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Fernando Frontán en el encuentro comunitario entorno a la fe y la diversidad.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Un refugio: el Encuentro Ecuménico de Liberación de Minorías Sexuales

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Tres décadas de historias de fe y diversidad en Uruguay.

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Los silencios y los recuerdos dolorosos subsisten en el tiempo hasta que aparece un momento propicio que les permite salir de las catacumbas al espacio público, reflexionaba el historiador y sociólogo austríaco Michael Pollak. La imagen de una catacumba, un lugar aislado, subterráneo y de alguna manera seguro o resguardado de un afuera hostil, un lugar de conversaciones no permitidas, de encuentros y rituales. Esta imagen se refleja en el relato de varias personas creyentes y de la diversidad sexual sobre lo que significó la Iglesia Metodista de la Aguada, en la que comenzó a funcionar el Encuentro Ecuménico de Liberación de las Minorías Sexuales (EELMS), a mediados de los años 90, como un lugar seguro donde vivir su fe y su sexualidad en libertad.

En la explicación de Fernando Frontán, líder y fundador del grupo, de por qué se eligió la iglesia metodista, aparece un elemento vinculado a la experiencia reciente de la persecución en dictadura. “Queríamos un lugar cuidado porque, en el fondo, en ese tiempo todavía había mucho de lo hostil, de que estábamos en la clandestinidad”, dice, y esa iglesia, que había sido referente en la temática de derechos humanos y había alojado ayunos, huelgas y grupos culturales antes y durante la dictadura, volvía en los 90 a cumplir esta función de refugio.

En el mismo sentido, Andrea Obregón, también parte del grupo fundador, trae a la memoria la experiencia traumática de la represión en la salida de la dictadura: “No hay que olvidar que en los 90 todavía lo vivíamos, seguían las razias en los boliches”. Andrea recuerda de manera muy emotiva la importancia de esa iglesia como espacio cuidado para mujeres lesbianas en esa época, en donde los varones “pudieron comportarse de otra manera, en esta cuestión de seguridad e inseguridad, y habitar otros espacios de los que a las mujeres se nos excluía; no quiero decir ‘prohibidos’, pero más o menos sí, básicamente. Lugares de encuentro nunca tuvimos las mujeres, y este espacio también se hizo desde ese lugar”.

Por un lado, se resguardaba la seguridad. “En ese momento era muy difícil todo. Perder trabajo, perder familia si alguien salía o no”, recuerda Andrea. Mantener el anonimato y el respeto por los tiempos y el proceso de cada persona emerge como un distintivo del grupo, en un momento en el que asumir la diversidad sexual tenía un gran riesgo y estigma.

Andrea rescata la importancia de otros mecanismos de visibilidad que le permitieron hacer su proceso. “En el año 1991 me encontré con esa revista de Cotidiano Mujer, el primer número que sacaban sobre el amor entre mujeres fue en marzo del 91. [...] Yo siempre jorobo con que gracias a esa revista estoy acá”, dice, entre risas, y destaca que de “ahí la importancia de visibilizar las cosas”.

La trayectoria religiosa y social de cada participante antes de llegar al EELMS fue muy diversa. En el caso de Andrea, su primer grupo se llamó Las Mismas y estaba integrado sólo por mujeres. Según recordó, se constituyó a raíz de una visita que organizó Cotidiano Mujer “de dos monjas que vinieron a Uruguay; monjas lesbianas norteamericanas, exmonjas, lesbianas, feministas”.

La pastoral

El aporte de Michel Foucault nos da algunas claves para interpretar cómo se construyó el poder del Estado mediado por determinadas instituciones (hospital, cárcel, escuela) y cómo, en la base de ese poder y su capacidad de regulación, el rol de la religión es fundamental. Por ello, para el autor francés, los cuerpos de las mujeres y las disidencias han sido tomados como objetos de control, de “poder pastoral”, en el sentido de que la institucionalización del Estado moderno es una expresión de la sociedad disciplinar anclada en las tradiciones judeocristianas y de las particulares relaciones que establece el hombre con Dios.

En los relatos de las experiencias de muchas personas de la diversidad que pertenecieron a distintas iglesias (católica, evangélica, mormona, ortodoxa, pentecostal), aparece un patrón general de exclusión, discriminación e invisibilización. Por esto resulta interesante la tensión que se plantea entre la experiencia religiosa previa y el EELMS como un espacio ecuménico de encuentro que cobra un potencial de sanación, espiritualidad, identidad y comunidad.

La pastora metodista Araceli Ezzatti, que acompañó este proceso, analiza: “La fe les había creado a muchas de las personas que participaban tremendas instancias de dolor. Por ejemplo, la no participación en la Santa Cena [comunión], el desprecio de algunos hermanos en las comunidades, el tratamiento a veces riguroso de algunos sacerdotes y pastores. Había una conjunción de querer tener fe, pero, a la vez, muchas experiencias de dolor” relacionadas con las iglesias. El uso del argumento religioso y específicamente bíblico es destacado por Ezzatti como una forma de asociar la homosexualidad “con el castigo, con el pecado”, y en “la Biblia se usa frecuentemente con esa intención”, lo que refuerza una dimensión sagrada en la culpa y la naturalización de la exclusión.

En este sentido, Frontán, que había sido seminarista católico antes de fundar el EELMS, recuerda que “el discurso siempre venía como que ‘bueno, ta, sacrificá’. Ahí en la iglesia tuve un pensamiento estoico en torno a la carne como algo del pecado, entonces fue muy fácil que yo asumiera el discurso del pecado y mortificar mi carne para evitar la tentación”. Frontán afirma que no ocultó nunca su orientación sexual y su vocación de fe, reconoce que el conflicto estaba presente en el marco de la institución católica, que “eso llevó un largo proceso” y que “al final me dijeron que no”.

Esa búsqueda estuvo acompañada por el dolor. “En lo íntimo y en la soledad personal, yo oraba con mi amigo [Jesús] y sacaba fuerza de él. [...] Por eso sufrí tanto en la exclusión de la iglesia católica, porque, la verdad, lloré tanto cuando pude ir a un culto metodista en la Aguada”.

El EELMS se convierte en un espacio de comunidad tanto para los protagonistas del espacio, que eran personas entre 20 y 35 años, como para los padres y las madres de estos jóvenes que tenían grupos de reflexión junto con los pastores metodistas y psicólogos. Tenían una función de acompañar la visibilidad y la aceptación que en ese momento histórico eran procesos a veces muy dolorosos. “De hecho, el Encuentro Ecuménico fue armar comunidad. ¿Para qué? Para que sintiéramos alivio. Nosotros buscábamos eso, descanso. Porque las pedradas venían del movimiento y las pedradas venían de la iglesia, entonces, ¿en quién encontramos consuelo?”, en palabras de Frontán.

Teologías queer

En la historia del EELMS, y visto desde una perspectiva más amplia como un movimiento cristiano de diversidad sexual que tiene diferentes expresiones grupales y religiosas, es fundamental la incorporación de nuevas lecturas teológicas. Así como la lectura bíblica literalista y homofóbica ha sido la hegemónica, y ha sido y es la herramienta para excluir a las personas de la diversidad del campo de las iglesias, las lecturas de las teologías feministas y de la diversidad sexual, y la teología queer específicamente, abrieron un campo fundamental para el debate en las iglesias establecidas y para habilitar la legitimidad de nuevos espacios de fe inclusivos.

Las personas entrevistadas plantean que el primer encuentro teológico sobre “homosexualidad y biblia” que se desarrolló en Uruguay y que fue convocado por el EELMS en 1998 en la Iglesia Metodista fue un hito que marcó un antes y un después. La presencia de Thomas Hanks, escritor del libro El evangelio subversivo, permitió “un paso mayor, ya era un diálogo teológico con clérigos y laicos de varias iglesias: valdenses, metodistas, anglicanos y algún católico”. Hanks es un teólogo queer “muy reconocido y polémico para el mundo conservador por sus investigaciones”, afirma Frontán, quien tiene sus libros como referencia en su escritorio.

Es aquí donde el EELMS también marca un elemento de identidad teológica protestante, que ya no es sólo la reunión en un templo metodista, sino que el aporte de Hanks refuerza de alguna manera esa herencia. Así lo trae Frontán: “Nacimos al calor del espíritu protestante. [...] La teología protestante de la reforma era: a Dios por la fe y no por los méritos. Entonces, en eso nos amparamos. La teología de la gracia y la teología de la fe, en contra de los méritos”. Esta es una herramienta de lectura que permite “liberarnos del peso de una culpa para los que veníamos más de tradición católica, que teníamos la idea de que ‘he de purgar mi pecado’”, agrega.

La clave de la teología protestante le dio otro elemento progresista a nivel comunitario. “Nos amparamos en que el movimiento protestante fue un movimiento dialogal. [...] Este movimiento de izquierda, por decirlo en lenguaje más contemporáneo, contrastaba con el movimiento católico más de conservar, de gobernar y dirigir el mundo. Ellos [los católicos] más detrás del Cristo rey, y nosotros, los protestantes, más de la palabra en el pueblo”.

Hanks, fundador del ministerio multicultural de minorías sexuales Otras Ovejas, es de la primera generación de teólogos que empiezan a revisar no solamente el rol de las mujeres, de la moral, las formas de familia, sino a incorporar la perspectiva de derechos humanos en fuerte diálogo con la Biblia. En este punto, Frontán vincula este contexto político pos Segunda Guerra Mundial con la diversidad y lo queer, porque “los campos de concentración nazi no solamente enfocaron a judíos y polacos y militantes de izquierda, sino que también encarcelaron y persiguieron a mucha gente del movimiento LGBT”.

Desde la perspectiva de Andrea, el lugar de las mujeres en el protestantismo es un elemento clave y que habilitó otras posibilidades y otros símbolos. “Tuvo mucho que ver Araceli [Ezzatti], que fue referente en muchas oportunidades, porque, si no, también la figura religiosa es un varón. Eso también es una posibilidad que da el protestantismo. No sos cura disfrazado de pastor, sos una pastora”, subraya. Estas referencias de pastoras mujeres “fueron también un descubrimiento, yo no tenía ni idea de que existieran. [...] Y eso te hace sentir que no estamos tan solas”, reflexiona Andrea.

Luego de la experiencia del EELMS (1996-2005), se fundó la Iglesia Cristiana Metropolitana en 2006, en la cual Frontán fue ordenado pastor, y de manera paralela se conformó otro grupo denominado Diaconía de la Diversidad. Desde estos primeros movimientos de fe y diversidad en Uruguay, otras iglesias protestantes y comunidades eclesiales de base católicas han apostado a procesos de reflexión ecuménicos de inclusión de la diversidad sexual que implican cuestionar prácticas naturalizadas de abuso y exclusión basadas en el poder religioso.

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