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¿Qué rostro(s) tienen nuestros pasos?

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Cada 8 de marzo se despliega en nuestros territorios el acumulado histórico de múltiples luchas y resistencias. Se hace presente el devenir, el proceso, la vibración sincrónica y trasnacional que rechaza todas las violencias y opresiones contra las mujeres y los cuerpos feminizados.

El 8M es una fecha que nos hermana en nuestra experiencia común, pero que no licúa nuestras diferencias; en palabras de Verónica Gago, hace “inteligibles abusos múltiples” al politizar la precariedad de las existencias ante una secuencia inescindible de despojos y explotaciones.

Paramos, marchamos, nos encontramos.

¿Qué rostro(s) tienen nuestros pasos? ¿Qué nos desvela? ¿Qué imágenes nos quitan el sueño? ¿Desde cuándo las conciencias se expanden por las calles en pos de otro amanecer, un amanecer feminista? ¿Por qué esta voz se intensifica aun en el silencio?

No hay marzo que nos reciba sin el dolor de una pérdida, con esa sensación de indignación que trepa por la boca pero nace en el estómago, con ese dolor que apenas imagina ese otro dolor innombrable.

La virulencia de la cultura de la violación y la expansión de la violencia feminicida reactiva nuestro estado de alerta. Ellas, las que nos faltan, tienen nuestros nombres, el de la vecina, el de nuestras hermanas y madres. El duelo está presente permanentemente. Denunciamos las violencias y despojos más extremos, al tiempo que sabemos que las transformaciones más radicales están en curso, horadando las piedras.

El Primer Paro Internacional de Mujeres de 2017 marcó un hito en diversos ámbitos y la tónica de las discusiones sobre lo que implica un paro feminista crispó el ambiente en Uruguay y en diversos rincones del mundo. El carácter transnacional de la convocatoria al Paro Internacional de Mujeres reanimó y dotó de nuevos impulsos a la impronta internacionalista del movimiento feminista. Provocó discusiones a la interna de colectivos e instituciones; muchos hombres quedaron en silencio porque no sabían qué decir ante discusiones que planteaban la existencia de una ecuación de desigualdad que los involucraba a ellos, muchas mujeres también callaron. Se extendieron en las asambleas, los medios de comunicación, la calle, las redes, la sobremesa y los pasillos las conversaciones sobre feminismos, movilización callejera, sobre la necesidad y la resistencia frente a los cambios estructurales1.

La huelga feminista ha ensanchado el campo social en el que se inscribe, “desborda e integra la cuestión laboral, no la deja de lado, pero al mismo tiempo la redefine y actualiza, la problematiza y la critica como relación de obediencia. Multiplica su alcance sin diluir su densidad histórica. La desborda porque incluye realidades de trabajo no salarizadas, no reconocidas, no remuneradas, que tienen que ver con las formas de trabajo doméstico y reproductivo, obligatorio y gratuito, pero también con las formas de trabajo ligadas a las economías populares y a las formas autogestivas de reproducción de la vida”2.

Hoy ya no es posible, ni aun con los trastabilleos de las viejas inercias, anular políticamente los feminismos o el intento de apropiación indebida de los espacios de expansión política y callejera.

Sin embargo, muy a nuestro pesar, cada impulso de cambio es acompañado de una agresión. Existen diversas expresiones de las formas en que el sistema patriarcal se defiende a sí mismo cuando empieza a perder fuerza, cuando es denunciada la impunidad que cobija cada acto de violencia, de inmunda depredación, incluso las instituciones cuando empiezan a transformarse también son atacadas.

“La virulencia de la cultura de la violación y la expansión de la violencia feminicida reactiva nuestro estado de alerta. Ellas, las que nos faltan, tienen nuestros nombres, el de la vecina, el de nuestras hermanas y madres. El duelo está presente permanentemente. Denunciamos las violencias y despojos más extremos, al tiempo que sabemos que las transformaciones más radicales están en curso, horadando las piedras”.

La virulencia del odio que desatan la ruptura del pacto de silencio y la desnaturalización de las violencias ejercidas es abrumadora. Didier Eribon señala que no basta con tomar conciencia de la violencia ejercida por el orden social, ya que, por desdicha, la sujeción perdura, y con ella la sumisión, porque la conciencia de la violencia que se sufre no anula la fuerza que le sirve de base y por la cual se perpetúa en el mundo exterior y el mundo interior3.

La conciencia es entonces un paso a un proceso mayor que nos vincula con aquello que como sociedad entendemos que no puede correr más y es inadmisible.

Derechos tan preciados como la libertad de expresión o el debido proceso han sido utilizados para justificar las injurias y violencias más canallas y ominosas, por políticos, comunicadores, abogados, agresores, “intelectuales”. Hay un lenguaje compartido entre agresores y sus defensores, aliados y cómplices que amplifican los daños y los efectos de nuestras sociedades patriarcales.

La potencia feminista resulta inexplicable para quienes afirman que no es posible reinventar y resignificar la propia existencia. ¿Cómo (re)inventamos el amor como una apuesta ética en la reconfiguración del mundo?

Tenemos que crear otros vínculos. Es necesario habitar otros registros en los que la injuria y el insulto no sean justificados en nombre de la libertad de expresión.

Tenemos que transitar una revolución de los afectos, de los vínculos, de los sentidos comunes. Tenemos que recorrer el marco doloroso que nos va bordeando, traspasarlo, expandirnos y fortalecer los mecanismos para erradicar los discursos de odio, las nuevas expresiones de un fascismo que se extiende en el mundo como la peor de las pandemias.

Son tiempos de guerra y, a pesar de ello, nuevos despertares nos acercan a otras formas de vivir, la transformación de lo cotidiano forja la transformación de las conciencias. Desde los gestos más pequeños en las casas, las cooperativas y las escuelas, en nuevos vínculos de relacionamiento y cuidado, en la crianza, la escuela y las universidades. En los juzgados, las plazas, los parlamentos y los medios de comunicación. En nuevos lenguajes para nombrarnos y respetarnos. En la lucha viva contra la precarización de nuestras vidas. En los besos que rajan la tierra y la construyen, como diría Susy Shock.

Valeria España es abogada feminista, magíster y doctoranda en Derechos Humanos por la Universidad Nacional de Lanús.


  1. Sobre aquellos días escribí “Resistencias”, disponible en https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2017/03/10/resistencias 

  2. Gago, V. (2019). La Potencia Feminista o el deseo de cambiarlo todo. Editorial Tinta Limón. 

  3. Eribon, D. (2017). La sociedad como veredicto. Clases, identidades y trayectorias. Ed. El Cuenco de Plata. 

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