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Valentino, Mare, Juana y Lucky, integrantes de La Eskuelita Trans en Ciudad Vieja.

Foto: Alessandro Maradei

Eskuelita Trans: un proyecto que brinda apoyo a personas trans adultas para culminar la secundaria

7 minutos de lectura
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Sus integrantes señalaron que el MEC y la ANEP no están llevando a cabo políticas públicas para evitar la deserción de la población travesti, trans y no binaria del sistema educativo “con la fuerza que debería”.

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“Hoy, para todas las personas, terminar la educación media es un privilegio en Uruguay, pero muchísimo más para las personas trans”, reflexionó Valentino Velázquez, uno de los ocho responsables de la Eskuelita Trans, un espacio educativo por y para personas trans, travestis y no binarias, de 18 años en adelante, donde se brinda apoyo para culminar los estudios.

La Eskuelita Trans surgió “en la búsqueda de romper con esa tendencia del abandono de las instituciones” educativas, contó, por su parte, Lucky León Piñeyro. Según Mare Luca César, el espacio es también una “experiencia de contención”. Juana Sofía Cuadro, en tanto, explicó: “Las personas trans vienen de un sistema educativo que está para incluir a las personas cis, entonces lo que queremos generar es un espacio amigable para esas personas que no lo tienen; que por lo menos tengan un espacio en el que se puedan sentir cómodas y puedan tener un respiro de lo que es su vida cotidiana”.

El Censo Nacional de Personas Trans, que se realizó en 2016, reveló que, de las 937 personas censadas, 61,2% no completó la enseñanza media básica y la edad promedio de deserción se ubica en los 14 años. A su vez, el máximo nivel alcanzado para esta población varía entre primaria incompleta (11,9%), primaria completa (24,8%) y ciclo básico incompleto (24,4%). Del total, sólo 2,9% tiene bachillerato completo y apenas 1,1% terminó la universidad.

Asimismo, 75% de las personas encuestadas (tres de cada cuatro) sufrieron discriminación por parte de sus compañeros en la escuela y 72% en el liceo. El estudio también identificó discriminación por parte de los docentes: 19% en primaria y 20% en secundaria.

Estos datos pueden haber cambiado a ocho años del censo, especialmente tras la aprobación en 2018 de la Ley Integral para Personas Trans, que en su capítulo sobre educación establece que las instituciones y organismos del Estado involucrados deben garantizar la permanencia de las personas trans en el sistema educativo. Entre las medidas para lograrlo, establece la prestación de apoyo psicológico, social y económico, así como la incorporación de esta población a programas de cupos y becas. No obstante, el impacto de la ley podrá medirse recién cuando se publiquen los resultados del censo nacional de 2023.

Valentino, Lucky, Juana y Mare –en representación del colectivo que también integran Álex Geo Beguerie, Antü Benavides, Cristina Hernández y F Ferrigno– conversaron con la diaria en el aula de la Eskuelita, ubicada en Ciudad Vieja, sobre los desafíos que implica “sobrevivir en las instituciones educativas” siendo trans.

“Hay baches en la política pública”

En 2023 se conformó un grupo de “contención” de profesores trans de Secundaria y UTU, al que luego se sumaron educadores sociales y estudiantes terciarios. “Me acuerdo de una reunión y se hablaba de las cifras de las personas trans que culminan la secundaria, que es mucho menos que la población general, y de lo difícil que es acceder a un trabajo formal sin haberla culminado”, recordó Juana. Ante esa preocupación es que surgió el proyecto de la Eskuelita Trans.

Lucky observó que, a pesar de que la ley trans establece que se destine 1% de los puestos de trabajo en organismos públicos a esta población, en los requisitos se incluye haber alcanzado educación media o incluso terciaria, lo que hace que en la práctica no se pueda acceder. “Se hace una evaluación de 'capaz que no se presentó ninguna persona trans [al llamado]', pero están pidiendo ingenieros”, comentó. En contraposición, Mare contó que varios integrantes de la Eskuelita trabajan en refugios del Ministerio de Desarrollo Social y que en estos lugares hay una “sobrerrepresentación” de la población trans.

“Te encontrás con que personas que no terminaron bachillerato no sólo tienen dificultad para acceder a las distintas políticas de empleo, sino que incluso tienen dificultad para acceder a políticas de capacitación. Hasta para cursos muy sencillos de Inefop [Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional] están pidiendo ciclo básico”, señaló Mare, y añadió: “Más allá de lo que dicen los números, hay baches en la política pública, que no atiende este tipo de situación”. Es con el objetivo de llenar estos baches que en enero de este año se creó la Eskuelita.

Quienes la integran celebran que exista la ley trans pero sostienen que sólo con la norma no alcanza. Para Lucky, existe “una clara carencia en el acompañamiento” para evitar la deserción en los centros educativos. En el artículo 16 de la ley, se establece que es responsabilidad de las instituciones y organismos educativos “asegurar que las personas trans no sean excluidas del sistema”, así como “prestar apoyo psicológico, pedagógico, social [...] con el fin de concretar efectivamente su desarrollo académico y social”. Sin embargo, esto en la realidad “no existe”, indicó Mare.

Según Valentino, el “diagnóstico” es que el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) tienen que generar políticas educativas para evitar la deserción y eso “no está sucediendo con la fuerza que debería”.

Por otra parte, consideró que no alcanza con la “buena voluntad” de los docentes y autoridades de los centros de estudio, sino que es necesario que la ANEP les brinde formación: “Que entiendan que si tienen un estudiante trans, no es un estudiante que está enfermo o una persona que nació en el cuerpo equivocado”, expresó; “nadie nace en un cuerpo equivocado”.

Las actividades de la Eskuelita

“Quedé impresionada con la cantidad de docentes y personas que vinieron sabiendo que era a pulmón, es decir, sin un rédito económico”, dijo Juana sobre la convocatoria para brindar clases de apoyo en la Eskuelita, que actualmente cuenta con una pizarra donada y aún no recibe ningún tipo de ayuda económica.

Aunque proyectan recibir donaciones y postularse a fondos cuando el proyecto esté más consolidado, Valentino señaló que “antes de golpear una puerta para pedir algo, necesitamos existir”. Por eso, dijo que “quizás esta primera mitad del año sea para empezar a funcionar”.

En la Eskuelita se dan clases de apoyo para aprobar exámenes de bachillerato y la prueba “Acredita” que promueve la ANEP para la acreditación de competencias equivalentes a la educación media básica. Además, se conformaron los grupos de pares, definidos como “espacios horizontales para personas en terapia hormonal con estrógenos o testosterona”, que comenzaron a funcionar en abril.

Sobre la prueba Acredita, Mare comentó que primero hubo que difundir que existía esa posibilidad y luego dar una mano con las inscripciones y la documentación requerida. Posteriormente, quienes gestionan la Eskuelita se dedicaron a la planificación docente para preparar la prueba, que se realizará en julio, y a la que se presentarán cinco personas.

Juana observó que hasta ahora han tenido más respuesta de personas interesadas en preparar materias de bachillerato, que de quienes quieren terminar el ciclo básico. En ese sentido, evaluó que aún hay “un contexto más crítico al que no estamos llegando”. Valentino acotó que, en esa línea, el objetivo es “fortalecer la comunidad travesti, trans y no binaria del Uruguay”.

Para la difusión de la Eskuelita, utilizaron las redes sociales, dejaron información en los centros de la Administración de los Servicios de Salud del Estado a donde asiste la población trans, e hicieron una presentación en la que participó la artista Sofia Saunier, creadora de Transur –plataforma audiovisual que registra historias de personas trans– y a quien describieron como la “madrina”.

Transitar la educación

“En transiciones más tardías, trayectos educativos más largos”, reflexionó Mare. Explicó que atrasar el proceso de transición en la adolescencia permite “sobrevivir” de otra forma en los espacios educativos, aunque aclaró que este camino tampoco está exento de dolores y violencias.

“A veces se torna un poco claustrofóbico el recorrido educativo”, comentó Lucky. “Es muy sensible el tema del clóset. Hay un momento que es como ‘bueno, es ahora’; a veces es estrepitoso y a veces es otra persona la que te saca del clóset”, continuó.

Las cuatro personas entrevistadas por la diaria transicionaron en el nivel terciario. A Valentino eso le provoca un sentimiento de culpa. “¿Por qué yo tengo que sentir culpa de esto? ¿Porque tengo todos estos privilegios –que no es la palabra–, porque estoy haciendo la transición después de que ya resolví un montón de cosas en mi vida? La pregunta de siempre: ¿qué hubiese pasado si hacía la transición antes? Creo que ahora lo tengo un poco superado, pero en un momento me atormentaba”, manifestó. En esta decisión, incidió la idea de que secundaria es un espacio más “hostil”.

De todas formas, hacer la transición no es un proceso fácil en ningún entorno. Juana, por ejemplo, recordó que tuvo que irse de su casa y dejar de ir a la facultad por un año. En ese tiempo, sólo dio los dos exámenes que precisaba para no perder la beca de Bienestar Universitario, que le significó una “tremenda ayuda”.

Antes de la transición, su vida era “hermética”: llegaba de la facultad y se encerraba en su cuarto. Recuerda que en su infancia había visto un documental en la televisión sobre una bióloga trans que dijo que esperó a recibirse para hacer la transición. En cambio, Juana no pudo esperar: “Dije ‘tengo que hacer esto porque, si no, me voy a terminar matando’”.

Entre las dificultades que enfrentan las personas trans, está el lograr que se les respeten sus nombres y pronombres en los centros educativos, incluso después de hacer el cambio registral. Valentino contó que, en su caso, como profesor de Secundaria, el proceso tardó un año. “Se han generado mecanismos bastante fáciles para cambiar los nombres, pero es como que las instituciones educativas creen que sus estudiantes pueden ser trans, pero sus docentes no; hay una cuestión de infantilizar a las identidades trans”, criticó.

Mare señaló que el problema es, justamente, que el abordaje de todo lo vinculado a las personas trans se percibe como un “problema”, como “un caso a atender”, y no se ve “como parte de la solución” que haya personas trans cumpliendo roles de docencia en las instituciones.

Si bien “podría narrar un montón de hechos violentos” que vivió en su paso por la educación formal, Mare dijo que los que más marcaron su trayectoria ocurrieron en la escuela. “Yo fui una niña. Hubo un montón de violencias que me hicieron adaptarme a eso: para sobrevivir tuve que seguir siendo una niña, mostrándome como una niña. Violencias que no viví siendo una persona trans, que pienso que son violencias sexistas que se ejercen sobre todas las personas para que sigan siendo personas cis: nenas o varones”.

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