La venta de imágenes digitales sin valor estético a las cuales la tecnología les adosa una garantía de que son “únicas y auténticas” está alcanzando valores impensados en el mercado del arte. Vinculadas al clima epocal de las criptomonedas, envuelven en su polémica atmósfera a las casas de subastas y a prestigiosos museos.
El 11 de marzo de 2021, tras una encarnada batalla de subastas de 14 días, en el transcurso de la cual el sitio en internet de Christie’s casi colapsa, el Non Fungible Token (NFT, o token no intercambiable) del diseñador estadounidense Michael Winkelmann, alias Beeple, titulado Everydays: The First 5000 Days y con una puja inicial de 100 dólares, fue adquirido por un comprador anónimo por 69,3 millones de dólares, lo que lo coloca en el tercer lugar de las obras más caras de un artista vivo nunca antes vendidas en una subasta. Se trata de un collage, un mosaico de cinco mil imágenes digitales que Beeple confeccionó y posteó en internet a partir del 1º de mayo de 2007, al ritmo de una por día. Estas imágenes no tienen nada que sea especialmente excitante: se trata de una estética posapocalíptica vagamente inspirada en las películas de animación de los estudios Pixar o en los videojuegos, y el contenido artístico se reduce a un concepto simple: una imagen por día durante cinco mil días. Es un artilugio empleado desde hace mucho tiempo por artistas conceptuales clásicos, como On Kawara (1933-2014), conocido por sus series de fechas pintadas día tras día.
Por ende, Beeple puso en venta un simple archivo JPEG –acrónimo de Joint Photographic Experts Group–, un tipo de archivo de uso común en internet, las cámaras digitales y los smartphones, que se puede reproducir al infinito sin costo. ¿Cómo explicar entonces tal encarecimiento? Aparte del hecho de que es la primera subasta de una obra puramente digital, una novedad que suscita el deseo de los coleccionistas, dos factores principales entran en juego: se trata de un NFT inscripto en una blockchain (una base de datos conocida como cadena de bloques, que utiliza un sistema descentralizado fundado en la criptografía), lo cual le da la calidad de objeto único e irremplazable, como puede serlo una pintura de Rembrandt, por ejemplo; y, previo a la venta, Christie’s había anunciado que, por primera vez, la casa de subastas aceptaría un pago en criptomonedas. De hecho, la transacción se hizo en Ethereum (el monto indicado en dólares corresponde a la cotización del día). Se supo más tarde que la subasta fue ganada por dos inversores indios que, en efecto, amasaron su fortuna sobre la tecnología que resguarda esta criptomoneda.1
La unicidad es la diferencia esencial entre el mercado del arte y el mercado de los productos fabricados de manera industrial: en el primero se venden objetos únicos, cuya autenticidad, es decir, el hecho de haber sido creados por un determinado artista, debe estar libre de dudas. En principio. Recordemos el reciente caso del Salvator Mundi, en el cual aún se debate si la obra fue pintada por Leonardo Da Vinci, a pesar de numerosos esfuerzos discretos para acallar a los escépticos –una cuestión que vale millones de dólares–.
Ahora bien, el NFT torna transparentes por completo tanto el arduo asunto de la autenticidad como el de la propiedad. La transparencia es la constante reivindicación de los mercados que buscan tratar al arte como objeto de especulación. Al comprar un NFT, uno compra la prueba de su unicidad. Para acceder a la obra, el comprador escribirá su línea de código: accede al mismo tiempo a su certificado de autenticidad. Porque la compra es registrada en una blockchain, que identifica las transacciones. Cada una de estas es validada a partir de un cálculo. Cada bloque contiene una referencia al bloque anterior, una genealogía de las fechas de las transacciones anteriores y la fecha de la nueva transacción, lo que constituye la prueba de propiedad única hasta la siguiente venta. Así, todo usuario puede controlar en todo momento la cadena de propiedad. El creador o acuñador del NFT es, él también, registrado en la blockchain como un dato permanente, sean cuales sean las ventas sucesivas, lo que establece la autenticidad, explica la analogía con el mercado del arte y garantiza la calificación para la venta en subasta.
La blockchain es la base de la criptomoneda: allí el control es enteramente descentralizado –por oposición a las monedas digitales usadas por los bancos centrales–.2 La primera criptomoneda, el bitcoin, fue lanzada en 2009. Le siguieron otras miles. En octubre de 2009, el bitcoin valía 0,001 dólares. En abril de 2020, 7.000 dólares. En febrero de 2021 pegó el salto a 60.000 dólares, un alza provocada por nuevos inversores, como Elon Musk, que anunció que iba a invertir no menos de 1.500 millones en bitcoins y que pronto iba a aceptarlas como pago de sus autos eléctricos Tesla. De ahí el entusiasmo de los tenedores de criptomonedas, a menudo (virtualmente) extremadamente ricos, pero a quienes les cuesta aprovechar su riqueza, ya que por ahora no existen más que pocas instancias que las acepten como medio de pago.
Negocios modelados, precios absurdos
Es con este telón de fondo con doble vertiente –el alza vertiginosa, en lo potencial, del valor, y la voluntad de acabar con resultados reales limitados y, por ende, promover la criptomoneda como forma de intercambio de pleno derecho– que se desarrolló el asunto Everydays: The First 5000 Days. Y esto es lo que ayuda a comprender lo absurdo del precio alcanzado. Por otra parte, Christie’s, la respetada casa de subastas, cuyos resultados constituyen una referencia, siempre ávida de estar un paso por delante de su rival Sotheby’s, realizaba así una evidente apuesta a futuro. Y en el sector del arte contemporáneo, en el que las casas de ventas baten los más espectaculares récords, esta operación demostraba que el NFT, que no conoce la noción de original más que por un mecanismo digital, puede satisfacer el business model [modelo de negocios] de las subastas con esplendor... En realidad, el intento de aplicar al arte un business model, incluso de reducirlo a ello, no es reciente. Se descubrió en los años 1960 a través de algunas famosas declaraciones de otro diseñador convertido en artista highbrow (chic-intelectual-culto) Andy Warhol: “Tener éxito en los negocios es la forma de arte más fascinante”. O incluso: “El arte es aquello que podemos hacer pasar por arte”.3 El NFT se inscribe con fuerza dentro de esta concepción.
Las ventas se convirtieron entonces en una locura y sus creadores desplegaron una imaginación sin límites: así, por ejemplo, la que presidió la colección del Bored Ape Yacht Club, BAYC [Club de Yates del Mono Hastiado]. Se trata de un “club” de 10.000 avatares de monos “tuneados”, valorados por personalidades del show business como Eminem, Madonna o Jimmy Fallon, que ofrece a sus coleccionistas privilegios exclusivos, como el derecho de hacer grafitis en los baños –todo ello de modo virtual, por supuesto–. Un lote de 101 BAYC se vendió en setiembre de 2021 en Sotheby’s por más de 24 millones de dólares. Otro ejemplo de este entusiasmo: en ocasión de la venta de la obra The Merge [La fusión], del artista anónimo Pak, en la plataforma de subastas Nifty Gateway, en diciembre de 2021, 28.989 coleccionistas compraron 312.686 unidades de masa digital por un valor total de 91,8 millones de dólares.
En este proceso, el comprador no tiene ninguna idea de lo que está comprando; nadie conoce la obra: no existe al momento de la venta. Algunos días después de terminada la subasta, el feliz comprador recibe un NFT, una ilustración generada en cadena con la ayuda de un script personalizado, que cambia en función de la colección del comprador, con la cual puede fusionarse (merge en inglés). Este NFT puede ser revendido: se fusionará con el NFT del segundo comprador, en un completamente nuevo y único NFT, etcétera. La obra definitiva sería entonces el NFT último, en el que se habrían fusionado todos los demás...
El negocio parece entonces destinado a prosperar, aunque persisten algunos problemas. Las criptomonedas son atacadas por sus consecuencias medioambientales, ya que es necesaria una enorme cantidad de energía para producirlas. Musk, tres meses después del impactante comunicado de su compromiso a favor del bitcoin, anunció de hecho su ética retirada hasta que la creación de criptomonedas se vuelva más responsable desde el punto de vista ecológico, en un vuelco que de inmediato hizo caer las cotizaciones.
Desconfianza y decepción
Otra sombra: los reguladores globales, así como los bancos centrales, se mantuvieron escépticos a causa de la extrema volatilidad de las criptomonedas y de su vulnerabilidad ante la estafa, el fraude o la piratería.4 En mayo de 2022 se produjo el megacrack: las criptomonedas llegaron al punto más bajo, y muchas incluso desaparecieron –algunas de modo temporal, sin duda–. Ello, es evidente, tiene repercusiones en los NFT. Durante el verano, los negocios mejoraron. Pero los influencers entusiastas, ya sea que se trate de Matt Damon, Kim Kardashian o Elon Musk, se vinieron abajo ante el proceso de los ingenuos que se embarcaron, con fe en sus ídolos, en esta nueva fiebre del oro, y perdieron mucho en ella. Un comentario brillante del economista estadounidense Charles Elson: “No se invierte en un mercado no regulado”.5 Dicho esto, ¿acaso la locura de los mercados llamados “regulados”, que estalló de manera abierta durante la crisis financiera de 2008, es tan diferente? China, que dispone del yuan digital desde enero de 2022, creó su propia red de blockchains, la China’s Blockchain-based Service Network, BSN [Red china de servicios basados en cadena de bloques] y un sistema de autorizaciones que controla estrictamente la intervención de algunas criptomonedas extranjeras como Ethereum, Cosmos o EOS. Los países que se identifican con la democracia legislan caso por caso. Mientras tanto, la venta de Everydays parece ser, en efecto, el símbolo de una era en la que la noción misma de arte, así como el dinero que lo compra, podrían ser creados, manipulados y poseídos sin ningún control institucional.
Beeple, que se convirtió en millonario y se volvió famoso a nivel global en un día, expuso en marzo de 2022 sus últimas obras en la Jack Hanley Gallery de Nueva York, bajo el título Uncertain Future [Futuro incierto]. O sea, precisamente un año después de su transacción histórica. Ahí puso a la venta transferencias de sus obras digitales, ejecutadas por su equipo con pintura al óleo sobre tela y con pastel sobre papel. De abril a setiembre, al contrario, el Museo de Arte Contemporáneo Castello di Rivoli, en Turín, se enorgulleció de ser el primer museo público en presentar un NFT del mismo Beeple, Human One [Humano]. A riesgo de perder el aliento siguiendo el trend [la tendencia] en esta carrera, los museos a menudo van muy atrasados. Y uno puede preguntarse si realmente forma parte de su trabajo.
La Galería de los Uffizi, de Florencia, en cooperación con una empresa privada encargada de la fabricación (minting) del NFT, quizá estuvo, en cambio... adelantada. Vendió un facsímil digital, autenticado y único, del Tondo Doni de Miguel Ángel por 240.000 euros en 2021. Un completo vacío jurídico. Más de una quincena de obras (entre ellas, el Bacchus de Caravaggio) estaban programadas para seguir ese camino. El gobierno italiano decidió finalmente suspender la venta de los NFT vinculados a obras maestras de su patrimonio. La historia continuará. En 2021, los NFT representaban 1,6 por ciento del mercado mundial de arte. Más que la parte consagrada a la fotografía (uno por ciento).
Marie-Noël Rio y Franz W. Kaiser, respectivamente, escritora –su último libro es Hambourg Hansaplatz nº 7, quatre ans dans la misère allemande (Delga, 2021)– e historiador del arte y comisario de exposiciones. Traducción: Micaela Houston.
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Connaissance des arts, París, 22-3-2021. ↩
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Frédéric Lemaire, “Bitcoin, ¿un valor con vicios ocultos?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2022. ↩
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Andy Warhol, Ma philosophie de A à B et vice versa, Flammarion, París, 1975. ↩
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Véase Riah Pryor, “Mind your wallet – thieves operate here”, The Art Newspaper, Londres y Nueva York, marzo de 2022. ↩
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The Guardian, Londres, 18-6-2022. ↩