Hace tres veranos, una de las noticias en Uruguay era que la primera quincena de enero había estado marcada por las denuncias de delitos sexuales. Sólo en los primeros 13 días de aquel 2019, el Ministerio del Interior (MI) había recibido 39. Uno de esos casos era el de la violación grupal que denunció una mujer en un camping de Valizas, cuyo proceso judicial terminó con la absolución de los acusados en una sentencia sin perspectiva de género que fue ratificada por un tribunal de apelaciones. No fue la única denuncia de violación en grupo que acaparó la atención mediática en el país: en 2014, también en verano, una mujer denunció la misma forma de agresión sexual en el camping de Santa Teresa, un caso que terminó archivado.

La historia se vuelve a repetir, esta vez en Montevideo. Hace menos de dos semanas, una mujer denunció una violación grupal en el barrio Cordón. El caso, que todavía está en etapa de investigación, generó indignación en distintos sectores de la sociedad e incluso el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, pidió un “castigo ejemplarizante” para los varones acusados. El mandatario también aseguró que este tipo de situaciones “no son propias del ser humano ni del género masculino”, en declaraciones que fueron cuestionadas por organizaciones feministas. Los feminismos no sólo repudiaron la violación grupal, sino que además criticaron la cobertura mediática del caso que, una vez más, puso en duda el relato de la víctima. Porque, como ratificaron académicas feministas consultadas por la diaria, las mujeres nunca son tan cuestionadas como cuando denuncian haber sido sometidas a situaciones de violencia sexual.

Unos pocos días después de que se diera a conocer el hecho, mujeres y disidencias autoconvocadas llamaron a una movilización nacional “contra la cultura de la violación”. Mientras la organizaban, se hicieron públicas otras denuncias de violencia sexual ocurridas esa semana. No resulta raro en un país en el que, sólo de enero a octubre de 2021 –por citar información actualizada del MI–, se registraron 2.017 denuncias de delitos sexuales, un promedio de más de 200 por mes, y con una tendencia al aumento en comparación con el año anterior. La respuesta a la convocatoria feminista fue masiva y se expandió por los 19 departamentos del país, donde miles rechazaron una cultura de la violación “arraigada y naturalizada como práctica de abuso de poder” y reivindicaron el derecho a vivir libres de violencia, según aseguraba la proclama.

Pero el alcance de la consigna de las movilizaciones dejó en evidencia que, para una parte de la sociedad, todavía no es fácil identificar qué es la cultura de la violación, de qué formas se manifiesta y cómo se sostiene. Y, lo que no se entiende, no se puede ni evitar, ni combatir, ni desarmar.

Una manifestación de poder

La antropóloga e investigadora feminista Susana Rostagnol definió la cultura de la violación como “una manera abreviadísima de hablar de las relaciones patriarcales, porque lo que está implicando es una relación de dominación”. Según la experta, que entre otras cosas coordina el Programa Género, Cuerpo y Sexualidad en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República), se puede manifestar “en forma extrema, como lo que pasó en Cordón, pero también está presente en una gran cantidad de actos y comportamientos que no incluyen la violación como acción, sino que se manifiesta de maneras más sutiles”. En ese sentido, dijo que el acoso, por ejemplo, “existe porque hay una cultura de la violación”.

Para la antropóloga, comprender el fenómeno implica también “complejizar” qué entendemos cuando hablamos de una violación. “Para muchos, es simplemente la penetración y, en realidad, es bastante más que eso. No es necesario que haya una acción de penetración para que haya una violación”, aclaró. Dijo además que la violación “no tiene nada que ver con la sexualidad y el erotismo”, como se suele asociar, sino que es “una clarísima manifestación de poder y de un poder que está encarnado en cuerpos masculinizados sobre cuerpos feminizados”.

Ese acto “responde a una estructura social que lo habilita”, señaló la investigadora. Por eso es que se habla de cultura de la violación. En ese esquema cultural, la violación aparece como “la manera más extrema de manifestar el poder masculino sobre el femenino”. “Esos actos son posibles porque hay relaciones patriarcales y hay una masculinidad hegemónica que se encarna en muchos varones que les permite violar porque, en la sociedad, las mujeres son objetos a ser tomados y no individuos a ser reconocidos en su humanidad, en tanto sujetos”, planteó la académica.

Otra idea a derribar es la que defiende que un hombre viola a una mujer “porque tiene una necesidad biológica o un impulso sexual irrefrenable”. La realidad es que “viola porque necesita demostrar que él tiene poder sobre ese otro ser humano y el poder absoluto de que le hace algo que es muy íntimo para la persona, que la deja desarticulada moralmente y en un lugar en el que no puede hacer nada para evitarlo”.

En ese sentido, Rostagnol dijo que “es peor que privar de libertad a alguien, porque alguien que está en una celda puede mantener su dignidad, su forma de ser, es dueño de su cuerpo y puede vivir en la integralidad de su cuerpo y su espíritu”, siempre y cuando estén contempladas las condiciones carcelarias dignas. En cambio, para las víctimas de violación, “es como una aniquilación”. “Si te matan, te matan. Pero en la violación es como que te quitan tu yo, tu subjetividad, y vos estás ahí decidiendo algo que no querés, sobre lo cual no podés hacer nada y estás totalmente desempoderada. Es un poder absoluto y total sobre la otra persona”, reflexionó la especialista.

Por eso consideró que es “una forma máxima de tortura”: porque la persona “no es dueña de su cuerpo, ni de su alma, ni de nada, ya que las partes del cuerpo asociadas a lo sexual también están cargadas de moralidad, entonces al tocar esas partes también te quitan tu moralidad [...] Cuando eso es tomado contra tu voluntad, ¿qué te queda? Te sacan lo más íntimo, lo más tuyo, y me parece que ese es el golpe bajo de la violación”.

Y la culpa no era mía

El caso de Cordón sacó a relucir otro problema que tiene que ver con cómo suelen reaccionar el entorno, la sociedad, la Justicia y los medios de comunicación cuando una víctima de violencia sexual rompe el silencio: cuestionamientos, preguntas revictimizantes e incluso tener que soportar que se las cargue con la responsabilidad de lo que les pasó. ¿Por qué son más cuestionadas que las víctimas de otros delitos?

Para Victoria Marichal, psicóloga feminista especializada en sexualidad y violencia sexual, una primera razón es que la cultura de la violación genera una “naturalización” de la violencia sexual, por lo que muchas veces la reacción ante estos episodios es que “no es tan grave” o “es algo que suele pasar”. Además, se impone la idea de que las mujeres “somos las encargadas de satisfacer el deseo masculino”, entonces ante la denuncia surgen comentarios como “¿estás segura?”, “capaz que en realidad querías” o “no debe haber tenido una mala intención”.

“No sé cuál es la necesidad que tenemos de estar haciendo preguntas todo el tiempo: qué pasó, por qué no te fuiste, por qué dejaste que esta persona entre a tu casa. Hay que eliminar el ‘por qué’ de raíz, porque es un cuestionamiento y los cuestionamientos tendrían que estar solamente dirigidos hacia el agresor”. Victoria Marichal

La especialista aseguró que la respuesta que brinda el entorno de la víctima frente a la ruptura del silencio es “una de las cosas que más consecuencias negativas tiene a nivel psicológico en los casos de violencia sexual”. De esa respuesta depende el grado de culpa, que aparece porque en un sistema patriarcal “las mujeres no deberíamos salir de noche, irnos con desconocidos de un boliche, decirles que no a nuestras parejas”, entonces “si lo hago y, en consecuencia, vivo violencia sexual, yo me lo busqué, es culpa mía, tendría que haber actuado de otra forma”, apuntó Marichal.

De acuerdo con la psicóloga, las víctimas necesitan “entornos validantes, que no revictimicen y que dejen de preguntar”. “Basta de preguntar. No sé cuál es la necesidad que tenemos de estar haciendo preguntas todo el tiempo: qué pasó, por qué no te fuiste, por qué dejaste que esta persona entrara a tu casa. Hay que eliminar el ‘por qué’ de raíz, porque es un cuestionamiento y los cuestionamientos tendrían que estar solamente dirigidos hacia el agresor”, enfatizó.

También parece existir un castigo social para las mujeres que desean, en una sociedad en la que el placer sexual está reservado para los varones. “Tu lugar como mujer no es buscar el placer sexual, sino estar en tu casa, ser sumisa, recatada y dejar el placer a un lado [...] Si vos estás por ahí de noche buscando satisfacción sexual, es obvio que te pueden pasar cosas, porque las mujeres nos tenemos que cuidar”, planteó la especialista. Este último consejo a veces “surge con cariño”, pero es “aleccionador” y “restringe un montón nuestra libertad”, consideró Marichal, porque en el fondo lo que sugiere es que “no le des prioridad a tu placer sexual sino a tu seguridad”.

Otro elemento que surgió en estos días es que existen muchas interpretaciones sobre lo que es el consentimiento, cuando hay una sola posible: que una mujer acceda a tener relaciones sexuales una vez, no habilita al varón para que haga lo que quiera con su cuerpo durante el resto del encuentro.

“¿Cuáles son las posibilidades reales de negarse? ¿Qué costo tiene el negarse? Porque vos podés no estar de acuerdo, pero simplemente no soportás más la presión, y eso no es consentir, eso es supervivencia”. Susana Rostagnol

Para Rostagnol, una persona puede optar por dar su consentimiento “cuando tiene el mismo peso la posibilidad de consentir que la posibilidad de no consentir”. Si se traslada al caso de una violación grupal, por ejemplo, “para que la mujer haya consentido tenía que poder tener garantías de no estar de acuerdo, tenía que poder no consentir, y ahí es donde empieza un terreno muy gris. Porque de pronto estás en una situación en la que consentís porque estás bajo amenaza, aterrada, no estás en una situación de poder tomar decisiones libres, pensadas, tranquila, entonces ahí no existe un consentimiento”, explicó la antropóloga. “¿Cuáles son las posibilidades reales de negarse? ¿Qué costo tiene el negarse? Porque vos podés no estar de acuerdo, pero simplemente no soportás más la presión, y eso no es consentir, eso es supervivencia”, reflexionó.

La abogada feminista Alicia Deus, corredactora de la Ley 19.580 de violencia basada en género, representó a la mujer que denunció la violación grupal en Valizas. En diálogo con la diaria, recordó que la sentencia de ese caso –en la que, según dijo, “no se aplicó la perspectiva de género”– establece que, “como no se la oyó gritar, ni resistirse, ni hay pruebas de que se resistiera, el consentimiento, si no fue expreso, estuvo implícito”. Por eso, señaló que es “fundamental” trabajar el consentimiento en el ámbito educativo, especialmente con los adolescentes. “Son cosas esenciales que podrían aportar realmente a cambios porque, a pesar de que la ley establece que ni el silencio ni la falta de resistencia son formas de consentimiento, hoy todavía está instalado eso”, afirmó.

La perspectiva de género “se invoca mucho en las resoluciones judiciales, de palabra, pero no se aplica concretamente, por falta de comprensión, de voluntad y de formación de los operadores jurídicos y los decisores”. Alicia Deus

Deus aseguró que si bien la aprobación del nuevo Código del Proceso Penal y la creación de la Unidad de Víctimas y Testigos de la Fiscalía marcaron un avance importante, todavía “falta mucho” para poder contar con un sistema de justicia que sea seguro, dé todas las garantías y brinde una reparación integral a las víctimas de violencia sexual. Señaló como una de las principales carencias la falta de perspectiva de género, “que se invoca mucho en las resoluciones judiciales, de palabra, pero no se aplica concretamente, por falta de comprensión, de voluntad y de formación de los operadores jurídicos y los decisores”.

Desarmar la cultura

¿Qué podemos hacer las personas, en nuestra vida cotidiana, para aportar a la lucha contra la cultura de la violación? Antes que nada, visibilizarla, coinciden las expertas. “Me parece que explicitarla en estos debates que está habiendo es una forma pero es una tarea cotidiana”, apuntó Rostagnol. Mencionó algunas de esas batallas diarias, como “no dejar pasar una broma machista con tus compañeros de trabajo, plantearlo en la educación de quienes tienen hijas e hijos, colocarlo en las relaciones de pareja”. “Se puede organizar paneles, se puede discutir, pero los verdaderos cambios surgen cuando se empieza a ver todos los días cómo esa cultura de la violación hace daño”, afirmó la antropóloga.

“Primero, necesitamos ponerles nombre a las cosas. Tenemos que poder decir que ese comentario que estás haciendo aporta a la cultura de la violación”, dijo por su parte Marichal. Para la psicóloga, “hay que empezar a revisar las expresiones, los comentarios que hacemos, cómo nos referimos a determinadas cuestiones, eliminar los cuestionamientos y también hablar de que esto pasa desde siempre y que pasa todo el tiempo. No son hechos aislados. Pasa en nuestras familias, en nuestro grupo de amigos, en nuestros trabajos, en nuestras instituciones educativas, en todos lados. Cuando empezamos a darle la entidad que tiene es que empezamos a desmantelarla”.

Para “contrarrestar la violencia sexual”, Marichal también reivindicó la importancia de empezar a hablar de la sexualidad “desde una perspectiva feminista y de derechos” y visibilizar “alternativas al discurso del terror sexual”. Explicó que cuando pasan situaciones como la de Cordón “se instala mucho el miedo en las mujeres y en las feminidades, porque significa tomar conciencia y tener a flor de piel que esto nos puede pasar. Necesitamos un discurso que se corra del terror sexual y que hablemos también del placer, del deseo sexual, del consentimiento, poner esos términos arriba de la mesa, porque cuando se instala el miedo lo que pasa es que también se termina restringiendo nuestra libertad”.

El Estado también tiene que asumir su cuota de responsabilidad y, en ese terreno, las expertas consultadas coincidieron en la urgencia de promover programas de educación sexual integral en todos los niveles educativos. “La educación desde preescolar de lo que supone la equidad de género y la violencia de género, tal como prevé la Ley 19.580 en los lineamientos para las políticas educativas, y la educación sexual integral, son fundamentales”, aseguró Deus.

Las especialistas hicieron hincapié, además, en la educación sexual como una forma de protección a las infancias contra los abusos intrafamiliares. “La educación sexual en las instituciones educativas apunta a que las niñas y los niños tengan el derecho a saber qué pasa con sus cuerpos, con sus sensaciones, con sus emociones, entre otras cosas. Si eso no se hace y quedan bajo la tutela familiar, se habilita a que siga habiendo abusos intrafamiliares, porque ese reconocimiento de que nadie te puede tocar, que te lo da la escuela, puede iluminar a un gurisito de cuatro años si lo toquetean cuando lo bañan”, manifestó Rostagnol. En ese sentido, dijo que “es fundamental para la creación de seres libres que se respeten a sí mismos y que respeten al otro”.

Tal como recordaron las mujeres y disidencias en las movilizaciones contra la cultura de la violación, Deus y Marichal aseguraron que el Estado también tiene que adjudicar presupuesto para la implementación cabal de la ley de violencia basada en género.

“Desertores del patriarcado”

Queda otro actor importante a la hora de pensar en la erradicación de todas las formas de violencia de género: los varones. En estos días, tanto en las redes sociales como en las manifestaciones en la calle fueron interpelados de manera directa para que rompan de una vez con el pacto patriarcal de silencio y complicidad que sostienen entre ellos ante las situaciones de violencia sexual. ¿Cuál debería ser su rol en esta lucha contra la cultura de la violación?

“Primero, tienen que dejar de intentar explicarnos cosas a nosotras, dejar de buscar protagonismo en nuestra lucha y empezar a hablar entre ellos”, apuntó Marichal. “No necesitamos que nos vengan a explicar ni cómo funciona la violencia ni cómo funciona el patriarcado, porque lo sabemos y lo vivimos en carne propia. Nosotras aprendemos y sabemos lo que sabemos no sólo a través de lecturas y de estudio, sino de mucho cuerpo con las compañeras, de discusiones, reflexiones, puestas a punto de las distintas temáticas. Eso es lo que tienen que hacer ellos: hablar entre ellos y empezar a cuestionarse”, aseguró la psicóloga.

Además, en su opinión, tienen que “aprender a escuchar y a tomar nota sobre lo que están diciendo las compañeras”. “Dando vuelta lo que ha pasado históricamente, que la sociedad siempre escuchó a los varones privilegiados, capaz que su rol ahora es que ellos empiecen a escuchar un poco lo que tenemos para decir nosotras. Escuchar y, obviamente, actuar en consecuencia”, reflexionó. En ese “actuar en consecuencia” deben asumir también que “van a tener que renunciar a privilegios”. “No necesitamos aliados”, enfatizó Marichal, “necesitamos desertores del patriarcado, que digan ‘che, no es por acá’”.

En un sentido similar, Rostagnol afirmó que “la revolución feminista no se hace sólo con mujeres, porque los hombres tienen que cambiar sus roles”. “Si no entienden, no complejizan y no problematizan los privilegios que tienen y de los cuales se tienen que deshacer para tener una sociedad más justa, estamos fritos”.