La historia de Victoria Marichal es bien suya, aunque podría representar la de muchas. Es la experiencia de una mujer que vivió violencia sexual, que se enfrentó a las hostilidades del sistema cuando decidió denunciar, que fue culpabilizada por “mala víctima”, que a veces no pudo más y que, en otras ocasiones, abrazó las redes que la sostenían y siguió adelante. La historia de una activista feminista, una psicóloga especializada en violencia basada en género, una integrante de la Red Psicofeminista. Una sobreviviente. Una mujer que rompió el silencio y que ahora quiere que su voz se haga eco para que llegue a todas las demás.
Por eso escribió Por qué ahora, que podría definirse como un ensayo autobiográfico sobre las consecuencias de la violencia sexual. Un relato en primera persona de los impactos que este tipo de violencia tiene en las víctimas. Una cronología de un proceso judicial revictimizante y sin perspectiva de género, que nunca llega a hacerle justicia. Una historia que no se queda en el miedo y el dolor y que avisa, para quien necesite saberlo, que recuperarse es posible. Es también una historia de amor, una oda a las amigas, un recordatorio de la importancia de poder tener redes de contención y de lo clave que puede ser caminar este tipo de procesos junto a compañeras feministas. Una reivindicación del deseo, del placer y del goce como contracara del horror. O la suma de “todas las voces” que habitan en la autora, como contó ella a la diaria.
Muchos de los textos que incluye el libro –presentado este mes– fueron escritos hace unos años, sin la intención de publicarlos: la escritura fue una de las herramientas terapéuticas que Marichal encontró en el camino de la recuperación. Y si bien convivía con la idea de escribir un libro desde hacía un tiempo, encontró el impulso después de que, en junio de este año, tres años y medio después de denunciar a su agresor, la Justicia lo declaró inocente.
La publicación está dedicada “a las sobrevivientes” y “a todas las malas víctimas”, y el mensaje que quiere transmitirles es “que recuperarnos es posible”. “Que tenemos derecho al goce, al amor, al disfrute, al bienestar, y que por ningún motivo nos deberían hacer creer que no. Sí, se requiere un montón de recursos, pero recuperarnos es una posibilidad. No hay que quedarnos en el discurso del terror sexual y hay que poder corrernos hacia otro lado”, aseguró la autora.
Lo que busca así es romper con esa idea de que “si queremos buscar justicia, si queremos ser víctimas creíbles de la violencia que estemos viviendo, tenemos que estar con nuestras vidas arruinadas”. “No”, dijo, contundente: “Podemos vivir la vida que podamos, que queramos, que necesitemos, y eso no quita validez a lo que estamos narrando”.
Marichal consideró que “todas terminamos siendo las malas víctimas”, porque siempre hay una forma de que nos encasillen ahí: “O porque salís a bailar, o porque te divertís, o porque tenés parejas sexuales, o porque estudiás, o porque trabajás; siempre hay algo que nos va a desestimar”. En su caso, fue porque estudió una carrera, se recibió de psicóloga y formó una pareja. “Nos podemos recuperar, pero si nos dan las posibilidades. Si el sistema después te dice que, para probar que fuiste violada, no te tenés que haber recibido, entonces me tengo que quedar con la vida arruinada para buscar justicia o desistir de la búsqueda de justicia”, reflexionó; “el objetivo del libro también es poder decir que merezco buscar justicia mientras me recupero y hago mi vida”.
Una herramienta
Un efecto que Marichal espera que tenga el libro es que se logre “romper con los estigmas de lo que significa haber pasado por una situación de violencia” y “que podamos acompañar sin presionar, sin juzgar, sin revictimizar, sin hacer cuestionamientos innecesarios”. Pero no es lo único. También quiere que sea un aporte para “desmitificar un montón de cosas” en torno al tema y, sobre todo, “dar herramientas e información para un acompañamiento en clave feminista de cualquier persona que lo lea a cualquier persona que esté viviendo una situación de violencia, sin generar más daños”.
Es que el libro no es sólo el relato de su experiencia, sino que, además, en las páginas –ilustradas por María Moor– se mezclan recuadros con información sobre asuntos como los “mitos sobre las violaciones”, la “definición de trastorno de estrés postraumático” o qué es la “revictimización”, el “suicidio femicida”, la “cultura de la violación” y el “consentimiento”, entre otros temas.
“Para las sobrevivientes y las malas víctimas, poder transmitir que la recuperación es posible también es darles la información necesaria. Es muy difícil recuperarnos si no entendemos lo que nos pasó, y por eso para mí era fundamental poner estos cuadros teóricos”, explicó la autora, e insistió en que no sólo son herramientas para las sobrevivientes, sino también para “cualquier persona que se encuentre en el momento de tener que hablar con alguien que haya pasado por una situación similar”.
Falta un montón
Marichal cree que tuvo “mucha suerte” porque su caso estuvo en manos de dos fiscales “muy cracks, que no sé si públicamente se llaman feministas pero que yo leía como feministas, y muy comprometidas con el proceso”, y contó con el respaldo de “tremenda abogada, que hizo que todo fuera mucho más sencillo”. Sin embargo, más allá de esto, “igual es un proceso súper duro, muy lento, muy revictimizante, al que todavía le faltan un montón de recursos para que podamos hablar de que sea un proceso realmente justo para las víctimas de violencia”, opinó.
Además, dijo que en su caso “fue muy duro cuando llegó la sentencia de inocencia, porque todas las pruebas decían que esto tenía que cerrarse de otra manera. Ahí también aparece mucha bronca y mucha impotencia, porque ¿qué queda entonces para las que no tienen pruebas?”.
La psicóloga consideró que, para que el sistema judicial esté realmente a la altura de las necesidades de las víctimas de violencia sexual, hace falta, primero que nada, que haya “perspectiva de género transversalizada” para todas las funcionarias y funcionarios. Pero, además, son necesarias otras cosas “más sutiles”, como garantizar que no te cruces con tu agresor cuando vas a declarar. Marichal relató su experiencia: “Cuando vos entrás al juzgado, se supone que no te tenés que cruzar con tu agresor; entrás por la misma puerta y te citan con 15 minutos de diferencia. Pero ¿quién me asegura que la otra persona no vaya a llegar antes o después y se vaya a cruzar conmigo? Después, adentro, vos estás en un piso, la persona está en otro, te ven por una camarita, entonces vos no tenés que ver a la otra persona. Hasta ahí, bárbaro. Pero después te vas de ahí y pasa lo que narro en el libro: yo salí del juzgado y me lo encontré en Ciudad Vieja”.
A la vez, señaló que son necesarios más recursos para la implementación efectiva de la Ley 19.580, para “que se creen instalaciones que nos protejan de la revictimización” y también para que “los tiempos sean más rápidos, porque vos no podés estar durante tres años contando cada seis o tres meses, una y otra vez, lo que te pasó, porque es imposible recuperarse así”, aseguró.
Y sintetizó un deseo: “Por más perspectiva de género en todo, en la psicología, en el sistema judicial, en las carreras de las abogadas y los abogados; que haya personas realmente formadas para acompañarnos desde un lugar respetuoso y evitar el aumento de la sintomatología que genera la falta de perspectiva feminista en estos procesos”.
Que vivan las amigas y las redes feministas
La historia que cuenta Marichal es un ejemplo muy concreto de por qué no exageramos cuando decimos que nos salvan las amigas. Son las que escuchan, las que comparten el dolor y celebran los pequeños triunfos, las que respaldan, las que cuidan. Y, sí, también las que nos salvan. La autora contó que muchas veces, durante el proceso, les dijo que para ella eran como una “cama elástica”, porque “yo me podía caer, pero de alguna manera ellas iban a hacer que volviera a subir”.
“Mis amigas han sido piezas enormes del rompecabezas de la recuperación, desde todos los lugares: acompañando, poniendo el cuerpo cuando tuvieron que ir a declarar en el juzgado, conteniéndome, resolviendo entre ellas todos los mensajes que llegaban en cuanto a dudas, no exponiéndome, cuidándome cuando necesitaba no tener determinada información, dándome la información cuando creían que yo estaba realmente preparada para recibirla”, detalló la psicóloga.
Sus amigas fueron, en definitiva, “lo más constante de todo el proceso”, evaluó Marichal: “Hay otros factores que se fueron modificando, pero ellas siempre estuvieron ahí, siempre estuvo ahí ese sostén de la amistad, que es lo que me permitió llegar hasta acá”.
Otro gran apoyo fueron las redes feministas: no sólo el colectivo del que forma parte, la Red Psicofeminista, sino otras mujeres y referentes feministas que la acompañaron en el trayecto. “En las redes feministas hay una cosa del entendimiento, de sentir que puedo decir, hablar, y que no necesito explicar por qué esto me enoja, por qué esto está mal, por qué no está bueno lo que me están preguntando, por qué no está bueno lo que me están diciendo. Sentirme acompañada también en la rabia y en la impotencia”, aseguró. “Creo que mis grandes pilares en este proceso son mis amigas, las redes feministas, mi abogada, mi psicóloga y mi familia nuclear –mi padre, mi madre y mi hermana–”, resumió.
También hizo énfasis en que “el feminismo, cuando está puesto al servicio de la recuperación, es una herramienta muy potente”. Para Marichal, es necesario mirar el feminismo “no desde un lugar que siga generando cargas y presiones, sino desde un lugar en el que esté al servicio de nuestra recuperación, y saber que hay un montón de información y de feministas trabajando en generar herramientas para que la recuperación sea posible”.
A la vez, abogó por la importancia de “crear nuevas narrativas donde el placer y el goce nos estén habilitados, donde podamos vincularnos con quienes queramos”. En esa línea, dijo que hay que “entender que las personas que atravesamos situaciones de violencia somos igual de diversas que cualquier otra persona en el mundo, y que entonces necesitamos crear narrativas nuevas que habiliten esa diversidad dentro también de la recuperación”.
Otra reflexión tiene que ver con la importancia de romper el silencio, algo que en el libro está plasmado en dos frases cortas pero contundentes: “Dicen que el tiempo todo lo cura. Sin embargo, yo creo que lo que cura es el grito”.
Con “grito” se refiere a “poder sacar la voz y poder ponerle voz a lo que nos está pasando”, explicó. “A veces no alcanza con que el tiempo pase si no tenemos la posibilidad de romper el silencio. A veces el tiempo pasa y el silencio no se rompe porque no podemos, porque el contexto no lo habilita, porque hay que entender que si el silencio de una persona que vivió una situación de violencia sexual no se está rompiendo es seguramente porque no hay un contexto –sociocultural, familiar, etcétera– que lo esté permitiendo”, señaló, y puntualizó que “es muy difícil recuperarnos desde el silencio, sobre todo porque no podemos entender lo que nos pasó, no podemos procesarlo y no podemos poner la responsabilidad donde tiene que estar”. “Mientras estamos en silencio, la gran mayoría de las veces la culpa y la responsabilidad recaen sobre nuestros hombros”, agregó. Para Marichal, romper el silencio implicó, además, no sentirse nunca más sola.
Por qué ahora. Victoria Marichal. Montevideo, 2022. 219 páginas. $ 850.