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Ali Khamenei, líder supremo de Irán, frente a voluntarios Basij leales a la república islámica, en Teherán, el 26 de noviembre. Foto: web oficial de Ali Khamenei / AFP.

¿Divisiones en el poder iraní?

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El régimen teocrático ante las manifestaciones ciudadanas.

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La imagen de la selección de fútbol de Irán en silencio mientras sonaba el himno de su país, en el primer partido que disputaron en el Mundial de Qatar 2022, mostró al mundo la amplitud de las protestas contra el régimen. Los púlpitos, los cuerpos de seguridad (incluidos los paramilitares) y la calle son escenarios menos visibles desde el exterior.

En su ensayo “Sobre la tiranía”,1 el poeta Joseph Brodsky recomendaba, para la elección de un tirano, inclinarse por uno de avanzada edad. El maestro petersburgués postulaba, entre otras cosas, que dado el tiempo que pasa preocupándose por su metabolismo, un dictador anciano se ocupa en menor medida de los asuntos del Estado. ¿Valdrá esta sugerencia para Ali Khamenei, guía supremo de la Revolución y de la República Islámica iraníes desde 1989, que pronto cumplirá 85 primaveras?

Es lo que se podría desprender de la aparente conmoción del guía ante la sucesión de levantamientos desencadenados, en todo Irán, por la muerte de Zhina (Mahsa) Amini a manos de la policía de la moralidad (Gasht-e Ershad), el 16 de setiembre.2 Durante esas semanas decisivas, pareció superado por los acontecimientos, hasta que sus fuerzas del orden, el 26 de octubre, comenzaron a disparar balas con munición viva sobre las manifestaciones, mientras la violencia alcanzaba los lugares sagrados del país. Así, si bien el atentado contra el santuario chiita Shah-e-Cheragh en Shiraz, el 27 de octubre, fue atribuido por las autoridades, de inmediato, a la organización del Daesh (conocido como Estado Islámico, EI) parte del movimiento de protesta lo interpretó como un intento de desacreditar a las manifestaciones y de atemorizar a la sociedad. De hecho, los homólogos de Ali Khamenei en la alta jerarquía religiosa lo vieron claro, y algunos incluso le atribuyeron una responsabilidad directa en las represiones. Mientras que algunos le reprochaban haber traicionado el modelo del profeta Mohamed (“Mahoma”), recurriendo a una violencia letal a gran escala contra una población musulmana,3 otros clérigos exigían su enjuiciamiento, un hecho sin precedentes en los anales de la República Islámica. Entre estos: Mowlavi Abd Al-Hamid Esma‘ilzeyi, imán sunnita de Zahedán, en territorio baluchi, en el extremo sureste, convulsionado por el “Viernes negro” del 30 de setiembre, en el transcurso del cual 91 manifestantes pacíficos (35 según las fuentes oficiales) fueron abatidos en su ciudad.4

Ciertamente, estas grietas de la instancia clerical no son nuevas, en un país donde las instituciones chiitas mayoritarias y sunitas minoritarias, a menudo apoyadas sobre poderosas fundaciones piadosas, disponen de un abanico de recursos que les permiten un relativo pluralismo. La novedad es el temor que manifiesta una parte del clero de ver la conjunción de insurrecciones (en persa, khizesh) urbanas, de la que Irán es escenario, escapar a todo control.

El dilema de los uniformados

Si el poder religioso reaccionó con una habitual ausencia de unidad, ¿qué sucedía con las Fuerzas Armadas y los cuerpos del orden, en particular con los Guardianes de la Revolución, a cargo del control social y político de la población, y de su escuadrón de Basich (“Movilización”)? Lo que sorprendió por parte de estas fuerzas fue una combinación de violencia extrema, como en Zahedán, y de laissez-faire [dejar fluir]. En efecto, muchos observadores notaron dos cosas: por un lado, que la represión se militarizaba (algunos movimientos multitudinarios fueron blanco de disparos de armas de guerra); por otro, que, a pesar de estar infiltradas por policías de civil, muchas manifestaciones y ocupaciones de barrios proseguían para la celebración del cuadragésimo día (chehelom) tras la muerte de Zhina-Mahsa,5 mientras las fuerzas del orden retrocedían de plaza en plaza ante una multitud desarmada.

Hay varias explicaciones para esta aparente contradicción. Una de ellas se refiere al modo de reclutamiento y funcionamiento que ha tenido, durante mucho tiempo, la “Legión” (sepah) de los Guardianes, origen de grandes disparidades locales. En tiempos de paz, los soldados voluntarios a menudo hacían carrera en el seno de unidades acantonadas donde eran oriundos (salvo en las fronteras, así como en Teherán, la capital, en donde aún se encuentra apostado personal proveniente de otras regiones).6 La ventaja es la camaradería de estas unidades de fuerte perfil comunitario, valiosa en tiempo de guerra, como durante la guerra contra Irak en 1980-1988, o en Siria desde 2012. Luego de que la Legión arrasara en las elecciones municipales de 2003, estas solidaridades también permitieron una importante penetración de la vida política, económica y asociativa local (clubes deportivos, entre otros, convertidos en pilares de su anclaje territorial) por parte de los Guardianes. De modo inverso, el inconveniente reside en los vínculos formados entre una unidad y la población de la que proviene, que complican su participación en una represión. Es lo que se ve desde mediados de setiembre con la expresión en redes sociales del descontento de una parte de la tropa, con el celo a veces medido de esta última frente a las manifestaciones, pero también con el apoyo a los levantamientos de una parte del mundo del deporte, en particular del fútbol –cuya importancia es tenida en cuenta por el régimen–.

El recurso, en algunas ocasiones, a los helicópteros, ha sido para el gobierno una manera de reconocer tanto la amplitud de las protestas como la reducida fiabilidad de ciertas guarniciones. De allí se desprende, también, que haya movilizado a un pequeño número de unidades de comandos hiperequipados de los Guardianes, de las fuerzas del orden, así como del ejército convencional (como los paracaidistas de la 65ª brigada aerotransportada, ya presentes en Siria a partir de la primavera de 2016 en apoyo de la Legión).7 El Guía Ali Khamenei y su entorno recuerdan que, en 1979, la deserción de la policía, el escaso espíritu de cuerpo y el descontento de unidades del ejército por su dotación facilitaron la caída de la monarquía. También evalúan la impopularidad de su régimen y su aislamiento frente a un abanico creciente de grupos sociales. De allí esta consideración por los comandos y un reclutamiento endogámico, centrado en consentir a unidades muy especiales.

Y el peligro de las milicias

Estas están acompañadas por milicias, entre las cuales se cuentan el Hezbollah libanés y el Hashd al-Sha‘bi iraquí (“Unidades de movilización popular”), acusadas de actuar contra la calle iraní. Como ilustración de esta proximidad Legión-milicias árabes, Zeynab Soleymani (hija del jefe de las Fuerzas Especiales de los Guardianes abatido por un dron estadounidense en enero de 2020) ofreció dos millones de dólares a las libanesas que se casaran con un miembro de Hezbollah, con el fin de asegurar el relevo. Al estrechar filas en torno de esta continuidad interna, Legión y dependencias se reideologizan, a través de un hipernacionalismo entremezclado con el culto al imán Hussein.8 De allí el temor del establishment religioso chiita a que el exceso de celo de este conjunto de milicias, a veces poco preocupadas por los equilibrios locales frágiles, le genere a la institución clerical una pérdida de influencia, incluso un rechazo global si la represión se convierte en asunto de ciertos paramilitares.

Por lo demás, una parte importante del aparato estatal de la República Islámica se consternaba, a fines de octubre, ante la falta de un “tapón de seguridad” entre la población, por un lado, y el Guía Supremo y sus milicias, por el otro –desde la completa expulsión de los “Reformistas” del poder, con la elección a la presidencia del reaccionario Ebrahim Raisi en 2021–: un cara a cara nefasto, pues favorece a la línea dura de los dos extremos presentes.

El mismo temor a una fuga hacia adelante se expresa en los medios de comunicación cercanos a los Guardianes, como la agencia Tabnak, fundada por su excomandante en jefe Mohsen Rezayi. Tabnak apuntó a la violencia de las gendarmerías locales (una forma de exonerar a los Guardianes y al cuerpo del Basij de las principales masacres), convocando a una revisión de la policía de la moralidad, así como al diálogo y a una reforma de la gobernanza de la República Islámica. Estos llamados a la reforma se suman a iniciativas más ambiciosas, como la del director del Centro de Investigación del Parlamento, Babak Negahdari (31 de octubre) y, sobre todo, la de la Unión Nacional de Abogados (1º de noviembre).9

Mientras tanto, muchas mezquitas locales se vieron asociadas a los levantamientos debido a las celebraciones funerarias del cuadragésimo día tras la muerte de cada víctima de la represión, combinando un ritual chiita inspirado en el luto por el imán Hussein y gritos de “Muerte al dictador”. Este fue el caso de Babol, a orillas del Mar Caspio, el 31 de octubre para el chehelom del joven Milad Zaré, ceremonia capturada por un video subido a internet el mismo día por el canal de Youyube Koocheh. El gesto de golpearse el pecho (sinezani) es aquel a través del cual los hombres de una comunidad de fieles expresan, en ocasión de las procesiones de la Ashura, su remordimiento por el abandono del imán Hussein en manos de sus asesinos, durante la masacre de Karbala en 680. Muchos en Irán recuerdan el rol que jugaron estas ceremonias fúnebres, para los y las manifestantes abatidos por las fuerzas del orden, en la Revolución de 1979.

En este contexto, no es seguro que medidas de apaciguamiento como la destitución de responsables de la policía local, como sucedió en Zahedán, o la autorización de cantinas universitarias mixtas hayan tenido el efecto deseado. Más aún cuando ciertos gestos conservan... un sabor a provocación (como la difusión de imágenes de un exmiembro de los Guardianes, Rostam Qasemi, ministro de Transporte, con su segunda mujer a cara descubierta durante un viaje a Malasia –imágenes destinadas a asimilar las reivindicaciones feministas a una falsa lucha–).

Esta mezcla de arrogancia y de cinismo de una élite paramilitar que cerró filas con sus fuerzas especiales y milicias internacionales, indiferente a las filípicas del clero chiita, sugiere que su preocupación a finales de este otoño es ganar tiempo. Apoyada en asociaciones devenidas en alianzas con Rusia y China, metida hasta el cuello en las guerras de Siria y luego de Ucrania, y desprovista de toda puerta de salida, esta cúpula paramilitar parece estar dispuesta a todo.

“La duración promedio de una tiranía que se respete es de 15 años, 20 cuanto más. Cuando dura más tiempo, irremediablemente cae en la monstruosidad”, prevenía además Brodsky, instruido por la gerontocracia soviética. Dictador breve, Ruhollah Jomeini había instaurado los resortes de esta monstruosidad, con su teoría de la regencia “absoluta” (motlaq) del legista, puesta en marcha poco tiempo antes de su muerte en 1989.

La fragmentación del poder heredada de su reinado, su dependencia de las milicias transnacionales y el rearme ideológico de los Guardianes alimentan la escalada. Redujeron la historia contemporánea de Irán a una sucesión de sacudidas; cada vez más marcadas por una hiperviolencia, estas se presentan a inicios de noviembre de 2022, incluso para la prensa oficial, como una amenaza existencial para el país en su conjunto.

Stéphane A. Dudoignon, director de investigación en el CNRS/GSRL, autor de Les Gardiens de la révolution islamique d’Iran: sociologie politique d’une milice d’État, CNRS Éditions, 2022. Traducción: Micaela Houston.

Los kurdos en la mira: a los dos lados de la frontera

A mediados de noviembre, las autoridades iraníes intensificaron la represión en el noroeste del país, donde vive la mayor parte de la comunidad kurda. Así, la ciudad de Mahabad fue tomada por el Ejército y por las fuerzas del orden con el apoyo de vehículos blindados. Según varios testimonios transmitidos por la diáspora kurda, los manifestantes recibieron disparos con munición viva. De esta región era originaria Mahsa Amini (“Zhani”, por su nombre kurdo), cuya muerte en setiembre, tras su detención por la Policía de la moral (Gasht-e Ershad), constituyó el factor desencadenante de las protestas populares contra el régimen. Al mismo tiempo, la oposición kurda exiliada en el Kurdistán iraquí sufrió varios bombardeos (misiles y drones kamikazes), lo que provocó las protestas de Bagdad por la violación de su soberanía territorial.

El endurecimiento contra los manifestantes del interior y los ataques contra los militantes de los partidos kurdos de la oposición instalados del otro lado de la frontera con Irak, entre ellos el Partido Democrático del Kurdistán de Irán (PDKI) y el Komala, obedecen a objetivos complementarios. Para Teherán, se trata, en primer lugar, de evitar que el Kurdistán iraní escape a su control. El recuerdo de la breve instauración de una República Kurda autónoma en Mahabad (1946-1947) (1) y de la cuasi secesión de la región tras la Revolución Islámica de 1979 condiciona sin duda esta actitud. De 1979 a 1982, a costa de una feroz represión y miles de ejecuciones, el orden fue restablecido y la República Islámica eliminó la reivindicación del PDKI: “Democracia en Irán y autonomía para el Kurdistán” (2). En segundo lugar, las autoridades iraníes instrumentalizaron la existencia de esta oposición para afirmar que las protestas populares proceden de un intento de desestabilización llevado a cabo por un enemigo interno –los kurdos– en colaboración con partidos instalados en Irak y considerados por Teherán como “terroristas”. Al mismo tiempo, en represalia por un atentado cometido en Estambul (3), las autoridades turcas lanzaron la ofensiva “Garra-Espada” contra los kurdos en Siria y en Irak.

(1) Thomas Bois, “Naissance et chute de la République de Mahabad”, en “1920-2020. Le combat kurde”, Manière de voir, Nº 169, París, febrero-marzo de 2020.

(2) Airin Bahmani y Bruno Jäntti, “Les ombres de Sanandaj”, en Manière de voir, ibid.

(3) N. de R.: Ocurrió el 13 de noviembre, en la concurrida calle Istiklal, y dejó 80 muertos.

Akram Belkaïd, jefe de redacción adjunto de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston


  1. Texto de 1980, traducido al español por Carlos Manzano, en Menos que uno, Siruela, Madrid, 2006. 

  2. Mitra Keyvan, “La juventud iraní reivindica un cambio”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, noviembre de 2022; y Pierre Ramond, “Dix points sur l’embrasement iranien”, Le Grand Continent, 22-9-2022. 

  3. Discurso (en persa) del 24-10-2022, disponible en www.khabaronline.ir 

  4. Intervención del 12 de octubre retomada por el canal offshore en persa Radio Farda

  5. Véanse las crónicas hora por hora del canal de Youtube Koocheh (“La calle”) (en persa), basadas en envíos de videos cortos. 

  6. Les Gardiens de la révolution islamique d’Iran : sociologie politique d’une milice d’État, CNRS Éditions, París, 2022. 

  7. Véase el blog (en ruso) de Yuri Liamin, experto ruso en el ejército iraní, 8-7-2018, https://imp-navigator.livejournal.com/743624.html 

  8. Saeid Golkar, “Taking back the neighborhood: the IRGC provincial guard’s mission to re-Islamize Iran”, Policy notes, Washington Institute for Near East Policy, 18-7-2020. 

  9. Respectivamente transmitidas por www.tabnak.ir y el sitio de información www.khabaronline.ir

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