Este mes se cumplen 50 años del golpe de Estado que dio inicio a una de las páginas más oscuras de la historia de Uruguay. Un aniversario así, de números redondos, sirve para volver a poner arriba de la mesa lo que pasó durante la dictadura –como estrategia contra el olvido, como recordatorio de la búsqueda todavía vigente por verdad y justicia–, pero también para sacar a la luz cuestiones que han sido poco exploradas. En línea con esto último, el Centro de Estudios Interdisciplinarios Feministas (Ceifem) de la Universidad de la República (Udelar) organizó el simposio “Tenemos que ver. Perspectivas feministas sobre el terrorismo de Estado”, que buscó justamente analizar los hechos del pasado reciente desde una perspectiva feminista y rescatar “otras memorias subalternas”, como dijo una de las organizadoras a la diaria.
El evento contó con cuatro mesas de diálogo en las que expusieron más de 20 académicas, investigadores y activistas vinculados a temáticas de derechos humanos, género y diversidad. Uno de esos intercambios propuso rescatar en particular discursos, medidas y otras acciones que muestran por qué, en la “lucha contra la subversión”, la dictadura uruguaya no sólo persiguió y reprimió a la disidencia política, sino que, además, impuso un “autoritarismo moral” que atentó contra cualquier “impulso emancipatorio” y buscó la “restauración patriarcal”.
Las exposiciones profundizaron en cuestiones como los modelos de mujer y de familia que aparecían tanto en la propaganda oficial como en el discurso público del régimen o la persecución que hubo con el objetivo de imponer un “orden moral”. La pregunta disparadora era bien concreta: ¿fue la dictadura un proyecto antifeminista o de restauración patriarcal?
Mujeres y familia en la propaganda
“Los hombres del mañana. Mujeres y familia en la propaganda oficial de la dictadura uruguaya” fue el título de la ponencia que presentaron Gerardo Albistur –doctor en Ciencias Sociales, magíster en Ciencia Política y licenciado en Ciencias de la Comunicación– y Mercedes Altuna –investigadora, docente de la Facultad de Información y Comunicación e integrante del Ceifem–. En líneas generales, lo que hicieron fue analizar algunas piezas de propaganda y un aviso publicitario publicados entre 1974 y 1980, en diarios de circulación nacional, con el foco puesto en los modelos de mujer y familia que se promovían en la época.
En los fragmentos que seleccionaron aparece “el rol de las mujeres circunscripto al ámbito privado, definidas por su relación con otres, varones, esposos, hijes”, y “como cuidadoras y administradoras de hogar”, detalló Altuna. También emerge la familia “como una oportunidad ordenadora básica de la vida social” y un “espacio libre de todo conflicto”. Además, “convive la metáfora de la sociedad como familia y las referencias hacia la familia biológica”, explicó la docente.
Esta noción de las mujeres confinadas al ámbito doméstico también emerge en la pieza “Yo, oriental”, de 1974, en donde se lee: “Yo, ama de casa, voy a educar a mis hijos para que sean ciudadanos útiles y de provecho. [...] Voy a administrar mi hogar con eficacia y mesura. Voy a respaldar en el quehacer doméstico el esfuerzo con el que mi esposo gana nuestro sustento. Voy a ser la constante portadora de un mensaje de optimismo y esperanza”.
Altuna resaltó la importancia de investigar la propaganda no sólo en el contexto de la dictadura sino también “a la luz de este nuevo momento social”. En ese sentido, dijo que hoy “hay un nuevo marco para analizar este tipo de mensajes”, sobre todo “a partir del impulso feminista de 2015, y después de la denuncia por violencia sexual que algunas ex presas hicieron en 2011 y del esfuerzo de las jóvenes por rescatar esos pasados militantes”.
El discurso patriarcal de la dictadura
La productora audiovisual y docente Virginia Martínez, investigadora en temas de pasado reciente, se propuso “poner en relación el proyecto de reorganización integral de la sociedad que propuso la dictadura con el discurso patriarcal”.
“Fuera del hogar, fuera de lugar. Esa es la síntesis del discurso patriarcal de la dictadura para las mujeres, y mucho más las mujeres en público, organizadas, en movimiento”, aseguró Martínez. En esa línea, dijo que se trató de un discurso que presentó al régimen como “restaurador de ‘lo nuestro’, de ‘lo auténtico’, del ‘orden natural’, y, en ese orden natural, la mujer tiene un lugar que es la familia”.
La investigadora recordó que, como las otras dictaduras del continente, la uruguaya adoptó los principios de la doctrina de la seguridad nacional, que definió que “todo aquello que altere el orden es comunista”, pero que también fue “una ideología conservadora en lo social y en lo cultural”. “Acorde a estos valores, las dictaduras de nuestro continente sostuvieron los principios más refractarios de la sociedad patriarcal. El discurso militar, la propaganda oficial y la educación pública reforzaron la idea de que la mujer pertenece al hogar y que, dentro del hogar, está subordinada dulcemente al marido”, enfatizó, en consonancia con los hallazgos de Altuna y Albistur.
Martínez se refirió a dos escenarios en los que la acción dictatorial y patriarcal “se puso en juego específicamente contra las mujeres”. Uno fue en la “lucha contra la subversión”, que “tuvo una dimensión de género y, en ella, hubo una práctica oculta pero sospechada de castigo a las mujeres militantes, que fue la violencia sexual”. La docente dijo que “está bastante documentado” que la violencia sexual “fue un instrumento de castigo que no se implementó solo y preferentemente para la obtención de información, sino sobre todo para denigrar, humillar e inferiorizar a las mujeres militantes”, por su “doble condición” de “transgresoras” e “inmorales”.
Como contrapartida estaba la defensa de la familia, el segundo escenario que identificó Martínez. “Este es un discurso público que no ocurre en el centro clandestino, sino en los medios de comunicación, en el aula, en los discursos de los jerarcas”, puntualizó, y lo enmarcó en el “combate por la sobrevivencia de los valores morales y espirituales de Occidente”, que “suponían reforzar la subordinación de la mujer al poder del varón”. De esto surge que “patriarcado y terrorismo de Estado se instituyen recíprocamente como caras de un mismo sistema”, resumió.
Para responder a la pregunta que abría el debate, Martínez eligió el fragmento de un manual de educación cívica que en aquel momento era de lectura obligatoria para estudiantes de liceo –titulado La esposa oriental– y que, entre otras cosas, decía que “la mujer está supeditada al marido porque es necesario que en toda sociedad haya un jefe que sirva de guía, y la familia es una sociedad”. El texto también aseguraba que la mujer tenía como “deber importante” el “feliz mantenimiento del matrimonio” y planteaba que “tener la ropa limpia y la comida pronta para cuando llega el esposo” a la casa eran “deberes típicamente femeninos”.
El “autoritarismo moral”
El investigador Diego Sempol, docente y coordinador de la Maestría de Ciencia Política de la Udelar, contó que empezó a indagar en la persecución política en Primaria durante la dictadura, y entre los expedientes de personas destituidas encontró casos en los que la destitución “no tenía que ver con motivos políticos, partidarios o sindicales”, sino que estaba ligada “a ideas de orden moral”. Así fue que empezó a pensar la categoría de “autoritarismo moral” para definir esta idea de que, “además del autoritarismo político, durante la dictadura hubo un intento de restauración o de consagración de cierto tipo de orden que estaba basado en toda una serie de elementos morales”.
El académico recordó que, a partir del golpe de Estado, se aprobaron tres normas que apuntaban a ese “orden moral” específicamente en el terreno educativo: la Ley 14.101, la Ordenanza 17 del Consejo Nacional de Educación y la Ordenanza 28, que, según el investigador, fue la “más usada”, y que obligaba a los docentes a probar que no tenían “antecedentes morales” negativos.
Según Sempol, de alguna forma estas normativas sirvieron de base para que “proliferaran distintos tipos de discursos” en el mismo sentido. Mencionó, por ejemplo, al teniente coronel Buenaventura Caviglia, representante de la línea dura dentro de las Fuerzas Armadas, que dijo que la guerra en la que estaba el régimen militar era “una guerra total” y que era “tan importante vencer militarmente al enemigo como vencerlo en el terreno de las costumbres”. El argumento: que “el enemigo ha fomentado el alcoholismo, la disolución y disgregación de la familia por obra del divorcio y los vicios, la prostitución, la pornografía, el amor libre y ha ido destruyendo la moralidad y el carácter de un pueblo que antaño era duro e indomable”.
Sempol aseguró que todo esto también permeó en la educación, donde hubo casos de “persecución por razones morales”, especialmente en las zonas rurales. En ese sentido, encontró 71 expedientes de maestras y maestros que “afrontaron la impugnación por cuestiones de ‘idoneidad moral’ entre 1973 y 1984”. “Eran maestros sospechados de homosexuales o maestras que tenían comportamientos ‘díscolos’ –esto es, que tenían ‘encuentros eróticos fuera de la institución del matrimonio’, vivían en concubinato, eran ‘demasiado despiertas’, ‘cuestionaban la autoridad de la dirección’–”, explicó el docente.
A su entender, pensar el “autoritarismo moral” permite, entonces, dar cuenta de que “no sólo hubo persecución por razones político-partidarias, sino que también las hubo por este tipo de cosas vinculadas a la moral y a la idea de cierto orden”.
Disciplinar a las mujeres
La socióloga Malena Zunino, docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación e investigadora en temas de violencia de género, expuso sobre “disciplinamiento y construcción del orden de las mujeres en dictadura”. Para hacerlo, se basó en el análisis del caso de Voluntarios de Coordinación Social en Uruguay (1973-1985), una organización de beneficencia fundada por Josefina Herrán Puig de Bordaberry (esposa del entonces presidente), principalmente integrada por mujeres que se dedicaban a planificar “desfiles de moda, ferias, bingos, y un gran trabajo de caridad, primero en el área de viviendas y después replegadas al plano hospitalario a pedido de los militares”.
Todas estas tareas pueden parecer “a priori muy naíf”, dijo Zunino, pero tenían un fuerte componente político, empezando por el hecho de que las reuniones eran en la casa de la líder de la organización, es decir, donde vivía el presidente Bordaberry, y por los nexos que tejían las integrantes con distintos actores institucionales de la época.
Zunino recordó que Uruguay llevó una delegación a la conferencia que se celebró en México en 1975 por el “Año Internacional de la Mujer”, una iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para promover la “plena igualdad entre hombres y mujeres” y “la eliminación de la discriminación por motivos de género”. Esa comitiva estaba presidida por la propia Herrán Puig de Bordaberry y otras mujeres como Sofía Álvarez Vignoli de Demicheli –esposa de Alberto Demicheli, en ese momento presidente del Consejo de Estado– o Mercedes Butler de Rachetti –esposa del entonces intendente de Montevideo, Óscar Rachetti–.
Finalmente terminó yendo Álvarez Vignoli de Demicheli, con un discurso en el que planteó todo lo contrario a los postulados sobre igualdad y no discriminación que promovía la ONU. “No debemos olvidar que existe un hecho irreversible, que somos mujeres, orgánica, funcional y biológicamente diferentes del hombre. Ni superiores, ni inferiores, sino dos entidades que se complementan en la pareja humana y se conjugan en el milagro de la creación. Las leyes eternas de la naturaleza, las que mantienen el equilibrio en la esfera celeste, son las que han confiado a la mujer la más alta y trascendente de las misiones: la de perpetuar la vida de la especie”, dijo, según citó Zunino. Sus palabras, además de ir contra la idea de igualdad entre mujeres y varones, revelan “la clara expresión de la función social y patriótica de la maternidad”, puntualizó la académica.
La socióloga también trajo a cuento un comunicado que difundió el propio Bordaberry de cara a este evento, en el que dijo que su régimen no podía “compartir integralmente las bases conceptuales y doctrinarias que las Naciones Unidas parecen recibir para celebrar el Año Internacional de la Mujer”, porque “sostienen una igualdad que no es la nuestra” y “propugnan para la mujer un papel en el desarrollo que va en detrimento de la familia”. “Las Naciones Unidas parecen inclinarse por la sociedad en primer término y por la familia en segundo. Nosotros nos definiremos primero por la familia y luego por la sociedad”, decía el texto.
Para Zunino, tanto el caso de Voluntarios de Coordinación Social como lo que sucedió en la conferencia de la ONU evidencian que “los discursos disciplinadores de género, sobre todo en los primeros años de dictadura, fueron vehiculizados por una élite civil política”.