“Para lograr felicidad, para alegrar democracias y para llegar a que la gente nos acepte como somos, como seres humanos, y que nos den los derechos que realmente necesitamos. Ser homosexual no es un delito, no es que estemos agrediendo a la gente, sino que simplemente estamos queriendo demostrar lo que somos. Amar y que nos amen tal cual somos”, fueron las palabras que Karina Pankievich, activista trans, dijo frente a una cámara en la primera Marcha del Orgullo que se organizó en el país.
Era 28 de junio de 1993 y un grupo de personas marchaba entre “las sombras” por la avenida 18 de Julio, desde el Obelisco hasta la escalinata de la Universidad de la República. Hoy, a 30 años de ese hito histórico, el orgullo viste las calles los últimos viernes de cada setiembre y la realidad es otra: de bufandas y gorros a transparencias y glitter, de miedo a celebración, de puñados de gente a miles y miles.
Tres décadas después de esa movilización histórica, tres activistas que formaron parte de las primeras reivindicaciones de la diversidad en las calles, Pankievich, Fernando Frontán y Diana Mines, dialogaron con la diaria sobre los inicios, el transcurso y su visión del hoy.
¿Qué les llevó a manifestarse por primera vez?
Karina Pankievich: Yo recuerdo que llegué de Buenos Aires en 1985, porque me había exiliado, y cuando vino la democracia acá, que asumió [Julio María] Sanguinetti, regresé. Ahí conocí a varios compañeros y compañeras y decidimos armar el grupo Homosexuales Unidos. Empezamos a trabajar, unirnos, tirar ideas y ver cómo podíamos hacer para hacer valer nuestros derechos. Cuando quisimos acordar, nos arrimamos a 1992, que ahí fue la primera concentración en la plaza Cagancha, y en el 93 decidimos hacer la primera marcha, autónoma, autogestionada por nosotras mismas. No teníamos auspiciantes ni nadie que nos diera una mano. Hicimos los carteles para marchar ese día a escondidas en una casona. Y fue porque realmente estábamos cansadas ya de tanta represión, de la dictadura, de la maldad, del egoísmo, porque nos negaban los derechos que a todas las personas como seres humanos nos corresponde tener: se nos negó la salud, el trabajo, la educación, todo, siempre. Entonces dijimos: hasta aquí estamos, vamos a tomar 18 de Julio, las calles, vamos a gritar, pedir respeto y que se nos otorguen los derechos que como ciudadanos nos merecemos.
Diana Mines: La marcha no salió de un repollo. Fue la concreción de un proceso que hicimos desde una invisibilidad y clandestinidad muy cerrada, no en mi caso, porque yo no me vinculé con grupos activistas anteriores, más bien había participado antes en un grupo de reflexión entre mujeres lesbianas, que se formó en 1991. Yo venía de una autorrepresión muy grande, recien me asumí lesbiana a los 36 años. No tuve una educación religiosa que me inculcara ninguna idea, pero sí una información psicológica muy freudiana, ortodoxa, que me hacía pensar que era una etapa inmadura que tenía que superar. Forcé algunas relaciones heterosexuales y terminé asumiendo que soy lo que soy, siento lo que siento.
Fui a Buenos Aires y encontré un movimiento muy firme, muy dinámico, todo eso convenciéndome de que tenía que hacer algo: toda esa postergación y miedo que sufrí en mi adolescencia y juventud no quería que les pasara a todas las mujeres jóvenes. Entonces, entre varias fuimos madurando esa idea. En el ínterin, la gente de Homosexuales Unidos estaba trabajando con la idea de una marcha, entonces me contacté con ellos e hicimos la concentración del 92, en donde nos reunimos para festejar el orgullo. Fuimos un puñado de personas, nadie se animaba en ese momento a dar la cara, pero éramos como 15 o 18. Era un momento de tirarse a la piscina y ver si había agua o no. Cuando se concretó esa concentración, agarramos más confianza y dijimos: el año que viene se hace la marcha y punto.
Fernando Frontán: Yo vine después de la segunda marcha, en octubre del 94. Empecé en la tercera y de ahí en adelante fui parte de las coordinadoras. Viví 28 años en el armario católico de mi familia. De práctica creía perfectamente en toda la doctrina homofóbica y la aplicaba contra mí, rechazaba mi orientación sexual, no creía que dos hombres podían construir un proyecto de vida y de amor si no se daba esa cosa de la procreación o de la familia tradicional. La dualidad y la pelea durante tantos años fue esa, hasta que me enamoré, ahí empecé a darme cuenta de que todo lo creído era una porquería y empecé a salir del armario. Ahí también empecé a tener las consecuencias: la más significativa fue cuando lo dije en el colegio de monjas donde trabajaba, que implicó que me dijeran que la vida que estaba eligiendo tener no era modelo de valores cristianos. Y a un hombre de fe decirle eso fue como encenderlo: puse un pasacalle frente al colegio que decía: “No a la discriminación de docentes homosexuales” y empecé a repartir volantes diciendo que me habían echado por eso. Más adelante me encontré con un volante de Homosexuales Unidos y me empecé a integrar a la militancia. En el 95 fue mi primera marcha de cara limpia.
¿Cómo se reivindicaba en las calles el orgullo en ese entonces?
Fernando Frontán: Todos se protegían porque tenían riesgo de perder sus trabajos y familia. Pero yo tenía ganas de ir de cara limpia y nunca más escondido de mí.
Diana Mines: Para la primera marcha sacamos incluso un permiso policial, solicitamos el recorrido entre la explanada de la Universidad de la República y la plaza Cagancha. La Policía nos autorizó la marcha, pero saliendo desde el Obelisco hacia la explanada. Te podrás imaginar que un 28 de junio, pleno invierno, prácticamente de noche, no nos iba a ver nadie. Pero aceptamos. Éramos 100 personas como mucho. La mayoría con máscaras, porque podían perder el trabajo, pero lo hicimos. Hubo un homenaje a Gloria Meneses, una pionera de las mujeres trans; ya era muy viejita, tenía cerca de 80 años. Al año siguiente murió, pero marchó muy feliz porque por primera vez en su vida estaba a cara descubierta y rodeada de otras personas trans, fue como el logro de su vida.
“La gente en aquella época era mucho más discriminadora que ahora, no había derechos ni leyes que nos apoyaran, teníamos a la sociedad, al Estado y a la gente en contra” (Karina Pankievich).
Karina Pankievich: Éramos pocas, tapadas con bufandas y gorros. Era normal que estuviéramos tapados. Fue la primera vez que vino Canal 4 en una camioneta blanca. Se bajó el periodista y me pidió si podía entrevistarme, y ahí es el famoso video, en el que decía que yo los derechos no los pedía para nosotros sino para las nuevas generaciones. Íbamos por las veredas, camufladas, por las sombras, porque no sabíamos qué iba a pasar después de la marcha, porque todavía había represión. Era una sensación entre el orgullo de decir “salimos”, “tomamos la calle”, expresar lo que queremos, pero también teníamos miedo de lo que podía pasar con la Policía cuando terminara la marcha. Entonces la mayoría terminó en la escalinata y se fueron por distintos lados. En la Universidad se leyó la proclama, que se titulaba “20 poemas de amor y una careta desesperada”. Cada uno decía un párrafo pidiendo algo: no queremos que nos lleven más detenidas porque tenemos que vivir, queremos tener acceso a un trabajo digno, pedíamos que nos respetaran como éramos, que éramos seres humanos ante todo, que la identidad de género no hacía la diferencia. Porque la gente en aquella época era mucho más discriminadora que ahora, no había derechos ni leyes que nos apoyaran, teníamos a la sociedad, al Estado y a la gente en contra. Por suerte esa vez no pasó nada y ya en la segunda marcha había mucha más gente. Se nos abrieron también los caminos para poder tener diálogos, parar un poco la represión, porque ya era posdictadura pero todavía había coletazos de que te llevaban detenida y te hacían cosas como en la dictadura. Fue muy duro.
Fernando Frontán: La primera bandera de la diversidad apareció en la cuarta marcha, en 1996: una bandera chiquitita que flameaba. El pride no había llegado a Uruguay, porque en realidad teníamos que pelear por decir “aquí estamos y vale la pena estar aquí”. Las primeras marchas eran del orgullo homosexual y peleábamos con el estigma de la patologización, aunque ya la Organización Mundial de la Salud decía que no, pero seguía el estigma de abusos de menores, de escoria de la sociedad y de buscar compulsivamente el sexo.
En 2005 pasó a ser Marcha por la Diversidad y comenzó a celebrarse en setiembre en vez de en junio. Más allá del cambio de fechas y de nombre, ¿cómo ven que se fue transformando el orgullo?
Fernando Frontán: Reconocimos que el 28 de junio era importante porque daba inicio al movimiento contemporáneo LGBTI+, pero visualizamos que setiembre era nuestra fecha: en ese mes había nacido el primer grupo Escorpio, Homosexuales Unidos, Grupo Diversidad, y veíamos que el frío de junio era muerte, y la primavera, resurgimiento y nacimiento. La primera fue en el 2000 y fue la primera Marcha de la Diversidad Sexual; después se sumó Ovejas Negras y en 2005 se amplió el concepto y se dejó sólo “por la diversidad”. Pero en realidad la marcha de la Diversidad fue en setiembre del 2000.
Karina Pankievich: Hay gente que me pregunta por qué cambiamos la fecha. Es verdad que el Día del Orgullo es el 28 de junio en todos los países de América Latina, pero como era tanto el frío que hacía en aquellos años... Después, cuando vino la Coordinadora de la Marcha, ya era otro tipo de organización: superamos las 50.000 personas. Es como todo, todo cambia; cambian los modismos, antes no se politizaba tanto como ahora. Yo tengo mi corazón en un partido, pero la política y el activismo para mí son dos cosas separadas, aunque no tenemos más remedio que hacer alianzas y saber dividir, porque, si no, no podríamos hacer nada.
Diana Mines: En el 97 fue la primera vez que hicimos una semana entera de mesas redondas, incluso ocupamos lugares públicos como la Junta Departamental, invitamos a otras mujeres discriminadas, como las de Mundo Afro, mujeres discapacitadas… Porque cuando discriminás a una minoría que está escondida, que no encaja en el modelo de la “normalidad”, la problemática es muy parecida, no es un invento de las marchas nuevas.
El cambio de fecha sí fue bastante rápido porque nos dimos cuenta de que estábamos celebrando en condiciones muy crueles, entonces decidimos pasarla para finales de setiembre, que fue la fecha en que se crearon los grupos pioneros. Lo que sí: se amplió la cantidad de gente, ahora participan muchos que no pertenecen a la diversidad sexual. Nosotros todos los años mandábamos invitaciones a los gremios, al PIT-CNT, a los partidos políticos, pero nunca iban, en ese momento no quedaba bien. Después, cuando se fue asentando, la cosa cambió. Costó mucho que la clase política entendiera que lo nuestro también eran derechos humanos. Pero toda esa generación primera de activismo, que se extendió hasta 2002 o 2003, hicimos muchísimo trabajo en el Parlamento. Mucho diálogo con legisladores, porque había algunos proyectos de ley que nos interesaban.
¿Cuál fue el quiebre para pasar de estar tapadas y tapados a celebrar, pintarse, marchar con carrozas, etcétera?
Karina Pankievich: Fueron años de paliza, de calabozo, de lucha, que no fueron gratis. Gracias a las viejas, las mujeres trans jóvenes andan divinas, se pueden pintar, arreglar. Antes andábamos lo más discretas posibles porque estábamos con el miedo de ser muy provocativas. Me deja contenta cómo la gente ha cambiado un poco. Y nunca hubo ningún problema en ninguna de las marchas, todos van en su mismo mambo, en la alegría de poder decir “soy lo que soy”, mostrarse como son, que de repente todo el año no se puede hacer.
Fernando Frontán: Yo fui abiertamente gay en televisión. Homosexuales hubo, pero siempre en un lugar asignado al humor, al chiste, no tenía que ver con reivindicar nuestros derechos. Entonces toda la agenda LGBTI+ empezó a pasar en televisión una vez por semana; eso dio al movimiento que empezáramos a tener una credibilidad y aceptación pública que nos permitió empezar a insinuar leyes. En el 2000 fue el primer Foro sobre la Diversidad, ahí se formó el primer proyecto de ley, que se concretó en 2003, y se logró modificar el Código Penal para proteger a determinados grupos del odio y de la incitación al odio, y apareció en la letra de la ley algo que fue revolucionario: “orientación e identidad sexual”. En 2005 fue el primer salto importante porque pasamos de una marcha que venía subiendo a 1.000 y pasó a 5.000. En la medida en que hubo más visibilidad, hubo una mayor normalización de la presencia del colectivo, a lo que se fueron sumando los derechos.
Diana Mines: Creo que fue nuestra misma experiencia que cada año alimentó más orgullo: cada vez más personas que no se animaban vieron que sí se podía. En 2001 o 2003, durante dos años consecutivos, desfilamos en el desfile de Carnaval inaugural, a cara descubierta, con un pasacalle que decía que éramos lesbianas, bisexuales, transexuales, y con carteles diciendo profesiones, para que supieran que éramos gente como cualquiera. El segundo año, llegamos a hacer una carroza y representamos distintas expresiones de homosexualidad a lo largo de la historia, y, a partir de eso, se terminaron los burlas de las murgas y los parodistas. Al principio hubo presiones hostiles, consecuencias en nuestros barrios, en la gente, en nuestros trabajos, pero si no lo hacíamos de una vez por todas, eso no se iba a terminar nunca.
¿Cómo observan que ha sido el proceso social y político por fuera de las fechas de celebración?
Diana Mines: Violencia todavía hay. Todavía hay gente que en los trabajos tiene alguna discriminación y no siempre las personas afectadas se animan a denunciar, pero sin duda creo que la aceptación es mayor. Hoy, si en una familia una persona se asume lesbiana, trans o gay, creo que en los padres, en la escuela y en el liceo hay un saber que no es un cuco. Por supuesto, siempre hay gente homofóbica como hay gente racista, siempre hay personas que descargan sus propios miedos y broncas de la vida tomando un cordero.
“La ruta legislativa está resuelta porque los grandes temas ya están, pero no el cambio sociocultural” (Fernando Frontán).
Fernando Frontán: Se introdujo en el imaginario de lo políticamente correcto que era incorrecto el comportamiento homofóbico, el rechazo o la exclusión. Esto no quiere decir que hayan cambiado los comportamientos, pero es más difícil despacharse con discursos homofóbicos y de odio, principalmente en los sectores políticos. La ruta legislativa está resuelta porque los grandes temas ya están, pero no el cambio sociocultural: sigue siendo un problema la educación sexual en este país, sigue habiendo resistencia. Ahora hay como una retaguardia, un contraataque del fundamentalismo.
Karina Pankievich: Veo un retroceso en todos los sentidos. Se había perdido eso de que te insulten, pero hoy por hoy están agresivos, se te ríen en la cara. Hay una violencia instalada en toda la sociedad. Por eso cuando me preguntan si estoy feliz, digo: “¿Feliz de qué?”. Estoy celebrando 30 años de una marcha que ha sido por lucha y por justicia, yo no puedo festejar, no es un cumpleaños, porque no puedo celebrar que me hayan dado palo, que me hayan llevado presa, que todavía después de 30 años tengamos que mendigar por un trabajo digno, porque, si no, lo que nos queda es el trabajo sexual.
¿Cuál es su percepción actual del orgullo?
Karina Pankievich: Ahora ya no se comprometen demasiado porque ya tienen derechos como el cambio registral, reasignación de sexo, cupos laborales, becas para estudio, hormonización. No nos olvidemos, no perdamos la memoria, porque si se pierde la memoria se pierde la historia y, para que se pueda contar, tiene que haber gente que la recuerde, si no queda en el olvido. Y no pueden pasar 30 años más para que nos den lo que necesitamos. Les pido a las nuevas generaciones que agarren esta mochila y sigan luchando para conseguir los derechos que pedimos como todo ser humano que vive en una sociedad democrática.
“Antes nos escondíamos nosotros, ahora los que se esconden son los que prejuzgan, pero están ahí” (Diana Mines).
Diana Mines: Mi temor quizás sea que hoy se tome como que ya llegamos a lo que queríamos, entonces nos maquillamos, bailamos, pum. Tengo miedo de que se baje la guardia, porque los retrocesos existen. Antes nos escondíamos nosotros, ahora los que se esconden son los que prejuzgan, pero están ahí. Tendría que haber mucho más diálogo entre las generaciones. Contar todo el trabajo que dio para llegar a lo que llegamos y que hay que cuidarlo mucho.
Fernando Frontán: A nivel colectivo tiene que haber un paso de madurez, dejar de ser el adolescente protegido por papá Estado. Ya nos quitó ese apoyo por unos cuantos años. Hay que luchar por sostener las conquistas adquiridas, que no dependen de una sola etapa. El orgullo sin memoria es peligroso, y hay algunos colectivos que han sentido que todo se dio porque ellos llegaron. Si uno pierde la memoria y no sabe de dónde viene, tampoco sabe a dónde va. Creo que el movimiento tiene que defender lo conquistado y avanzar, no sólo por nosotres, sino por la sociedad. El colectivo es el signo más poderoso de libertad y de diversidad, que es la base de la democracia, y el diálogo conciliador que tengamos entre nosotros es el sustento de una democracia. Que digan lo que quieran, como dice la canción. Nos pusieron la bota encima y nos refregaron lo moralista durante años, no hagamos lo mismo. La verdad es la diversidad, el desafío es la convivencia, el camino es el respeto.