tener un cuerpo determinado y a criticar por qué la mujer tiene que hacer el doble o el triple para sobresalir, y por qué el varón siempre es tan cómodo y desfachatado y se le perdona todo, y encima te tienen que acosar y violentar y una se tiene que callar.

¿Como es que en vez de promover que más mujeres denuncien te terminaron denunciando a vos?

Es una estrategia para poner a las víctimas como victimarias, desprestigiarnos y criminalizarnos. Su pensamiento es “un grupo de chicas no me va a decir lo que tengo que hacer” y “no me van a marcar la agenda”. Es pensamiento machista puro.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.

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