“Nos decían que las negras tenemos el cuerpo bonito”, le contó Aura, que fue violada, junto a sus dos hermanas, por integrantes de grupos armados, legales e ilegales, entre 2001 y 2007, en Colombia, a la periodista Beatriz Valdés Correa, que acaba de ganar el Premio Gabo, en Bogotá. Los prejuicios raciales fueron parte de la violencia sexual contra las mujeres afro, las más maltratadas durante el conflicto, también por la cosificación contra su cuerpo y los inventos de causas –como rebelión– para apresarlas, lastimarlas y correrlas de su territorio y sus hogares.
En 2006, la Policía allanó la casa de Aura, en Montes de María, golpeó a sus hijos, de ocho y 12 años, y se la llevaron a Cartagena acusada de ser parte de la guerrilla, como una mentira sistemática, sin derecho a defensa ni a escudo sobre su cuerpo. Fue violada por varios policías. La liberaron y después volvieron a capturarla. La tuvieron presa seis meses.
Aura es una de las 15.140 mujeres que sufrieron violencia sexual en Colombia entre 1958 y 2022, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. Aura también es una de las 1.409 afrocolombianas violadas con saña por el Ejército, la Policía, los paramilitares y la guerrilla en un conflicto armado que lastimó el cuerpo de las mujeres como si fuera una parte inanimada de la guerra.
“La violencia sexual la ejercieron mayoritariamente contra las mujeres y, entre los grupos étnicos, las más afectadas fueron las afro”, señala la periodista. La Unidad para las Víctimas cuenta 36.572 víctimas de “delitos contra la libertad y la integridad sexual”. El 90% son mujeres y el 21% son negras, afrocolombianas, raizales o palenqueras. Las cifras no son completas porque hay subregistros y muchas no se animan, todavía, a denunciar. Pero hay una certeza: el racismo definió la violencia sexual.
El trabajo de Beatriz Valdés prueba el ensañamiento con las mujeres afro y el cruce de racismo y violencia sexual en Colombia, la responsabilidad estatal y la necesidad de reparar a las víctimas. El artículo que refleja esta realidad se titula “El grito por justicia y reparación de las mujeres afro violentadas sexualmente” y se publicó el 16 de febrero de 2023 en el medio colombiano El Espectador.
Beatriz Helena Valdés Correa ganó el Premio Gabo, en la categoría de mejor texto, el 1º de julio pasado, por este trabajo. El galardón implica un salto en la mirada de las periodistas en el relato de la violencia sobre las mujeres y un reconocimiento del premio hispanoamericano de mayor trascendencia regional a las jóvenes que hacen periodismo feminista e interseccional.
Además, es la primera vez, en las 11 ediciones de los premios, que un trabajo colombiano ganó en la categoría de texto. “Este año el premio se queda en Colombia”, anunció la periodista chilena Mónica González que entregó el premio, abrazó y acarició a Beatriz. “Muchas gracias a la Fundación Gabo por este reconocimiento, estoy muy emocionada”, dijo en su discurso en el Teatro Colón de Bogotá la periodista. “Sobre todo se lo debo a Aura y a todas las mujeres que en los últimos seis años han hablado conmigo sobre lo que significó la violencia sexual en los cuerpos de las mujeres negras”, subrayó.
“Pudimos evidenciar cómo el racismo, el clasismo y la periferia estuvieron ahí para que estos crímenes pasaran desapercibidos, pero fueron sumamente dolorosos. Yo deseo que la difusión logre que haya reparación, justicia económica y justicia racial para ellas”, reclamó.
Beatriz le agradeció a su abuelo, Miguel Valdés, “el maestro mayor de obras y el lector más voraz que conocí y que no pudo ver que me convertí en periodista”, la inspiración a la lectura y la escritura. Ella nació el 26 de junio de 1996. Sus primeros 16 años vivió en Lorica, en el departamento de Córdoba, en el Caribe colombiano. Tiene tres hermanas: Celia, Fania y Sandra. Su mamá, Sandra Correa, es contadora, y su papá, Ariel Valdés, es maestro de español y de inglés. “Mis padres fueron muy inquietos con que sus hijas hicieran lo que quisieran pero que la lectura era imprescindible para lograrlo”, destaca.
Ella estudió en un colegio público de Lorica. “A nivel estructural estaba bastante mal”, describe y explica: “En Colombia la diferencia entre lo público y lo privado es importante porque determina que hayas estudiado en condiciones decentes y en mi colegio los baños se caían y la biblioteca la volvieron la sala de profesores. Me formé ahí, pero tuve una educación más privilegiada porque mis padres eran profesionales y no tuve carencias de alimentación o de necesidades básicas”.
Ella tiene 27 años y reconoce que el secreto que hizo la diferencia en su educación es la lectura. A ella y a Fania (con la que se lleva apenas un año) su papá las ponía a leer los libros o cuentos que les daba a los estudiantes de bachillerato y les hacía rendir los exámenes de comprensión de lectura que tomaba en sus clases. “Así nos fuimos metiendo en ese mundo”, contextualiza. Y reconoce la influencia de su abuelo, que leía todo el día y estaba suscripto a los diarios El Espectador y El tiempo y a la revista Semana. Pero además leía con obsesión a Sócrates y con interés Los miserables. Él quería que sus nietas y nietos entraran a la lectura y comprendieran la situación del país. Sacaba fotocopias a las columnas de opinión que le gustaban y las repartía por las casas de sus familias de un entorno rural al que no llegaba mucha información si su abuelo no la hacía llegar puerta a puerta.
Miguel se quedó sin visión. Pero sus nietas (Beatriz, sus hermanas y sus primas) le leían libros y diarios. “Así fue como descubrí el periodismo”, agradece. Su hermana había ido a estudiar antropología a Medellín, Antioquia, y ella fue a estudiar periodismo. “Me faltaba muchísimo por aprender, me faltaban referentes y bagaje cultural. No fui la estudiante más brillante. Pero me salieron prácticas en El Espectador en un proyecto Colombia +20 y ahí aprendí a hacer el oficio”, rescata.
¿Cómo te hiciste periodista feminista?
Yo me considero afrofeminista. En la universidad, todavía con muchas preguntas y confusiones, me hice feminista porque mi hermana se había hecho feminista antes que yo. Fue una influencia muy importante. Cuando llegué al periódico ya era feminista y eso fue muy importante con los temas que fui explorando, como la violencia sexual.
¿Cómo comenzaste con la investigación?
En 2020 fui becaria de la revista argentina Anfibia, en el laboratorio de periodismo situado, donde trabajé sobre mujeres que estaban o habían estado en situación de prostitución y fueron víctimas del conflicto por desplazamiento forzado o asesinato de sus familiares. Ellas tuvieron que irse de sus pueblos y llegar a ciudades hostiles, como Bogotá, y la primera puerta que se les abrió fue la de la prostitución y vivían la explotación sexual como consecuencia del conflicto.
¿Cuándo empezaste a escuchar del racismo contra las mujeres afro?
Una de ellas había sido violentada por grupos armados en el Chocón porque era negra y se referían a ellas con estereotipos como que son “calientes”, con prácticas heredadas de la esclavitud que muestran a las negras como del servicio doméstico. En Sucre, en los Montes de María, de donde es Aura, había conocido una historia de una mujer a la que hombres armados la marcaron como si fuera un animal, con un hierro caliente, porque la idea era poseerla porque era una mujer afro. A partir de todo eso, empecé a hablar con Yolanda Perea, que es una lideresa afro muy fuerte en Colombia, y con Ángela Escobar, que es de la Red de Víctimas y Profesionales, y fue claro que había prejuicios racistas. La Comisión de la Verdad en su informe también lo documentó.
¿Cuál fue el ensañamiento contra las mujeres por racismo?
Además del acto machista de violentar sexualmente a una mujer, que parte de creer que la mujer puede ser propiedad del hombre que la violenta, también existía el prejuicio racista de que es menos importante, menos grave, si violentas a una mujer negra, porque el pensamiento es que las mujeres negras somos menos gente y tenemos menos derechos.
¿Quiénes fueron los grupos armados que ejercieron violencia sexual?
En Colombia la violencia sexual contra las mujeres afro vino de parte de todos los sectores armados: las guerrillas (no hay nada documentado del Movimiento 19 de Abril [M-19]), que se desmovilizó en 1990, pero sí las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL), contra mujeres que estaban en sus filas y contra población civil; de parte de grupos paramilitares, los casos son altísimos porque era más masculino que los guerrilleros, y de parte de la fuerza pública (la Policía y el Ejército). La fuerza pública cometió crímenes sexuales contra mujeres y población LGBTI+, contra mujeres trans, gays y lesbianas, en un intento de aleccionarlas.
¿Cuáles son las demandas de reparación?
La Red de Mujeres Víctimas y Profesionales y la organización de mujeres desplazadas afrocolombianas La Comadre han estructurado dos propuestas de reparación holística para tener un hospital que pueda atender los casos de violencia sexual en el momento que ocurren y, posteriormente, para las secuelas que dejan. Se basan en el modelo del hospital de Panzi (un modelo para atención de sobrevivientes de violencia sexual fundado por el médico Denis Mukwege, Premio Nobel de la Paz 2018), en la República Democrática del Congo, especializado en atender a mujeres y hombres víctimas de violencia sexual, para que el personal médico esté sensibilizado en las violencias. Las mujeres sufrieron mucha revictimización con preguntas salidas de tono como “¿Usted no lo provocó?”. También quieren que este hospital aborde la atención psicológica para las consecuencias de la ansiedad, la depresión y los problemas cognitivos. Ellas además proponen que los violentos –no necesariamente sexuales– puedan trabajar en la construcción del hospital como una forma de reparación. La otra propuesta tiene que ver con la espiritualidad afro y pensar cómo la violencia sexual desbarató comunidades que parten de la base de cuidar a los hijos en comunidad, trabajar en conjunto, cuidar a la otra. La estrategia es recuperar tradiciones y prácticas ancestrales en el tejido social.
¿Qué se necesita para concretar esa reparación?
Se necesita plata. Es necesario que el Estado se haga cargo de sus responsabilidades económicas en materia de derechos humanos. Tienen que destinar el dinero que tengan que destinar y adoptar la política fiscal necesaria para cumplir con sus obligaciones. Tenemos una vicepresidenta afrocolombiana, con orígenes parecidos a los de las víctimas [Francia Márquez], y creo que es muy importante que exista la conversación de cómo se va a reparar a esas mujeres y cómo se van a mejorar sus condiciones de vida. La pobreza es mucho mayor y la falta de acceso a educación y salud es mucho más alta donde hay población indígena y afro, y eso tiene que ver con el racismo de base del Estado y las políticas que no han tenido en cuenta la herencia de esclavización y de colonialismo, y que limitaron las formas en las que estas comunidades pudieron desarrollarse.
¿Por qué es importante poner en la agenda la violencia sexual?
Tiene que ser una prioridad combatir la violencia sexual. El Estado tiene que pensar cómo va a proteger y a reparar a las mujeres que decidan hablar.
¿Por qué falta todavía que muchas mujeres cuenten los abusos que sufrieron?
Hay 36.000 víctimas de violencia sexual reconocida por el Estado, pero se cree que hay miles que continúan en silencio y no se han atrevido a contar su historia porque no quieren ser revictimizadas en un hospital o una fiscalía que no tenga en cuenta sus derechos. No quieren hablar para no ser atendidas correctamente o para que no sirva de nada. Cuando hablamos de violencia sexual, no nos referimos sólo a lo que pasa en las ciudades, sino a lo que pasa en el campo, que la información es muy limitada. Las mujeres tienen que saber que tienen derecho a una vida libre de violencia. Y deben tener dónde llegar y qué hacer si son víctimas de delitos sexuales.
¿Qué sentiste al ganar el premio?
Fue muy complicado emocionalmente hacer este artículo. Tuve que hacer muchas pausas, no sólo por lo que me afectaba, sino por lo mal que lo habían pasado las personas que entrevistaba. Yo quería escribir esta historia de modo que no hiciera daño, sino que contribuyera. El premio es un reconocimiento a la discusión que debe poner sobre la mesa la violencia sexual a las mujeres afro en el conflicto. Por eso, me siento muy agradecida y feliz de ese reconocimiento del Premio Gabo, me parece clave que, a partir del periodismo, se ponga sobre la mesa el feminismo. Es importante que desde el oficio sean escuchadas mujeres que no son representadas en los medios masivos. Tenemos que pensar cuáles son las voces que queremos amplificar y, desde los medios, abrir la mirada para que las voces por años silenciadas, los procesos por años invisibilizados, puedan mirarse. Nuestra contribución es abrir la visión para que puedan ser vistos por más personas.
Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.