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Azul Cordo en el teatro El Galpón.

Foto: Alessandro Maradei

Dicen las raíces: un acercamiento original e íntimo a las historias de diez mujeres atravesadas por la dictadura uruguaya

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La autora, Azul Cordo, combina periodismo y literatura para reconstruir cómo el terrorismo de Estado impactó en la vida de mujeres de distintos ámbitos, oficios, militancias, generaciones e identidades de género.

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Leído por Andrés Alba.
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“Como ver una arena invisible que cae en un reloj que casi nadie mira”. Así describe la periodista e investigadora Azul Cordo el trabajo –minucioso, riguroso y singular– que plasmó en Dicen las raíces, un libro que reúne las historias de diez mujeres que fueron atravesadas de distintas formas por la dictadura cívico-militar uruguaya. Lo hace a través de siete perfiles en los que combina distintas herramientas del periodismo y de la literatura para acercarse a esas vidas y, a través de ellas, hacer llegar otras historias, hitos y sucesos, reconstruir escenas públicas y privadas de esos años oscuros y, sobre todo, retratar dimensiones más íntimas, más cotidianas, más humanas. O como sintetizó la autora durante la presentación del libro en Montevideo, el 5 de julio, en el teatro El Galpón: “Volver a las historias, pero diferente”.

Para lograrlo, Cordo se propuso sobre todo el desafío de hacer nuevas preguntas. “Tenemos ciertos registros sobre las mujeres en la dictadura que son testimoniales o, por otro lado, muy académicos. Creo que es un buen momento para hacer otras narraciones sobre ese período, escritas por otras generaciones y que vamos a traer otras preguntas. Esa es mi aspiración”, dijo la periodista a la diaria, y aseguró que le gustaría que la lectura del libro también “lleve a la pregunta de qué historias faltan, a quiénes no nombro o nombro pero no desarrollo, no sólo en cuanto a historias individuales con nombre y apellido, sino pensando en colectivos”.

Algunas de las protagonistas son referentes emblemáticas en la lucha por verdad, memoria y justicia, como Luisa Cuesta, integrante histórica de la Asociación de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, que falleció en 2018 sin saber dónde está su hijo Nebio. Muchas también son referentes pero en otras áreas, como la poeta Circe Maia, la actriz Myriam Gleijer, la exvicecanciller Belela Herrera –cuyo nombre ya es un símbolo de la solidaridad– y las activistas trans Karina Pankievich, Gloria Álvez, Sara de la Teja y Leticia de Ávila. La lista de retratadas la completa Mariana Zaffaroni Islas, hija de desaparecidos que fue apropiada por un agente de inteligencia vinculado a los organismos de represión argentinos, y Alicia Lusiardo, que hoy coordina el Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF) encargado de la búsqueda de detenidos desaparecidos.

Cordo empezó a trabajar en el libro en setiembre y la edición terminó –de pura casualidad– el 20 de mayo. “Después de ahí nos fuimos a marchar”, contó. Fueron ocho meses de entrevistas, trabajo de campo, búsqueda y lectura de archivo, de contemplar fotos, mirar películas, escuchar música para “situarse”. Y escribir mucho. En el recorrido de cada línea no sólo destaca la calidad literaria del texto y el intenso trabajo periodístico que hay detrás, sino además la creatividad, porque cada capítulo está contado con herramientas narrativas diferentes, desde el desarrollo de un abecedario –para perfilar a Luisa Cuesta– hasta un decálogo –en el caso de Mariana Zaffaroni–.

Casi como una coincidencia, mientras el libro se imprimía y llegaba a las librerías, nos enteramos de otros hechos vinculados al pasado reciente y que, además, tienen a mujeres como protagonistas. El 6 de junio, se hallaron restos óseos en el Batallón 14, que todavía están siendo analizados pero que ya se sabe que pertenecen a una mujer. Nueve días más tarde, el Estado reconoció su responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura por los asesinatos de Silvia Reyes, Diana Maidanik y Laura Raggio, conocidas como “las muchachas de abril”, y el asesinato, tortura y desaparición de Luis Eduardo González y Óscar Tassino. El 27 de junio, el mismo día que se cumplieron los 50 años del golpe de Estado, hubo otro reconocimiento esperado cuando se inauguró frente al Palacio Legislativo el memorial para homenajear a las mujeres ex presas políticas.

Cuando una lee lo que está escrito en la tapa del libro, Dicen las raíces. Mujeres en la dictadura uruguaya, quizás espera encontrarse con las experiencias de mujeres que fueron presas políticas. Pero Cordo va más allá de estas historias –que conocimos especialmente en la última década, a partir de la denuncia que presentaron muchas de ellas por violencia sexual– y busca que los relatos elegidos contribuyan a “ampliar el espectro en torno a pensar a las mujeres en la dictadura”.

Emblemáticas

¿Por qué, entre tantas otras mujeres, elegirlas a ellas? “La elección y selección de las perfiladas tiene que ver con cómo cada una puede representar distintos aspectos que caracterizaron los efectos del terrorismo de Estado”, explicó Cordo. En ese sentido, dijo que encarnan “distintas áreas de la sociedad sobre las que actuó la dictadura y produjo un cambio a nivel cultural, educativo, de las familias, de la persecución política, de los cuerpos feminizados”, a la vez que reflejan “cómo las mujeres en particular, como colectivo más o menos organizado, hicieron frente a esos cambios”.

La periodista contó que las primeras que se le vinieron a la mente cuando recibió la propuesta de la editorial Penguin fueron Circe y Belela, que definió como “figuras emblemáticas”. En el caso de la poeta, el interés surgió a raíz de la lectura del libro Un viaje a Salto, que narra la historia de una mujer que viaja desde Tacuarembó a ese departamento con su hija para visitar a su esposo, preso político, en los meses previos al golpe de Estado. “Circe nunca dice que son ella y su hija Ana Nira, eso se aclara después”, señaló Cordo. “Al conocer esa historia, a mí se me abrió otra perspectiva y otra dimensión de lo que había vivido Circe Maia como escritora, como poeta, como docente, como madre de seis hijos y como esposa de un preso político. Me podía ayudar a contar todos los impactos que una dictadura puede producir en la vida de una familia, de una escritora, de una docente destituida”, detalló. También ayudaba a plantear cómo la dictadura actuó en el departamento de Tacuarembó y cómo ya se estaba viviendo un clima “de violencia, de miedo, de terror, de cambios” antes del golpe de Estado.

En el relato íntimo que nos acerca Cordo, nos enteramos, por ejemplo, de que cuando las Fuerzas Conjuntas detuvieron al esposo de Circe, Ariel Ferreira, ella “casi no podía caminar” por la herida de la episiotomía: unas horas antes había parido a su hija Anita. A través de la descripción que hace la autora, podemos imaginarla en su casa después de la detención de Ariel, llorando, mientras da la teta.

La elección de Belela también fue evidente: “No podés hacer un libro de mujeres en la dictadura uruguaya sin nombrarla a ella”, apuntó la autora. Para Cordo, la búsqueda en esta historia implicaba salir de los lugares comunes, buscar aristas desconocidas de sus vivencias en aquel entonces. Por eso, en vez de preguntarle sobre cómo sacaba a los refugiados en su Fiat 600 rojo para llevarlos hacia el aeropuerto o hacia una embajada, una historia que ha contado muchísimas veces, le preguntó cuándo aprendió a manejar. “Lo que me permitía una figura que a priori es tan obvia o evidente –no por lo que hizo, sino por la referencia que es–, era tratar de desafiarme a mí misma como cronista buscando hacerle otras preguntas para reconstruir su historia”, explicó.

Como nos pasa a muchas mujeres, Belela le cuenta que aprendió a manejar para resolver una de las tantas tareas que tenía a cargo como madre. Pero mejor no spoilear.

Ellas dicen

Las demás historias “fueron decantando” a partir de temas, ejes o aspectos de la dictadura en los que la investigadora quiso profundizar. Uno de esos temas era el exilio, lo que para la autora significaba sí o sí hablar de El Galpón, “por este elenco que es un ejemplo de militancia antes, durante y después de la dictadura, que se organiza y ante la persecución política resiste y fuerza a que tengan que hacer un decreto para cerrar el teatro”. En la búsqueda por esta historia se encontró con la de Myriam Gleijer. “Ella es la excepción a esa regla del elenco exiliado, y teniendo en cuenta que ya había narrativas o relatos importantes de El Galpón, [...] dije ‘puedo hacer referencia a ese exilio, pero voy a entrar por una historia excepcional que es la de una de los únicos dos integrantes de ese elenco que quedan presos políticos, que son ella y su ex marido, Luis Pupi Fourcade”.

El nombre de Luisa Cuesta emergió cuando la autora empezó a pensar cómo presentar a Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos. No fue tan evidente, porque una alternativa también obvia era elegir a algunas de las pocas madres que quedan vivas. Terminó reconstruyendo la historia de Luisa, pero en un capítulo en el que aparecen muchas otras voces: de sus compañeras, de su nieta Soledad Melo Román, de sus vecinas de Mercedes, de su sobrino Nilo Patiño. “También se trataba de traer una Luisa antes de ser la mamá de Nebio; me interesaba construir y nombrar su militancia sindical y su origen anarquista, su vínculo con el río en Mercedes”, ejemplificó Cordo. “Una Luisa muy activa siempre, pero antes de ser esa viejita que todos queremos, porque no sólo es ‘la madre de todos’ –como se titula su perfil–, sino que es la abuela de todos, con el pelo blanco y a la vez una presencia que parecía muy delicada pero cuando aparecía en escena era muy fuerte desde su estatura tan pequeña”.

Por eso, el perfil nos regala imágenes inéditas, como la de una Luisa que “iba todos los días al río y remaba”, que “en el fondo de la casa tenía un pozo donde hacía compost”, que le gustaba cocinar ñoquis, que en un “pedacito de tierra tenía desde lechugas hasta dalias”. Que le enseñó a su bisnieto Nebio a caminar.

Cordo también quería incluir la experiencia de una hija de detenidos desaparecidos y ahí fue cuando entró a la lista Mariana Zaffaroni. Según la escritora, su caso “ayudaba a poder contar de la acción del Plan Cóndor en la región, con sus padres desaparecidos en Buenos Aires, hablar de su abuela [María Ester Gatti], y sobre todo con un eje muy fuerte en qué es la recuperación de una identidad cuando sos apropiada”. “Reunía muchas características para hablar de distintos conflictos”, resumió la periodista, y dijo que también le interesó que ella “no cumple con los mandatos que se esperan de una hija de desaparecidos”. Como augura, de hecho, el título que abre su perfil: “Decálogo de la mala hija”.

La decisión de incluir a Alicia Lusiardo muestra “otra pata” de los efectos del terrorismo de Estado, “porque parte de las consecuencias de la dictadura es que hay desaparecidos hasta hoy y que hay que buscarlos y encontrarlos, y en el caso de Uruguay esa tarea está concentrada en el GIAF”, puntualizó Cordo. Una Lusiardo que está al frente de ese grupo desde 2015, pero que cobra otro protagonismo con el hallazgo del 6 de junio. “Creo que, si bien su perfil no llega a cubrir este último hallazgo, no pierde nada de valor toda la información que está ahí. Por el contrario, se resignifica mucho más”, opinó la autora, y destacó una de las cosas que la antropóloga le dijo: “Me corroe no saber dónde están”.

A la vez, narrar a Lusiardo era interesante, porque “nos traza un vínculo con las desapariciones del presente, en democracia, con estas pequeñas ayudas que da cuando la consultan por desaparecidas actualmente por redes de trata y explotación sexual, por ejemplo, o el laboratorio que ella dirige en el EEAF [Equipo Argentino de Antropología Forense] en Centroamérica y en México”.

El capítulo “Las mujeres rotas” ahonda en las vivencias de cuatro mujeres trans que padecieron la dictadura: Karina Pankievich, Gloria Álvez, Sara de La Teja y Leticia de Ávila. La investigadora destacó que “estamos en un momento de ebullición de la construcción de las memorias trans y del archivo de las memorias trans”, y aseguró que este trabajo “puede sumar a ese archivo por las historias que reúne y por también trazar esas infancias muy golpeadas y de mucha exclusión, discriminación, patologización”. La narración no se detiene exclusivamente en lo que vivieron durante el terrorismo de Estado, sino que de alguna forma también repasa algunos hitos de la salida democrática, “con las estrategias para tratar de legalizar su trabajo sexual, las resistencias, encabezar la Primera Marcha del Orgullo”, e incluso la pensión reparatoria que estableció la Ley Integral para Personas Trans aprobada en 2018.

Una mirada feminista

En todas las historias confluyen la esfera pública y privada porque es un libro que está escrito con perspectiva feminista, que es la mirada desde la que Cordo “ve el mundo” y trabaja siempre, sea el tema que sea. “Porque lo personal es político, entonces también, se reconozcan o no así, hay una lectura feminista de sus vidas que tiene que ver con cómo han inventado y creado formas de sobrevivir, de vivir, de habitar este mundo y de intentar hacer de este lugar un mundo más justo”, señaló la periodista.

Puso como ejemplo la lucha de Luisa, que empezó a buscar a su hijo Nebio cuando todavía no existía el término desaparecido. “Hoy, con el diario del lunes, decimos que hay que buscarlos, hay que ver si están enterrados en fosas, si los tiraron al río, si los quemaron, qué hicieron con ellos. Pero, en ese momento, era algo posible que estuvieran vivos, entonces es ver también en la historia de estas mujeres cómo fueron armando luchas para denunciar que sus hijos estaban desaparecidos”, dijo.

Por otra parte, los perfiles presentan a las mujeres desde una perspectiva no revictimizante. “No porque no hayan sido víctimas”, aclaró Cordo, “sino porque también la víctima –como nos ha explicado, entre otras, Elizabeth Jelin– deja a la persona en un lugar muy pasivo, y yo lo que quería mostrar era que pueden haber sido sobrevivientes de esos horrores y siguen estando activas hasta el día de hoy”.

En los detalles que aparecen pintados en esos cuadros de la vida privada de las protagonistas, la escritora también “baja a tierra las consignas feministas”. “¿Qué es la reproducción de la vida? ¿Por qué decimos que sostenemos la vida? Sostener la vida, por ejemplo, en el caso de Belela, es estar pensando en cómo seguir criando a los hijos y, mientras, recibir denuncias de asilo político, y también pensar en el deseo propio, que en ese momento era no sólo ayudar a la gente, sino también hacerlo de manera militante desde una formación cristiana que mantiene hasta el día de hoy y formándose a nivel universitario”.

Así, Cordo quiso mostrar que las luchadoras sociales “no es que se levantan a las siete de la mañana diciendo ‘hoy voy a salvar el mundo’”. También “tienen que ocuparse de la sostenibilidad de la vida y eso es planificar cómo van a seguir llevando a sus hijos al colegio, qué van a comer, si se pueden ir de vacaciones, con quién se van a quedar los niños mientras van a la cárcel a llevar comida, cómo seguir profesionalmente, qué hacer de comer”. “Si las construimos desde este lugar de heroínas o de víctimas, las dejamos paralizadas”, apuntó. “Yo quería poder encontrar distintos detalles donde vos digas ‘a mí también me gusta comer ñoquis’ o ‘mi abuela también es así’”, agregó. “Eso también hace que estas historias puedan llegar a otro tipo de público, que no es solamente el que se sensibiliza con este tema”.

Fuera de la capital

Dicen las raíces tuvo una primera presentación en Montevideo el 5 de julio en el teatro El Galpón. La gira sigue el 21 de julio en la sede de AEBU de Mercedes, Soriano, a las 19.00.

Dicen las raíces. Mujeres en la dictadura uruguaya, de Azul Cordo. 216 páginas. Sello Lumen de la Editorial Penguin Random House, 2023. $ 750.

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